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sábado, 16 de noviembre de 2024

Ojalá aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que hacemos oración porque estamos saboreando a Dios

 


Ojalá aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que hacemos oración porque estamos saboreando a Dios

3Juan 5-8; Salmo 111; Lucas 18, 1-8

Mientras algunos tienen a gala el tener grandes amigos, poderosos e influyentes, a los que pueden acudir porque siempre estarán dispuestos a mover los hilos que sea para que nosotros logremos nuestras aspiraciones, o consigamos todo aquello que necesitamos, otros sin embargo andarán resabiados por la vida porque no estarán dispuestos a pedirle nada a nadie, o piensan que a determinadas personas nada le pedirán porque siempre les van a dar largas o el no por respuesta. ¿Qué confianza podemos tener para solicitar una ayuda o pedir algo perentorio que necesitamos? ¿Qué vamos a encontrar? Claro que por detrás también tenemos que pensar cuales son las respuestas que nosotros damos a quien nos pide. Algo muy complejo, que no lo podemos delimitar tan fácilmente. ¿Qué encontramos o qué ofrecemos?

¿Es verdad que necesitamos de esas influencias, o de esas instancias para ablandar el corazón de aquel a quien le pedimos? Claro que también tendríamos que pensar que nuestras mutuas relaciones no se reducen a un pedir o a un dar; alguna otra comunicación tendríamos que tener entre unos y otros, porque de lo contrario eso significaría que son muy pobres nuestras relaciones, que nos falta cordialidad y confianza, que nos falta cercanía para compartir que no solo son cosas sino algo más de nuestra vida.

¿No tendríamos que pensar en algo de todo esto en lo que es nuestra relación con Dios? Y es aquí donde tenemos que plantearnos qué son y cómo son nuestras oraciones. Es cierto que muchas veces parece que las convertimos solo en un reclamo o en pedir cosas. ¿No nos estará faltando esa comunicación que tiene que ser comunión en todo lo que es nuestra relación con Dios? Muchas veces también lo reducimos a algo formal, a lo ritual, y porque hacemos unos ritos, muchas veces mecánicamente, ya parece que lo hemos hecho todo, ya hemos hecho oración, pero quizá en lo hondo del corazón no hemos terminado de llegar a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida. Qué pobreza entonces, tenemos que reconocer, en nuestra oración.

El evangelista nos dice que para enseñarnos Jesús cómo tenemos que ser perseverantes en nuestra oración nos propone una parábola. No dice solo perseverantes en nuestras peticiones, que también, sino perseverantes en la oración. Claro que el ejemplo nos habla de la viuda que pedía justicia a aquel juez que se portaba de manera injusta y no la escucha.

Pero me quiero quedar en unas palabras que pueden tener su significado para lo que estamos diciendo; aquella mujer quiere ser escuchada, aquel juez no la escucha, aunque al final terminará escuchándola. ¿No tendríamos que emplear esta expresión en lo que tiene que ser nuestra relación con Dios? Una escucha mutua, que de Dios tenemos garantizada, pero una escucha que nosotros también tenemos que saber hacer a lo que Dios nos dice o nos ofrece. Y escucha es ese querer entrar en comunicación, es llegar a esa comunión con Dios. Y no somos perseverantes, no es Dios el que se cansa de nuestras peticiones, sino que somos nosotros los que nos cansamos de escuchar a Dios, no nos ponemos en sintonía con Dios. Creo que es un aspecto muy importante que hemos de tener en cuenta.

