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sábado, 17 de octubre de 2020

Lo menos que se nos pide es que seamos leales y sepamos dar la cara por nuestra fe confesándonos cristianos con nuestras palabras y nuestras obras aún en los momentos más difíciles

 


Lo menos que se nos pide es que seamos leales y sepamos dar la cara por nuestra fe confesándonos cristianos con nuestras palabras y nuestras obras aún en los momentos más difíciles

Efesios 1, 15-23; Sal 8; Lucas 12, 8-12

Lo menos que se nos pide es que seamos leales. Una hermosa virtud que entraña fidelidad, que se hace correspondencia, que impide el abandono, que nos impulsa a la cercanía, que nos hace sintonizar para andar en la misma honda, que encierra también respeto, que en el fondo nace del amor. Es la lealtad que tenemos con los amigos que hace que ellos confíen plenamente en nosotros, a los que apoyamos sin buscar otros intereses, a los que guardamos un secreto, que nos hace estar unidos para siempre en una hermosa amistad. Indica también una madurez por nuestra parte porque sabemos mantenernos fieles a pesar de todos los contratiempos, y ningún viento nos va a arrastrar para otro lado como si fuéramos una veleta. Entraña sacrificio porque somos capaces de darlo todo por el amigo sin buscar especiales recompensas o ganancias sino porque sentimos el gozo de la amistad y por ello estamos dispuestos a todo. Muchas cosas hermosas podemos decir de la lealtad.

¿Será esa la lealtad con que vivimos nuestra fe en Jesús? ¿Seremos capaces de dar la cara así de esa manera leal por el Jesús en quien creemos? Cuidado que la fe no es una capa o un vestido de quita y pon. Pero hay el peligro de que en eso lo convirtamos. Por eso  hoy Jesús nos está pidiendo esa fidelidad hasta el final. ‘Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios’. Es fuerte lo que nos está diciendo Jesús.

No siempre es fácil quizás en este mundo en que vivimos con tantas variables en que nos vemos envueltos. Y digo en tantas variables por decirlo de alguna manera porque en muchos aspectos de la vida la gente solo va a sus intereses y se cambia de chaqueta o se arrima al sol que más caliente según sean los intereses del momento. Es fuerte el influjo que recibimos del ambiente en que vivimos. Cuesta mantenerse firme a unos principios o a unos valores, sobre todo cuando vivimos en la superficialidad del momento. Disfruta y pásalo bien son frases que escuchamos con frecuencia que la vida son cuatro días, lo que indica la superficialidad con que vivimos la vida. Con esa superficialidad no se piensa en valores si acaso no son los de nuestras ganancias materiales o de las sensualidad con que vivimos la vida.

Porque cuando estamos hablando de la lealtad con que hemos de vivir nuestra fe no es solo porque nos sepamos un credo que seamos capaces de recitarlo, sino cuando hacemos que esos valores que nos enseña el evangelio los vamos plantando en nuestra vida y los queremos vivir en todo momento y son la fuerza y la luz para cada una de las circunstancias de la vida. Y decir que creemos en Jesús y optamos por el camino del evangelio del Reino de Dios que El nos anuncia y propone es llevar todo eso con radicalidad a cada momento de nuestra vida. No vamos haciéndonos rebajas, no vamos haciendo paréntesis, no vamos escogiendo aquellas cosas que si haré pero dejando a un lado otros que me pueden complicar más.

Claro que Jesús nos dice que nunca estaremos solos; que podrán venir momentos difíciles donde tengamos que dar la cara de manera especial y allí estará con nosotros el Espíritu del Señor que pone fuerza en el corazón y que pondrá también palabras en nuestros labios para saber responder con sabiduría en esos momentos. La lealtad con que vamos a vivir nuestra fe no será algo que hagamos por nosotros mismos y con nuestras fuerzas sino que el Espíritu nos dará esa fuerza para ser en todo momento sus testigos.

