Aprendamos
a descubrir el paso de Dios por nuestra vida, en momentos oscuros o momentos de
luz, la mano de Dios nunca nos abandona aunque no lo sepamos descubrir
Hebreos 11,1-7; Sal 144; Marcos 9, 2-13
Hay momentos
y hay cosas que nos sorprenden y que nos superan, que nos cuesta entender y que
se convierten como en un misterio para nosotros. Sorpresas del día a día en
nuestra relación con las personas de las que nos esperábamos en un momento dado
aquello que nos ofrecen, o aquel aspecto de su vida que nunca habíamos
imaginado. Sorpresas en acontecimientos inesperados, en accidentes que nos
desconciertan, en cosas a las que nos tenemos que enfrentar y que de alguna
manera pueden cambiar nuestra vida.
Son momentos
que nos hacen pensar, que nos hacen abrirnos la vida a nuevos horizontes, que
son una llamada en nuestro corazón a algo que vemos incluso que nos supera por
su grandeza. Son momentos que al mismo tiempo nos hacen mirarnos hondo para
encontrar algo que cimiente de verdad nuestra vida. Pero son momentos también
en que, a pesar de la sorpresa que nos desconcierta, también hemos de saber
dejarnos guiar, no siempre nosotros solos podemos encontrar el camino, la
respuesta o la luz.
No digamos
nada cuando dejamos que se meta en nuestra vida todo el misterio de Dios. Con un mínimo de fe y de sentido espiritual
podemos elevarnos para entrar en órbitas nuevas para la existencia, para
hacernos trascender la vida y no quedarnos en lo inmediato y en lo palpable con
nuestras manos, porque nos damos cuenta que podemos ir más allá, que hay algo superior, que hay algo espiritual que nos eleva, sí, pero que al mismo tiempo
nos hace encontrarnos con nosotros mismos.
¿Sentirían
algo de todo esto que venimos reflexionando aquellos discípulos que subieron
con Jesús a aquella montaña alta y se encontraron con la sorpresa del brillo de
la divinidad de Dios que se reflejaba en Jesús? El evangelista en cortas frases
parece completarnos el relato, pero mucho significado tenía aquello, primero de
los resplandores del cuerpo y de las vestiduras de Jesús, pero también de la
nube que los envolvió, de aquel susto que recibieron cuando escucharon la voz
que venía de lo alto. Quedaron por tierra, viene a decirnos algo así el
evangelista. Y después de todo ello, allí estaba Jesús, como siempre lo habían
visto, aunque ahora habían vislumbrado otros resplandores, pero que les decía
que había que volver a bajar a la llanura de la tierra.
Fue una
experiencia grande la que vivieron aquellos discípulos y aunque no podían y no
eran capaces de hablar de aquellas cosas, veremos que luego ya muy tarde Pedro
lo seguirán recordando en sus cartas apostólicas. Había sido una experiencia
grande de Dios que de alguna manera les estaba adelantando lo que vivirían
después de la resurrección del Señor. Muchas otras veces también se sentirían
desconcertados, como les iba a suceder en la pasión, pero en el fondo estaba
aquella experiencia que les sostenía en su fe, y en su búsqueda de la luz
definitiva.
¿Habremos
tenido nosotros experiencias espirituales de este calibre en nuestra vida? nos
puede parecer que cosas así no nos han sucedido, pero tendríamos que mirar a lo
hondo de nosotros mismos y tratar de recordar algunas experiencias insólitas de
nuestra vida, que siempre nos costó comprender, pero que hemos de saber mirarlas
con otra mirada, con una mirada de fe y descubriremos como Dios de alguna
manera se ha hecho presente en nuestra vida, aunque no siempre quizás nos
diéramos cuenta. Quizás podrán haber sido momentos duros, de oscuridad, de
dudas, de miedos, de sentirnos incluso hundidos, pero aquí estamos ahora, y si
después de algunas de esas cosas que hayamos tenido en nuestra vida hasta aquí
hemos llegado, tratemos de ver la mano de Dios, que de forma misteriosa quizá,
se hizo presente en nuestra vida.
Aprendamos a
descubrir ese paso de Dios por nosotros, por nuestra vida, en momentos oscuros
o en momentos de luz. Sabemos, tenemos la certeza siempre, de que la mano de
Dios no nos abandona nunca y ahí está con nosotros cuando menos lo esperamos o
incluso cuando no lo supimos ver.