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sábado, 12 de diciembre de 2009

Caminos de fidelidad, de austeridad y de conversión

Ecles. 48, 1-4.9-11
Sal.79
Mt. 17, 10-13


La liturgia del adviento nos presenta continuamente la figura del Bautista. ‘El que venía delante del Señor… preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Por eso en este camino lo vamos contemplando una y otra vez, porque en la espiritualidad que hemos de vivir en este tiempo de esperanza especial su figura, su palabra, su presencia nos ayudan hondamente.
La ocasión la tenemos hoy cuando al bajar del monte tras la Transfiguración de Jesús los discípulos le preguntan‘¿Por qué dicen los letrados - los escribas maestros de la ley que se encargaban de explicar las Escrituras al pueblo – que primero tiene que venir Elías?’
Era una enseñanza común tomando al pie de la letra textos del Antiguo Testamento, como el que hemos escuchado hoy en la primera lectura tomado del Eclesiástico, pero también de algunos profetas como por ejemplo Malaquías. Antes de la llegada del Mesías tenía que volver Elías el que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego.
Hoy hemos escuchado. ‘Está escrito que te reservan para el momento… de reconciliar a los padres con los hijos, para restablecer las tribus de Israel’. Una referencia clara a la venida del Mesías que entre otras cosas tenía la misión de ‘restablecer las tribus de Israel’, o sea la restauración de la soberanía de Israel en ese sentido de Mesías Rey y Caudillo de Israel.
Podemos recordar al tiempo que nos vamos haciendo esta reflexión que palabras semejantes a las escuchadas en el libro del Eclesiástico fueron las dichas por el arcángel a Zacarías en el anuncio del nacimiento de Juan. ‘Convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
De ahí la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos a la bajada del Tabor. ‘Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos’. Y comenta el evangelista que ‘entonces comprendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista’.
Nos hace Jesús una referencia a lo que les costó a los judíos terminar de aceptar a Juan el Bautista que terminaría en la cárcel a manos de Herodes para ser por él ajusticiado. Pero Jesús hace una referencia a sí mismo ‘el Hijo del Hombre que va a padecer a manos de ellos’. Palabras de Jesús que están enmarcadas en el evangelio por dos anuncios que hace Jesús de su propia pasión.
¿Qué mensaje podemos sacar de todo esto para nuestra vida y nuestro camino de Adviento? Como decíamos la liturgia de la Iglesia no para de mostrarnos al Bautista en estos días. Hoy nos hace esta referencia al profeta Elías. Austeridad y sacrificio que vemos plasmadas en la vida de Juan con un mensaje claro de conversión que iremos escuchando un día y otro en este Adviento. Pero Elías es el profeta de la fidelidad al Señor. Nada podrá apartarlo de su fe en El y es lo que trata de inculcar a su pueblo.
Caminemos nosotros esos caminos de fidelidad al Señor impregnándonos de esa austeridad y espíritu de sacrificio del Bautista que nos lleven a esa auténtica conversión al Señor. Es la forma de preparar los caminos del Señor. Que en la venida del Señor encuentre en nosotros ese pueblo bien dispuesto. Que la venida del Señor produzca no una restauración en el orden social o político de las tribus de Israel, sino una restauración profunda de nuestra vida para que cada día seamos más santos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida

Is. 48, 17-19
Sal. 1
Mt. 11, 16-19


Hay quienes no saben ser felices con los que son felices, ni saben compartir el dolor o el sufrimiento con los que sufren. Parece que siempre caminaran a la contra de los demás, aunque esto podría también indicar otras actitudes negativas en su corazón. Están todos, por ejemplo, reunidos tratando de ser felices pasando un rato agradable compartiendo la alegría y cosas buenos, y ellos están con cara de circunstancias queriendo ver todo negro, sacando a flote calamidades y tristezas, o bien detrás de eso bueno que se comparte sólo ven dobles intenciones o doble fondo.
Esto pasa en muchas aspectos de la vida. Jesús nos está dando a entender o diciéndonos con lo que hoy hemos escuchado en el evangelio que igual que a Juan le ponían pegas por su austeridad y penitencia , ahora a El tampoco le quieren aceptar criticando incluso porque se acerca a la oveja perdida para encontrarla y traerla de nuevo al redil. ‘Los hechos darán la razón a la sabiduría de Dios’, termina sentenciando Jesús.
Jesús quiere mostrarnos el rostro misericordioso y compasivo de Dios que a todos ama y a todos busca; lo que Dios quiere es que andemos por buen camino y realmente seamos felices con la felicidad más honda que para eso nos ha creado.
‘El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida’, hemos repetido en el salmo una y otra vez como para mejor convencernos de que sólo siguiendo el camino que El nos traza alcanzaremos la mayor plenitud y la más honda felicidad.
De eso nos ha hablado también el profeta Isaías. ‘Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues…’ Nos cuesta entenderlo a veces. Queremos ser tan autónomos que nos cuesta aceptar la verdad de Dios, y la verdad de la vida que el Señor que nos creó quiere trasmitirnos y enseñarnos.
No es que tengamos que hacer las cosas como autómatas, como si nos guiara un destino ciego o no pudiéramos actuar con raciocinio y libertad. Dios no merma nuestra libertad. El nos ha dotado de esa grandeza y dignidad. Y desde esa libertad nosotros damos nuestro sí razonable a ese proyecto de Dios que lo que quiere es el bien para nuestra vida.
‘Si hubieras atendido a mis mandatos, nos dice el Señor hoy con el profeta, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería como arena, como sus granos los vástagos de tus entrañas…’ Pero queriendo escoger nuestro camino a nuestra manera tomamos la senda del mal que nos lleva a la muerte y a la perdición.
‘El que sigue buen camino, tendrá la luz de la vida… no sigue el camino de los impíos… no entra por la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos… su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche’.
Que esa sea nuestra manera de seguir al Señor. Este camino de Adviento que estamos viviendo nos ayude a reflexionar sobre ello. ‘El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal’. Ya sabemos el camino que hemos de escoger.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Hacer camino, peregrinar, atravesar desierto…

Is. 41, 13-20
Sal. 144
Mt. 11, 11-15


Hacer camino, peregrinar, atravesar desierto era algo muy presente en la historia del pueblo del Antiguo Testamento y casi me atrevería a decir en su espiritualidad.