Nos recuerda que Jesús que podremos quizá muchas veces ser débiles y tendremos nuestras flaquezas, pero que siempre está el perdón para nosotros. De quien no podemos dudar es de la fuerza del Espíritu porque entonces sí que nos veremos perdidos para siempre.

viernes, 16 de octubre de 2020

Miedos, temores, inseguridades pero no es solo que perdamos la vida sino que caigamos por la pendiente resbaladiza de la inmoralidad y la irresponsabilidad


 
Miedos, temores, inseguridades pero no es solo que perdamos la vida sino que caigamos por la pendiente resbaladiza de la inmoralidad y la irresponsabilidad

Efesios 1, 11-14; Sal 32; Lucas 12, 1-7

Quizás estamos volviendo de nuevo a épocas de inseguridades y de miedos; ya sabemos como hay lugares donde es un tema muy grave y la gente tiene miedo; la situación social que se vive les lleva a esa inseguridad y muchos incluso temen por su vida. En otros tiempos quizá teníamos miedo a los asaltos en los caminos o en la noche donde tantos perdían no solo sus bienes sino también la vida. No será de la misma manera o circunstancias pero volvemos a llenarnos de miedo cuando salimos de nuestros lugares habituales.

Cuando escuchamos noticias de robos y violencias de todo tipo comenzamos a temer por la seguridad de la vida y nos llenamos de desconfianza ante todo lo que nos pueda parecer sospechoso. Decimos que vivimos en un mundo en paz, pero no siempre es así y de nuevo aparece la agresividad en el trato, en las relaciones humanas o en cualquier tipo de desencuentro que tengamos con los demás donde las reacciones fácilmente las llenamos de violencias. ¿Habremos progresado de verdad en humanidad de la misma manera y con la misma intensidad como vemos el progreso en otros campos?

Comento estas cosas a raíz de lo que escuchamos hoy en el evangelio. Repetidamente Jesús nos dice que no tengamos miedo. Y habla de los miedos a los que nos puedan quitar la vida. Pero Jesús quiere decirnos algo más y quizá tendríamos que pensar en otros miedos que podemos o no podemos tener por esas desconfianzas que se nos meten en el alma que nos hacen ir por la vida temerosos. Si hablamos antes de la situación social que nos llena de inseguridades, la inseguridad no está solo en perder o no perder la vida o lo que tenemos porque la inseguridad la podemos tener ante un futuro incierto en medio de las sombras que muchas veces nos envuelven donde parece que no tenemos salida.

En la vida llevamos muchos temores en el corazón ante lo que nos puede suceder a nosotros o a aquellos a los que amamos, pero también pensamos en otros peligros de tantas cosas que nos acechan y nos cercan, nos llenan de confusiones y nos pueden hacer perder la estabilidad de unos principios morales y al final caemos en la trampa y la pendiente de tanta corrupción como contemplamos en la sociedad. No queremos, pero algunas veces las ofertas que recibimos del mundo son tentadoras y nos hacen caer en sus redes; vemos a tantos que quisieron ir construyendo su vida desde la rectitud de unos principios y valores, pero que de la noche a la mañana cambian y ya no les importa entrar en esa espiral ambiciosa de la que tan difícil es salir. ‘Los negocios son los negocios’, dicen algunos para olvidar unos principios y valores de ética y justicia social. ¿No será un temor que también nos aceche de alguna manera?

Cuando andamos envueltos en un ambiente de irresponsabilidad, donde la gente va a salir del paso como pueda y no le importa la seriedad de sus trabajos sino unas ganancias que pueda obtener si es posible con el menor esfuerzo, podemos estar tentados también a esa dejadez, a ese abandono de responsabilidades, a esa poca seriedad en los compromisos y caer por esa resbaladiza pendiente de hacer como todos hacen.

Ese mundo tan sensual que nos rodea donde parece que la diversión y el placer es lo primordial es algo que a todos nos puede contagiar. No es que no tengamos que ser felices y disfrutar de las cosas buenas que la vida nos ofrece, pero para algunos parece que es la única motivación, el único pensamiento y no se sabe afrontar lo que pueda ser sacrificio diciéndonos incluso no en un momento determinado en búsqueda de valores más espirituales que nos llenen de verdad interiormente y no nos dejen ese sabor a vacío que muchas veces nos dejan esos placeres cuando los convertimos en único objetivo de nuestras vidas.

