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sábado, 5 de agosto de 2023

No acallemos ese profetismo del que tenemos que dar testimonio, el mundo necesita de ese profetismo, de esa voz y testimonio de cada uno de los cristianos

 


No acallemos ese profetismo del que tenemos que dar testimonio, el mundo necesita de ese profetismo, de esa voz y testimonio de cada uno de los cristianos

Levítico 25,1.8-17; Sal 66; Mateo 14,1-12

Nos suele suceder que cuando se menciona un profeta en lo primero que pensamos es que el profeta es el adivino del futuro. Es cierto que el profeta tiene una visión de la vida y del futuro de la vida que es muy especial, muy particular, porque su vida y su palabra están siendo anuncio por su testimonio de algo distinto, de algo nuevo, de una vida mejor. Pero la misión y la visión del profeta son para el hoy de nuestra vida.

Misión del profeta podemos decir que es abrir caminos en la vida, porque la rectitud de su vida lo está convirtiendo de algo nuevo, de algo mejor, de una distinta trascendencia de la vida, de un más profundo sentido; podíamos decir que le está poniendo a la vida alas de eternidad. Su vida se convierte en denuncia de todo lo que corte esas nuevas alas a la vida, de lo que nos pueda llevar por derroteros del mal; su palabra, entonces, se volverá exigente para ayudarnos a descubrir lo que verdaderamente es interesante, lo que verdaderamente dará plenitud a nuestra vida. Su vida es estímulo para nuestra búsqueda de la verdad que da sentido a nuestra vida.

Es una misión dura, una misión difícil, una misión que compromete toda nuestra vida, una misión que se vuelve hacia nosotros mismos, para convertirnos a nosotros en testigos. Y esa es la misión de todo cristiano, esa es nuestra tarea, ese es el camino de esperanza que hemos de emprender, pero no solo para nosotros mismos sino para cuantos nos rodean, para en verdad transformar nuestro mundo.

Una misión que nos hará sufrir, porque no soportamos en nosotros mismos esa falta de esperanza cada vez más, pero de una esperanza que nos llene de trascendencia, que contemplamos en el mundo que nos rodea. Una misión que nos hará sufrir porque encontraremos no solo quienes se hacen sordos a esa palabra que anunciamos, sino quienes van a estar en contra nuestro buscando la forma de anular el testimonio que nosotros podamos ofrecer.

Es lo que estamos contemplando hoy en el evangelio con Juan Bautista, el profeta que había aparecido en las orillas del Jordán junto al desierto y que su vida quería ser testimonio del momento nuevo que habían de vivir. Era el precursor del Mesías y su misión era preparar los caminos del Señor para que se encontrara un pueblo bien dispuesto, como incluso el ángel le había anunciado a Zacarías, su padre, antes de su nacimiento.

Preparar los caminos del Señor exigía un camino de rectitud; por eso pedía la conversión, por eso bautizaba en las aguas del Jordán a quien estuviera dispuesto a emprender ese nuevo camino. Esa voz que sonaba en el desierto era como un grito anunciando la vida. Es lo que le va pidiendo a quienes se acercan a él a escucharle, caminos de solidaridad, caminos del compartir, caminos de justicia, caminos de búsqueda de la verdad. Eran las recomendaciones que uno a uno iba haciendo a quienes se acercaban a la orilla del Jordán. Y ese grito llegó también a Herodes, aunque no tuviera la valentía de ir a hacer ese camino de desierto. Pero esa voz se convirtió en denuncia, que le llevaría a Juan a la cárcel por las instigaciones de quien quería quitarlo de en medio.

Todos hemos reflexionado muchas veces sobre cuanto sucedió en aquella fiesta del cumpleaños de Herodes, que terminaría con la cabeza de Juan en una bandeja como trofeo de quien se consideraba vencedora, pero que sería camino de su propia perdición.

A nosotros nos queda tomar en nuestras manos el testigo de Juan. Porque esa misión profética es también nuestra misión, cuando desde el Bautismo con Cristo nos hemos hecho sacerdotes, profetas y reyes.