Fue lo realizado en el éxodo desde Egipto hasta la tierra prometida, fue el paso de Dios liberándolos de la esclavitud para hacerlo su pueblo, con la purificación del camino del desierto en su peregrinar antes de llegar a la tierra que el Señor les iba a dar. Pero la imagen del éxodo, del peregrinar vuelve a estar fuertemente presente cuando Dios los libera de la cautividad de Babilonia para regresar a su pueblo y a su templo, para regresar a su tierra y a su ciudad santa de Jerusalén.
Si duro fue el peregrinar por el desierto a pesar de las maravillas que Dios iba realizando con su pueblo, ahora el profeta les anuncia unas nuevas maravillas con la presencia del Señor de manera que ese desierto que tienen que atravesar al salir de la cautividad va a ser para ellos como un vergel. Bellas son las imágenes con las que lo anuncia el profeta. ‘Yo el Dios de Israel no les abandonaré… alumbraré ríos… transformaré el desierto en estanque… pondré cedros y acacias y mirtos y olivos… para que vean ya reflexionen que la mano del Señor lo ha hecho, que el Señor de Israel lo ha creado’.
Ese peregrinar, ese hacer camino y cruzar desierto está presente también en nuestra espiritualidad cristiana. Hacemos camino para seguir a Jesús. Hacemos camino que nos prepara y nos purifica, como ahora estamos haciendo de manera especial en este tiempo del Adviento. Y Juan el Bautista aparecerá para ayudarnos a preparar los caminos del Señor. Estará muy presente en nuestro tiempo de Adviento.
Lo que hoy nos habla el evangelio es de la alabanza que hace Jesús de él. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que él’, nos dice Jesús. Pero viene a recordarnos Jesús el esfuerzo de superación, de conversión y de crecimiento interior que hemos de realizar para aceptar y vivir el Reino de Dios. Era lo que anunciaba el Bautista preparando los caminos del Señor y es lo que tiene que ser también nuestra tarea.
‘El Reino de los cielos hace fuerza, padece violencia, y los esforzados se apoderarán de él’, viene a decirnos Jesús. Padece violencia porque será algo que cueste vivir porque muchas serán las tentaciones que tratarán de apartarnos de ese camino; o también porque con nuestro esfuerzo, nuestros deseos de superación, la conversión que realicemos desde lo hondo del corazón, aunque nos cueste, es como podremos llegar a vivirlo.
Es la idea o el pensamiento con que iniciábamos nuestra reflexión recordando ese camino de desierto, o ese peregrinar que vamos haciendo en nuestra vida. Sabemos donde está nuestra meta en el Reino de Dios que hemos de vivir. Pero sabemos también donde está nuestra fuerza, pues no nos abandonará el Señor. No nos faltarán esas fuentes de agua viva de su gracia que riegue la sequedad de nuestra vida. Con el Señor todos nuestras esfuerzos se convertirán en cañada real que nos conduce a la vivencia gozosa y gratificante del Reino de Dios.
Nos preparamos para acoger al Señor que viene a nuestra vida, como lo vamos a celebrar en la próxima y cercana navidad. ‘Despierta nuestro corazones y muévelos a prepara los caminos de tu Hijo, para que cuando llegue podamos servirte con conciencia pura’, pedíamos con la oración litúrgica de este día.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Venid a mi…