Nos decía Jesús que no temiéramos a los que nos pudieran matar el cuerpo, sino a quienes pudieran destruirnos en lo más profundo de nosotros mismos cuando nos destruyen nos valores, nos cautivan en esas redes de injusticia e irresponsabilidad o nos quieren envolver en esa sensualidad que termina por no ser verdaderamente humana. Hemos mencionado algunas cosas pero ahí podemos pensar en tantas cosas que nos tientan en la vida, que destruyen nuestros valores, que nos hacen olvidar nuestros principios, que terminan por embrutecernos porque nos van restando incluso en nuestra dignidad humana. ‘Cuidado con la levadura de los fariseos…’ les decía Jesús a los discípulos. Cuidado con esa levadura del mal que nos hace caer por pendientes resbaladizas, tendríamos que decir.

Algo más que aquellos miedos de los que hablábamos al principio por los peligros a perder la vida o los bienes con aquellas inseguridades que mencionábamos. Esas cosas si hemos de temerlas, pero el temor no se puede convertir en angustia y en obsesión, porque sabemos quien está a nuestro lado, quien es nuestra fuerza y nuestra vida, quien eleva nuestro espíritu y nos llena de algo verdaderamente grande, noble y espiritual. 

jueves, 15 de octubre de 2020

Sepamos detenernos, hacer silencio, hacer vacío en nuestro interior para buscar donde encontrar esa paz que necesitamos, entonces podremos comenzar a escuchar y a sentir a Dios

 


Sepamos detenernos, hacer silencio, hacer vacío en nuestro interior para buscar donde encontrar esa paz que necesitamos, entonces podremos comenzar a escuchar y a sentir a Dios

Eclesiástico 15, 1-6; Sal 88;  Mateo 11, 25-30

La vida es una buena maestra de la vida; y aunque nos parezca un círculo cerrado sin embargo creo que todos nos damos cuenta como en la vida misma hemos ido aprendiendo a vivir. Quizás hayamos tenido que pasar por experiencias fuertes que nos han enseñado a descubrir lo que es verdaderamente importante de la vida; claro que no siempre somos buenos alumnos o discípulos que queramos aprender y quizás muchas cosas no nos sirvan de nada, pero depende de nosotros.

Los golpes que recibimos en la vida nos hacen bajar los humos y cuando nos creíamos prepotentes, capaces de todo, llenos de poder o incluso nos creíamos llenos de sabiduría hubo quizá un acontecimiento que nos marcó, una enfermedad que nos hizo comprender lo débiles que somos y lo caducas que se pueden convertir las cosas que habíamos consideramos tan esenciales, hubo una prueba grande en la vida que quizás nos desestabilizó y nos ayudó a buscar otros sentidos de lo que realmente estábamos haciendo que nos dimos cuenta que de nada nos servía ni nada nos llenaba porque había un vacío muy grande en el interior.

La vida nos enseña si somos capaces de pararnos a reflexionar, a analizar, a buscar verdaderamente el por qué de las cosas o si llegamos a descubrir donde está nuestra verdadera grandeza. Ojalá fuéramos buenos discípulos y aprendiéramos.

Me estoy haciendo estas reflexiones, por una parte con la luz de la Palabra de Dios que hoy se nos propone en la liturgia y por otra parte teniendo en cuenta la fiesta de santa Teresa de Jesús que hoy celebramos.

Teresa era una mujer fuerte que buscaba a Dios y lo hacía con toda la intensidad también de su carácter fuerte. Por eso entró en el Carmelo, las monjas contemplativas del convento de la Encarnación en Ávila. En principio según el estilo de la época en que incluso quienes pudiesen provenir de familias pudientes tenían hasta su servicio especial dentro del convento. Así pasó muchos años pero pronto su vida se vio llena de muchas turbaciones que hasta en cierto modo le hicieron poner en peligro su fe.

Enfermedades por una parte, que incluso en momentos la tuvieron alejada del convento, mucha turbación de su espíritu que buscaba y buscaba pero siempre estaba llena de dudas y de turbulencias en su propia fe hasta que pudo ir saliendo de todo aquello que la ponía a prueba pero que haciéndole bajar sus humos en un camino de humildad comenzó a encontrar el camino de ascesis y perfección que le llevaría a las más altas cotas de la mística. Cuando se vació de sí misma se pudo llenar de Dios. Y qué gran obra realizó a partir de ese momento con la reforma del Carmelo.

