Que
sea en verdad la humildad nuestra forma de actuar, es la consecuencia y el
fruto del amor y la generadora de la más hermosa de las sonrisas
Filipenses 1, 18b-26; Sal 41; Lucas 14, 1.
7-11
¡Qué distinta es la sonrisa del que lo
hace forzado por aparentar y agradar buscando la adulación y los halagos, de
aquel que sonríe de verdad porque es feliz en lo que es y en lo que está!
Nos llenamos fácilmente la vida de
vanidad y falsedad. Queremos aparentar, sentirnos el ombligo del mundo, que nos
tengan en consideración y nos hagan reverencias. Hay quienes son verdaderamente
unos artistas en estas simulaciones, en la colocación de esas caretas con las
que queremos aparentar nuestras grandezas y en echarnos incienso a nosotros
mismos sintiéndonos poco menos que los dioses y los reyes del mundo. Personas
que lo buscan, que darían cualquier cosa por aparecer al lado de los que
consideramos o nos parecen personas importantes, para que vean lo importantes
que nosotros somos que tenemos tan grandes amistades e influencias.
Cuántos codazos nos damos en la vida
por alcanzar esos lugares, pero también cuantas veces nos vamos de bruces en la
vida porque las cosas no resultaron como nosotros nos imaginábamos y al final
no tuvimos la influencia ni el lugar que nosotros esperábamos. Con qué mal
cuerpo nos quedamos pero cuantos orgullos hervían dentro de nosotros
quemándonos y destrozándonos por dentro, porque nos sentimos heridos con lo que
nosotros llamamos esos desaires. Son cosas que vemos que suceden en la vida, y
acaso alguna vez nos han sucedido a nosotros.
Jesús se encuentra en una ocasión en
medio de esos ruidos mundanos. Lo habían invitado a comer y entre los invitados
había fariseos y escribas que siempre estaban al acecho de lo que Jesús hiciera
o de las actitudes que Jesús tomara. Pero era Jesús el que los estaba
observando y aprovecha la ocasión para dejarles el mensaje. Los invitados eran
personajes que se consideraban importantes en aquella sociedad pero todos con
el deseo de medrar, de alcanzar lugares de relumbrón, puestos en aquella mesa
en la que se reconociera lo que ellos consideraban que era su dignidad y
grandeza. Por eso Jesús observa que andan como a la carrera a ver quien
consigue mejor lugar.
Jesús comienza por hacerles buenas
recomendaciones como buen amigo para que no se vean en situaciones embarazosas.
Que no sea que te echen para abajo porque has ocupado un sitio que no te
corresponde. Parecen palabras de amigo, palabras para evitar el bochorno, pero
es algo más hondo lo que Jesús quiere enseñarnos, porque nos da unos principios
de unos valores nuevos. Seguro que se sentirían aludidos por las palabras de Jesús
y no se si serían capaces de dejar que el sonrojo apareciera en sus mejillas.
Nos viene bien recordar una vez más las
palabras de Jesús: ‘Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el
puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y
venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: Cédele el puesto a este.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te
conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te
convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos
los comensales’.
Pero como decíamos Jesús no solo quiere
darnos buenos consejos de urbanidad y buen comportamiento, sino a enseñarnos
actitudes nuevas que tenemos que cultivar en nuestro espíritu. ‘Porque todo
el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido’. Es
lo que nos dirá y repetirá en muchos momentos del evangelio. A los discípulos
cercanos a Jesús también les costaba digerir estas palabras, o mejor, estas
nuevas actitudes de la humildad y de la sencillez, de la grandeza de servir y
de la importancia de ser capaces de hacernos los últimos y servidores de todos.
Que sea en verdad la humildad nuestra
forma de actuar; es la consecuencia y el fruto del amor y generadora de la más
hermosa de las sonrisas.