Lo
menos que se nos pide es que seamos leales y sepamos dar la cara por nuestra fe
confesándonos cristianos con nuestras palabras y nuestras obras aún en los
momentos más difíciles
Efesios 1, 15-23; Sal 8; Lucas 12, 8-12
Lo menos que se nos pide es que seamos
leales. Una hermosa virtud que entraña fidelidad, que se hace correspondencia,
que impide el abandono, que nos impulsa a la cercanía, que nos hace sintonizar
para andar en la misma honda, que encierra también respeto, que en el fondo
nace del amor. Es la lealtad que tenemos con los amigos que hace que ellos confíen
plenamente en nosotros, a los que apoyamos sin buscar otros intereses, a los
que guardamos un secreto, que nos hace estar unidos para siempre en una hermosa
amistad. Indica también una madurez por nuestra parte porque sabemos
mantenernos fieles a pesar de todos los contratiempos, y ningún viento nos va a
arrastrar para otro lado como si fuéramos una veleta. Entraña sacrificio porque
somos capaces de darlo todo por el amigo sin buscar especiales recompensas o
ganancias sino porque sentimos el gozo de la amistad y por ello estamos
dispuestos a todo. Muchas cosas hermosas podemos decir de la lealtad.
¿Será esa la lealtad con que vivimos nuestra fe en Jesús? ¿Seremos capaces de dar la cara así de esa manera leal por el Jesús en quien creemos? Cuidado que la fe no es una capa o un vestido de quita y pon. Pero hay el peligro de que en eso lo convirtamos. Por eso hoy Jesús nos está pidiendo esa fidelidad hasta el final. ‘Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios’. Es fuerte lo que nos está diciendo Jesús.
No siempre es fácil quizás en este mundo en que vivimos con tantas variables en que nos vemos envueltos. Y digo en tantas variables por decirlo de alguna manera porque en muchos aspectos de la vida la gente solo va a sus intereses y se cambia de chaqueta o se arrima al sol que más caliente según sean los intereses del momento. Es fuerte el influjo que recibimos del ambiente en que vivimos. Cuesta mantenerse firme a unos principios o a unos valores, sobre todo cuando vivimos en la superficialidad del momento. Disfruta y pásalo bien son frases que escuchamos con frecuencia que la vida son cuatro días, lo que indica la superficialidad con que vivimos la vida. Con esa superficialidad no se piensa en valores si acaso no son los de nuestras ganancias materiales o de las sensualidad con que vivimos la vida.
Porque cuando estamos hablando de la lealtad con que hemos de vivir nuestra fe no es solo porque nos sepamos un credo que seamos capaces de recitarlo, sino cuando hacemos que esos valores que nos enseña el evangelio los vamos plantando en nuestra vida y los queremos vivir en todo momento y son la fuerza y la luz para cada una de las circunstancias de la vida. Y decir que creemos en Jesús y optamos por el camino del evangelio del Reino de Dios que El nos anuncia y propone es llevar todo eso con radicalidad a cada momento de nuestra vida. No vamos haciéndonos rebajas, no vamos haciendo paréntesis, no vamos escogiendo aquellas cosas que si haré pero dejando a un lado otros que me pueden complicar más.
Claro que Jesús nos dice que nunca estaremos solos; que podrán venir momentos difíciles donde tengamos que dar la cara de manera especial y allí estará con nosotros el Espíritu del Señor que pone fuerza en el corazón y que pondrá también palabras en nuestros labios para saber responder con sabiduría en esos momentos. La lealtad con que vamos a vivir nuestra fe no será algo que hagamos por nosotros mismos y con nuestras fuerzas sino que el Espíritu nos dará esa fuerza para ser en todo momento sus testigos.
Nos recuerda que Jesús que podremos quizá muchas veces ser débiles y
tendremos nuestras flaquezas, pero que siempre está el perdón para nosotros. De
quien no podemos dudar es de la fuerza del Espíritu porque entonces sí que nos
veremos perdidos para siempre.