Es lo que hoy escuchamos en el evangelio. El Dios que se revela a los pequeños y a los humildes. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños’. Jesús da gracias al Padre enseñándonos así que cuando entramos en ese camino de humildad entraremos en el camino del encuentro con Dios. Pero nos cuesta recorrer ese camino; es el gran obstáculo para la fe, un corazón engreído, porque un corazón engreído nunca se dejará enseñar. Y hoy vamos por la vida de autosuficientes con esos conocimientos que decimos que tenemos, con esas ciencias que habremos adquirido. Y nos olvidamos que si capacidad tenemos para el conocimiento y para la ciencia es porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Pero eso lo hemos querido cambiar.

Necesitamos aprender de la vida, como decíamos al principio de nuestra reflexión. Si fuéramos capaces de mirar con más atención cuánto nos va sucediendo en la vida seguro que entraríamos por otros caminos. Pero la soberbia que tantas veces se nos mete dentro de nosotros nos impide aprender las lecciones que la misma vida nos esta ofreciendo. Tenemos como referencia a Jesús, mirémosle a El y aprendamos de El, asemejémonos a él en la mansedumbre y en la humildad de nuestro corazón. Porque a la larga vivimos atormentados en medio de nuestras carreras y nuestras luchas y no somos capaces de encontrar esa paz para nuestro espíritu.

Sepamos detenernos, hacer silencio, hacer vacío en nuestro interior para buscar donde encontrar esa verdadera paz que necesitamos. Cuando estemos en ese vacío y en ese silencio podremos comenzar a escuchar y a sentir a Dios, podremos descubrir que es lo que de verdad tiene que llenarnos interiormente y que nos dará esa verdadera paz y esa fuerza que tanto necesitamos.

Jesús nos dice hoy: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas’.

miércoles, 14 de octubre de 2020

La vida del seguimiento de Jesús no son unas recetas o unas normas de mínimos que cumplir sino un camino de amor siempre creativo con la libertad del Espíritu

 


La vida del seguimiento de Jesús no son unas recetas o unas normas de mínimos que cumplir sino un camino de amor siempre creativo con la libertad del Espíritu

Gálatas 5, 18-25; Sal 1; Lucas 11, 42-46

‘Me tienes que dar la receta’, habremos escuchado o dicho más de una vez cuando la anfitriona de la casa nos ha ofrecido una comida exquisita que ella misma ha elaborado. Que nos digan como se hace, que nos digan sus ingredientes, que nos digan los pasos que tenemos que dar y nos dirán que si lo hacemos con toda fidelidad nos saldrá a nosotros igualmente bien.

Pero no andamos por caminos culinarios sino con ello quiero expresar un poco o un mucho de lo que hacemos en la vida. ¿Qué tenemos que hacer? y queremos, sí, los detalles de lo que hemos de hacer, o mejor dicho esas cosas mínimas o indispensables para quedarnos contentos. Son actitudes y posturas que fácilmente tenemos en la vida, en que queremos lograr cosas, pero tampoco queremos complicarnos la vida demasiado y es algo así como los mínimos ‘papeles’ que necesitamos para conseguir que nos arreglen determinadas cosas o con las que queremos salir airosos en la vida sin muchas complicaciones.

Pero eso afecta a lo que puedan ser nuestros principios o postulados éticos, y como andamos en los negocios sobre el filo de una navaja para no saltarnos la ley, pero para evitar lo que nos pueda exigir demasiado. Y esto afecta a lo que es nuestra vida cristiana. Cuántas veces en nuestras prácticas religiosas estamos a ver con cuántas avemarías o padrenuestros resolvemos toda nuestra religiosidad.

Y de ahí van surgiendo tradiciones, y normas, y preceptos y reglamentos con los que llenamos la vida, pero que al mismo tiempo la vamos encorsetando y no dejamos que la fuerza del Espíritu actúe en nosotros y caminemos con el espíritu de libertad de los hijos de Dios que se guían por los caminos del amor. Y esto nos sucede hoy y ha sucedido siempre; y esto ha provocada muchas veces la frialdad con que vivimos nuestra vida cristiana y el poco compromiso al que queremos llegar; así aparecen las superficialidades y las apariencias cuando queremos dar la impresión de algo, pero en el fondo quizá no tenemos nada.

Hoy Jesús se lo echa en cara a los fariseos de los que dice que andan muy preocupados por pagar ‘el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras, les dice, pasáis por alto el derecho y el amor de Dios’. Les echa en cara que solo busquen apariencias y honores externos buscando puestos de honor y recibir los saludos de todos en las plazas. Pero al final, ¿qué queda? Como un sepulcro sin lápida que nadie sabe quien está allí enterrado serán olvidados de todos y hasta pisoteados.

