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sábado, 1 de septiembre de 2012

Exigentes con nosotros mismos para poner nuestros valores al servicio de los demás
1Cor.1, 26-31; Sal. 32; Mt. 25, 14-30

Cuando no somos capaces de dar la talla de lo que se espera de nosotros, pudiendo darla, siempre tendremos o buscamos alguna disculpa que nos justifique. Porque quizá no somos exigentes con nosotros mismos para hacer lo que tenemos que hacer, nos es fácil decirle a los demás que ellos son los exigentes porque nos hacen ver que no estamos dando todo lo que podríamos dar.

Eso nos hace actuar con recelos, con miedos, con temores y desconfianzas, lo que nos anula aún más, y fácilmente pueden aflorar las envidias y rivalidades hacia los demás porque ellos sí son capaces de responder a las responsabilidades que se les han confiado. Y ya sabemos que cuando afloran las envidias nos podemos volver realmente destructores con los demás.

Tratando de leer con detenimiento y reflexionando un poquito sobre la parábola que hoy nos ha propuesto el evangelio, un poco de todo eso me parece ver en aquel a quien se le había confiado un talento y lleno de temores y desconfianzas lo enterró para no perderlo porque temía las exigencias de su amo. Sin embargo no supo ser exigente consigo mismo para salir de esa desconfianza que tenía en sí mismo quizá, o también de la abulia y pereza con que actuaba que no le hizo negociar o trabajar aquel talento que le había confiado.

Ya hemos escuchado el relato de la parábola que hemos meditado muchas veces. El hombre que marchaba de viaje y dejaba a sus empleados su bienes para que los administrasen en su ausencia. ‘A uno le dejo cinco talentos, a otro dos, y a otro uno, cada cual según su capacidad’. Ya hemos visto como dos de ellos sí supieron negociar aquellos talentos, pero el otro lleno de miedo y, como decíamos, de desconfianza en si mismo no fue capaz de hacerlos producir. Cada uno según su capacidad tenía que hacerlos producir. Es cierto que no todos tenemos las mismas cualidades, pero en cada uno de nosotros siempre hay unos valores que tenemos que saber desarrollar.

Nunca tenemos por que acomplejarnos ni sentirnos en inferioridad, sino que cada uno hemos de saber desempañar esas responsabilidades que se nos han confiado. Con muchos complejos vivimos muchas veces en la vida y no sacamos a flote todo lo que somos capaces. Ya hemos comentado en días anteriores que cada uno ha de examinarse a sí mismo para conocerse de verdad y conocer sus cualidades y valores.

Como decíamos antes los recelos y las envidias son malos consejeros en la vida porque a la larga nos hundirán cada vez más y al final también terminaremos haciendo daño a los que están a nuestro lado. Y eso en cualquier etapa o en cualquier estado de la vida. Siempre hay algo bueno que nosotros podemos aportar a los demás, con lo que podemos colaborar para hacer que nuestro mundo sea mejor y también para hacer más felices a los que están a nuestro lado. Y haciendo felices a los otros seremos nosotros mucho más felices.

Como siempre cuando escuchamos y reflexionamos sobre el evangelio podemos hacer concordancias con otros textos que nos ayudan con su mensaje. Recordemos cómo Jesús valoró los dos reales que puso la viuda en el cepillo del templo, o cómo nos dice que si no sabemos ser fieles en lo pequeño no sabremos serlo en lo grande. El grano que se siempre para que produzca mucho fruto es una pequeña e insignificante semilla, como pueda ser el grano de trigo o el grano de mostaza, como nos enseña Jesús en las parábolas. Lo pequeño se hace grande. Lo que hacemos con amor aunque nos parezca insignificante puede ser semilla que transforme nuestro mundo.

