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sábado, 21 de octubre de 2023

Caminemos con fe, fortalezcamos nuestro espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu de Dios que Jesús nos ha prometido, demos la cara por nuestra fe

 


Caminemos con fe, fortalezcamos nuestro espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu de Dios que Jesús nos ha prometido, demos la cara por nuestra fe

Romanos 4,13. 16-18; Sal 104; Lucas 12, 8-12

Dar la cara por el amigo es lo menos que se nos puede pedir. ¿Para que somos amigos, entonces? Somos amigos en las duras y en las maduras, no solo en los momentos de alegría y de fiesta cuando todo va bien, sino también cuando vengan los momentos difíciles, en las dificultades, cuando surgen los problemas, ahí está el amigo, dando la cara, prestando nuestra ayuda, no escondiéndonos y rehusando conocerle. No siempre es fácil. Algunas veces cuesta. Hay que poner algo más que una cara bonita o una sonrisa. Y no siempre lo hacemos; cuantas experiencias quizás podríamos contar de vernos solos; es duro para el que lo padece; es duro mostrarnos así con un corazón duro y uno no sabría qué pensar.

Jesús nos dice hoy que tenemos que estar de su parte; la luz no se puede ocultar, nos había dicho en otra ocasión, y si hemos encontrado la luz tenemos que hacer que brille, y que brille en nuestra vida. Es tan importante el testimonio, porque estará manifestando la congruencia de nuestra vida. Para llegar hasta el final.

Pero así como nos está diciendo que no nos podemos ocultar, que tenemos que dar testimonio, también nos está asegurando una cosa, con El nunca nos veremos solos. El es fiel. Su palabra es veraz. Nos prometerá que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Pero hoy nos asegura mucho más. Nosotros, si somos fieles a nuestra fe y a nuestra condición de ser sus seguidores, vamos a encontrar dificultades. Ya nos dirá que el discípulo no es mayor que su maestro, y si con el Maestro han hecho lo que han hecho, nosotros también no vamos a encontrar oposición y persecución. Nos llevarán también a los tribunales. Pero nos dice que no tengamos miedo, no nos estemos preocupando lo que hemos de decir o como hemos de defendernos, su Espíritu estará con nosotros y pondrá palabras en nuestros labios y fuerza en el corazón. No hemos de dudar de El.

Es cierto que muchas veces nos aparecen nuestras debilidades y nuestras flaquezas y habrá momentos en que nos costará mantener la fidelidad, nos asaltarán dudas y tentaciones, habrá momentos que hasta sentiremos rebelión en el alma, que no quisiéramos pasar por lo que estamos pasando, que nos parece que se nos viene el mundo abajo y no tenemos donde apoyarnos, pero de una cosa no podremos dudar nunca, de la presencia de su Espíritu que está con nosotros, aunque no siempre lo veamos claro. Por eso nos dice solemnemente hoy que el peor pecado que podemos cometer es negar al Espíritu; andaríamos ya perdidos del todo. Y El quiere estar siempre con nosotros, y ser nuestra fuerza y nuestra sabiduría.

Algunas veces nos entran muchas dudas sobre todo esto cuando contemplamos el mundo que nos rodea que parece que todo está en contra nuestra. Vemos cómo se desdibuja todo el mundo de lo religioso, cómo tantos hacen sus interpretaciones o quieren manipularlo todo desde sus explicaciones, cómo crece una sequedad espiritual en nuestro entorno porque todo se ha materializado, cómo no se terminan de entender los valores que nosotros presentamos desde el evangelio, cómo se está queriendo hacer un mundo sin Dios, donde se quiere aparcar la fe solo al ámbito de lo privado y se quieren eliminar todos los signos que nos hablen de lo espiritual, que nos hablen de Dios.

Todo eso nos duele. No sabemos muchas veces como reaccionar. Nos sentimos acobardados y tenemos la tentación de escondernos. Es en ese momento donde tenemos que hacer resplandecer y brillar toda la firmeza de nuestra fe, de nuestra confianza en Dios, de la certeza de que el Espíritu del Señor está con nosotros y El nos irá guiando en medio de esos caminos que nos parecen muchas veces de tinieblas. No nos podemos acobardar, tenemos que sentir la fortaleza del Espíritu, la sabiduría del Espíritu que nos sostiene y que nos guía.

Caminemos con fe. Fortalezcamos nuestro espíritu. Dejémonos conducir por el Espíritu de Dios que Jesús nos ha prometido. Demos la cara por nuestra fe.

viernes, 20 de octubre de 2023

Los cristianos tenemos que ser levadura en medio de la masa, porque nos diluyamos en medio del mundo contagiando de los valores que nos dan la verdadera grandeza

 


Los cristianos tenemos que ser levadura en medio de la masa, porque nos diluyamos en medio del mundo contagiando de los valores que nos dan la verdadera grandeza

 Romanos 4,1-8; Sal 31; Lucas 12,1-7

La levadura es ese fermento que se emplea para provocar ese proceso de fermentación que nos va a dar esas diversas sustancias y nutrientes importantes para la alimentación del cuerpo humano. Es lo que se utiliza en la masa de harina con la que elaboramos el pan, por ejemplo, lo mismo que en la repostería. Algo que se diluye en la masa de manera sutil, podríamos decir, que no se necesita en grandes cantidades, casi imperceptible pero necesaria para la manipulación de la masa para hacerla fermentar.

Pero lo podemos tomar como imagen de lo que podríamos llamar también manipulación de las personas y de las masas. Deja correr un bulo y veremos como se va difundiendo de manera sutil y al final todo el mundo se lo cree como si fuera una verdad, una cosa real. Queremos que la opinión de la masa vaya en un sentido, déjalo caer casi como una noticia imperceptible, y poco a poco a poco todo el mundo se lo terminará creyendo y actuando según aquello que se pretendía. Hoy nuestra sociedad es muy manipulada desde las distintas ideologías y quienes tienen el poder de la comunicación en sus manos van a influir, muchas veces de manera muy decisiva, incluso en la marcha de la sociedad.

Es necesario tener criterios firmes y convincentes; es necesario que formemos debidamente nuestra conciencia desde unos principios y desde unos valores para tener la seguridad de por donde caminamos, sin dejarnos arrastrar por esas distintas influencias que se van dando por distintos caminos en nuestra sociedad. Y en esto los cristianos tenemos que fundamentarnos debidamente para mantener la firmeza de nuestra fe, para caminar con pie seguro en esa construcción de nuestro mundo que queremos realizar desde los ideales y los valores del Reino de Dios. Y tenemos que preguntarnos si en esto no estaremos fallando por una falta de firmeza en nuestra vida.

Con lo que escuchamos hoy en el evangelio vemos cómo Jesús quiere prevenirnos, como quería entonces prevenir a los discípulos con la levadura de los fariseos. Jesús les habla de la hipocresía, de la falsedad de sus vidas. Hipócrita es el que tiene dos caras, tomando la palabra de aquellas caretas que se utilizaban en las obras teatrales para que el actor diera el aspecto de aquel papel que representaba; el actor no se representaba a si mismo, sino que con la careta tenía que hacer de otro personaje.

Jesús les echa en cara a los fariseos que como maestros enseñaban muchas cosas que luego ellos en su propia vida no realizaban. Aparentar con las palabras una cosa que estaba muy distante de lo que realmente era su vida. La hipocresía es una falsedad, una mentira, una apariencia que oculta lo que en verdad es la propia vida; es una vanidad y una ostentación; es una falta de autenticidad en la vida y de congruencia entre lo que son las palabras y las obras que luego realizamos; es una sutileza muy bien camuflada para manipular y por llevar a los demás por caminos de nuestra conveniencia; una manipulación de los que son débiles desde la malicia que reina en el corazón.