Jesús quiere prevenir a los que quieran seguirle. Bien sabemos que muchos cuando se decidían a seguirle también andaban buscando de alguna manera esa ley de mínimos. ‘¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ era una pregunta que se repetía, era una actitud que podía estar en lo profundo de los que querían seguirle, por eso Jesús les habla de las exigencias de su seguimiento y que seguirle a El no es ir en búsqueda de esos honores y esos aplausos.

Jesús quiere prevenirnos hoy también a nosotros porque algunas veces podríamos pensar que porque somos cristianos y seguimos a Jesús a nosotros siempre tienen que salirnos las cosas fáciles, nosotros no vamos a tener problemas y dificultades. No es eso lo que nos garantiza Jesús aunque nos dirá que alcanzaremos la vida eterna. Pero nos habla de las exigencias que tiene que haber en nuestra vida en que tenemos que saber también tomar el camino de la cruz, pero nos habla de un sentido nuevo de vivir donde ni buscaremos puestos de honor ni grandezas humanas. Entre nosotros no cabe el estilo del mundo lleno de vanidades y de pedestales; nuestro estilo ha de ser siempre el del servicio y el del amor. Por eso nos dirá que tenemos que aprender a hacernos los últimos y los servidores de todos.

La vida cristiana no son unas recetas donde todo está bien especificado ni unas normas de mínimos que nos contentamos con cumplir. Es un camino de amor, es un camino abierto, es un camino lleno de creatividad como siempre lo es el amor y donde siempre surgirá la iniciativa nueva de cómo mejor servir al prójimo.

martes, 13 de octubre de 2020

No perdamos la riqueza de la espontaneidad y de la creatividad de un corazón lleno de amor que le da riqueza la vida por sujetarnos a unas normas o protocolos


 

No perdamos la riqueza de la espontaneidad y de la creatividad de un corazón lleno de amor que le da riqueza la vida por sujetarnos a unas normas o protocolos

Gálatas 5, 1-6; Sal 118; Lucas 11, 37-41

Cuando todo lo reducimos a unas normas parece como si le quitáramos la riqueza de la espontaneidad, de la creatividad y de la iniciativa que nace de un corazón lleno de amor que por eso mismo podríamos decir que se vuelve atrevido para crearse esos nuevos gestos de amor que tanta riqueza le dan a la vida. Reducirnos a unas normas es caer en el peligro y la tentación de la rutina, de hacer las cosas sin alma, de quedarnos en el mero cumplimiento y cuando hacemos las cosas simplemente porque hay que cumplir parece que poco amor ponemos en ellas.

Para todo queremos normas y nos llenamos de leyes, de preceptos, de reglamentos, de protocolos, como ahora se dice, donde nos están señalando lo que en todo momento tenemos que hacer y parece que fuera de ahí ya no podemos hacer nada, no caben nuevas iniciativas o no cabe esa expresión espontánea del amor que siempre será creativo. Y esto lo tenemos en todos los aspectos de la vida. No hay lugar a donde vayamos donde no se pregunten por las normas, donde no busquemos los protocolos de actuación, y de donde no podemos salirnos ni un ápice porque parecería que ya no tiene validez lo que hagamos. Una pregunta sin mala intención ¿nos estaremos llenando también de esas normas y protocolos en la vida de la Iglesia?

Lo tremendo sería que lo que son simples pautas las convirtamos en cosas esenciales y lo que tendrían que ser pautas que nos guíen en la actuación y nos abran a la creatividad lo convirtamos en un corsé que nos aprieta por todas partes dándole más valor a esas cosas que a la persona, y a lo que es la verdadera ley del Señor. No sé si siempre los protocolos que nos creamos en nuestra vida cristiana y hasta en la Iglesia tienen todo el sabor del evangelio que tendrían que tener o algunas veces esas cosas las hacemos para contentar a las exigencias que nos provengan del exterior y estemos actuando a la manera del mundo. Son preguntas que me hago, con lo que quiero reflexionar y que seamos capaces todos de reflexionar con libertad de Espíritu, como mismo hoy nos enseña san Pablo en su carta que se nos ofrece en la liturgia.