Por eso nos dirá Jesús en otro momento cuando nos enseñe a orar que no tenemos que estar pensando en muchas cosas que tenemos que pedirle a Dios, que Dios conoce nuestras necesidades; como nos dice cuando nos enseña el padrenuestro como forma, que no fórmula, de oración nos dice que no necesitamos muchas palabras. Claro que nosotros lo hemos convertido en una fórmula que entonces nos parece que tenemos que repetir muchas veces para que Dios nos escuche. Ojalá aprendamos a saborear el padre nuestro desde la primera palabra de esa oración. Sí, digo saborear. Eso tiene que ser nuestra oración, saborear el que estamos con Dios.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Allí donde estamos o con la responsabilidad que tenemos muchas cosas tendríamos que cambiar en nosotros mismos para gestionar nuestra vida y lo que hacemos

 


Allí donde estamos o con la responsabilidad que tenemos muchas cosas tendríamos que cambiar en nosotros mismos para gestionar nuestra vida y lo que hacemos

2Juan 4-9; Salmo 118; Lucas 17, 26-37

La vida no siempre es fácil, todos lo sabemos. Exige esfuerzo y deseos de superación, nos pide muchas veces estar en pie de lucha ante las dificultades que van apareciendo, muchas veces nos suceden cosas que nos lo pueden trastocar todo y quedarnos como con las manos vacías sin saber que hacer, pero siempre podemos encontrar el ánimo, la fuerza de voluntad, el apoyo que necesitamos en ese camino. Son las luchas y los trabajos de cada día, familia, responsabilidades, crecimiento personal, que muchas veces desde nosotros mismos nos encontramos con tropiezos, por nuestros cansancios y nuestra falta de constancia, por nuestras propias pasiones que en ocasiones nos hacen perder el sentido más profundo, por cuanto nos sucede a nuestro alrededor. Pero yo diría que no podemos sentirnos derrotados.

Tiene que aparecer toda la madurez de nuestra propia persona, para reflexionar y para discernir, para saber encontrar el camino y no perder la esperanza, para mantenernos fieles a nuestros valores y a nuestros principios, para sentir también que la mano de Dios está detrás de todo eso y quizás a través de esas mismas cosas que nos suceden El quiere hablarnos al corazón, como al mismo tiempo abrirnos a nuevos horizontes. Aquí tiene que aparecer el discernimiento de nuestra fe, para no confundirnos, para saber que siempre hay una luz, que no nos faltará el amor de Dios, aunque el camino nos parezca oscuro. En cañadas oscuras El nos conduce como rezamos en alguno de los salmos.

El evangelio de hoy nos puede parecer un tanto enigmático y difícil de comprender. Jesús está en el camino de su subida a Jerusalén para la pascua y sabe bien cuál es la pascua que allí ha de vivir. En su entorno aunque los discípulos más fieles están siempre con El, alguno fallará sin embargo, comienza también a notarse el rechazo de algunos principales y que más tarde en Jerusalén se hará bien patente. Las palabras de Jesús de alguna manera tienen este trasfondo.

En los próximos días también vamos a escuchar mucho que Jesús hablará de los tiempos finales, de los últimos tiempos, como también anunciará proféticamente lo que va a suceder en medio de su pueblo, aunque a la gente le cueste entender las palabras de Jesús. Pero ahí han quedado en el evangelio y son palabras iluminadoras en todos los tiempos en que siempre los cristianos o nos vamos a encontrar con momentos difíciles, o vivimos también en la expectación de los últimos días. Por eso las palabras de Jesús siguen siempre palabras que iluminan, palabras de esperanza para los hombres de todos los tiempos.

Hemos hablado de nuestras luchas y de lo difícil que se nos pone la vida de muchas maneras, pero también hemos insinuado la necesidad de que reflexionemos sobre la vida y cuanto nos sucede, y seamos capaces de hacer un discernimiento para encontrar lo que tiene que ser nuestro camino, nuestro camino precisamente iluminado por esa fe que ponemos en Jesús.

En todo momento de la vida tenemos que descubrir esa luz que no nos falta, porque Dios estará siempre con nosotros aunque tengamos que pasar por momentos negros en la vida. Cuanto sucede a nuestro alrededor nos ha de servir de lección, de toque de atención, de plantearnos que es lo que de verdad estamos haciendo que la vida, qué estamos haciendo nuestro mundo, qué respuesta tenemos que ir dando.

