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domingo, 25 de octubre de 2020

La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos porque sin amor no seríamos humanos

 


La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos porque sin amor no seríamos humanos

Éxodo 22, 20-26; Sal 17; 1Tesalonicenses 1, 5c-10; Mateo 22, 34-40

Cuando es nuestro modo de hablar humano hablamos de la ley, hablamos de las leyes pensamos de forma espontánea en todas esas normas y preceptos que nos hemos dado para regular la relación y la vida de las personas dentro de la sociedad en la que vivimos; cada vez son más complejas las leyes – y claro que no soy un erudito en el tema del derecho – porque más complejas son las relaciones entre los hombres, entre las personas y las leyes de cada lugar, aunque hay algo universal que nos afecta a todos, sin embargo tienen más las características de ese lugar según las normas y preceptos que se han ido elaborando y mejorando con el paso del tiempo. Me atrevería, sin embargo, a decir algo así de entrada y es que las leyes que nos imponemos tienen que estar siempre por el bien de la persona en medio de esa comunidad en la que vive.

Me hago esta consideración previa al escuchar el texto del evangelio de hoy. Ya dice el evangelista que aquellos que fueron a preguntar pretendían tentar a Jesús con preguntas que presentaban como capciosas, la pregunta que le lanzan a bocajarro es ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?’ preguntan por la ley y preguntan por el mandamiento principal. Si en nuestra cultura actual se hiciera o nos hicieran esa pregunta iríamos al fundamento de nuestras constituciones que nos conforman como pueblo y de donde dimanan luego todas las leyes y preceptos de nuestros códigos civiles.

Pero la pregunta que le lanzan a Jesús tiene una respuesta clara y que parece no tener sentido para el hombre de hoy que ha construido su vida quizá sobre otros parámetros o principios, que vive de una forma en la práctica agnóstica o donde la fe o la religión parece que no tienen que ver con las leyes de la vida de los hombres, ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero’.

Sin embargo ess respuesta tiene una razón para el que se siente creyente. Por otra parte Jesús no hace sino repetir al pie de la letra lo que está escrito en la ley judía y tiene todo su sentido. Tengamos en cuenta que Jesús además añade ‘El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas’.

Sí, somos creyentes y Dios sí tiene que ver con la vida del hombre, con el sentido y el valor de la vida de las personas, sobre el camino verdadero de la construcción de nuestra sociedad. En Dios tenemos el fundamento de todo y la historia de la presencia de Dios en la vida del hombre es una historia de amor. Una historia de amor donde nos hemos sentido amados porque hemos estado, podemos decirlo así, en la preocupación de Dios. Por eso primero que nada y por encima de todo nuestro amor para Dios. ‘Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente’. Es el eje y el fundamento.

Pero nunca ese amor a Dios va a mermar nuestro amor al hombre sino todo lo contrario. Va a ser el cauce y la fuerza precisamente para que nos amemos los unos a los otros. ‘El segundo es semejante a él’, nos dice Jesús. Que no podemos vivir el uno sin el otro, que no podemos decir que tenemos amor a Dios si no tenemos amor al prójimo. Es la base de todo. ‘Sostienen toda la ley y los profetas’, termina diciendo Jesús.

Por algo san Juan en su carta cuando nos habla de que Dios es amor nos dice que en consecuencia tenemos que amarnos los unos a los otros. ‘Si Dios nos ha amado de esta manera, amémonos los unos a los otros’, nos dice. No dice si Dios nos ha amado de esta manera, amémosle a El, amemos a Dios, sino amémonos los unos a los otros. Y es que en ese amor que nos tenemos mutuamente estamos amando a Dios. ¿No nos dirá Jesús que cuando dimos pan al hambriento o agua al sediento era a El a quien estábamos alimentando o calmando su sed?

Creo que no es necesario hacernos más consideraciones sino rumiar muy bien esto que nos ha trasmitido hoy el Evangelio y hemos venido comentando y reflexionando. Luego saquemos nuestras conclusiones, veamos cómo con toda claridad cada uno de los mandamientos que tenemos reflejados en el decálogo buscarán siempre el bien del otro, el respeto al otro, la valoración del otro, en una palabra el amor que hemos de tener al prójimo. La verdadera gloria de Dios está en la gloria que le demos al hombre, en el amor que les tengamos a los demás. Por eso cuando nosotros vamos anunciando el evangelio de Jesús lo que queremos ir haciendo es que haya más humanidad entre los hombres y las mujeres de hoy. La Buena nueva de Jesús nos descubre ese amor nuevo, esa vida nueva, ese estilo de nuevo de tratarnos y de amarnos en que siempre estaremos buscando el bien del prójimo.

Recojo algunos párrafos de un comentario que me ha llegado y pienso que nos pueden ayudar a completar esta reflexión. ‘Ahí está la esencia y la radicalidad de la fe y de la identidad cristiana… Nuestra felicidad depende de acoger y poner por obra los preceptos y mandatos del Señor, porque ellos son misericordia, en ellos hay sabiduría, hay esperanza de un vivir mejor, hay vida eterna… La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos.  Sin amor la ley y los preceptos se vuelven tiranía, sin amor nada seríamos, es decir, no seríamos humanos (una persona inhumana es aquella que no conoce ni sabe del amor), sin amor todo se vuelve oscuro, estéril, vacío’ (Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.).

Nuestro mandamiento principal es el amor.

 

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