Es lo que por otra parte estamos contemplando en el evangelio y vemos la respuesta que Jesús da a aquellas situaciones que se vivían. Lo que habían sido unas normas y preceptos higiénicos se habían convertido en tan ley de Dios que parecía que eso era lo verdaderamente importante. El tema aparece con el conflicto de lavarse o no lavarse las manos antes de comer. Por higiene lo hacemos, porque no sabemos bien lo limpio que está lo que antes hemos cogido con las manos y podríamos estar tragándonos una infección o una enfermedad. Pero de ahí a convertirlo en tema de impureza legal y quien lo cumpliera o no sería un buen judío fiel a la ley del Señor va una distancia grande.


Comprendemos que aquel pueblo había sido un pueblo errante, trashumante con sus ganados de un sitio para otro, en lugares inhóspitos y hasta desérticos con no mucha agua para la limpieza, justo que se recomendara esa higiene para evitar enfermedades y epidemias. Ahora en la situación que estamos viviendo en el mundo actual con las epidemias y pandemias una de las recomendaciones que se nos hacen como una exigencia importante es el lavarnos las manos y así tenemos 'geles' por todas partes a mano.

Jesús nos viene a decir que nos limpiemos por dentro que es donde está la maldad del hombre, en el corazón. Por eso los llama hipócritas porque se quedan en la apariencia de una pureza interior mientras en el interior ocultan la podredumbre de la maldad.  Pero hay algo más que nos puede pasar desapercibido en el comentario a este texto del evangelio.

Nos dice Jesús: ‘Con todo, dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo’. De aquello bueno que llevamos en nuestro interior compartamos con los demás, viene a decirnos. Pero nos recuerda también algo escuchado con anterioridad y es que la limosna nos purifica de nuestros pecados. Cuando somos capaces de desprendernos de lo que tenemos porque queremos compartirlo con los demás, y en especial con los necesitados, estamos sacando a flote nuestra generosidad y nuestro amor que nos lleva incluso al sacrificio de negarnos para nosotros mismos aquello que tenemos y eso es en verdad agradable a los ojos del Señor.

lunes, 12 de octubre de 2020

María en el signo de su Pilar nos ayuda a alcanzar la fortaleza de la fe, a mantener el vigor de la esperanza y con ella aprendemos a mantener para siempre la unidad en el amor

 


María en el signo de su Pilar nos ayuda a alcanzar la fortaleza de la fe, a mantener el vigor de la esperanza y con ella aprendemos a mantener para siempre la unidad en el amor

Hechos, 1, 12-14; Sal 26; Lucas, 11, 27-28

‘Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’, fue el grito de aquella mujer anónima entre la multitud. No menciona el nombre de María, pero está hablando de la madre, la madre que lo llevó en su seno. Y es el grito de una mujer, ¿quién mejor que una mujer puede entender lo que es el amor de madre y lo que la madre deja reflejado en el hijo?

No se inicia aquí la cadena de alabanzas a María que a través de todos los tiempos todos los creyentes hemos proclamado en su honor; y digo no comienza aquí porque ya antes, Isabel, cuando la visitó María allá en su casa de la montaña, había proclamado otra bienaventuranza en honor de María. ‘Dichosa tú que has creído’, proclama entonces Isabel ‘porque todo lo que se te ha anunciado se cumplirá’.

Será María misma la que en su cántico de fe y de amor que proclamó allí en la montaña, precisamente en la casa de Isabel, la que anunciará proféticamente que todas las generaciones cantarían cánticos en su honor. ‘Me felicitarán todas las generaciones’, diría entonces María. Y es lo que ha venido haciéndose a través de todos los tiempos. Es el amor de aquellos que la recibieron como madre al pie de la cruz los que en cualquier tiempo y en cualquier lugar querrán decir las cosas más hermosas de la madre, las cosas más hermosas de María.

Hoy estamos celebrando precisamente una de esas fiestas de María con que el pueblo cristiano quiere honrarla. Fundamentada en una tradición que puede tener valores históricos o no – eso no es lo que ahora importa – nos recuerda la presencia de María junto a nuestro pueblo creyente, y en este caso nuestro pueblo español. Habla la tradición de la presencia del apóstol Santiago en nuestras hispanas para anunciar el evangelio y nos señala ese lugar junto al Ebro donde María se hizo presente junto al apóstol para alentarle en su tarea evangelizadora. Lo que importa ahora más allá del valor histórico de esa tradición es precisamente lo que la historia no ha ido mostrando, cómo Maria siempre ha estado a nuestro lado en la tarea del anuncio y de la vivencia del evangelio de su Hijo.