Is. 40, 25-31
Sal. 102
Mt. 11, 28-30


‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…’ nos dice Jesús hoy.
‘Venid a mí…’ Jesús quiere que vayamos a El, nos invita a estar con El y seguirle. Sea cual sea nuestra situación. Camina delante de nosotros y quiere que vayamos con El, que le sigamos. En distintos momentos Jesús nos llama.
He pensado en algunos de los momentos en que Jesús invita a estar con El. Andrés y Juan lo buscan, quieren conocerle, le preguntan, ‘Maestro, ¿dónde vives?’ Y Jesús les dice ‘Venid y lo veréis’.
Será pasando junto al lago. Allí hay unos pescadores, recogen las redes, las limpian y las reparan, están absortos en su tarea. Y Jesús les dice: ‘Venid conmigo… y os haré pescadores de hombres’.
En el mostrador de la cobranza de los impuestos está Leví o Mateo. Jesús pasa también y le dice, ‘Ven, sígueme’
Al joven rico que le pregunta por lo que ha de hacer para heredar la vida eterna, Jesús le invita a vender todo lo que tiene, entregar el dinero a los pobres y luego ‘ven y sígueme’.
Otras veces no serán palabras, sino la actitud de Jesús. Su corazón está siempre abierto para acoger. Su presencia misma es una invitación. Y muchos querrán seguirle, lo buscarán por todas partes, serán capaces de irse incluso a lugares apartados para escucharle, le llevarán a los enfermos para que le imponga las manos y los cure y hasta se los bajarán desde el techo para que lleguen junto a El. Su presencia, su amor les está invitando a ir hasta El. Muchos momentos así podríamos recordar del evangelio. No somos en estos momentos exhaustivos.
Hoy hemos escuchado que invita a los que están cansados y agobiados, como un día invitaría a los pecadores, en Jesús van a encontrar la paz para su corazón, el descanso para los cuerpos fatigados o los espíritus atormentados. Y es que en Jesús siempre vamos a encontrar paz. A los enfermos, a los pecadores cuando los despide curados y perdonados les dirá. ‘Vete en paz… no peques más’. En Jesús se han curado, se han sanado, se han salvado, han encontrado el perdón y la paz.
Quienes encuentran en Jesús la paz se convertirán en portadores de paz para los demás. Vete en paz y lleva la paz. Eso que estás viviendo compártelo también con los demás, que los otros puedan saber también que en Jesús ellos encontrarán la paz. Por eso invita a ir con El, a estar con El, pero para luego ser enviados, para ser pescadores de hombres, para ser los que vayan a llevar la Buena Nueva del Reino, que siempre es Buena Nueva de paz, a los demás.
Hemos escuchado también al profeta que nos decía: ‘El da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido… los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse’.
Vayamos nosotros también hasta Jesús. ¿Estamos cansados y fatigados? ¿Tenemos problemas o nos sentimos débiles? ¿Hay dolor en nuestros cuerpos o sufrimiento en el espíritu? Vayamos hasta Jesús. Tengamos verdaderos deseos de conocerle cada día más, de amarlo más, de vivir siempre en su amistad y su gracia. Que en este camino de adviento que estamos haciendo crezcan esos deseos de vivir a Cristo, de dejarnos inundar de su vida. En el encontraremos la paz y el descanso que necesitamos.