No enterremos nuestro talento. No actuemos con desconfianza ni hacia los demás ni con nosotros mismos. Seamos exigentes con nosotros para que siempre actuemos con responsabilidad y seamos capaces de poner todos nuestros dones en beneficio también de los demás.

viernes, 31 de agosto de 2012

El que está de guardia no se puede dormir
1Cor. 1, 17-25; Sal. 32; Mt. 25, 1-13

El que está de guardia no se puede dormir. Así de sencillo es el mensaje. La espera y la vigilancia no son una actitud o una postura pasiva. Es lo que hace el centinela o el vigía, es lo que tiene que hacer el controlador ya sea de un enorme complejo industrial o del tráfico aéreo. El que tiene la misión de vigilar tiene que estar siempre atento por lo imprevisto que pueda suceder, por lo que ha de tener preparado para que todo siga funcionando debidamente, o para recibir de la forma adecuada a quien pueda llegar, ya sea un personaje que esperamos o un ladrón que intentara robar o sabotearnos aquello que está a nuestro cuidado.

Es una actitud que ha de mantener en su vida el cristiano. Es el mensaje que quiere trasmitirnos Jesús con la parábola, que se nos adelantaba con la vigilancia a la que nos invitaba ayer o que se va a seguir prolongando en las parábolas de los próximos días.

En un momento de la parábola nos dice: ‘El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron’. Por eso cuando llega el esposo no todas tenían preparado lo previsto para recibir al esposo. Muchas se quedarían sin poder entrar al banquete de bodas porque les faltó el aceite, se apagaban sus lámparas y mientras fueron a conseguir más la puerta de la boda se cerró y se quedaron fuera.

Lo hemos escuchado muchas veces y repetidamente lo hemos meditado, pero en esa vigilancia que necesitamos mantener nos es bueno que lo recordemos y lo meditemos una vez más. Algunas veces pensamos que como ya somos cristianos porque estamos bautizados y pensamos que aún mantenemos nuestra fe aunque fuera sólo de manera elemental ya con eso pensamos que nos es suficiente. Y vamos por la vida acordándonos de Dios quizá solo cuando tenemos problemas, los sufrimientos nos aparecen en la vida o queremos conseguir algo que deseamos y hacemos para ello mil promesas. O simplemente nos vamos dejando llevar porque en realizamos algunos actos piadosos desde momentos de fervor o devoción o nos contentamos con ir cumpliendo con aquellas cosas más elementales de nuestra religión.

Pero, ¿podemos quedarnos en eso si en verdad queremos vivir una vida cristiana? Creo que nos damos cuenta que el seguimiento de Jesús es mucho más que todo eso. Porque ser cristiano, es seguir a Jesús. Cristiano es el discípulo de Cristo, aprendimos en el catecismo. Y el discípulo es el que sigue a su maestro. Seguir, ponernos en camino, vivir de una manera distinta porque es seguir el camino de Cristo, vivir el camino de Cristo. ‘Ya sabéis el camino…’ recordamos que nos decía Jesús en una ocasión. ‘Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida’, terminaría diciendo Jesús entonces.

No podemos seguir un camino si no lo conocemos; no podemos seguir un camino si estamos durmiendo; no podemos seguir un camino y no nos preparamos adecuadamente para ello; no podemos seguir un camino si nos quedamos cómoda y pasivamente sentados esperando que otros lo hagan por nosotros. Es la vigilancia de la que nos está hablando Jesús en estos días. Es el poner todo nuestro empeño para que se pueda mantener encendida esa luz que nos ilumine el camino, como nos enseña hoy la parábola. Es el estar atentos al Señor que llega a nuestra vida, que pasa junto a nosotros invitándonos a seguirle. Es poner esa disposición por nuestra parte para ponernos a caminar con El y a su manera. Es querer conocer más y más a Jesús para que no nos confundamos con falsos Mesías o falsas luces que en la vida tratan de encandilarnos para alejarnos del camino verdadero que nos lleva a la vida.