En nuestra tierra hemos pasado – sobre todo en aquellas regiones más afectadas aunque todos queremos sentirlo como algo que nos ha sucedido a nosotros, como algo nuestro – unos momentos difíciles donde ha aparecido la destrucción y la muerte. ¿Todo esto no nos tendría que hacer pensar? ¿Cuáles han de ser los verdaderos afanes que hemos de tener en la vida? ¿Qué estamos haciendo allí donde estamos, allí donde vivimos, allí donde ejercemos nuestras responsabilidades por hacer que nuestro mundo sea mejor?

En medio de tanto dolor y oscuridad siempre podemos encontrar una luz, como siempre tenemos que sentir una llamada del Señor. Se ha despertado la solidaridad de muchos, hemos roto esa cadena de insensibilidad en que a veces parece que caminamos en la vida, ha habido una respuesta hermosa en tantos y tantos que han sentido como propios los sufrimientos de esas personas y de tantos que de una forma o de otra se han movilizado para ayudar.

¿No tendría que hacernos pensar en que sería de otra manera como gestionáramos nuestro mundo? Incluso desde nuestra vida personal, allí donde estemos o con la responsabilidad que tengamos, ¿no nos daremos cuenta que quizás haya muchas cosas que tendríamos que cambiar en nosotros mismos, en nuestra manera de hacer las cosas o donde empleamos lo que somos y lo que tenemos? Pueden ser llamadas que Dios está haciendo a nuestro corazón.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Es necesario que sepamos interiorizar para encontrar las verdaderas señales del Reino de Dios y podamos luego llevarlas al mundo que tanto lo necesita

 


Es necesario que sepamos interiorizar para encontrar las verdaderas señales del Reino de Dios y podamos luego llevarlas al mundo que tanto lo necesita

Filemón 7-20; Salmo 145; Lucas 17, 20-25

En la vida muchas veces nos vamos creando expectativas que no siempre son reales; son nuestros sueños o nuestra imaginación, muchas veces, cómo nos gustaría que fueran las cosas o lo que tendría que suceder, pero muchas veces no son realistas. Es bueno soñar, es bueno desear cosas mejores que las que tenemos y muchas veces esos sueños nos hacen caminar, nos hacen esforzarnos, nos hacen buscar; no es tan malo soñar, pero sabiendo diferenciar lo que es un sueño de lo que en verdad podemos conseguir, estamos capacitados para conseguir. Así hacemos camino, así avanzamos, así buscamos nuevas metas que queremos cada vez más altas, así en cierto modo nos vamos programando la vida.

Pero bien sabemos que tenemos que cuidar que no nos confundan; puede haber alguien que quiera aprovecharse de nuestra ilusión  y nos traza planes, pero que no son los nuestros, ni están adaptados a nuestras condiciones, que son las metas que de verdad tenemos en la vida, los principios por los que nos guiamos, y que no podemos dejar que se tergiversen, que se aprovechen de nosotros quizás desde otros intereses que no tienen que ver nada con nuestra vida. Por eso hemos de tener cuidado con las invitaciones o llamadas que nos puedan llegar de aquí o de allá y que no sabemos por qué vienen a nosotros. Otra cosa, claro, es que seamos capaces de dejarnos sorprender por Dios. Es aquí donde tenemos que discernir, sopesar las cosas, descubrir de verdad lo que Dios quiere de nosotros.

¿Sabremos nosotros discernir los signos que Dios va poniendo en nuestro camino de su presencia y de su amor y de la respuesta que nosotros hemos de dar? Atentos tenemos que estar; atentos para no dejarnos ni engañar ni confundir. De eso nos quiere hoy prevenir Jesús en el evangelio.

