Creer
en el Reino de Dios y vivirlo no es un simple entretenimiento ni el
extraordinario espectáculo que nos va a impresionar de forma asombrosa y momentánea
Efesios 5, 21-33; Sal 127; Lucas 13, 18-21
Nos gusta lo espectacular. Como ahora
cuando vemos una película con efectos extraordinarios y espectaculares como se
pueden obtener con los medios digitales y tecnológicos de los que hoy se
dispone. Nos llama la atención el espectáculo cuánto más insólito mejor, nos
entretiene, nos lleva quizá en nuestra imaginación por caminos insospechados y
vamos de asombro en asombro. Pero aunque no siempre se ha tenido esa
posibilidad de crear lo espectacular como lo podemos hacer hoy por ejemplo con
el cine, cualquier cosa que se saliera de lo normal en todos los tiempos a la
gente le apasionaba, aunque hubiera algo de terror y pudiera producir temores y
miedos.
En los tiempos de Jesús cuando les
hablaba del Reino de Dios que venía a instaurar, de alguna manera la gente que
lo escuchaba también estaban esperando cosas espectaculares; quizás las guerras
con toda la destrucción que les acarreaban de alguna manera subirán en la mente
de los hombres esas ansiedades y deseos que de alguna manera podían estar
latiendo en el corazón; y si no, eran los espectáculos que nos podía ofrecer la
naturaleza en medio de una tormenta; es por eso que los profetas utilizaron
esas imágenes, pero también ahora se emplearían para hablar del sentido o de la
forma del final de la historia; recordemos algunas cosas que nos dirá Jesús y
que próximamente en el final del año litúrgico vamos a escuchar de nuevo.
¿Sería algo así como se imaginaban que
se iba a realizar el Reino de Dios que tanto anunciaba Jesús y que estaba en la
esperanza de la llegada del Mesías? No olvidemos que en el concepto del pueblo
venía algo así como un guerrero al frente de un ejército liberador de aquellas
esclavitudes que vivían bajo la dominación de pueblos extranjeros. En ese
sentido eran los diversos movimientos que había entre en el pueblo dispuestos a
esas guerrillas liberadoras.
En algún momento le preguntarán a Jesús
si era ya llegado el momento de la liberación del pueblo como signo de la
constitución del Reino de Dios del que El les hablaba. Ya andaban los discípulos
cercanos a Jesús preparándose para conseguir los primeros puestos de poder,
como tantas veces hemos reflexionado. Pero Jesús propone hoy dos parábolas que
rompen todos esos parámetros que se habían construido en sus mentes, porque no
habrá nada más espectacular como sencillo que la imagen de una insignificante
semilla sembrada y que nos podría dar una gran arbusto capaz hasta de acoger a
los pajarillos para que en él hicieran sus nidos; o les habla también de ese
pequeño puñado de levadura, algo tan fino que parece como polvo, que sin
embargo es capaz de transformar la masa para darnos buen pan. Y nos dice Jesús,
así es el Reino de Dios.
Nosotros también soñamos con una
iglesia de cristiandad, triunfante sobre todo y sobre todos, acompañada de los
sones de los himnos que más bien en algunas ocasiones parecen guerreros y donde
todo parece que tendría que someterse a nuestros pies. Algo de eso nos queda de
espectacularidad con la herencia de signos grandiosos que con el arte a través
de los tiempos nos han levantado grandes edificios a los que hoy quizá contemplamos
vacíos porque no se encuentran los verdaderos adoradores del Padre en espíritu
y verdad de lo que nos habla Jesús en el evangelio.
Nos ponemos tristes muchas veces porque
ya no podemos hacer esas espectaculares procesiones que más bien podrían parecer
los desfiles victoriosos de los generales cuando venían de la guerra y en cuyo
honor se levantaban arcos de triunfo que han quedado para la posteridad. No
toda la gente está hoy por esas espectacularidades o cuando hay quien las
promueve tenemos el peligro de que se desvíen de su verdadero sentido y no sea
una auténtica expresión religiosa lo que allí estemos manifestando, y por otra
parte ya son cada vez menos los que participan en esos desfiles procesionales.
Nos olvidamos quizás – y ya son varias
las veces que empleo la palabra olvido – de esa pequeña semilla que tenemos que
sembrar y que tenemos que cultivar, quizá de forma callada y silenciosa, pero
haciendo que cada día más y mejor llegue el mensaje del evangelio al corazón de
las personas. Ese tendría que ser nuestro esfuerzo como cristianos, como
iglesia, donde en un tú a tú con las personas, en unos encuentros personales
pero también en los pequeños grupos que se formen en nuestras comunidades
vayamos de verdad difundiendo la buena nueva del evangelio.
Que en verdad seamos como esa levadura
que nos transforme a nosotros y que ayude a transformar a los que están a
nuestro lado y que ese bien de la buena nueva de Jesús, esa verdad del
evangelio se vaya difundiendo por sí misma y extendiéndose cada vez más como
una mancha de aceite que vaya contagiando todos los corazones. Eso es lo grande
en lo que tenemos que soñar, eso es lo verdaderamente espectacular del Reino de
Dios.
Creer en Jesús y en el evangelio no es
simplemente un entretenimiento ni el espectáculo de algo extraordinario que nos
va a impresionar con mucho asombro de forma momentánea. Será, tiene que ser,
algo que de verdad nos transforme desde lo más hondo de nosotros mismos. Mucho
tendríamos que cambiar los cristianos en esas cosas que se nos han metido en la
cabeza.
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