La vida del cristiano no puede ser una vida pasiva, donde nos dejemos adormilar. Es una vida llena de esperanza pero que tenemos que alimentar muy bien con esa luz con que Jesús quiere iluminarnos. Que no se nos apague la luz. Que no nos apartemos nunca de Cristo y de su gracia que El nos regala en sus sacramentos.

jueves, 30 de agosto de 2012


Una responsabilidad, una trascendencia y un camino de plenitud
1Cor. 1, 1-9; Sal. 144; Mt. 24, 42-51

Si una persona no sabe administrar bien aquellos bienes que se le han confiado, derrocha de mala manera lo que han puesto en sus manos o incluso se aprovecha en beneficio propio dándoles un fin distinto a lo que estaban destinados decimos que obra injustamente, lo podemos llamar malversador y merecerá que en justicia se le exija por aquella mala administración. Desgraciadamente vemos muchas situaciones en este mundo materialista e injusto en el que vivimos. 

Jesús con sus palabras hoy en el evangelio quiere llamarnos a la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida y administrar todo aquello que se ha puesto en nuestras manos. Y en la advertencia de Jesús podemos pensar en muchas cosas a las que quiere hacer referencia, empezando, si queremos, por esos bienes materiales o por esas responsabilidades que tenemos en la vida. Podemos concordar aquí otros pasajes del evangelio que nos hablan de esa responsabilidad como puede ser la parábola de los talentos que tantas veces hemos escuchado y meditado.

Pero no podemos quedarnos en la riqueza material que poseamos o que tengamos que administrar en las responsabilidades que desempeñemos en la vida. Hay unos valores en nosotros que no son sólo lo material; tenemos unas cualidades de las que hemos sido dotados que hemos de cuidar y desarrollar muy bien, porque de lo contrario sería también enterrar el talento y no es lo que quiere el Señor o para lo que nos ha dotado de esos valores y cualidades. 

No es sólo un bien personal que poseemos en esos valores que tengamos, sino que están también en función de esa sociedad y de ese mundo en el que vivimos y al que tenemos que enriquecer - que no es sólo en el plano material - con el desarrollo de esas cualidades en bien de los demás. Tendríamos quizá por empezar por descubrirlas, ver esos valores que hay en nuestra vida con los que tanto bien podemos hacer a los demás.

Pero además es que no nos quedamos encerrados en las fronteras de este mundo material y terreno en el que vivimos sino que también tenemos que saber transcendernos. Con lo bueno que vamos haciendo, con las responsabilidades que vamos desempeñando, con el desarrollo de todas esas cosas buenas estamos sembrando semillas del Reino de Dios que un día aspiramos a alcanzarlo y vivirlo en plenitud. 

Es lo que podemos descubrir desde la fe y desde el misterio salvador de Cristo que quiere dar plenitud a nuestra vida. Por eso pensamos en esos valores espirituales, en esas semillas de evangelio que podemos sembrar, soñamos con esa vida eterna de plenitud que Dios nos promete para los que somos fieles.

Pero, como nos dice hoy Jesús en el evangelio, hemos de estar atentos y vigilantes porque puede aparecer el ladrón; es la tentación que nos acecha y que nos hace bajar tantas veces la guardia en ese esfuerzo de superación y crecimiento que hemos de ir realizando en nuestra vida; es el abandono de esas responsabilidades que tenemos con nosotros mismos, pero también con la sociedad en la que vivimos, y por supuesto, como creyentes que somos, con Dios y con la Iglesia en virtud de nuestra fe. De muchas cosas podríamos hablar y muchas consecuencias tendríamos que sacar para nuestra vida.

‘Estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora…’ nos dice hoy Jesús. ‘Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre’, nos llegará la hora de la plenitud, del encuentro con el Señor, y no podemos estar ni con las manos vacías porque hayamos abandonado nuestras responsabilidades, ni con las manos manchadas porque hayamos estado obrando de forma injusta y malévola.

Una invitación de Jesús a vivir con responsabilidad nuestra vida, a contribuir con lo que somos y valemos al bien de nuestro mundo, a construir el Reino de Dios dándole verdadera trascendencia también a nuestra vida, y a vivir a tope nuestra fe y nuestra esperanza, porque todo nos llevará a la plenitud de Dios en la vida eterna que nos ofrece como premio.

miércoles, 29 de agosto de 2012


Juan, precursor del Mesías y mártir de la verdad y la justicia
Jer. 1, 17-19; Sal. 70; Mc. 6, 17-29

Celebramos de nuevo a san Juan Bautista, ‘precursor del nacimiento y de la muerte de Jesús’, como lo invoca hoy la liturgia, al mismo tiempo que ‘mártir de la verdad y de la justicia’.

Muchas veces a través del año litúrgico nos va apareciendo la figura de Juan. No es sólo la solemnidad de su nacimiento el veinticuatro de junio, fiesta con muchas connotaciones populares y bien significativa seis meses antes del nacimiento de Jesús. Cuando en nuestro hemisferio el sol brilla con más fuerza en lo alto y con más horas de luz celebramos su nacimiento que es como anuncio y anticipo de la gran fiesta de la Navidad en que sí celebraremos entonces al Sol que nace de lo alto. Por eso con razón lo llama la liturgia y así se expresa en la fe de la Iglesia como ‘precursor del nacimiento de Jesús’.

Es, precisamente en las vísperas del nacimiento de Cristo, cuando nos aparece con toda intensidad la figura de Juan en el tiempo del adviento como aquel que viene a preparar los caminos del Señor y nos ayudará con su palabra y su testimonio en ese camino de preparación del nacimiento de Cristo, pero también con la esperanza de la parusía final en que Cristo aparecerá revestido de gloria para el juicio final. No olvidemos que el adviento tiene ese doble sentido y en ese doble sentido nos ayuda también la figura de Juan.

Pero hoy contemplamos su martirio, su muerte, tal como nos la ha relatado con todo detalle el evangelio. ‘Precursor también de la muerte de Jesús’, como decíamos en la oración litúrgica, y ‘mártir de la verdad y de la justicia’. La rectitud de su vida y su fidelidad a la ley del Señor le llevó a denunciar el mal allá donde estuviera, de la misma manera que ayudaba a todo el que quisiera preparar su corazón para la llegada del Mesías. 

Iba señalando los caminos buenos que eran caminos de amor y de justicia a todos los que acudían a El, pero invitaba a la purificación y conversión a quienes tuvieran el corazón desviado de los caminos del Señor y es por lo que señala a Herodes que no le era lícito vivir de la forma que lo hacía. Testigo de la verdad y de la justicia como Jesús sufrió también la muerte por ese motivo. Quien había señalado al Cordero de Dios que se inmola para quitar el pecado del mundo, también se entrega hasta el final realizando la misma inmolación en el martirio por el testimonio de la verdad y de la justicia.

Recordemos que en el diálogo con Pilato en el Pretorio Jesús dirá que su misión es ser testigo de la verdad y el que pertenece a la verdad escucha su voz. Pilato se preguntará irónicamente qué es la verdad que era una forma de rechazar la verdad aunque la tuviera ante sus ojos por eso aun sabiendo que Jesús era inocente lo condenará a muerte lavándose de forma hipócrita sus manos. 

De forma semejante había sucedido también en la muerte del Bautista porque ‘aunque Herodes respetaba a Juan sabiendo que era un hombre honrado y santo’, cayó en la debilidad de cerrar los ojos a la luz y a la verdad para ceder ante la presión de Herodías y decapitar a Juan. ‘Dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo’, camino, verdad y vida del hombre, como proclamaremos en el prefacio.

Dio Juan testimonio de la verdad siendo testigo de la verdad, como Jesús, que le llevaría a la muerte a causa de las incongruencias de los hombres, como tantas veces sigue sucediendo cuando cerramos los ojos a la verdad verdadera y todo lo convertimos en relativismos que nos confunden y hasta anulan. Creo que sería algo que tendría que hacernos pensar para que busquemos la Verdad en plenitud que en Jesús podemos encontrar y que nos dará verdadero sentido y valor a nuestra vida.

Pidámosle al Señor en esta liturgia que podamos ‘seguir sus caminos rectamente, como san Juan bautista, voz que clama en el desierto, nos enseñó de palabra y con el testimonio de su sangre’ luchando valerosamente por la confesión de nuestra fe.

martes, 28 de agosto de 2012


Nos llamó por medio del evangelio a una gran esperanza
2Tes. 2, 1-3.13-16; Sal. 95; Mt. 23, 23-26

Todos nos alegramos cuando recibimos una buena noticia, aunque el hecho que se nos anuncie no nos afecte directamente a nosotros. Pero si la buena noticia que nos dan nos afecta positivamente y es algo que tiene repercusiones en nuestra vida, la alegría será mucho mayor y quizá a partir de esa buena noticia ya las cosas no son de la misma manera para nosotros. 

Eso que nos parece o vemos tan elemental sin embargo  no siempre es así, porque quizá no le damos la importancia debida a la buena noticia recibida. ¿Por qué digo esto? Tendríamos que reconocer que nosotros los cristianos somos los hijos de la buena noticia, por decirlo de alguna manera. Todo parte para nosotros de la Buena Noticia que nos trae Jesús, más aún, que es Jesús para nosotros. Jesús es la Buena Noticia de la Salvación. ¿Será eso verdaderamente importante para nosotros? ¿Le damos la importancia que se merece, que tiene o ha de tener para nuestra vida esa Buena Noticia de Jesús?

Recordemos que cuando Jesús comienza su actividad por Galilea lo que va haciendo es el anuncio de una Buena Noticia. Y es tan importante esa Buena Noticia que nos dirá que hay que tener fe y convertirse. Será esa la manera de recibir esa Buena Noticia. ‘Convertios y creed en el Evangelio, creed en la Buena Noticia’. Y es Jesús que llega, que viene anunciando la salvación que llega a nuestra vida. Y tan importante es que hay que cambiar totalmente nuestra vida ante esa Buena Noticia.

Nos preguntábamos antes si es verdaderamente importante para nosotros. Será importante si somos conscientes de que necesitamos de esa salvación, salvación que realmente solo podemos alcanzar en Jesús. No somos nosotros los que nos salvamos por nosotros mismos; si fuera así no sería Buena Noticia. Es que por nosotros mismos poco podemos hacer para alcanzar esa salvación, para merecer ese perdón que el Señor nos ofrece, porque además nuestra vida llena de pecado poco puede así merecer. 

La noticia está en que Jesús viene para darnos ese perdón que necesitamos, arrancarnos de ese abismo de pecado y de muerte en el que hemos caído y que por nosotros mismos no lo podemos hacer; pero la gran noticia que acompaña es que no solo nos perdona sino que nos llena de nueva vida hasta el punto de hacernos hijos de Dios. Por eso llamamos gracia a esa salvación de Dios, porque es el regalo, don  gratuito, que Dios nos ofrece.

Es lo que está recordando Pablo a los cristianos de Tesalónica en esta segunda carta que estamos leyendo. Hay una llamada de Dios en esa Buena Noticia que nos hace. ‘Dios os llamó por medio del Evangelio - Buena Noticia - que predicamos, para que así sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así pues, manteneos firmes y conservad todo lo que os trasmitimos de viva voz o por carta’. 