Por allá andan preguntándole sobre la inminencia de la llegada del Reino de Dios. Tenemos, es cierto, que entenderlos. Se habían creado también unas expectativas de lo que iba a ser y a hacer el Mesías. Confiaban en la inminencia de la llegada del Mesías, pero pensaban más en un Mesías caudillo, en un Mesías guerrero. La situación que vivían como pueblo que se pedía sometido a poderes extranjeros, por una parte, la situación de pobreza en que vivía el pueblo y la desorientación de sus vidas, les hacía soñar también.

Y Jesús había anunciado la llegada del Reino de Dios. Se habían hecho una idea, era el tiempo de la liberación de Israel, de unos tiempos nuevos de libertad, y poco menos que se veían como aquellos antepasados suyos que habían atravesado un desierto para llegar a una tierra prometida. ¿Serían ahora los tiempos de una nueva tierra prometida?

Jesús les hablaba y se los decía claramente que el Reino de Dios no era como los reinos de este mundo. Cuando incluso los apóstoles soñaban con poderes en ese Reino de Dios, Jesús les decía que entre ellos no podía ser como en los reyes del mundo. Otro era el sentido, otra era la manera de servir a ese nuevo pueblo de Dios. Pero les costaba entender, incluso a los discípulos más cercanos y que estaban siempre con Jesús, que seguían buscando puestos a la derecha y a la izquierda.

Por eso les dice que tengan cuidado con los tiempos de confusión que pueden venir, de si tienen que buscarlo aquí o allá. Jesús les están diciendo que se miren al interior, que el Reino de Dios tenemos que sentirlo en el interior de nosotros mismos. Había pedido conversión, cambio profundo desde el interior con nuevas actitudes, con nuevas manera de ser y de vivir, con nuevas manera de actuar. Y les costaba entender. Como nos sigue costando a nosotros hoy que también nos hacemos algunas veces una iglesia a la manera de los reinos de este mundo. Y a la gente le cuesta entender.

Es necesario que vayamos a lo más hondo de nosotros, que sepamos interiorizar, que sepamos buscar en el corazón esas señales del Reino de Dios que luego tendremos que manifestar en lo que hacemos, en nuestro trabajo o en el compromiso con los demás. No se trata solamente de hacer cosas como no se trata de contentarnos con celebraciones bonitas.

Tenemos que abrir nuestro interior a Dios y entonces lo encontraremos y lo podremos llevar también a los demás. Seremos en verdad misioneros que llevemos el mensaje del evangelio al mundo que nos rodea cuando en lo más hondo de nosotros mismos nos hayamos encontrado con Dios y desde nuestro interior saboreemos el verdadero sentido del Reino de Dios. Sin esa vivencia interior y profunda nada seremos ni nada podremos ofrecer con sentido al mundo que esta necesitando de esa luz.

Necesitamos ser lavados, limpios de una cierta lepra que nos ha ido envolviendo nuestra vida en todas esas actitudes no tan nobles apegadas a nuestros corazones

 


Necesitamos ser lavados, limpios de una cierta lepra que nos ha ido envolviendo nuestra vida en todas esas actitudes no tan nobles apegadas a nuestros corazones

Tito 3, 1-7; Salmo 22; Lucas 17, 11-19

‘Es de bien nacido el ser agradecido’, hemos escuchado más de una vez. Desde pequeñitos nos lo enseñaron, ¿qué es lo que se dice? Se dice gracias. Pero quizás algunas veces lo olvidamos. ¿Acaso nos creeremos merecedores de todo? Sin querer hacer esa afirmación como si fuera una acusación, sin embargo tenemos que reconocer que muchas veces nos pasa eso. Parece que nos cuesta decir gracias, o mostrar nuestro agradecimiento de alguna manera; las palabras son importantes, pero el gesto, la sonrisa, la mirada, la mano sobre el hombre puede decir mucho. Porque la gratitud hay que llevarla en el corazón, tiene que ser una actitud que tengamos en la vida, es una postura de relación.