martes, 8 de diciembre de 2009

Con María bendecimos a Dios en su Inmaculada Concepción


Gén. 3, 9-15.20;

Sal. 97;

Ef. 1, 3-6.11-12;

Lc. 1, 26-38


‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…’ que nos permite celebrar hoy esta fiesta grande de María. Sí, bendecimos a Dios que es el que merece toda alabanza y bendición. Para Dios siempre nuestra primera bendición y alabanza. Y lo bendecimos en esta fiesta de María, de su Inmaculada Concepción.
Podría parecer que hoy todas las bendiciones sean para María. No dejamos de bendecirla y alabarla. La felicitamos en este día, en esta fiesta tan hermosa de su Inmaculada Concepción. Queremos, es cierto, mostrarle todo nuestro amor. Es la Madre del Señor, es nuestra Madre, porque así quiso el Señor regalárnosla. Pero nuestra bendición más grande, por decirlo de alguna manera, es para Dios que nos ha regalado a María y nos la ha dado como madre, pero en primer lugar porque ha escogido a María para que ocupara un lugar tan importante en la obra de nuestra redención, de nuestra salvación.
María inmaculada, toda pura y limpia de pecado, preservada del pecado original y nunca manchada con ninguna mácula de pecado; ‘en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado’, como decimos en la oración litúrgica. ‘la preservaste de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo, y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura’, como diremos en el prefacio.
La Palabra proclamada en esta solemnidad nos ayuda a hacer el recorrido en el misterio de la salvación y a contemplar el lugar de María. El Génesis nos recuerda nuestro pecado, nuestra condición pecadora, con nuestra desobediencia, nuestras sombras y nuestros miedos, con la muerte que dejamos introducir tantas veces en nuestra vida.
Pero esa primera página no es sólo la de nuestro pecado sino también la página de la esperanza, la de la promesa de la salvación. El proyecto de amor de Dios se realizará a pesar de la negación y del pecado del hombre, porque el amor de Dios está por encima de todo. ‘Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tu la hieras en el talón’. La victoria final será de quien aplaste la cabeza del mal, aunque el mal tantas veces quiera herir de muerte al hombre. Está anunciada la victoria de la gracia y de la vida, la salvación. Tendremos un Salvador. Por eso llamamos a esta página el proto-evangelio. Es un primer anuncio de Buena Nueva. Y ahí está también la mujer, la madre, de cuya estirpe saldrá el que sea vencedor del pecado y de la muerte. Es ya un primer anuncio también de María.
Y Dios quiso contar con María porque en su designio eterno de amor, un día El quería encarnarse, ser Emmanuel, ser Dios con nosotros. Sería en el seno de María donde se realizase tan maravilloso misterio. Y María, la llena de gracia, la que se ha dejado inundar por Dios, dice Sí. Aquí estoy, hágase en mí, estoy en tus manos, sólo soy tu esclava porque sólo quiero hacer tu voluntad, por ti quiero dejarme hacer, como barro en tus manos me pongo para ser sólo instrumento de tu amor. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, fue la respuesta de María al ángel. Y Dios viene con su salvación. Y Dios realiza maravillas en aquella que se llama a sí misma la humilde esclava del Señor. Y viene Dios para realizar una nueva creación, una nueva criatura que lleno de su vida divina será hijo de Dios.
Las maravillas que Dios está realizando en María son las maravillas que Dios realiza también en nosotros cuando nos otorga su salvación, cuando nos inunda con su amor y su gracia. Decíamos antes con el prefacio que María es ‘comienzo e imagen de la Iglesia’. Es que en María está toda la humanidad que recibe a Dios, toda la humanidad que dice Sí a Dios. Es el comienzo y la imagen de esa humanidad nueva.
En María nos vemos representados, porque ella es una de los nuestros aunque Dios la dotara de tan radiante hermosura; no podía ser menos cuando iba a ser su Madre, cuando iba a ser esa morada especial de Dios entre nosotros donde se encarnara y naciera el Hijo de Dios. Ella es una de los nuestros que va delante de nosotros enseñándonos a decir Sí a Dios; ella es el mejor modelo y ejemplo del nuevo creyente.
Como en María, Dios quiere hacer también maravillas en nosotros, aunque indignos y llenos de pecado. Nosotros tendríamos también que cantar el canto de María sintiendo que en nosotros se están realizando también esas maravillas de Dios. ‘El Señor hizo obras grandes en mí, su nombre es santo’, cantaba María. Ya san Pablo cantaba y bendecía a Dios, como hemos escuchado en la carta a los Efesios, por todas esas maravillas que Dios realiza en nosotros.
‘Bendito sea Dios… que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales…’ En Cristo hemos sido ‘elegidos para ser santos e irreprochables ante El por el amor’. ¿No nos recuerda el ‘llena de gracia’ con que el ángel saludó a María? Nos llena de su gracia, de sus bendiciones para que así seamos santos. Lo podemos ser porque así Dios nos ha bendecido.
En Cristo, en la persona de Cristo, hemos sido ‘destinados a ser sus hijos’. Si a María el ángel le dice ‘el Señor está contigo’, a nosotros nos está diciendo que nos llena de la vida de Dios por la fuerza del Espíritu para en Cristo hacernos hijos de Dios. Maravillas del Señor en nosotros por las que tenemos que bendecir a Dios, darle gracias, alabarle una y otra vez.
Es el destino de Dios, el designio eterno de amor de Dios para con nosotros. María nos abrió el camino cuando ella le dijo Sí a Dios. A ese designio de amor de Dios nosotros tenemos también que decir Sí, como María. Contemplándola a ella, tan hermosa como hoy la contemplamos, nos sentimos impulsados a dar también ese generoso Sí de nuestro amor a Dios.
Contemplar la santidad de María es siempre para sus hijos una llamada a la santidad. Ella es ‘abogada de gracia y ejemplo de santidad’. Con la intercesión de María podemos alcanzarlo porque ella nos hará llegar la gracia del Señor. ‘Concédenos por su intercesión, pedíamos en la oración litúrgica, llegar a ti limpios de nuestras culpas’.
‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…’ que nos permite celebrar hoy esta fiesta grande de María. Con ella sentimos todo el amor de Dios en nosotros y con ella queremos hacerle también la ofrenda hermosa de nuestro amor y santidad.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Mirad a nuestro Dios que viene y os salvará