¿Será nuestra presencia voz y grito de profeta en medio del mundo que nos rodea? Quien acudía a Juan se sentía interpelado para algo nuevo; quienes están a nuestro lado ¿se sienten interpelados a algo y por algo que puedan descubrir en nuestras vidas?

No acallemos ese profetismo del que tenemos que dar testimonio, porque el mundo necesita de ese profetismo, de esa voz y testimonio de la Iglesia, de esa voz y testimonio de cada uno de los cristianos. Estamos demasiado callados, estamos siendo demasiado invisibles, estamos siendo demasiado débiles y cobardes porque muchas veces rehuimos dar ese testimonio, ser ese faro y voz de profeta en nuestro mundo. Quitemos nuestros miedos.

viernes, 4 de agosto de 2023

Aprendamos a valorar lo bueno de los otros, quitemos prejuicios de nuestra mente, arranquemos también el orgullo que motiva tantas desconfianzas


Aprendamos a valorar lo bueno de los otros, quitemos prejuicios de nuestra mente, arranquemos también el orgullo que motiva tantas desconfianzas

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal 80; Mateo 13,54-58

Suele suceder muchas veces que le hacemos caso más pronto al que viene de fuera que a uno de los nuestros. Nos llenamos de admiración con facilidad ante lo que nosotros consideramos palabras sabias porque citamos a tal o cual personaje, y mejor si es de nombre impronunciable porque está en otro idioma, pero no sabemos escuchar una palabra que nos puede decir un vecino de los nuestros de toda la vida. ¿Qué va a saber este que conocemos de toda la vida y que quizás no ha salido de nuestro pueblo o no tiene los estudios que nos parece que pueden tener otros, simplemente por el hecho de que es de fuera o de un determinado lugar? 

Nos cuesta valorar lo nuestro, y a eso que nos dice el vecino de al lado al que decimos que conocemos de toda la vida no le damos el mínimo valor. Somos muchas veces obtusos, como se suele decir, nos envolvemos de prejuicios y no somos capaces de valorar lo que está ahí a nuestro lado.

Cuando Jesús llegó a su pueblo de Nazaret, ya venía con su fama de lo que oían que Jesús realizaba en otros lugares; como iba haciendo en todos los lugares a donde llevaba la buena noticia del Reino de Dios que llegaba, también en esta ocasión fue el sábado a la sinagoga de su pueblo, y allí se puso a enseñar.

La gente sorprendida le escuchaba con atención, estaban admirados que uno de los de ellos se hubiera adelantado al ambon de la Palabra para hacer la lectura de la ley y los profetas. Al encargado de hacer la lectura le correspondía hacer también el comentario del texto sagrado, que iba a ser una motivación para el cántico de los salmos con que terminaba la oración. 

Estaban admirados porque era el hijo de María, la de José el carpintero, y por allí andaban sus primos y parientes, todos  conocían el que hacía la lectura y ahora les hablaba. La admiración se fue convirtiendo en extrañeza y terminaría por claro rechazo. ¿Dónde había aprendido todo eso que decía, cuando lo conocían desde niño allí en medio de ellos en su pueblo?

En otros lugares vemos que la gente se admira, sí, y se pregunta dónde ha aprendido todo eso, pero también reconoce que nadie ha hablado con tanta autoridad como Jesús les estaba hablando. Y eso es lo que sus paisanos de Nazaret no quieren aceptar. ‘Ningun profeta es bien mirado en su tierra’ terminará incluso reconociendo Jesús. Y allí no pudo hacer Jesús ningún milagro por su falta de fe.

Cuando le pedían signos y acudían a El con sus limitaciones y enfermedades, Jesús lo único que les pedía siempre era la fe. ‘Basta que tengas fe’, le decía Jesús a Jairo mientras iban de camino y las malas noticias desalentaban al jefe de la sinagoga. Se admiraba Jesús de la fe del centurión porque incluso en todo Israel nunca había encontrado una fe así. ‘Tú fe te ha curado’, les decía Jesús a los que salían sanos de sus dolencias y enfermedades. Y viendo la fe de aquellos hombres que habían descolgado al paralítico a sus pies Jesús no solo hace que el paralítico se levante y cargue con su camilla sino que le ofrecerá el perdón de sus pecados. Pero en Nazaret no pudo realizar ningún milagro por su falta de fe.