Aunque no hacemos las cosas para que nos den las gracias, ni estén repitiéndonos zalameros lo buenos que somos, sin embargo para nosotros son una presencia agradable esas personas que llevan la sonrisa de la gratitud en sus gestos y en la forma de mostrarnos su cariño, como una correspondencia a lo que hayamos hecho por ellas. Mucho tendríamos que revisar en la vida para tener esa tan necesaria nobleza del corazón. Confieso que algunas veces cuesta, y demasiadas veces vamos de engreídos por la vida queriendo creernos que nos lo merecemos todo.

El evangelio de hoy nos hace pensar, en esas actitudes que hemos de tener con los demás, pero sobre todo en cómo es nuestra relación con Dios.  Jesús va de camino hacia Jerusalén; de camino se encuentra con un grupo de leprosos de lejos gritan y suplican compasión. Era el grito habitual que se escuchaba por aquellos campos, en cierta lejanía de poblados y ciudades; los leprosos no podían convivir en las poblaciones ni siquiera con sus familiares y vivían confinados en esos lugares apartados; tenían que gritar si alguien se acercaba que era un impuro para que no cayera también en esa impureza; pero su grito era pidiendo compasión. ¿Sabían realmente que era el profeta de Galilea el que encabezaba aquella marcha hacia Jerusalén?

‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Sabían lo que pedían y a quien lo pedían. Y la compasión siempre estaba presente en el corazón de Jesús, siempre compasivo y misericordioso. ¿Cuál iba a ser la respuesta? Para poder incorporarse de nuevo a la comunidad necesitaban quien acreditara que estaban sanos; por eso Jesús les manda presentarse ante los sacerdotes, quienes podían dar esa certificación. No esperan más y corren para cumplir mientras ven sus cuerpos sanos. Uno sin embargo se da la vuelta para postrarse ante Jesús. Ya conocemos la alabanza de Jesús. Allí está la fe de aquel hombre que le hacía tener ese reconocimiento ante Dios. ‘Se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias’.

Nos dirá a continuación el evangelista que era un samaritano. Jesús iba de camino entre Galilea y Samaría, nos había dicho antes el evangelista. Para los judíos era considerado como un extranjero; ya sabemos la discriminación que entre ellos había, pero el evangelio viene romper barreras y fronteras, porque será ese ‘extranjero’ el que merecerá la alabanza de Jesús por su fe.

Cuántas cosas nos va diciendo paso a paso el evangelio en este corto relato para alimento de nuestra fe. Actitudes que tenemos que revisar, discriminaciones que tenemos que hacer caer, barreras que tenemos que romper, nueva que tenemos que despertar, sentimientos de gratitud que tenemos que hacer resurgir. Merecería que nos fuéramos deteniendo en todas esas cosas que nos va señalando el evangelio. Es una buena nueva que tiene que transformarnos desde lo más hondo. 

¿No necesitaremos también nosotros ser lavados, ser limpios de una cierta lepra que se nos ha ido pegando en nuestra vida en todas esas actitudes que no son tan nobles y que se han apegado a nuestros corazones?

martes, 12 de noviembre de 2024

Seamos capaces de actuar desde la gratuidad, en la satisfacción que sentimos por nuestra responsabilidad y en la humanidad que vamos a poner en nuestras relaciones

 


Seamos capaces de actuar desde la gratuidad, en la satisfacción que sentimos por nuestra responsabilidad y en la humanidad que vamos a poner en nuestras relaciones

Tito 2, 1-8. 11-14; Salmo 36; Lucas 17, 7-10

¿Queremos tener fruto de todo lo que hacemos? Parece normal, vivimos en una sociedad de intercambio, yo sé hacer una cosa, tu sabes hacer otra, con lo que yo hago contribuyo a lo que tú puedes tener, y con lo que tú realizas puede servirme a mí; nacen así unas relaciones, llamémoslas comerciales, en donde por lo que yo hago recibo un beneficio, salario lo llamamos y no vamos ahora a entrar en el origen de la palabra, para que yo pueda vivir y pueda adquirir aquellas cosas que no tengo pero que otros han realizado. Son las relaciones, decíamos de intercambio o comerciales, que mantenemos los unos y los otros con lo que vamos realizando y construyendo nuestra sociedad.