Is. 35, 1-10
Sal. 84
Lc. 5, 17-26


‘Mirad a nuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará…’ Todo es alegría y fiesta con la presencia del Señor que nos salva. Los desiertos se vuelven vergeles llenos de belleza, no habrá animales salvajes que sean un peligros, son atravesados por calzadas ‘que llamarán Vía Sacra’, por ella caminarán ‘los redimidos y por ella volverán los rescatados del Señor’ porque ya nadie se podrá sentir discapacitado porque todos van a encontrar la salud y la salvación.
Estas palabras, dichas en primer término para el pueblo que vivía el destierro y se veía liberado de su cautividad para volver de nuevo a su tierra, y ya nada sería dificultad para llegar de nuevo a ella, son también anuncio profético del tiempo mesiánico de la salvación. Este es el sentido fundamental con que nosotros las proclamamos y escuchamos en nuestra celebración de Adviento. ‘Viene nuestro Dios y nos salvará’, como repetimos en el salmo responsorial, porque ‘la salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra’.
Todo eso lo vemos cumplido en Jesús, que no sólo viene curando a los enfermos, los ciegos, los sordos, los cojos, los sordomudos sino que para todos nos ofrece la salvación más grande que es el perdón de nuestros pecados. ‘Viene el Señor que os resarcirá y os salvará, se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo, la lengua del mundo cantará’, había anunciado el profeta. Ahora lo vemos realizado en Jesús.
El evangelio nos ofrece hoy la curación del paralítico que llevaron hasta Jesús y lo introdujeron ‘por la azotea, separando las losetas, y lo descolgaron a los pies de Jesús… porque no encontraban sitio para introducirlo en la casa, a causa del gentío’. Pero Jesús no sólo lo curará de su invalidez, sino que le ofrecerá la salvación total. ‘El, viendo la fe que tenían, dijo: Hombre, tus pecados están perdonados’.
Es la salvación que Jesús nos da. Para eso ha derramado su sangre en la cruz ‘para el perdón de los pecados’. Aunque no todos lo entienden, ni todos aceptan y reciben esa salvación que Jesús nos ofrece. Hoy vemos en el evangelio quienes critican a Jesús porque se atreve a perdonar los pecados. ‘¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?’ Ya hemos visto la respuesta de Jesús. Y también la reacción final de los que creyeron. ‘Todos quedaron asombrados y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor: Hoy hemos visto cosas admirables’.
Tenemos que sabernos admirar nosotros también de las maravillas que Dios hace en nosotros. Tenemos que sentir igualmente en nuestro corazón la alegría por la salvación que Cristo nos ofrece. Tenemos que aceptar las palabras, los hechos de Jesús, su salvación tal como El nos la ofrece. Porque también sigue habiendo quien no es capaz de comprender y aceptar esa salvación que Jesús nos ofrece con el perdón de los pecados en el Sacramento de la Penitencia.
¡Cuántos niegan de una forma o de otra este sacramento¡ ¿Cuántos son los que no le dan su importancia y su valor! ¡Cuántos se lo toman con poca seriedad y casi como un juego! Es algo serio y que hemos de saber vivir conscientemente y con toda su profundidad.
Que nos acerquemos a Jesús en el Sacramento de la Penitencia y salgamos de él con la misma alegría y con el mismo asombro que aquellas gentes sentían ante las maravillas que el Señor hacía en su presencia. Sí, con alegría hemos de saber vivir este sacramento donde vamos a recibir regalo tan hermoso como es el perdón de nuestros pecados. Con seriedad siendo conscientes de lo grande que el Señor quiere realizar en nosotros y entonces con el propósito serio de que a partir del sacramento queremos cambiar seriamente nuestra vida. Porque una forma de negarlo o de no tomárselo en serio sería que ahora nos confesamos y cinco minutos después seguimos con los mismos pecados, con las mismas actitudes negativas, con las mismas críticas, por ejemplo, y con el mismo desamor.
¡Qué bueno es el Señor que tales maravillas realiza en nuestra vida! Tomémoslo en serio en este tiempo de adviento, de preparar los caminos del Señor.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Vino hoy la Palabra del Señor y todos verán la salvación de Dios