Dos conclusiones o dos interrogantes para nuestra vida. ¿Sabremos aceptar lo bueno de los que están a nuestro lado aunque los conozcamos de toda la vida? Aprendamos a valorar lo bueno que podemos descubrir junto a nosotros; quitemos prejuicios de nuestra mente, arranquemos también el orgullo que se nos puede meter en el corazón que motiva tantas desconfianzas. 

Y por otra parte despertemos la fe muchas veces aletargada de nuestros corazones. Cuidado que nos puede suceder que incluso realizando nuestras prácticas religiosas, por llamarlas de alguna manera, algunas veces caigamos en la rutina y no seamos capaces de expresar con toda la carga de vitalidad  nuestra fe esos actos piadosos que estamos realizando. 

Nos acostumbramos y hasta en nuestras oraciones muchas veces nuestra mente está muy lejos de las palabras que pronunciamos con nuestros labios; se nos debilita y se nos enfría nuestra fe. Tenemos que de nuevo caldearla para que no solo sean unas palabras que pronunciamos, sino sea algo que envuelva totalmente nuestra vida desde lo más hondo. 

jueves, 3 de agosto de 2023

 


Aprendamos de la vida siendo reflexivos, sabiendo detenernos para rumiar una y otra vez las cosas, para poder tener una mirada llena de sabiduría

Éxodo 40,16-21.34-38; Sal 83; Mateo 13,47-53

Algunas veces nos ponemos en plan de sabios, muy reflexivos y muy ‘filosóficos’ como queriendo dejar sentencias y nos decimos que la vida nos enseña, es la mejor escuela y el mejor maestro. No niego el aserto final pero si me digo que la vida nos enseña, pero si nos dejamos enseñar. Buenos maestros hemos tenido muchas veces y eso no significa que todos hayamos salido unas lumbreras, porque si no escuchamos al maestro, no quisimos aprender de él nada de su sabiduría se nos pegó.

Así me atrevo a decir, comentar o poner una pega a afirmaciones como esa. Tenemos que dejarnos enseñar, y para eso necesitamos reflexión, para eso necesitamos detenernos – eso que llamamos estudiar que no es solo aprendernos una cosa de memoria – para asimilar, para descubrir lo bueno y lo malo, lo que tenemos que aprovechar y lo que tenemos que descartar; y en eso tenemos que ir haciéndonos criterios, saber ir haciendo un juicio de valor a todo eso que nos va sucediendo o que vamos encontrando, para saber valorar y para saber descartar. No es solo lo que nos enseñen o nos metan a la fuerza en la cabeza, sino lo que nosotros vamos asumiendo.

Es lo que nos va a dar esa sabiduría de la vida, que no es fácil, que no lo conseguimos de un plumazo, que no es una nota que vayamos a conseguir aunque sea por lo raspado para decir que aprobamos. Es algo más y es algo distinto. Será lo que nos dará verdadera maduración a nuestra vida. Bien lo necesitamos.

Una hermosa tarea que tenemos que ir sabiendo hacer; no siempre es fácil, muchas vueltas tenemos que darle a las cosas, mucho tenemos que ir analizando lo que hemos experimentado en nuestra propia vida para irnos formando esos criterios, mucho también tenemos que dejarnos enseñar por quien nos pueda abrir cauces y horizontes para ver las cosas de otra manera, desde otra perspectiva, porque no todo nos lo vamos a tragar sea como sea. Será cuando nos encontremos a nosotros mismos, y seremos lo que tenemos que ser.