En los textos que se nos ofrecen hoy en la liturgia de este día se habla de la presencia de María junto al grupo de los discípulos que en oración en el Cenáculo esperaban el cumplimiento de la promesa de Jesús de que les enviaría el Espíritu Santo. Pues María sigue estando junto a la Iglesia orante, junto a la Iglesia que camina, junto a la Iglesia que sale al mundo a proclamar el evangelio, junto con la Iglesia que se recoge también en oración para mejor escuchar al Señor, para mejor escuchar su Palabra.

Es lo que tenemos que ver en la figura de María tan presente en la vida de la Iglesia. No es simplemente el talismán milagroso que nos va a librar de los peligros y del mal, sino que es la madre que acompaña y camina con sus hijos, que nos estará repitiendo continuamente ‘haced lo que El os diga’ para que nos impregnemos de su Palabra, para que la plantemos en nuestro corazón. Lo que hoy Jesús nos está diciendo como aparente réplica a las alabanzas de aquella mujer anónima es que si somos capaces de plantar como María la Palabra de Dios en nuestro corazón entonces seremos felices y dichosos, para nosotros será la bienaventuranza, seremos en verdad como la verdadera familia de Jesús, como en otro momento nos ha dicho ‘estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la plantan en su corazón’.

Hoy celebramos a la Virgen en esta advocación tan querida en España que así la tiene como su patrona aunque luego en cada lugar la llamemos con nuestro nombre particular, con nuestra advocación particular. Pero es hermosa toda la simbología de esta imagen del Pilar, porque ella nos ayuda a alcanzar esa fortaleza de nuestra fe, a mantener el vigor de nuestra esperanza porque en ella nos apoyamos, en su pilar, como ese bastón también para nuestro caminar, y así como los hijos se reúnen en torno a la madre aprendemos con ella a mantener para siempre esa unidad en el amor. Es el gozo de María vernos así en esa fortaleza y en esa esperanza unidos en su entorno, pero es también el gozo que sentimos con esa presencia permanente de María en nuestro caminar.

domingo, 11 de octubre de 2020

Despertemos, mantengamos vivo y reluciente el traje de fiesta porque nunca se pierda la intensidad de nuestra fe y de nuestro amor

 


Despertemos, mantengamos vivo y reluciente el traje de fiesta porque nunca se pierda la intensidad de nuestra fe y de nuestro amor

 Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Filipenses 4, 12-14. 19-20; Mateo 22, 1-14

¿A quien le amarga un dulce?, se suele decir. ¿Quién rechaza una comida, un banquete de bodas? ¿Quién rehúsa participar en una fiesta que se presenta bastante atrayente? Podríamos decir que en general a todos nos gustan los dulces, nos agrada que nos inviten a una comida o a un banquete, participar en una fiesta. 

Sin embargo sabemos que a veces podemos tener otras preferencias, otras prioridades en la vida; hay personas quizás muy hurañas a las que no les gusta participar en fiestas o en reuniones donde haya mucha gente; también sabemos que a veces ponemos por delante nuestros intereses particulares, nuestro yo antes que encontrarnos con los demás en una comida fraternal; los orgullos nos dominan en ocasiones y nos encerramos en nosotros mismos, sin querer incluso dar explicaciones, pero evitamos aquel encuentro, aquella fiesta, aquella comida que quizá incluso desde el núcleo familiar se había preparado con tanta ilusión de que todos estuviéramos juntos, pero nos negamos a asistir; ya sabemos el llanto de tantas madres que no llegan a ver sentados en una misma mesa a todos sus hijos cuando con tanta ilusión había preparado aquella comida.

Como preámbulo me he hecho estas consideraciones ante la parábola de los invitados a la boda que no quisieron participar que nos propone hoy el evangelio. Cargamos las tintas muchas veces en los que se negaron a participar en el banquete de bodas que el rey había preparado y nos olvidamos que en la vida nosotros también vamos negándonos a muchas invitaciones que se nos pueden hacer desde distintas circunstancias o también en una diversidad grande de sentidos.