¿Pero todo lo podemos o tenemos que fundamentar en ese tipo de relaciones, donde entran los beneficios y las ganancias? Muchos se preguntan cuando le piden un servicio, que realice algo que es capaz de hacer, ¿cuánto voy a ganar yo por esto? Pero creo que nuestra mirada tiene que ir mucho más allá de todos estos intereses cuando nos sentimos responsables de la vida y del mundo en el que vivimos.

No solo tenemos que mirar por nosotros mismos y esos beneficios gananciales por llamarlos de alguna manera que vamos a obtener, sino que tendríamos que ir pensando en el bien que hacemos, los beneficios que ya no tenemos que medirlos en ese plano material y económico sino en lo que me puede enriquecer humanamente a mi, pero también en el grado de humanidad que yo voy a ir poniendo en las relaciones entre unos y otros. Eso cuesta algunas veces.

Es necesario tener otra altura de mirada, o si queremos decirlo de otra manera, otra mirada más alta, con una nueva perspectiva. Cuando nos ponemos en un plano muy horizontal algunas veces nos tapamos los unos a los otros, o se nos ponen como espejos delante de nosotros aquellas cosas que vamos haciendo y no somos capaces de mirar más allá, será como una cortina que se nos interpone; por eso decíamos que tenemos que tener otra perspectiva, tener una mirada, por ejemplo, más alta, mirar desde otra altura, y ya no se nos interpondrán por medio tantas cosas, y ya podemos ver todo en su conjunto. Desde lo alto de la montaña podemos ver mejor la amplitud del valle, con todas sus variaciones, con todos sus colores, con toda su variada riqueza, podríamos decir.

Creo que esta reflexión que me vengo haciendo nos puede ayudar a encontrar un sentido más genuino y más profundo incluso de la vida; creo que nos puede ayudar también a entender el mensaje que hoy Jesús nos quiere trasmitir desde el evangelio. Habla de aquel que tiene que hacer su trabajo desde su responsabilidad, desde ese sentido que tiene su vida, y por lo que no tenemos que estar buscando agradecimientos ni homenajes.

Es la responsabilidad de su vida, son los valores que hay en él con sus cualidades y capacidades, con su saber hacer y con toda la riqueza que lleva en su interior y que va a reflejar en aquello que realiza. Por sí mismo en lo que está haciendo tiene que sentir su satisfacción interior, pero no lo hará buscando esa ganancia de unas alabanzas, sino que se sentirá enriquecido en sí mismo por haberlo realizado.

Nos dirá Jesús en una frase a la que queremos darle muchas interpretaciones, pero que hemos de tomárnosla incluso con toda la crudeza de sus propias palabras. ‘Siervos inútiles somos y no hemos hecho otra cosa que lo que teníamos que hacer’. Eso, lo que teníamos que hacer, y en esa responsabilidad con que vivimos, ya nos sentimos enriquecidos, ya sentimos el gozo del corazón. No siempre lo que hacemos tiene que ser buscando esas ganancias materiales.