Cuidado con esas falsas levaduras llenas de maldad. Pero no olvidemos, por otra parte, que Jesús quiere que nosotros los cristianos seamos en verdad levadura en la masa; no porque manipulemos de mala manera a los demás o tratemos de imponer las cosas, sino porque nos diluyamos en medio del mundo que nos rodea para contagiar de esos valores del evangelio que tanta grandeza dan a nuestra vida.

jueves, 19 de octubre de 2023

Ojalá escuchemos más el evangelio de Jesús y comencemos transformando nuestros corazones para transformar también nuestro mundo, hacen falta profetas

 


Ojalá escuchemos más el evangelio de Jesús y comencemos transformando nuestros corazones para transformar también nuestro mundo, hacen falta profetas

 Romanos 3,21-30ª; Sal 129; Lucas 11,47-54

Parece que no hay un día en que no nos despertemos con alguna noticia desagradable; son tantas las cosas que se van sucediendo por una parte y otra que tenemos incluso el peligro de acostumbrarnos. De algunas guerras parece que ya no nos acordamos, cuando se han sucedido detrás otras calamidades de todo tipo; vuelven a sonar los tambores de la guerra y aunque decimos que estamos sensibilizados todo se nos va en echarnos en cara unos a otros que si unos son los malos, que si los otros unos pobrecitos, según sean las tendencias o simpatías que sintamos por unos y por otros y parece que no queremos hacer en serio mención a los sufrimientos que tantos están padeciendo, sean del lado que sean; nos despertamos con accidentes, con desapariciones, con muertes inexplicables, con violencias de todo tipo. Tenemos miedo de anestesiarnos frente a todas esas calamidades, pero nosotros seguimos nuestra vida, ¿y qué es lo que hacemos? Algunas veces apagamos la televisión para no oír noticias y no enterarnos.

La vida sigue su curso, nos desentendemos y qué cada uno se lo resuelva como pueda. Y cuando oímos alguna voz que se levanta también queremos cerrar nuestros oídos y nos disculpamos diciendo que son los profetas de calamidades de siempre. ¿Podemos, sin embargo, dormir tranquilos? ¿Nos seguiremos dejando manipular por los interesados de siempre? ¿Es posible que nosotros no lancemos también nuestro grito para despertarnos nosotros mismos y para despertar a muchos a nuestro lado? ¿Seguiremos buscando justificaciones? La verdad que algunas veces no sabemos ni qué hacer.

Cuando hoy escuchamos el evangelio quizás nos puedan parecer bien aquellas palabras duras de Jesús para las gentes de su tiempo, diciéndoles de alguna manera que con sus actitudes y sus posturas ellos están siendo responsables también de lo que sus antepasados habían hecho con los profetas. Y lo pensamos y lo justificamos porque decimos que en aquel momento ellos están haciendo lo mismo con el rechazo que están haciendo de Jesús. Les echa en cara, por ejemplo a ‘los maestros de la ley, porque os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido’.

Pero, ¿y no es lo mismo que está sucediendo en nuestro tiempo, lo mismo que nosotros también estamos haciendo? Tendríamos en verdad que sentir que esas palabras de Jesús que hoy escuchamos en el evangelio también van por nosotros, también van por los hombres de nuestro tiempo.

‘Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación’. Lo dijo entonces Jesús para la gente de su tiempo, pero nos lo está diciendo hoy también a nosotros.

Sepamos escuchar lo que Jesús nos dice. Sintamos también esa palabra profética que se pronuncia sobre nosotros. Despertemos de ese letargo y no dejemos que nuestro se nos destruya. Lo estamos destruyendo de mil maneras. ¿Dónde está nuestra conciencia de cristianos? ¿No tendremos que sentirnos todos responsables de nuestro mundo y hacer que las cosas cambien?

Ojalá escuchemos más el evangelio de Jesús y comencemos transformando nuestros corazones para transformar también nuestro mundo. Hacen falta profetas.

miércoles, 18 de octubre de 2023

Que se despierte ese ansia y espíritu misionero para sentir la urgencia del evangelio porque ¡ay de mi si no anuncio el evangelio!

 


Que se despierte ese ansia y espíritu misionero para sentir la urgencia del evangelio porque ¡ay de mi si no anuncio el evangelio!