El evangelio hoy nos habla de la red echada al mar y que recoge toda clase de peces; será el sabio pescador el que cuando llegue a la orilla y hará recuento de los peces que ha recogido la red, verá los que son válidos y los que no, descartará a unos y recogerá a otros. Y nos dice Jesús que el Reino de Dios es así. ¿Nos estará hablando de esa sabiduría que hemos de tener en la vida? Como nos hablará también del hombre sabio que saber ir sacando del arcos donde tiene guardadas las cosas lo que es válido en cada momento. ¿Cómo ha llegado a descubrir lo que es valido en cada momento para sacar lo oportuno en su tiempo? Como solemos decir, porque lo ha estudiado, porque lo ha reflexionado, porque ha ido comparando una y otra cosa para descubrir lo que es justo y lo que es bueno, porque ha ido madurando en su interior para irse trazando esos principios para su vida, pero ha llegado a ello después de una madura reflexión.

Adolecemos de muchas superficialidades en la vida, vamos a lo loco, nos vamos dejando arrastrar por nuestros impulsos sin valorar si aquello que hacemos de verdad es valido para el crecimiento de nuestra vida, vamos mirando la vida y lo que hacemos muy a corto plazo sin darle verdadera perspectiva a lo que hacemos o a lo que nos sucede, y por eso vivimos en esa superficialidad, y todo se nos convierte en locura, y pensamos que solo disfrutar del momento sea como sea es lo que importa, nos vamos dejando arrastrar por nuestros caprichos, lo que satisfaga en este momento, nos vamos construyendo la vida como un castillo de naipes que pronto se nos puede desmoronar. Con cuantos infantiles nos vamos cruzando en la vida.

¿Aprendemos de la vida? Si sabemos ser reflexivos, si sabemos detenernos a contemplar lo que nos va sucediendo para irlo analizando, para ir descubriendo la bueno, para aprender donde no debemos tropezar, para saber comenzar de nuevo rehaciendo lo que hemos hecho mal, siendo capaces de ser humildes para dejarnos enseñar, y ser valientes para reconocer nuestros errores. Es la mirada de la persona reflexiva, es la mirada del sabio de verdad. Dejémonos conducir por el Espíritu de Dios fuente de nuestra verdadera sabiduría.

miércoles, 2 de agosto de 2023

Tenemos que darlo todo para comprar aquel campo que contiene el tesoro escondido, tenemos que darlo todo para vivir la alegría más honda de nuestra vida

 


Tenemos que darlo todo para comprar aquel campo que contiene el tesoro escondido, tenemos que darlo todo para vivir la alegría más honda de nuestra vida

Éxodo 34,29-35; Sal 98; Mateo 13,44-46

Siempre en la vida nos encontramos con cosas, con momentos, con acontecimientos, con personas que nos dan alegría.  Un acontecimiento inesperado que nos sorprende y que puede ser motivo de nuevas cosas para mi vida, nos llena de alegría; una buena noticia de algo que le ha sucedido a alguien y le ha dado mucha alegría, nos llena a nosotros de alegría también; la solución de unos problemas que teníamos enconados en la vida y que parecía que no tenían salida, nos da alegría; una buena cosecha, la consecución del fruto de unos trabajos y de unos esfuerzos, el alcanzar unas metas que nos habíamos propuesto, nos llena de alegría; el contemplar a alguien que es muy feliz y se siente realizada con lo que hace y con lo que ha conseguido, nos llena de alegría también… así podíamos seguir haciendo una lista grande de cosas que nos motivan, nos llenan de alegría, e incluso nos sentimos como impulsados a compartirlo con los demás para que participen también de esa misma alegría.

Hoy nos habla Jesús en la parábola del hombre que trabajando el campo de pronto se ha encontrado un tesoro escondido en él; se llena de alegría, nos dice el relato de la parábola, y va a conseguir los medios necesarios para adquirir aquel campo y con ello conseguir para sí el tesoro en él escondido. Jesús hace la comparación con esta parábola de lo que es el Reino de los cielos; en cierto modo nos está hablando de la alegría de encontrar el tesoro de la fe, el tesoro del evangelio, en una palabra, del encuentro con Jesús y su salvación.

Descubrir el mensaje del evangelio, tener un encuentro vivo con Jesús es algo profundo que sucede en nuestra vida y nos vamos a sentir totalmente transformados por ese encuentro y ese mensaje. Es encontrar luz para la vida; por eso el evangelio nos hace la comparación, incluso con palabras del profeta, que la aparición de Jesús de Nazaret por los pueblos y aldeas de Galilea fue como el aparecer una luz grande que iluminó aquellas tinieblas en que vivían. Con la presencia de Jesús algo nuevo se estaba sintiendo en aquellos lugares, en aquellas personas; querían seguir a Jesús, querían estar con El, querían escuchar su Palabra, se iban conviviendo en sus discípulos. Su vida se transformaba; Jesús había pedido conversión para creer y para aceptar aquella buena noticia que les estaba llegando.

¿Será en verdad para nosotros el encuentro con el evangelio y con Jesús algo semejante? ¿Sentiremos que en verdad hay una luz nueva que nos está iluminando y entonces haciéndonos ver las cosas de forma distinta – la luz nos hace descubrir lo más bello de la realidad – y trasformando nuestra vida que ya no será distinta?

Tenemos que redescubrir la alegría que produce en nosotros nuestra fe. Tenemos que despertar nuestra fe para que en verdad produzca esa alegría en nuestra vida. No podemos ser cristianos tristes; tenemos que ser los que creemos en Jesús los que vivimos la más intensa y profunda alegría. Yo tengo un gozo en el alma, recuerdo un canto que hacíamos hace unos años en la catequesis y en las celebraciones. Sí, tenemos un gozo en el alma, el gozo y la alegría que despierta en nosotros nuestra fe, nuestro encuentro vivo con Jesús; es la alegría de ser cristiano que llevamos con el mayor orgullo del mundo, y aquí el orgullo sí que no es pecado.

Tenemos que darlo todo para comprar aquel campo que contiene el tesoro escondido; tenemos que darlo todo para vivir la alegría más honda de nuestra vida; tenemos que darlo todo para vivir con alegría y con gallardía nuestra fe, dando testimonio valiente, contagiando de nuestra alegría a los demás.

martes, 1 de agosto de 2023

Siempre hay un momento para comenzar de nuevo, seamos capaces de ofrecer siempre el regalo de la comprensión que la paciencia de Dios es infinita como lo es su misericordia

 


Siempre hay un momento para comenzar de nuevo, seamos capaces de ofrecer siempre el regalo de la comprensión que la paciencia de Dios es infinita como lo es su misericordia

Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102; Mateo 13, 36-43

Un gran dilema que se nos presenta, queremos ser buena semilla, queremos lo bueno y queremos trabajar por lo bueno, pero continuamente nos aparecen las sombras del mal por todas partes de manera que parece que se ahoga el bien que queremos hacer, se ahogan las plantas de buena semilla que queremos plantar.

Yo diría que sentimos rebeldía interior. ¿Por qué nos preguntamos? Y, reconozcámoslo, sentimos muchas tentaciones en nuestro interior; lo que sucede es que si nos dejamos arrastrar por esas tentaciones somos nosotros los que nos convertimos en mala semilla, en cizaña dañina. Cuantas veces en esa rebeldía tenemos el peligro de llenarnos de violencias y de odios, querríamos quitar de en medio a todos aquellos que vemos que son injustos y hacen el mal, o al menos eso es lo que nos parece que hacen porque no nos gusta.

Claro que tenemos que andar con cuidado con nuestras apreciaciones y juicios, porque el hecho de que no nos guste una cosa, o se haga de diferente manera a como nosotros la hagamos no significa que esté llena de perversidad, de maldad; la maldad podría estar entonces en nuestro corazón, en nuestros juicios y prejuicios y en nuestras condenas, en esa violencia que surge en nuestro interior, en esos sentimientos de animadversión que van apareciendo en nuestro interior.

La parábola que hoy Jesús mismo nos comenta en el evangelio ante la pregunta de los discípulos, nos hablaba de la buena semilla plantada en aquel campo, pero en la noche el enemigo vino y plantó cizaña en medio. Al ir brotando aquella nueva cosecha aparecen la cizaña en medio del trigo, con el peligro que se malogre la cosecha. Con buena voluntad, como nosotros tantas veces cuando queremos arrancar de la vida a los que hacen el mal, los jornaleros de aquel buen hombre le piden permiso para ir a arrancar aquella semilla mala que se ha plantado en el campo. Pero el dueño de la mies no lo permite, quiere dejar que crezcan juntas, que solo será a la hora de la cosecha cuando se haga la separación de los frutos. Podrían arrancar lo bueno también con lo malo, porque es difícil distinguir.

