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domingo, 12 de julio de 2020

Con la paciencia del agricultor que siembra su semilla y espera pacientemente que germine y llegue a dar fruto sigamos siendo sembradores de la semilla del Evangelio



Con la paciencia del agricultor que siembra su semilla y espera pacientemente que germine y llegue a dar fruto sigamos siendo sembradores de la semilla del Evangelio

Isaías 55, 10-11; Sal 64; Romanos 8, 18-23; Mateo 13, 1-23
Como hijo de trabajadores del campo de niño ya comenzaba a sentir como admiración ante ese misterio de vida que palpamos de alguna manera en las plantas sobre todo cuando observamos el ritmo que tiene su germinación y su crecimiento. Admiración también ante el agricultor que siembra su semilla y sabe que hay un proceso misterioso de germinación que tiene sus ritmos y sus tiempos; aunque ahora técnicamente podemos yo diría que de una forma química adelantar esos ritmos, sin embargo el agricultor pacientemente espera esos primeros brotes que Irán surgiendo de la tierra allí donde sembró la buena semilla. Pero tiene la certeza de que de esa semilla brotará una nueva planta que un día nos ofrecerá también su fruto.
Cuánto necesitamos también en nuestras tareas de esa paciencia del agricultor. Una paciencia llena de esperanza. Espera el fruto que llegará a su tiempo, no podemos adelantar los ritmos de la naturaleza. Y así en la vida humana, así en nuestras tareas, así en los proyectos que emprendemos, así en toda esa lucha que es la vida; es el proceso de las personas y es el proceso de los pueblos.
No le pedimos al niño el fruto maduro que nos tiene que dar un adulto, no podemos pedir a todas las personas la misma capacidad de respuesta; cuidamos la planta, cuidamos la vida, cuidamos el crecimiento de la persona, hemos de cuidar también el proceso del desarrollo de los pueblos, sabiendo que nos vamos a encontrar tierra endurecida, abrojos y zarzales, o cizaña que alguien se encarga de sembrar junto a la buena semilla.
Hoy comenzamos en el evangelio a escuchar una serie de parábolas que Jesús nos propone para que comprendamos lo que es en verdad el Reino de Dios y que el evangelista Mateo congrega en parte en este capítulo trece de su evangelio. Hoy comenzamos con la parábola que llamamos del sembrador por la imagen que se nos presenta del que salió a sembrar la semilla por todas partes, pero que en fin de cuentas quiere que nos fijemos más bien en la semilla que se siembra.
Ahí está precisamente el centro del mensaje, de lo que quiere hablarnos Jesús, la semilla. Es cierto que en los diferentes terrenos donde cae la semilla nos vemos reflejados nosotros en esa diferente actitud y escucha que podamos tener y hacer ante la Palabra de Dios recibida, pero de lo importante que nos quiere hablar Jesús es de la semilla. Esa semilla con su virtualidad propia, capaz de germinar y dar fruto, porque incluso en aquellos lugares difíciles intentará germinar y brotar, porque tiene vida en si misma.
Yo pienso que Jesús aquí nos está enseñando cómo siempre hemos de estar dispuestos a la siembra de la semilla, con la paciencia del agricultor, como decíamos antes, que aguarda pacientemente que un día habrá de germinar y un día puede llegar a dar fruto; consciente además que quizá no siempre será lo mismo de abundante, como nos sucede a nosotros en nuestra vida que no todos tenemos que dar la misma cantidad, el mismo fruto. Ya nos dice en la parábola que incluso en aquella tierra buena y bien labrada unos dieron el ciento, pero otros el sesenta o el treinta por uno, pero dieron fruto; y eso es lo importante.
La parábola, es cierto, quiere que nos centremos esa riqueza maravillosa de la semilla, de la Palabra de Dios que se siembra y que nosotros hemos de acoger. Pero es lección para los diferentes aspectos o apartados de nuestra vida.  Si podemos pensar en la tarea educadora de los padres con sus hijos que nunca se han de cansar de sembrar la buena semilla en sus vidas con la esperanza de que un día aparecerá ese fruto, también en cuanto realizamos en medio de la sociedad por la que nos preocupamos y nos afanamos en hacer que cada día nuestro mundo sea mejor lo hacemos siempre con la esperanza de que esas buenas semillas que nosotros vayamos sembrando harán florecer un día ese mundo haciéndolo mejor.
No nos cansemos de ser sembradores de esperanza y de ilusión, sembradores de bondad y de buenos sentimientos para con los demás, sembradores de sonrisas que hagan cada día más agradable la convivencia entre todos en nuestro mundo, sembradores de amor, de paz, de justicia porque sabemos que podemos hacer un mundo mejor.
Y claro no podemos olvidar toda la tarea que hacemos desde el compromiso de nuestra fe en el anuncio del evangelio en medio de nuestro mundo. Una tarea inmensa e impresionante la que nos espera, sabiendo además que el terreno no siempre está bien dispuesto; ya nos lo describe Jesús en la parábola al hablarnos de esos distintos terrenos donde cayó la semilla. Pero el sembrador seguía sembrando la semilla, y es que nosotros sabemos que contamos con la gracia y la fuerza del Espíritu del Señor que es quien cambia y transforma los corazones. Contamos con esa fuerza de gracia, como hemos de saber contar con la paciencia, como decíamos, del agricultor para saber esperar el tiempo y el momento en que esa semilla germine y esa nueva planta llegue a dar fruto.
No nos podemos sentir cansados los cristianos en esa tarea; no la podemos abandonar porque no veamos el fruto que esperamos; todo es gracia y todo depende también de la respuesta del corazón del hombre, pero ese corazón también lo puede mover la gracia del Señor. Los que desde el compromiso de nuestra fe nos sentimos llamados a evangelizar hemos de seguir haciendo esa tarea, cumpliendo esa misión. Tenemos la esperanza que nos da la certeza del Señor de que en verdad podemos hacer un mundo nuevo.
Yo quiero también ser sembrador, utilizando los medios que las redes sociales nos ofrecen hoy, seguir sembrando la semilla de cada día, como lo intento hacer a través de este medio.

1 comentario:

  1. Y ya está ocurriendo, por medio de la obra del Señor que dispone a los corazones. Su palabra llega lejos, mucho más lejos que lo que nosotros podemos alcanzar a imaginar. Usted menciona palabras de vida, gracias por hacer del Señor el centro de todo. El Señor, que es el camino de la verdad, de la vida, nos anima a continuar en esa senda. Saludos cordiales, ¡y gracias por la buena onda!

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