2Timoteo 4, 10-17b; Sal 144; Lucas 10,1-9

Con frecuencia escuchamos en cualquier reivindicación laboral que se esté haciendo, y no digamos nada cuando se trata de colectivos que tienen que realizar servicios públicos, que el personal no es suficiente, que es mucho el trabajo, que tendría que contratarse más personal para poder atender debidamente aquellos servicios. Nos vemos desbordados trabajando en cualquier empresa por falta de personal y eso hará que en ocasiones las empresas estén abocadas al fracaso si no se hace una conveniente reestructuración del personal o se contratan más trabajadores. O son las tareas de casa que nos desbordan y las madres se sienten agobiadas porque no pueden atender todas las tareas y todo lo que quisieran a la familia; lo solucionamos cuando hay posibilidades contratando a personas que ayuden en esas tareas para que la familia esté debidamente atendida.

Me vienen a la mente estos hechos precisamente escuchando el evangelio que en esta fiesta del evangelista san Lucas se nos propone, pero contemplando la inmensa tarea de la Iglesia en medio del mundo donde no siempre se cuenta con las suficientes personas que realicen esa tarea pastoral. Y pensamos en la escasez de sacerdotes con tan pocas vocaciones que nos garanticen un futuro relevo, pero pensamos también en el poco compromiso que encontramos en nuestras comunidades en personas que realicen esas múltiples tareas pastorales.

Algunas veces en nuestras parroquias y comunidades cristianas parece que nos contentamos con una mínima pastoral de mantenimiento realizando mismamente unas tareas para al menos llegar a los que puedan estar mas cercanos o más interesados; echamos de menos una pastoral misionera, aunque el Papa nos está repitiendo continuamente esa salida de la iglesia de los cristianos para llegar también a las periferias, pero miro a mi alrededor y contemplo a tantos y tantos a los que no llega el anuncio del evangelio, notando además como crece a nuestro alrededor la indiferencia en lo religioso pero también ante los valores cristianos que nos ofrece el evangelio.

Y la Iglesia tiene que ser misionera, los cristianos hemos recibido esa misión de ir por delante anuncio la buena nueva del Reino de Dios a todos. Y cuando estoy hablando de la Iglesia misionera no estoy pensando en ese anuncio del evangelio que también hemos de hacer llegando también a lugares lejanos. Pienso en ese mundo cercano y que nos rodea, es mundo nuestro donde aun conservamos Iglesias y unas mínimas prácticas religiosas en torno a la figura de Jesús, pero donde sabemos que hay un gran desconocimiento de Jesús y del evangelio. Países que nos llamamos cristianos, pero que realmente están descristianizados aunque se hayan conservado algunas prácticas religiosas, pero donde no resplandecen demasiado los valores del evangelio.

Oímos hablar con frecuencia de una nueva evangelización, y algunas veces no terminamos de entender la densidad y el compromiso que eso significa. Pero es una tarea urgente que hay que realizar para que de nuevo el evangelio sea la sal de nuestra tierra y la levadura que nos haga fermentar en una vida cristiana auténtica.

Hoy nos está diciendo Jesús que la mies es abundante y los obreros son pocos; creo que con una mínima sensibilidad somos conscientes de eso. Y Jesús nos pide que roguemos al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies. ¿Estaremos de verdad comprometidos en esa oración tal como nos pide Jesús? No son solo las empresas las que necesitan más trabajadores, como reflexionábamos al principio, sino que es la Iglesia la que necesita más apóstoles y misioneros en medio del mundo.

Hoy estamos celebrando la fiesta del evangelista san Lucas y puede ser un buen toque de atención a nuestras conciencias para que se despierte en nosotros esa ansia y ese espíritu misionero. Estamos en esta semana a las puertas de la Jornada del Domund que celebraremos el próximo domingo. Un motivo más para despertar, un motivo más para sentir esa urgencia del evangelio – como decía san Pablo ‘Ay de mi si no anuncio el evangelio’ -, un motivo más para esa oración al Señor.

Ojalá pudiéramos decir como el apóstol san Pablo, ‘Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones’.

martes, 17 de octubre de 2023

Es Jesús el que nos está invitando a que vayamos a comer con El y con todos los que El sienta en su misma mesa

 


Es Jesús el que nos está invitando a que vayamos a comer con El y con todos los que El sienta en su misma mesa

 Romanos 1,16-25; Sal 18; Lucas 11,37-41

‘Ven a comer a casa’, seguramente nos habrá invitado de forma inesperada alguien alguna vez; quizás quería hablar con nosotros, ofrecernos un signo de amistad y de respeto, fue tras un momento de encuentro inesperado en que se reavivaron viejos recuerdos, muchas y diversas motivaciones para esa invitación, a la que aceptamos gustosos. Ocasión para la reactivación de una vieja amistad, ocasión para un mutuo conocimiento del que nacerá quizás un nuevo aprecio, no queremos ver dobles intenciones ni andar con desconfianzas, aunque siempre hay gente desconfiada queriendo mirar lo que pueda haber detrás de esa invitación.

