No
nos quiere Jesús que andemos encorvados y escondidos en nuestros miedos y
complejos sino hombres libres que gozan de la nueva libertad y ofrecen su mano
regalando libertad
Efesios 4, 32 — 5, 8; Sal 1; Lucas 13, 10-17
Aquella mujer pasaba desapercibida en
medio del grupo que aquel sábado frecuentaba la sinagoga. Encorvado, encogida
más bien diríamos nosotros en su complejo, en su dolor e imposibilidad, en su
pobreza de espíritu, en su humildad allí estaba y si Jesús no se acerca a ella
para levantarla y para curarla quizá nadie se habría fijado en ella. Como
tantas veces pasa; gente en silencio que no hacen ruido en su humildad, gente
encogida en sus complejos y en sus miedos, gente que parece meterse en el último
y más escondido lugar casada quizás de luchas y de fracasos, gente en la que
nadie se fija porque no relumbran como tanto nos gusta relumbrar y llamar la
atención quizás a nosotros.
Pero Jesús vino a sacarla de su
anonimato, Jesús quería levantarla, no podía permitir Jesús que siguiera
encorvada con tantos sufrimientos que probablemente atenazaban su corazón, el
que había venido a liberar a los oprimidos como había proclamado en la otra
sinagoga, en la de Nazaret, y a romper
toda clase de cepos no podía dejarla con aquellas ataduras y la quería con una
vida nueva, con un nuevo dinamismo en su vida. Y Jesús se acercó y la puso
derecha, la mujer se levantó y la que había estado en silencio se puso a
glorificar al Señor.
Claro que habrá siempre quien prefiera
que los que están acobardados y escondidos así permanezcan para que no
produzcan ninguna perturbación; hay quien prefiere que la gente siga calladita
y perdida anónimamente en medio de la multitud no sea que vayan a decir o a
mostrar algo que nos desestabilicen esa paz que artificialmente nos hemos
creado. Ya habrá razones que invocar para que los que están oprimidos no se les
suelte la lengua y comiencen a hablar; mejor todos calladitos y nadie se
ofende, y se buscarán razones hasta espirituales y religiosas queriendo
escudarnos en Dios cuando precisamente Dios no es eso lo que quiere para la
humanidad. En este caso era sábado y había que guardar el descanso sabático, no
importaba quien siguiera esclavizado. Para algunos parecía más importante
soltar el borrico para que fuera a abrevar aunque fuera sábado que una persona
se viera libre de su enfermedad o de sus opresiones.
No olvidemos que Jesús nos quiere con
los hombros bien levantados, en disponibilidad de ir siempre al encuentro del
otro, con la cintura ceñida porque estamos siempre dispuestos a servir y hacer
el bien y con la lámpara encendida en nuestra mano porque tenemos que salir a
los caminos a alumbrar los senderos de los hombres para que alcancen la
verdadera luz. Nos quiere humildes y serviciales, si, pero nunca humillados y
oprimidos, nos quiere hombres libres con la nueva libertad del hombre nuevo que
Jesús nos ofrece porque siempre su presencia ha de ser para nosotros un año de
gracia del Señor.
Es lo que hemos de ir haciendo nosotros
por los demás, encontrando esas personas que pasan desapercibidas, esas
personas a las que la vida ha hundido quizás y se sienten incapaces de
levantarse, a esas personas que no saben valorarse para que les demos confianza
en sí mismas y sepan ponerse a caminar. Somos los que tenemos que ir
proclamando la libertad que Dios nos ofrece a todos y ayudando a todos a que se
liberen de sus esclavitudes, somos los que tenemos que sentir esa mano amiga de
Jesús que se nos ofrece para levantarnos y ser nosotros esa mano de Jesús que
ayude a levantarse a los demás.
Todos al final cantaremos la gloria del
Señor.
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