Ya hemos escuchado la explicación de la parábola que nos hace Jesús. La parábola es un ejemplo, que no es la realidad misma de lo que son las personas. Y aquí está el designio de Dios, su misericordia. La planta no podrá cambiar pero la persona si puede cambiar. Es la esperanza de Dios, sí, Dios está esperando siempre ese cambio de nuestro corazón, Dios nos está dando siempre una nueva oportunidad; lo que predomina en el corazón de Dios es el amor y es la misericordia. Esperó al hijo que se había marchado de casa y no lo condenó porque había gastado de mala manera toda su fortuna, pero salió a buscar al otro hermano que había llenado de envidia y rencor su corazón y no quería entrar al banquete que el padre había preparado por la vuelta del hijo perdido.

Siempre puede llegar a nuestra vida ese momento de reflexión, ese momento de dar la vuelta para comenzar una vida nueva. Quizás somos inconstantes en nuestros propósitos y caemos una y mil veces, pero una y mil veces tenemos la oportunidad de levantarnos. Todos somos pecadores, pero todos estamos llamados a ser santos; si con nuestro primer pecado hubiéramos recibido el castigo divino, ¿qué sería de nosotros? La paciencia de Dios no se acaba porque su misericordia es eterna.

¿Por qué nosotros tenemos que ser tan intransigentes con el pecado o el error de los demás si nosotros estamos siempre esperando que nos den una nueva oportunidad?  Nuevas actitudes tenemos que comenzar a tener con los demás llenando de comprensión y misericordia nuestro corazón.

lunes, 31 de julio de 2023

Aprendamos a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como levadura hará a su tiempo fermentar nuestro mundo

 


Aprendamos a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como levadura hará a su tiempo fermentar nuestro mundo

Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13, 31-35

¿Por qué no hemos de reconocerlo? Todos cuando nos ponemos a soñar, soñamos con cosas grandes, cosas importantes, cosas que llamen la atención. Sentimos un no sé dentro de nosotros cuando vemos el éxito de los demás, que lo que realizan es muy valorado y tenido en cuenta, que quizás han realizado cosas grandes que nos hubiera gustado hacer a nosotros, y por eso al menos nos quedamos con nuestros sueños.

Bajándonos de los sueños, cuando hacemos nuestras programaciones de lo que podríamos hacer, de lo que es un plan para nuestra empresa o en la tarea cualesquiera que sea que nosotros realizamos, nos queremos programar a lo grande, realizar muchas cosas y muchas cosas importantes. Pero, ¿nos daremos cuenta de que esas cosas tan maravillosas que ahora vemos, o que nos programamos, tienen siempre que comenzar de abajo, por cosas que en la grandiosidad de la obra hasta olvidamos, pero que fueron cosas pequeñas en principio sobre lo que poco a poco se fue creciendo?

Es como nos propósitos que nos hacemos tantas veces cuando queremos hacer un cambio en nuestra vida. Nos decimos de ahora en adelante no haré ni esto ni lo otro, y ya estamos pensando en tantas cosas nuevas y distintas que vamos a hacer. Esos grandes propósitos de grandes cosas, a pesar de lo grande, se los lleva el viento.

Hoy Jesús cuando nos habla del Reino de Dios nos está enseñando a saber comenzar por lo pequeño. Cuando pensamos en el Reino de Dios y cuando pensamos hoy en la Iglesia querríamos una Iglesia triunfadora, una iglesia que hace grandes cosas, una iglesia que se hace respetar por todas esas maravillas que decimos que tiene que hacer. Pero la realidad de la Iglesia tenemos que vivirlo en lo pequeño, la realidad de la Iglesia parte de cada uno de nosotros que en nuestra pequeñez tenemos que aprender a hacer cosas pequeñas, que nos pueden parecer insignificantes, pero que son las que están de verdad construyendo el Reino de Dios.

