Quizás
seamos los que llevemos la miseria en el corazón porque no somos capaces de
tener misericordia con el hermano, mientras decimos que amamos tanto al Señor
Filipenses 1, 1-11; Sal 110; Lucas 14,
1-6
El creyente dice por encima de todo
está Dios. Es cierto, es nuestra fe. Y Dios es solamente uno, y a Dios tenemos
que amarle sobre todas las cosas, como decimos en nuestra formulación breve del
catecismo. En consecuencia, decimos, nada ni nadie puede superar ese amor que
le tenemos a Dios, nada ni nadie podemos poner por encima de Dios. Decimos que
cuando ponemos algo sobre Dios estamos cometiendo idolatría, porque adoramos a
quien no es Dios. Hasta aquí, podemos decir, todo correcto.
¿Y qué lugar ocupa el hombre? ¿Qué
lugar ocupamos nosotros? ¿Podemos sustituir a Dios o convertirnos nosotros en
Dios? Algunas veces quizás nos idolatramos a nosotros mismos, cuando queremos
poner nuestra voluntad por encima de lo que es la voluntad de Dios. Pero
precisamente es aquí donde el mensaje nuevo de Jesús, el mensaje del Reino de
Dios que Jesús nos proclama nos va poniendo, por así decirlo, unos matices
distintos. Y es que para Jesús, y nos enseña que para Dios, el importante es el
hombre, es la persona.
En primer lugar quizá tendríamos que
recordar aquella primera página de la Biblia donde se nos habla de la creación
y de la creación del hombre y ya allí se nos dice que hemos sido creados a
imagen y semejanza de Dios. Cuando Dios crea al hombre no quiere hacer de él
una criatura cualquiera, ‘hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’
y a imagen de Dios nos creó. Aquí empezamos a ver la maravilla.
Pero luego Jesús nos irá recalcando en
el evangelio continuamente el valor de la persona humana, el valor del hombre y
no me importa emplear este lenguaje de toda la vida, porque nos estamos
refiriendo por igual al hombre y a la mujer, al varón y a la hembra. Hoy es una
muestra de ello, pero no hace mucho hemos recordado aquel pasaje del evangelio
en que le preguntan cuál es el mandamiento principal y nos habla del amor a
Dios con todo el corazón, con todo el alma, con todo el ser, pero nos dice a
continuación y el segundo es semejante a este, amarás a tu prójimo como a tí
mismo. Un amor semejante al que le tenemos a Dios hemos de tenerle a nuestro prójimo,
sea quien sea. Maravillas de Dios, tenemos que volver a decir.
Y es lo que Jesús nos quiere resaltar
hoy como en tantos otros pasajes del evangelio, que por así decirlo se
convierten siempre en la defensa del hombre, en la defensa del ser humano. Hoy
será con ocasión de aquel hombre con su mano paralizada que está allí en medio
de ellos cuando le invitan a comer en casa de un fariseo. Pero es sábado y el
sábado no se puede curar; en la visión estricta de los fariseos el sábado
estaba dedicado totalmente a Dios y no se podía trabajar, entonces, como Jesús
les hace ver, ¿tenemos que dejar a una persona en su sufrimiento porque ese día
no podemos curar por estar dedicado totalmente al culto del Señor?
El culto que el Señor quiere, y ya lo
decían también los profetas, es abrir las prisiones injustas, vestir al que ves
desnudo, enternecerte en tu propia carne ante el sufrimiento del hermano para
ayudarle, para curarle. Es lo que hace Jesús con gran escándalo de los fariseos
que sin embargo no saben qué decir. El hombre está por encima de todas nuestras
leyes y nuestras normas, y poner al hombre por encima de todo lo hacemos porque
en verdad Dios está por encima de todo y lo que Dios siempre quiere es la
felicidad y el bien del hombre.
Ya decíamos que Jesús en todo su
evangelio nos va dando siempre esta valoración de la persona, que es lo que
agrada a Dios; podríamos recordar muchos pasajes pero podemos traer a colación
la parábola del buen samaritano. ‘Acaso por llegar temprano al templo’,
como cantamos también en un canto de celebración, aquel sacerdote y aquel
levita pasaron de largo ante el hombre caído a la orilla del camino. Pero, ¿quién
se portó como verdadero prójimo del caído? Aquel que se bajó de su cabalgadura
para montar al herido y llevarlo donde
fuera en verdad socorrido.
¿Será esa nuestra manera de actuar?
¿Será esa la valoración que hacemos de toda persona? ¿Será así cómo levantamos
al caído? ¿No nos haremos nuestras distinciones y acaso nos apartamos a un lado
por miedo a ‘contagiarnos’ cuando nos encontramos al paso a determinadas
personas quizá con sus vicios y con sus miserias? ¿Quién será entonces el que
lleva la miseria en el corazón porque no es capaz de tener misericordia con el
hermano, mientras dice que ama tanto al Señor?
Reconozcamos que nos cuesta cambiar muchas
cosas en nuestra mentalidad, en nuestras costumbres y rutinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario