No nos paralicemos detrás de las barreras que nos ponemos en
la vida y nos impiden llegar a la liberación que Jesús nos regala y ofrecerla a
los demás
Miqueas 2, 1-5; Sal 9; Mateo 12, 14-21
Nos dice el
evangelista que ‘al salir de la sinagoga, los
fariseos planearon el modo de acabar con Jesús’. ¿Qué había sucedido en la sinagoga? Leyendo el texto
anterior vemos que había allí un hombre con un brazo paralizado y Jesús lo
había curado. Era sábado. De ahí la postura de los fariseos, porque para ellos Jesús
les está destruyendo la religión. El sábado era del día del descanso porque era
el día del Señor y no se podía realizar ningún trabajo. ¿Tampoco se podía curar
a una persona de sus sufrimientos?
Los que en
verdad estaban paralizados eran los fariseos con su manera de ver las cosas,
con sus intransigencias y con ese cumplimiento minucioso de tantas normas que
los atosigaban y hasta les quitaban la dignidad porque estaban carentes de
humanidad. Jesús quería liberarles de esas ataduras, pero no se dejaban liberar.
Si en la sinagoga de Nazaret había proclamado con el texto de Isaías que el
Espíritu del Señor estaba sobre El y lo había enviado para liberar a los
oprimidos, era lo que Jesús estaba queriendo realizar. Pero ellos seguían
encerrados tras sus barreras.
Recordamos
aquel hecho del evangelio en que unos hombres se habían saltado todo lo
imaginable para llegar hasta Jesús, hasta se habían atrevido a romper el techo
de la casa para descolgar al paralítico y pudiera llegar a los pies de Jesús
ahora, como entonces, nos encontramos quienes ponen barreras. Entonces cuando Jesús
había hablado del perdón de los pecados como la verdadera liberación del hombre
no lo había querido entender y habían querido declarar que Jesús era un
blasfemo. Ahora planean el modo de acabar con Jesús.
Pero esto
tiene que hacernos pensar. Muchas veces también nos paralizamos nosotros tras
las barreras que nos vamos poniendo en la vida y no terminamos de llegar a Jesús
para encontrar esa liberación. Y es que algunas veces también vamos demasiado
insensibilizados por la vida y no queremos ver el sufrimiento de los demás. A
aquellos fariseos de la sinagoga parece que les importara poco el sufrimiento
de un hombre que no podía hacer nada a causa de su invalidez y discapacidad.
Ellos estaban sanos, o creían estarlo, y poco les importaba el sufrimiento de
los otros. No nos pase a nosotros lo mismo.
Podemos ir
ciegos por la vida, tan miopes que parece que no vemos sino lo que a nosotros
nos pasa y no terminamos de sensibilizarnos con el sufrimiento de tantos a
nuestro lado. Nos parece que todo marcha bien; hay algunos problemas puntuales
a los que podemos quizá prestar un poco más de atención, pero silenciosamente
hay un camino de angustias y de sufrimiento que no siempre descubrimos. Son las
necesidades materiales que podríamos apreciar en tantas carencias que viven
muchos, pero si somos capaces de tener una mirada más honda podríamos descubrir
tantas oscuridades, tantos interrogantes, tan inquietudes e incertidumbres de
futuro que pueden angustiar a tantos hermanos aunque no nos digan nada, pero
que se nota que les falta una felicidad honda en sus corazones.
Problemas
en las relaciones humanas, problemas en las familias, problemas de convivencia
en la vida diaria con aquellos que están más cercanos a nosotros, muchas cosas podríamos
descubrir donde veremos que no hay paz, que no hay seguridad interior, que
falta un buen espíritu que nos haga superar las pruebas, que hay demasiada
superficialidad. No podemos ser insensibles, tenemos que saber sintonizar con
esos corazones rotos, tenemos que saber decir una palabra de ánimo o una
presencia aunque fuera silenciosa pero que da fortaleza para caminar.
Son las parálisis
que Jesús quiere arrancar de nuestro mundo, pero primero que nada quiere
arrancar de nuestros corazones para que nunca más nos parapetemos detrás de
nuestro yo y aprendamos a un decir nosotros porque así sepamos caminar al lado
de esos hermanos. Que nunca unas posturas de falsa religiosidad – también en
este aspecto nos llenamos de muchas normas y costumbres que tendríamos que
preguntarnos si están en verdadera consonancia con el evangelio – que nada de
esas cosas nos impidan acercarnos al hermano para ofrecerle la verdadera
liberación. Pongámonos en camino sin miedos ni complejos sino con la confianza
y seguridad de que con nosotros va el Señor.