Bueno, eso fue lo que sucedió en aquel momento, en que después de haber estado Jesús enseñando a la gente aquel fariseo se le acercó para invitarlo a comer a su casa. No solo comía Jesús con publicanos y pecadores, sino que le veremos en distintas ocasiones comiendo en casa de fariseos o de gentes principales de la ciudad.

Jesús conocía muy bien los protocolos que se gastaban los fariseos a la hora de las comidas – aunque algunas veces los veamos a empujones queriendo escoger los mejores puestos alrededor de la mesa a la hora de la comida – sobre todo en referencia a las purificaciones y lavados de manos antes de sentarse a la mesa. Pero vemos que Jesús ahora se los salta, aunque sabía bien que los comensales andaban al acecho. ‘El fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer’, nos comenta el evangelista.

Jesús era consciente de ello, aprovecha la oportunidad para dejarnos su mensaje. ¿Qué es lo verdaderamente importante? ¿Dónde podemos encontrar lo que nos llena de impureza y de pecado? ¿Simplemente en dejar de lavarse las manos antes de comer? Ya será un mensaje que nos repite el evangelio en distintas ocasiones. ‘Limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad…’ ¿No os importa estar peleándoos por los puestos de honor en la mesa, con lo que eso entraña de violencia y mala convivencia, y andáis preocupados por lavaros las manos? Muy brillante la copa y el plato por fuera, pero dentro la malicia del corazón.

¿De qué en verdad tenemos que preocuparnos? De aquello que va a llenar de maldad la vida, de aquellas actitudes y posturas con las que vamos rompiendo la convivencia con los demás, de lo que nos impide tener paz dentro de nosotros para que podamos tener paz también con los demás, de ese egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y de esos orgullos que nos aíslan y que nos separan, o de esas sospechas y malas intenciones con que discriminamos a los que están a nuestro lado, de esa vanidad que crea una falsa aureola a nuestro alrededor y que nos impide acercarnos con sencillez a los demás o que pone barreras para que los otros puedan acercarse a nosotros. Son las cosas que en verdad hacen impuro nuestro corazón.

De eso es de lo que tenemos que lavarnos, de lo que tenemos que purificarnos. Para podernos sentar a la misma mesa lo que necesitamos esta apertura y esa pureza del corazón para que se logre lo que un banquete tiene que en verdad significar. Sentarnos a la mesa, no es solo comer unos alimentos, sino entrar en comunión con los demás, con los que están sentados al lado nuestro. Qué mal lo pasaríamos sentados en una misma mesa si no queremos conocernos y entrar en comunión los unos con los otros.

Qué triste es que se vea una aislado y solo cuando está sentado a la misma mesa con otras personas. Es lo que muchas veces estamos reflejando en la vida. Y cuidado que cuando nos sentamos a la mesa del Señor, en la Eucaristía, permitamos que haya personas que están solas, personas que no se sienten a gusto en aquel momento porque no han entrado en comunión con aquellos que están celebrando la misma Eucaristía.

¿Nos estará invitando Jesús a que vayamos a comer con El? ¿Cuáles serían las verdaderas actitudes para aceptar esa invitación del Señor?


lunes, 16 de octubre de 2023

Sepamos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino y no nos sigamos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio

 


Sepamos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino y no nos sigamos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio

Romanos 1,1-7; Sal 97; Lucas 11,29-32

Creemos hacer las cosas bien, pero las cosas  no nos salen; nos sucede muchas veces; y tenemos la tentación del desaliento, del desánimo, nos sentimos cansados en nuestras luchas, no sabemos que hacer. Nos pasa en muchos aspectos de la vida; serán los negocios, los trabajos que emprendemos, nos sucede en la vida familiar que no es todo lo brillante que uno quisiera, nos pasa con los hijos por los que nos hemos dado y gastado sin saber más que hacer, pero ahora nos salen por otros derroteros tan lejos de los sueños que teníamos sobre ellos, nos sucede en nuestra vida personal en la que queremos superarnos cada día más, pero vienen los mismos tropiezos de siempre, no logramos la serenidad que querríamos para nuestra vida. No siempre es así, pero con frecuencia nos sucede. ¿Cómo reaccionamos? Somos humanos y vienen los cansancios; somos humanos y no siempre tenemos la madurez suficiente para afrontar todos esos problemas.

¿Por qué me digo esto? ¿Por qué me hago esta reflexión de entrada? En una primera lectura del texto del evangelio que hoy se nos ofrece, parece que Jesús está al borde de verse en situaciones así. Claro que su anuncio de Buena Nueva es una oferta de salvación a la que el hombre puede responder o no; y Dios siempre respeta la libertad del corazón del hombre, aunque vayamos errados, porque es un don que nos regaló, la libertad.

Veremos a Jesús en distintos momentos del evangelio en que se enfrenta, por así decirlo, a esa realidad. Un día le escuchamos hablar de Corozaín, Betsaida y el mismo Cafarnaún que no daban respuesta al evangelio de Jesús; más tarde le veremos llorar desde las colinas donde contempla la ciudad de Jerusalén, porque ha querido ser como la gallina que acoge bajo sus alas a sus polluelos, pero Jesuralem no se ha convertido; ahora se queja Jesús porque no hacen sino pedir signos y milagros y a pesar de tenerlos ante sus ojos no saben leer lo que esos milagros significan y no serán capaces de ver la acción de Dios con su salvación.

Como les dice el signo que se les dará será el signo de Jonás. Aquel profeta que en principio quiso rechazar la misión que Dios le confiaba de predicar la conversión en la ciudad de Nimbe y quiso huir por mares que le alejaran, pero se vio incluso tragado por un cetáceo que a los tres días lo devolvió sano y salvo para que al final él mismo se convirtiera y realizara la misión que Dios le había confiado. Y los ninivitas creyeron en la Palabra y el signo de Jonás, pero ahora aquella generación no quiere ver las señales de Dios para escuchar su Palabra.

Será también un signo el que la reina del Sur viniera de lejos para escuchar la sabiduría de Salomón, pero ahora tienen en medio de ellos alguien que es más que Salomón y sin embargo no quieren escucharle.

Pero y eso ¿qué nos dice a nosotros hoy? ¿Sabremos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino o nos seguiremos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio?

Buscamos sabidurías por todas partes, nos vamos tras cualquier cosa que nos resulte novedosa porque nos puede venir de sitios extraños o lejanos, nos dejamos encantar por filosofías o por espiritualidades que nos puedan resultar novedosas, pero no somos capaces de ir a las páginas del evangelio que hemos tenido siempre delante de nuestros ojos para saborear esa sabiduría de Dios que allí se nos ofrece. Hablamos de espiritualidades que nos dicen que nos elevan nuestra mente y nos dan nuevas visiones, y descartamos dejarnos conducir por el Espíritu de Dios al que podemos sentir en lo hondo del corazón y de verdad nos llevará por caminos de plenitud.

Busquemos la sabiduría de Dios, dejémonos inundar de su Espíritu, empapémonos del espíritu del evangelio.

domingo, 15 de octubre de 2023

Demos alguna muestra de que escuchamos la llamada del Señor y no desairemos el amor que Dios nos tiene, vistamos el traje de fiesta del Reino de Dios


 

Demos alguna muestra de que escuchamos la llamada del Señor y no desairemos el amor que Dios nos tiene, vistamos el traje de fiesta del Reino de Dios

Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Filipenses 4, 12-14. 19-20; Mateo 22, 1-14

¿Habremos tenido alguna vez la experiencia de un desaire ante algo que habíamos preparado con mucho cariño y entusiasmo pero cuando lo ofrecimos a quien tanto apreciábamos – muestra de ello el esfuerzo que habíamos realizado en prepararlo – nos lo rechazaron, no lo quisieran aceptar, nos dejaron plantados, como suele decirse? En momentos así habrá que tener mucha fortaleza interior para no reaccionar de forma desagradable y hasta violenta contra quienes así nos hicieron tal desaire.

