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martes, 27 de octubre de 2020

Creer en el Reino de Dios y vivirlo no es un simple entretenimiento ni el extraordinario espectáculo que nos va a impresionar de forma asombrosa y momentánea

 


Creer en el Reino de Dios y vivirlo no es un simple entretenimiento ni el extraordinario espectáculo que nos va a impresionar de forma asombrosa y momentánea

Efesios 5, 21-33; Sal 127; Lucas 13, 18-21

Nos gusta lo espectacular. Como ahora cuando vemos una película con efectos extraordinarios y espectaculares como se pueden obtener con los medios digitales y tecnológicos de los que hoy se dispone. Nos llama la atención el espectáculo cuánto más insólito mejor, nos entretiene, nos lleva quizá en nuestra imaginación por caminos insospechados y vamos de asombro en asombro. Pero aunque no siempre se ha tenido esa posibilidad de crear lo espectacular como lo podemos hacer hoy por ejemplo con el cine, cualquier cosa que se saliera de lo normal en todos los tiempos a la gente le apasionaba, aunque hubiera algo de terror y pudiera producir temores y miedos.

En los tiempos de Jesús cuando les hablaba del Reino de Dios que venía a instaurar, de alguna manera la gente que lo escuchaba también estaban esperando cosas espectaculares; quizás las guerras con toda la destrucción que les acarreaban de alguna manera subirán en la mente de los hombres esas ansiedades y deseos que de alguna manera podían estar latiendo en el corazón; y si no, eran los espectáculos que nos podía ofrecer la naturaleza en medio de una tormenta; es por eso que los profetas utilizaron esas imágenes, pero también ahora se emplearían para hablar del sentido o de la forma del final de la historia; recordemos algunas cosas que nos dirá Jesús y que próximamente en el final del año litúrgico vamos a escuchar de nuevo.

¿Sería algo así como se imaginaban que se iba a realizar el Reino de Dios que tanto anunciaba Jesús y que estaba en la esperanza de la llegada del Mesías? No olvidemos que en el concepto del pueblo venía algo así como un guerrero al frente de un ejército liberador de aquellas esclavitudes que vivían bajo la dominación de pueblos extranjeros. En ese sentido eran los diversos movimientos que había entre en el pueblo dispuestos a esas guerrillas liberadoras.

En algún momento le preguntarán a Jesús si era ya llegado el momento de la liberación del pueblo como signo de la constitución del Reino de Dios del que El les hablaba. Ya andaban los discípulos cercanos a Jesús preparándose para conseguir los primeros puestos de poder, como tantas veces hemos reflexionado. Pero Jesús propone hoy dos parábolas que rompen todos esos parámetros que se habían construido en sus mentes, porque no habrá nada más espectacular como sencillo que la imagen de una insignificante semilla sembrada y que nos podría dar una gran arbusto capaz hasta de acoger a los pajarillos para que en él hicieran sus nidos; o les habla también de ese pequeño puñado de levadura, algo tan fino que parece como polvo, que sin embargo es capaz de transformar la masa para darnos buen pan. Y nos dice Jesús, así es el Reino de Dios.

Nosotros también soñamos con una iglesia de cristiandad, triunfante sobre todo y sobre todos, acompañada de los sones de los himnos que más bien en algunas ocasiones parecen guerreros y donde todo parece que tendría que someterse a nuestros pies. Algo de eso nos queda de espectacularidad con la herencia de signos grandiosos que con el arte a través de los tiempos nos han levantado grandes edificios a los que hoy quizá contemplamos vacíos porque no se encuentran los verdaderos adoradores del Padre en espíritu y verdad de lo que nos habla Jesús en el evangelio.

Nos ponemos tristes muchas veces porque ya no podemos hacer esas espectaculares procesiones que más bien podrían parecer los desfiles victoriosos de los generales cuando venían de la guerra y en cuyo honor se levantaban arcos de triunfo que han quedado para la posteridad. No toda la gente está hoy por esas espectacularidades o cuando hay quien las promueve tenemos el peligro de que se desvíen de su verdadero sentido y no sea una auténtica expresión religiosa lo que allí estemos manifestando, y por otra parte ya son cada vez menos los que participan en esos desfiles procesionales.

Nos olvidamos quizás – y ya son varias las veces que empleo la palabra olvido – de esa pequeña semilla que tenemos que sembrar y que tenemos que cultivar, quizá de forma callada y silenciosa, pero haciendo que cada día más y mejor llegue el mensaje del evangelio al corazón de las personas. Ese tendría que ser nuestro esfuerzo como cristianos, como iglesia, donde en un tú a tú con las personas, en unos encuentros personales pero también en los pequeños grupos que se formen en nuestras comunidades vayamos de verdad difundiendo la buena nueva del evangelio.

Que en verdad seamos como esa levadura que nos transforme a nosotros y que ayude a transformar a los que están a nuestro lado y que ese bien de la buena nueva de Jesús, esa verdad del evangelio se vaya difundiendo por sí misma y extendiéndose cada vez más como una mancha de aceite que vaya contagiando todos los corazones. Eso es lo grande en lo que tenemos que soñar, eso es lo verdaderamente espectacular del Reino de Dios.

Creer en Jesús y en el evangelio no es simplemente un entretenimiento ni el espectáculo de algo extraordinario que nos va a impresionar con mucho asombro de forma momentánea. Será, tiene que ser, algo que de verdad nos transforme desde lo más hondo de nosotros mismos. Mucho tendríamos que cambiar los cristianos en esas cosas que se nos han metido en la cabeza.

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