Baruc, 5, 1-9;
Sal.125;
Filp. 1, 4-6.8-11;
Lc. 3, 1-6

La Palabra de Dios no tiene fecha de caducidad; pero la Palabra de Dios sí tiene una fecha de realización. ¿Cuál es esta fecha? Hoy. Es el hoy salvador de Dios en mi vida. Es el hoy en que me llega esta Palabra de Dios que me anuncia un mensaje de salvación y me da la salvación. Mañana será camino de plenitud total.
Hemos escuchado en el principio del evangelio: ‘En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea…’ y así ha seguido dándonos los datos concretos históricos y religiosos del mundo y del pueblo de Israel de aquel momento concreto, ‘…vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto’.
Pensemos en nuestro momento histórico y religioso, a nivel personal y como comunidad, pues hoy, viene la Palabra de Dios sobre nosotros, sobre ti y sobre mí, aquí cuando esta mañana estamos viviendo esta celebración de la Eucaristía – quienes leen esta reflexión por otro medio distinto de la celebración, por ejemplo, por correo electrónico o en el blogs de internet u otros medios, sientan de la misma manera este hoy de la Palabra que llega a su vida -. Vivimos nuestras circunstancias concretas, con nuestra historia personal concreta, pero a nosotros personalmente nos ama el Señor y a nosotros personalmente nos llega esta Palabra que el Señor tiene que decirnos, y además en esta comunidad concreta donde vivimos y celebramos nuestra fe.
La Palabra que el Señor nos dirige en este segundo domingo de Adviento sigue siendo una invitación a la esperanza y a preparar nuestro corazón al Señor que llega a nuestra vida. Una esperanza que nos llena de alegría, porque así es en toda verdadera esperanza. Tenemos la certeza del Señor que llega a nuestra vida y realiza maravillas en nosotros. Nos invita a despojarnos, como nos dice Baruc ‘del vestido de luto y de aflicción y vestir las galas perpetuas de la gloria que Dios nos da; envuélvete, nos dice, en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua…’
¿Cuáles son esos vestidos de luto y aflicción? Lejos de nosotros la desesperanza, la tristeza depresiva, las miradas negativas, las actitudes pasivas y paralizantes, los lamentos compulsivos. Quien cree y espera en el Señor no puede cargar de tintes negros su vida sino que en el esperanza, por muy duros y difíciles que sean los momentos por los que haya que pasar, tenemos una certeza en el corazón que nos hará caminar con ilusión y con coraje. Estamos seguros de quien nos fiamos; estamos seguros de la salvación que Dios nos ofrece.
Son otras las vestiduras con que hemos de vestirnos y adornar nuestra vida, ‘galas perpetuas de la gloria de Dios… manto de la justicia de Dios… diadema de gloria perpetua…’ nos decía el profeta. Esa justicia de Dios es su santidad y su gracia, su misericordia y su benevolencia, su luz y su esperanza, su perdón y su vida, la vida nueva que nos da. Es un querer vestirme de Cristo, de su gracia, de sus virtudes, de su justicia, de su santidad. Es vestirme de su amor para llenar mi corazón de solidaridad, misericordia, compasión. Como decía Pablo en la carta a los Filipenses: ‘ésta es mi oración: que vuestra comunidad de amor vaya creciendo más y más en penetración y sensibilidad’. Así vayamos creciendo nosotros en amor y santidad.
Todo esto nos está pidiendo una actitud de conversión profunda en nuestro corazón. Hemos escuchado a Juan el Bautista, ‘que recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en los oráculos del profeta Isaías…’ Ya el evangelista nos señala que Juan es el anunciado por el profeta como ‘la voz que clama en el desierto’ para preparar los caminos del Señor. A través de él también nos llega a nosotros esa misma invitación. Invitación a la conversión, a dejarnos transformar por el Señor, a quitar esos vestidos de luto que antes decíamos y a vestirnos con las vestiduras de la gloria del Señor.
No podemos hacernos sordos a esa invitación. No podemos dejar pasar ese hoy de Dios que llega a mi vida con su salvación. Viene a nuestro encuentro y nos trae vida y gracia. No cerremos las puertas, no cerremos los oídos, no nos cerremos a esa gracia de Dios. Todavía quedan muchos trajes de luto y aflicción en nuestra vida. ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios’.
¿Nos creemos en el camino recto? ¡Ojalá! Pero si con sinceridad miramos nuestra vida nos daremos cuenta de cuántas cosas tenemos que corregirnos, cuántas tenemos que mejorar, cuántas tenemos que hacerlas nuevas en nuestra vida. ¿Sabéis una cosa? El camino que tenemos que recorrer – aunque sea preparar los caminos del Señor que llega a nuestra vida – no es otro que seguir el camino de Cristo mismo. El nos lo dice en el Evangelio. ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida’. Es vivir a Cristo; es poner como una plantilla sobre nosotros – plantilla que es Cristo mismo – para calcar en nosotros la vida de Cristo. Preparar el camino del Señor no es otra cosa, entonces, que querer cada día conocer más y más a Cristo, para poder reflejarlo totalmente en nuestra vida. Y eso lo hacemos de su mano – El nos guía – y con la fuerza y asistencia de su Espíritu.
Así, como nos dice hoy san Pablo en la carta a los Filipenses, ‘llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios’.
¿No tendremos que decir en verdad, como hemos cantado en el salmo, ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’? Como decía el salmista todos tienen que reconocerlo y así tenemos nosotros que proclamarlo a pleno pulmón. ‘Todos verán la salvación de Dios’.