Por eso hoy Jesús nos habla de la mostaza, una semilla pequeña e insignificante, que no va a producir un árbol grande, cuando más un pequeño arbusto, pero que será capaz hasta de albergar el nido de un pajarillo; y nos habla de la levadura que prácticamente es un polvo, una harina por explicárnoslo de alguna manera que ha de mezclarse y prácticamente desaparecer en la masa pero que la hará fermentar, y para eso tiene también su tiempo, para lograr el efecto deseado.

Hacernos grano de mostaza, hacernos levadura que se disuelve en la masa, así comenzamos la tarea de la construcción del Reino de Dios. Partimos de algo tan sencillo y tan humilde como es un acto de fe. Un acto de fe que nos abaja de nuestros pedestales para ponernos humildemente en la manos de Dios; un acto de fe que, en cierto modo, es como voto de confianza que estamos dando a Dios (aunque esto que estoy diciendo nos parezca muy atrevido); pero hablamos de la obediencia de la fe, hablamos del reconocimiento de la grandeza de Dios y de su amor que será lo que en verdad luego nos hará a nosotros grandes. Ponemos nuestra confianza en Dios, es cierto, porque hemos sentido su amor sobre nosotros.

Pero comenzamos a fiarnos y a dejarnos conducir; comenzamos a fiarnos y vamos a ir comenzando a poner pequeños gestos y detalles de fe y de amor; esa fe que ponemos en Dios nos hace creer en el hombre, nos hace confiar en la persona y por eso comenzaremos a amar, a manifestar nuestro amor – que es dar las señales del Reino de Dios en nosotros – a través de esos pequeños gestos de cercanía, de ternura, de amor que vamos a poner en los demás.

La semilla germina, y tiene su tiempo para germinar, y poco a poco irá brotando esa planta que luego irá creciendo poco a poco. Tenemos que saber esperar. Eso que en el mundo en el que vivimos de todo automático ya no sabemos tener, paciencia. Todo lo queremos de forma automática, si el ordenador no nos responde tan deprisa como nosotros queremos, nos desesperamos; si el teléfono móvil se nos pone lento, ya queremos eliminarlo y buscar otro que sea más rápido.

Pero el crecimiento siempre es lento, tiene su tiempo. No podemos hacer que un niño de dos años, tenga ya la madurez de un adulto de cuarenta. Hemos de dejarlo crecer, hemos de saber esperar sus propias etapas de crecimiento y de maduración. Así nos sucede con el Reino de Dios, tiene sus tiempos, que son los tiempos de Dios, que no es el automatismo que nosotros queremos dar; así es el camino de la Iglesia, el camino de la transformación de nuestro mundo por la levadura del evangelio.

¿Aprenderemos a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como levadura tiene que hacer fermentar nuestro mundo? Nos enseña también a respetar el ritmo de las personas que tienen su tiempo para crecer y para madurar.

domingo, 30 de julio de 2023

Saber escuchar con el corazón, saber rumiar en nuestro interior lo que es la vida un gran paso para alcanzar la verdadera sabiduría que nos hace testigos del Reino

 


Saber escuchar con el corazón, saber rumiar en nuestro interior lo que es la vida un gran paso para alcanzar la verdadera sabiduría que nos hace testigos del Reino

1Reyes 3, 5. 7-12; Sal 118; Romanos 8, 28-30; Mateo 13, 44-52

Saber escuchar con el corazón, saber rumiar en nuestro interior lo que contemplamos, los acontecimientos de la vida, lo que nos sucede, lo que podemos recibir un gran paso para alcanzar la verdadera sabiduría. No es la mirada superficial lo que nos hace descubrir la riqueza de la vida, no es la carrera loca con la que queremos llegar a todas, libar todas las mieles, lo que nos puede hacer entrar en ese camino de sabiduría. El hombre maduro es aquel que ha sabido rumiar la vida, el que sabe escuchar con el corazón, el que ha aprendido a discernir lo que le sucede o lo que recibe para lograr hacer resaltar lo mejor, lo más sabroso de la vida, lo que en verdad va alimentar nuestro espíritu para elevarnos sobre esas superficialidades que al final lo que harían es embrutecernos, para encontrar ese rico tesoro para la vida.