Sentimos quizás el impulso de desbaratar todo aquello que habíamos preparado y seguro que nos prometemos que eso no nos volverá a pasar con esas personas. Mucho sería ya que en un momento de lucidez y serenidad decidiéramos compartirlo con otras personas que sí lo merecieran más o acaso volver a intentarlo olvidando lo pasado. Cuidado no seamos nosotros los que en muchos aspectos realicemos esos desaires.

¿Se sentiría así aquel rey de la parábola que con tanto esmero había preparado el banquete de la boda de su hijo y que había llamado a todos sus amigos o personas cercanas para que participaran en la fiesta y al final no quisieron ir? Por ahí andan los tiros de la parábola que además Jesús nos la propone como imagen del banquete del Reino de los cielos al que todos estamos invitados. 

Es lo que había venido haciendo Jesús desde que comenzó haciendo el anuncio de la llegada del Reino de Dios. Y nos estaba ofreciendo las mejores imágenes para que comprendiéramos el sentido del Reino de Dios, pero parece que no querían entender. El sentido de una fiesta, de un banquete de bodas, como expresión de alegría pero también de una nueva comunión entre todos y hermandad. ¿No es así como se sienten los que participan de una misma fiesta, de un mismo banquete? Es la alegría del encuentro y del compartir, es la armonía de la convivencia y la felicidad de estar todos juntos compartiendo, es el sentirse hermanados porque parece que tenemos un mismo sentir. ¿No es eso a lo que nos invita Jesús?

Y Jesús nos sigue mandando sus enviados para recordarnos una y otra vez que la fiesta está preparada. Que es necesario que nosotros participemos, que entremos en esa nueva honda de la vida, pero seguimos con lo nuestro, tenemos mejores cosas que hacer, o eso pensamos, y seguimos con nuestras cosas, con nuestras rutinas, con nuestros apegos, con nuestros intereses egoístas, con nuestros sueños de fantasía y con nuestras ambiciones con las que quizás pensamos que podemos manipular a los demás.

La parábola nos está hablando del hoy de nuestra vida y de nuestro mundo. ¿Qué hemos hecho de ese banquete? ¿Qué es lo que estamos haciendo con nuestro mundo que lo seguimos rompiendo con nuestra manera de actuar, violenta, egoísta, donde vamos a la revancha y a la venganza, donde nos quedamos envueltos en tantas vanidades?

Veinte siglos sigue resonando el mensaje de Jesús invitándonos a algo nuevo y nuestro mundo no termina de escuchar y entrar en ese nuevo banquete. Miremos lo que sigue pasando a nuestro alrededor, miserias, hambre, violencias, guerras, no terminamos de encontrar la paz, porque nos falta también en nuestros corazones y no queremos buscarla donde sabemos que la podemos encontrar.

Y Dios nos sigue llamando, a todos, cualquiera que sea la condición, sean buenos o sean malos, porque la sala del banquete de ha de llenarse. Fueron los criados a las encrucijadas de los caminos y los trajeron a todos. En ese todos estoy yo y estamos nosotros, que tampoco es que seamos tan buenos, pero Dios nos sigue amando y nos sigue llamando. Demos alguna muestra de que escuchamos esa llamada del Señor. No desairemos el amor que Dios nos tiene. Solo necesitamos el traje de fiesta; no es un traje de lujo o de ropajes extraordinarios; es un traje que hemos de vestir desde dentro queriendo entrar en esa nueva sintonía que el Señor nos está ofreciendo. Busquemos esas nuevas actitudes, esos nuevos valores de los que tenemos que comenzar a revestirnos.

Leamos y releamos una y otra vez el evangelio para encontrar el sentido de ese traje de fiesta que nos pide el Señor. Mira tu propia vida y mira de qué es lo primero que tendrías que revestirte para estar a tono en ese banquete de vida que nos ofrece el Señor. Seguro que cada uno lo descubrimos en nuestro interior.