Ahora en silencio, a la sombra de la cruz y poniéndonos junto a María, esperamos la mañana luminosa de la resurrección
Hoy quiero quedarme a la sombra de la
cruz. En silencio. Allí cerca está el sepulcro aun sellado. Jesús murió en la
cruz y hombres buenos y mujeres piadosas lo depositaron en el sepulcro nuevo.
María en silencio contemplaba todo lo que hacían. El dolor que atravesaba su
alma de madre le hacia sufrir en silencio. En ella había una esperanza.
Las piadosas mujeres se fijaban en todo
lo que hacían, cómo quedaba el sepulcro y en él encerrado el cuerpo de Jesús.
Aunque Nicodemo había traído aquellas cien libras de perfume, no habían podido
realizar todos los ritos necesarios para su sepultura. En la tarde del viernes,
era la parasceve, se hacía tarde y llegaba la hora del descanso del
sábado. Tenían intención de volver en la mañana del primer día para completar
todos los ritos del embalsamamiento del cuerpo muerto de Jesús. Pero María
tenía una esperanza, creía en las palabras de su Hijo.
Junto a su corazón atravesado una vez
más por una espada quiero yo ponerme en silencio en esta mañana del sábado. No
son necesarias las palabras, no son necesarias muchas palabras para imaginar
todo cuánto está pasado por la mente y el corazón de María. Como todos hacemos
cuando nos falta alguien, vamos desgranando todos los momentos de su vida. Así
María, la dejamos en silencio y queremos aprender de su serenidad y de su paz a
pesar de dolor; queremos llenarnos de su esperanza; queremos aprender como ella
a poner amor en el corazón.
Nosotros también esperamos. Creemos en
la palabra de Jesús que había anunciado cuanto había sucedido. Ya los profetas habían
descrito el dolor y el sufrimiento del Mesías que había de venir, aunque no habían
sabido entenderlo. Ahora lo hemos contemplado reflejado en el cuerpo de Jesús,
en su pasión. Pero Jesús habían había anunciado que al tercer día resucitaría.
Por eso con esta esperanza estamos nosotros a la sombra de la cruz, en la cercanía
del sepulcro al que no podemos acercarnos por allá están los guardias que han
puesto los pontífices del pueblo, pero esperamos el resplandor de un nuevo
amanecer que sabemos que será bien luminoso.
Nos quedamos en silencio rumiando cuánto
hemos vivido. Lo que ha sido la contemplación de la pasión de Jesús, pero
también cuanto nos ha enseñado. Por eso queremos rumiar ahora y hacer nuestra
la pasión de los hombres, el sufrimiento de nuestros hermanos, el dolor de
nuestro mundo, la angustia de tantas gentes que sufren sin esperanza. Queríamos
contagiarlos a todos de esperanza; queríamos trasmitir algo de lo que nosotros
sentimos por dentro, porque detrás de todo estamos contemplando lo que es el
amor de Dios.
Que nuestra paz en medio del dolor, que
la serenidad que exhalamos de nuestro espíritu en los momentos difíciles que
nosotros podamos vivir sean un signo para cuantos nos rodean, sea una luz,
aunque sea pequeña, con la que encendamos la luz de la esperanza en cuantos nos
rodean, la luz de la esperanza para nuestro mundo angustiado en medio de
sufrimientos y miserias, para nuestro mundo inquieto porque parece que ha
perdido el norte, para nuestro mundo que parece desorientado entre tanta
turbulencia de todo signo.
Necesitamos esperanza de que sea
posible ese mundo nuevo. Sabemos que el nuevo amanecer que mañana
contemplaremos será un signo de que ese mundo es posible. Esperamos que la
resurrección de Jesús insufle nuevas esperanzas e ilusiones; esperamos en la
resurrección de Jesús para sentirnos hombres nuevos que realicemos un mundo
nuevo.
Ahora en silencio, escuchando la
palabra de Jesús en nuestro corazón y poniéndonos al lado de María, esperamos
la mañana de la resurrección.