Jesús en el evangelio cuando nos quiere hablar del Reino de Dios nos propone hoy varias parábolas. Nos habla del tesoro encontrado en el campo y nos habla de la perla preciosa por la que merece venderlo todo para adquirirla. Ni uno ni otro es un encuentro al azar; no era la mirada superficial que pasar por encima de todas las cosas sin prestar atención la que pudo hallar aquel tesoro en el campo. ¿Habrían pasado otros antes junto a aquel tesoro y no lo habían sabido descubrir? ¿En manos de otros tratantes de perlas preciosas habría estado aquella perla especial y no habrían descubierto su brillo y su valor? Era necesario buscarla con atención, era necesario afinar la sensibilidad para captar entre otras cosas aquel tesoro o el valor de aquella joya.

Decíamos al principio que es necesario saber escuchar con el corazón. Es lo que le pedía el joven Salomón a Dios al comienzo de su reinado. Tener la suficiente sabiduría para escuchar a su pueblo, para discernir lo que en verdad tenía que hacer mejor para gobernar a su pueblo a pesar de su juventud. Le agrada a Dios que le concede esa sabiduría; proverbial es en la historia la sabiduría de Salomón, vendría incluso la reina del Sur, como dice la Escritura, para escuchar su sabiduría.

Es la sintonía que hemos de tener en nuestro corazón. Lo necesitamos en los quehaceres de la vida de cada día, lo necesitamos en nuestro encuentro con los demás, lo necesitamos para saber leer la vida, para saber leer lo que nos sucede, lo necesitamos para discernir entre lo malo y lo bueno. Vivimos en un mundo de confusiones, estamos llegando a un sincretismo terrible porque todo lo mezclamos, todo nos parece bueno, nos dejamos arrastrar por la ultima novedad que aparece en cualquier rincón, todo lo queremos probar.

Es necesario, sí, tener los ojos abiertos en la vida para descubrir el sentido de cuanto nos rodea, pero tener la sabiduría del discernimiento. Tenemos que aprender a hacerlo, tenemos que llenarnos de los valores más nobles y que más nos puedan engrandecer, hemos de tener, si, respeto a los demás y a lo que hacen porque nunca podemos meternos en las intenciones del corazón de los demás, pero tenemos que saber encontrar ese camino de rectitud, no abandonando nunca nuestros valores y nuestros principios.

Escuchar con el corazón es ir logrando esa maduración de nuestro interior, ese crecimiento de nuestro espíritu, es saber leer y escuchar con discernimiento los acontecimientos de la vida que son siempre una hermosa lección para nosotros, es abrir nuestros ojos y nuestros oídos para ver y para escuchar a Dios que nos habla de muchas maneras. Encontraremos esa perla preciosa, ese tesoro escondido por el que merece darlo todo para alcanzarlo, para conseguirlo.

Nos hablaba la parábola también de la red arrojada al mar y que recogía toda clase de peces, pero que luego había que saber bien escoger, para quedarnos con lo bueno, para desechar lo que no nos valen. Por eso, decíamos antes, que no nos valen las mezcolanzas, es tan importante esa virtud del discernimiento.

En nuestras manos tenemos la buena noticia del Reino de Dios que nos ofrece Jesús, pero que tenemos que saber llevar también como buena noticia a los demás. Ojalá seamos capaces de empaparnos de evangelio y lleguemos a vivir intensamente el Reino de Dios para que nos convirtamos en signos de ese Reino de Dios ante nuestro mundo. Será la riqueza de nuestra vida, nuestra salvación.

Sí, que también nuestra vida se convierta en signo del Reino de Dios para los demás. Que a través de nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestra manera de vivir, de nuestra alegría y nuestro amor, de la esperanza con que vivimos cada momento y de la madurez con que nos enfrentamos a las sombras y problemas que puedan aparecer en la vida, de nuestro entusiasmo y nuestro compromiso, de esa sabiduría con la que hemos envuelto nuestra vida el mundo que nos rodea sea capaz de llegar a descubrir y encontrar ese tesoro.