Pero aquel rey no se arredró ante la negativa de los invitados sino que la boda y el banquete seguían adelante; por eso envía a sus servidores para que vayan por todas partes, vayan a los cruces de los caminos y traigan a todos los que encuentren para el banquete de bodas de su hijo. La sala del banquete al final se llenó de invitados.

¿Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola? Ya entendemos fácilmente que todos estamos invitados al banquete de la vida y de la salvación. Jesús nos está diciendo que el Reino de Dios es como esta invitación al banquete de bodas. Jesús nos está ofreciendo ese banquete de vida porque Jesús se ha ofrecido para la salvación de todos. Y quiere que todos participemos y vivamos esa salvación, esa gracia que El quiere regalarnos.

Y es aquí cuando tenemos que comenzar a preguntarnos por nuestras respuestas. Y no es solo este banquete de vida que es la Eucaristía a la que cada día pero en especial cada domingo somos invitados, somos llamados, sino tenemos que pensar con mayor amplitud y universalidad para escuchar esa invitación al Reino de Dios, para esa respuesta de fe que nosotros tendríamos que dar. ¿Respondemos todos a esa llamada de la fe? ¿Respondemos todos queriendo vivir el Reino de Dios? ¿Respondemos aceptando plenamente el evangelio sin hacernos rebajas y queriendo empaparnos así de sus valores?

Nos damos excusas, por decirlo suavemente. Nos ponemos límites en nuestra respuesta. Miramos primeramente nuestro yo y nuestros intereses y aparecen incompatibilidades en nuestra manera de vivir la vida con lo que nos pide la fe, con lo que nos pide el evangelio ¿y qué preferimos? También nos negamos y queremos hacerlo algunas veces de manera sutil a vivir en plenitud el evangelio, el compromiso de la fe y nos quedamos en cumplimientos superficiales y ocasionales, o vamos abandonando poco a poco el camino de nuestra vida cristiana en la medida en que crece nuestra tibieza que se convierte en frialdad y alejamiento.

Y es aquí donde entra el sentido de la segunda parte de la parábola; algún comentarista nos dice incluso que son como dos parábolas que se han unido en una, por una parte los invitados al banquete de bodas y por otra parte el que no iba vestido dignamente para participar en aquel banquete.

Dice la parábola que aquel rey que había preparado el banquete cuando ya estaba llena la sala de comensales entró a saludar a los ahora invitados pero se encontró a uno que no llevaba el traje de fiesta. En principio es algo que nos desconcierta, porque si eran pobres recogidos por los caminos, cómo iba a tener un traje de fiesta para participar en el banquete. Pero son esas aparentes incongruencias las que nos hacen pensar y nos hacen preguntarnos en que nos puede afectar a nosotros y qué mensaje nos puede ofrecer.

Cuando ya nosotros hemos querido venir y dar respuesta a la invitación del Señor y participar de esa fiesta que es nuestra fe y que ha de ser toda nuestra vida cristiana es cuando ahora tendríamos que preocuparnos de llevar siempre ese traje de fiesta. ¿Qué significa? Esa fe y esa gracia que nos ha convocado no la podemos perder. En la medida en que fuéramos creciendo en nuestra respuesta y en nuestra fe tendría que ir resplandeciendo cada vez más nuestra vida cristiana.

Pero ¿qué nos sucede? Que muchas veces caemos por la pendiente de la tibieza y de la superficialidad, vamos perdiendo la intensidad de nuestra vida cristiana y nos estamos volviendo atrás porque de nuevo nos dejamos seducir por las tentaciones que nos manchan, que nos llenan de oscuridad de nuevo la vida; nuestro traje de fiesta está perdiendo su esplendor.

Es un toque de atención, es una llamada de nuevo que el Señor nos hace, es un repetirnos de alguna manera la invitación para que despertemos y no nos dejemos arrastrar por esas pendientes que van enfriando nuestra vida cristiana, que ya entonces no sería esa fiesta de nuestra vida. Cuantas veces vamos perdiendo la ilusión y la alegría de la fe cuando volvemos a nuestras rutinas de siempre, cuando se afloja la intensidad de nuestra vida y de nuestro amor.

Despertemos, mantengamos vivo y reluciente el traje de fiesta porque nunca se pierda la intensidad de nuestra fe y de nuestro amor.