Invita el apóstol a mantenerse firmes en la fe, no olvidando cuanto se les ha trasmitido. Ese Evangelio recibido, esa Buena Noticia que se les ha trasmitido habrá que reflejarlo en la vida a pesar de que no siempre sea fácil y se puedan recibir influencias de muchos sitios. Es invitación que también nosotros escuchamos para que no abandonemos nuestra fe y que cuando somos conscientes de lo que significa la salvación que el Señor nos ha ofrecido luego obremos en consecuencia; y obrar en consecuencia es continuar viviendo una vida santa.

Ese Evangelio, esa Buena Noticia que es para nosotros consuelo y vida en medio de nuestras tribulaciones. ‘Dios nos ha amado tanto en Jesucristo que nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza’. Nos sentimos consolados y llenos de esperanza, porque aunque mucho haya sido nuestro pecado nos sentimos sanados en el Señor y vivimos en la esperanza de la vida eterna que nos ofrece si en verdad queremos vivir unidos a El. 

Cuánto tenemos que darle gracias a Dios por ese don de la fe, por esa gracia divina que nos regalado, por la esperanza con que podemos vivir a pesar de todas las tribulaciones, por el amor que nos llena de gozo que podemos experimentar.

lunes, 27 de agosto de 2012


Nuestro gozo en el Señor el crecimiento de vuestra fe y del amor mutuo
2Tes. 1, 1-5.11-12; Sal. 95; Mt. 23, 13-23

El gozo del apóstol y el pastor es el crecimiento en la fe de aquellos que están a su cuidado siempre para la gloria del Señor. No busca el pastor satisfacciones ni ganancias humanas sino que lo que se busca siempre en la gloria del Señor. Y el Señor será más y más glorificado cuando va creciendo la fe de los creyentes que de forma comprometida se va manifestando en el amor y el fortalecimiento de la misma comunidad.

Son los sentimientos que expresa san Pablo en este inicio de la segunda carta - de las conservadas - que dirige a su querida comunidad de Tesalónica. Estamos comenzando a hacer su lectura que iremos haciendo en parte en estos días. Se congratula el apóstol por las noticias que le llegan de la vida de aquella comunidad y da gracias al Señor.

‘Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos; y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente y vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno, sigue aumentando’. Se siente el apóstol orgulloso de la fe y del amor mutuo de aquella comunidad e incluso lo manifiesta a las otras iglesias para que sirva de ejemplo y para que todos también den gracias a Dios.

Es el gozo que sentimos el alma los pastores en el acompañamiento de ese camino espiritual que juntos vamos haciendo. No siempre nos es fácil porque a todos no nos faltan dificultades y tentaciones. Nos puede surgir muchas veces el cansancio o la tentación a la rutina; pueden aparecer momentos de frialdad espiritual en que podemos caer en esa tensión que hemos de mantener en esos deseos de crecimiento en nuestra fe. 

Pero hemos de saber apreciar esos buenos deseos, esos esfuerzos que vamos haciendo muchas veces por mantenernos firmes en nuestra fe, ese trabajo por crecer cada día más espiritualmente que luego se va a traducir en nuestra conducta, en nuestra buena convivencia, en la paz y armonía fraternal que debe reinar entre nosotros. 

Somos humanos y débiles y a veces nos cuesta porque nos vuelven a salir a flote esos resabios de orgullo o de amor propio, pero es un gozo cuando vemos que hay personas que tratan de superarse y de ser mejores, de superar esos malos momentos y tratamos de ayudarnos, de ser generosos los unos con los otros y de compartir.

Como decía hoy el apóstol en la carta en referencia a los Tesalonisenses que hemos de saber aplicar nuestra propia comunidad que ‘nuestro Dios os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza y su gracia os permita cumplir vuestros buenos deseos y la tarea de la fe, para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria y vosotros seáis la gloria de El, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo’.

Doy gracias a Dios, sí, por vuestra fe, por tantas cosas hermosas que van aflorando en vuestro corazón; doy gracias a Dios por vuestra generosidad en la que muchos dan bonitos ejemplos cuando se ayudan mutuamente, cuando son capaces de compartir o cuando son capaces de sufrir con paciencia las impertinencias de los demás, porque todos tenemos que aceptarnos, comprendernos, perdonarnos, ayudarnos. 

Que el Señor nos dé su gracia para que siempre sigamos haciéndolo así. Es nuestro gozo y es la gloria del Señor.

domingo, 26 de agosto de 2012


Aunque débiles y llenos de dudas, confesamos que Tú tienes para nosotros palabras de vida eterna

Josué, 24, 1-2.15-18; Sal. 33; Ef. 5, 21-32; Jn. 6, 60-69
Una doble reacción a las palabras de Jesús. No nos ha de extrañar. Jesús está puesto como signo de contradicción. Ya lo había anunciado proféticamente el anciano Simeón; ante Jesús unos caerán y otros se levantarán. Es una actitud repetida a lo largo del evangelio.
‘Este modo de hablar es duro’, dirán algunos. Jesús sabía que lo criticaban; ya mientras iba anunciando el pan de vida muchos se iban manifestando en contra y le discutían a Jesús sus palabras porque no le entendían. Ahora sucederá que ‘desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’.
Pero no todos se van. Perplejos están también los más cercanos a Jesús. En muchas ocasiones también los del grupo de los Doce no entendían las palabras de Jesús, se hacían sus consideraciones tratando de encontrar explicación en el caso de los anuncios de pasión y muerte, o cuando llegaban a casa la pedían que les explicara, como sucedía con las parábolas. Ahora podrá más el amor que sienten por Jesús y estarán dispuestos a seguir con Jesús como Pedro proclamará y ahora comentaremos.
Sigo preguntándome si realmente entendían o no lo que Jesús les estaba hablando. Al hilo de lo que Jesús iba diciendo allí en la sinagoga de Cafarnaún hemos ido reflexionando ya lo que significaba comer a Jesús, comer su carne y beber su sangre para poder tener vida. Aunque en principio parecía que su repugnancia a aceptar las palabras de Jesús iba por aquello de la antropofagia, lo de comer carne humana y lo de beber sangre que ya en sí tenía sus especiales connotaciones para aquellos pueblos semitas, sin embargo de lo que se trataba era de un seguimiento total y radical de Jesús. ¿Estarían dispuestos a eso? ¿Comerían a la carne de Cristo en ese sentido?
Como hemos reflexionado lo de comer a Cristo era esa aceptación de Jesús en su totalidad, aceptación de Jesús en su mensaje de vida y de salvación que nos ofrecía y todo lo que significaba el Reino de Dios que Jesús anunciaba y venía a constituir. No era sólo cuestión de aceptar o no alguna idea o pensamiento, o alguna norma que nos pudiera imponer, sino que es la exigencia de seguir a Jesús en su totalidad, realizando de verdad esa vuelta total de la vida, conversión, para hacer que desde entonces girara para siempre en torno a Jesús.
Muchas cosas que transformar en la vida, muchas cosas que cambiar y muchas cosas de las que arrancarse para vivir una vida ya para siempre en el estilo de Jesús, en el estilo nuevo del Reino de Dios instaurado con el evangelio. Es algo que también tenemos que pensar para nosotros porque también entramos muchas veces en rutinas, nos acostumbramos a cosas que puede suceder que las hagamos sin sentido y al final podemos seguir siendo el hombre viejo que no se ha renovado con la gracia en el estilo y espíritu del Evangelio.
Necesitamos nosotros también una mirada sincera desde lo que es la realidad de nuestra vida con el evangelio para confrontarla seriamente con la vida de Jesús. Ya hemos reflexionado en estos días que nuestro vivir tenía que ser un vivir nuevo, porque no sería ya nuestra vida sino la vida de Cristo. Y confesemos y reconozcamos que no siempre nuestro vivir es el vivir de Cristo, en una palabra, que no somos cristianos con toda nuestra vida, con todas nuestras actitudes, con toda nuestra manera de pensar, con todo nuestro actuar.
Aquella gente no quiso seguir con Jesús. Como nos decía el evangelista y ya hemos recordado ‘desde entonces ya muchos de los discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Jesús’. Como decíamos, no es la primera vez que sucede; recordemos al joven rico que no fue valiente para vivir generosamente aquel desprendimiento que Jesús le pedía.
Sucedía entonces y sigue sucediendo, porque también muchas veces sentimos el dolor de gente que estaba como muy a gusto en la Iglesia parecía viviendo su vida cristiana y de un momento a otro se echaron también atrás y abandonaron todo, en ocasiones, abandonando totalmente la fe. ¿No se sintieron con fuerzas para seguir con Jesús y su seguimiento? ¿Se vieron envueltos por las dudas, por los problemas, por situaciones que no supieron resolver desde la luz de la fe y con gracia del Señor? Desgraciadamente suceden cosas así.
Tenemos nosotros también el peligro y la tentación de enfriarnos espiritualmente e ir abandonando muchas cosas. Por eso es necesario insistir tanto en que vivamos nuestra fe como un encuentro vivo y personal con el Señor; que es necesario que vayamos madurando de verdad nuestra fe con una buena formación cristiana para ir profundizando más y más en todo el conocimiento del misterio de Cristo y de Dios; que vayamos enriqueciéndonos espiritualmente desde la escucha y la meditación de la Palabra de Dios y una oración cada vez más intensa. Tenemos que cuidar nuestra fe, nuestra unión con el Señor, nuestra vida cristiana.
Dice el evangelio que ‘Jesús les preguntó a los apóstoles: ¿También vosotros queréis marcharos? A lo que Simón Pedro contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros sabemos y creemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios’. Allí, por supuesto, estaba la fe de Pedro y de los demás apóstoles, pero allí estaba el amor. No podemos negar cuánto querían a Jesús los apóstoles que siempre estaban con Jesús, porque un día lo habían dejado todo para seguirle.
Probablemente también tuvieran dudas en su corazón y podrían estar calibrando hasta donde serían capaces de seguir siendo fieles, pero amaban a Jesús y con El querían estar. Para ellos Jesús tenía palabras de vida eterna. Claro que querían seguir estando con El, querían seguirle y a pesar de sus debilidades, estaban dispuestos a darlo todo por Jesús.
Ya Jesús había dicho que ‘sus palabras son espíritu y vida’ y ahora Pedro le dirá que sí, que creen en El, que para ellos las palabras de Jesús son palabras de vida eterna, que creen de verdad que Jesús es el enviado de Dios y que quieren unirse a El, comerle también para tener vida para siempre.
Nosotros también podemos sentirnos débiles porque ya somos conscientes de cuantas veces caemos a causa de esa debilidad; también nos surgen dudas y en ocasiones puede haber cosas que nos cueste entender o nos cueste llevar a la vida. Pero queremos poner también nuestra fe como Pedro para confesar que Jesús lo es todo para nosotros y que queremos seguirle y vivirle; como Pedro queremos también confesar nuestro amor, que aunque seamos débiles, le amamos y queremos amarle con todo nuestro corazón y con toda nuestra vida.
‘¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna’. Creemos en ti. ‘Lejos de nosotros abandonarte’, como decían los judíos a la entrada de la tierra prometida. Si ellos reconocían que el Señor los había sacado de Egipto y los había conducido por el desierto hasta aquella tierra, cuánto no tendremos que reconocer nosotros de las maravillas que Dios ha obrado en nuestra vida.
Queremos vivir tu vida. Queremos comerte porque queremos llenarnos de ti. Queremos comerte porque queremos hacer de tu vida nuestra vida. Queremos comerte porque sabemos que quien te come tiene vida eterna y Tú nos resucitarás en el último día. Queremos comerte con todas las consecuencias para nuestra vida.