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domingo, 30 de julio de 2023

Saber escuchar con el corazón, saber rumiar en nuestro interior lo que es la vida un gran paso para alcanzar la verdadera sabiduría que nos hace testigos del Reino

 


Saber escuchar con el corazón, saber rumiar en nuestro interior lo que es la vida un gran paso para alcanzar la verdadera sabiduría que nos hace testigos del Reino

1Reyes 3, 5. 7-12; Sal 118; Romanos 8, 28-30; Mateo 13, 44-52

Saber escuchar con el corazón, saber rumiar en nuestro interior lo que contemplamos, los acontecimientos de la vida, lo que nos sucede, lo que podemos recibir un gran paso para alcanzar la verdadera sabiduría. No es la mirada superficial lo que nos hace descubrir la riqueza de la vida, no es la carrera loca con la que queremos llegar a todas, libar todas las mieles, lo que nos puede hacer entrar en ese camino de sabiduría. El hombre maduro es aquel que ha sabido rumiar la vida, el que sabe escuchar con el corazón, el que ha aprendido a discernir lo que le sucede o lo que recibe para lograr hacer resaltar lo mejor, lo más sabroso de la vida, lo que en verdad va alimentar nuestro espíritu para elevarnos sobre esas superficialidades que al final lo que harían es embrutecernos, para encontrar ese rico tesoro para la vida.

Jesús en el evangelio cuando nos quiere hablar del Reino de Dios nos propone hoy varias parábolas. Nos habla del tesoro encontrado en el campo y nos habla de la perla preciosa por la que merece venderlo todo para adquirirla. Ni uno ni otro es un encuentro al azar; no era la mirada superficial que pasar por encima de todas las cosas sin prestar atención la que pudo hallar aquel tesoro en el campo. ¿Habrían pasado otros antes junto a aquel tesoro y no lo habían sabido descubrir? ¿En manos de otros tratantes de perlas preciosas habría estado aquella perla especial y no habrían descubierto su brillo y su valor? Era necesario buscarla con atención, era necesario afinar la sensibilidad para captar entre otras cosas aquel tesoro o el valor de aquella joya.

Decíamos al principio que es necesario saber escuchar con el corazón. Es lo que le pedía el joven Salomón a Dios al comienzo de su reinado. Tener la suficiente sabiduría para escuchar a su pueblo, para discernir lo que en verdad tenía que hacer mejor para gobernar a su pueblo a pesar de su juventud. Le agrada a Dios que le concede esa sabiduría; proverbial es en la historia la sabiduría de Salomón, vendría incluso la reina del Sur, como dice la Escritura, para escuchar su sabiduría.

Es la sintonía que hemos de tener en nuestro corazón. Lo necesitamos en los quehaceres de la vida de cada día, lo necesitamos en nuestro encuentro con los demás, lo necesitamos para saber leer la vida, para saber leer lo que nos sucede, lo necesitamos para discernir entre lo malo y lo bueno. Vivimos en un mundo de confusiones, estamos llegando a un sincretismo terrible porque todo lo mezclamos, todo nos parece bueno, nos dejamos arrastrar por la ultima novedad que aparece en cualquier rincón, todo lo queremos probar.

Es necesario, sí, tener los ojos abiertos en la vida para descubrir el sentido de cuanto nos rodea, pero tener la sabiduría del discernimiento. Tenemos que aprender a hacerlo, tenemos que llenarnos de los valores más nobles y que más nos puedan engrandecer, hemos de tener, si, respeto a los demás y a lo que hacen porque nunca podemos meternos en las intenciones del corazón de los demás, pero tenemos que saber encontrar ese camino de rectitud, no abandonando nunca nuestros valores y nuestros principios.

Escuchar con el corazón es ir logrando esa maduración de nuestro interior, ese crecimiento de nuestro espíritu, es saber leer y escuchar con discernimiento los acontecimientos de la vida que son siempre una hermosa lección para nosotros, es abrir nuestros ojos y nuestros oídos para ver y para escuchar a Dios que nos habla de muchas maneras. Encontraremos esa perla preciosa, ese tesoro escondido por el que merece darlo todo para alcanzarlo, para conseguirlo.

Nos hablaba la parábola también de la red arrojada al mar y que recogía toda clase de peces, pero que luego había que saber bien escoger, para quedarnos con lo bueno, para desechar lo que no nos valen. Por eso, decíamos antes, que no nos valen las mezcolanzas, es tan importante esa virtud del discernimiento.

En nuestras manos tenemos la buena noticia del Reino de Dios que nos ofrece Jesús, pero que tenemos que saber llevar también como buena noticia a los demás. Ojalá seamos capaces de empaparnos de evangelio y lleguemos a vivir intensamente el Reino de Dios para que nos convirtamos en signos de ese Reino de Dios ante nuestro mundo. Será la riqueza de nuestra vida, nuestra salvación.

Sí, que también nuestra vida se convierta en signo del Reino de Dios para los demás. Que a través de nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestra manera de vivir, de nuestra alegría y nuestro amor, de la esperanza con que vivimos cada momento y de la madurez con que nos enfrentamos a las sombras y problemas que puedan aparecer en la vida, de nuestro entusiasmo y nuestro compromiso, de esa sabiduría con la que hemos envuelto nuestra vida el mundo que nos rodea sea capaz de llegar a descubrir y encontrar ese tesoro.

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