Creo que tenemos que aprender mucho de la gratuidad, y para eso nos fijamos también en la gratuidad del amor que el Señor nos tiene. Como nos llegará a decir san Juan, no es que nosotros hayamos amado a Dios y por eso Dios nos ama, sino que Dios nos amó primero, incluso cuando nosotros no lo merecíamos a causa de nuestro pecado. Jesús es el que muere no por un justo, sino por nosotros aun siendo pecadores.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás

 


Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás

Tito 1,1-9; Salmo 23; Lucas 17,1-6

Algunas veces se pone uno a pensar y no termina de ver por donde van los derroteros de nuestra sociedad. Es muy fácil decir que queremos una sociedad nueva; todos de una manera o de otra lo dicen sea cual sea la ideología o la manera de pensar que tengan; parece que nadie está de acuerdo con las cosas como marchaban antes, salvo los nostálgicos, y queremos hacer reformas por todas partes porque decimos que queremos una sociedad mejor.

Pero ¿sobre qué bases o fundamentos queremos construir esa sociedad? Por todas partes no vemos sino revanchas, palabras agrias porque no se sabe hacer un debate si no buscamos descalificaciones y enseguida salen a relucir los insultos, despertamos odios y enfrentamientos que habíamos dejado ya por zanjados y volvemos a desenterrar viejos enfrentamientos y divisiones; como alguien tenga un tropiezo, ya estamos todos haciendo leña del árbol caído, tapamos lo que nos conviene o lo de lo que está más cerca de nosotros buscando mil justificaciones, pero como podamos enterramos vivo al que haya tenido un tropiezo.

Escándalos del tipo que sea, errores en la realización de las cosas, cosas mal hechas o que han rayado con cosas injustas, las ha habido en todos los tiempos, pero parece que ahora yo no somos capaces de enmendar errores, no se da posibilidad a que haya una rehabilitación de las personas, y por supuesto lo del perdón parece que está bien lejos del pensamiento y del actuar. ¿Y de esa manera haremos que las cosas vayan mejor? ¿A dónde vamos a llegar?

Esto lo palpa uno en la vida de la sociedad en la que estamos, donde parece a veces que falta una madurez humana y unos valores que de verdad construyan a la persona. Y de esto todos podemos contagiarnos, porque ya no es solo a los niveles que podríamos llamar altos de la sociedad, sino que esto es lo que luego palpamos en las relaciones más a pie de calle de unos y otros, entre vecinos, entre familias, y cuidado que los cristianos y en el ámbito de la iglesia nos contagiemos de esa manera de actuar.

Me surge toda esta reflexión desde el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla Jesús de los escándalos, y de alguna manera nos dice que son inevitables (teniendo en cuenta claro nuestra propia debilidad que fácilmente nos hace tropezar tantas veces y en tantas cosas) y ya nos dice que ay del que provoca el escándalo, pero también nos dice que tengamos cuidado. Tengamos cuidado ¿por qué? Porque, es cierto, nos podemos contagiar de la manera de reaccionar y de actuar del mundo que nos rodea. Pero Jesús a continuación nos ofrece todo un proceso, podríamos decir.

Nos habla Jesús de cómo tenemos que ser comprensivos los unos con los otros, porque todos podemos de la misma manera cometer errores - ¿No nos dirá en otro momento que el que esté sin pecado que tire la primera piedra?, y muchos buscarán cómo justificarse para tirar esa piedra – pero nos dice además como tenemos que corregirnos los unos a los otros, cómo tenemos que buscar la manera de ayudarnos; y la comprensión exige paciencia, y humildad, y mucho cariño y amor; la corrección nos lleva a perseverar en esas palabras buenas que queremos decir para convencer y para animar; y la corrección nos llevará al perdón, para que la persona se sienta en verdad rehabilitada y considerada de nuevo para volver a comenzar.  ¿Seremos capaces de hacer todo eso?

Muchas veces nos tomamos las palabras de Jesús allí por donde mejor nos conviene, pero no terminamos de escuchar todo lo que Jesús nos dice. Entiende Jesús que las personas tienen que realizar un proceso, y somos humanos, y no siempre es fácil. Pero no sabemos acompañar al que yerra y se quiere levantar; no sabemos valorar los esfuerzos que hace y que tanto le cuestan para tropezar quizás una y otra vez. ¿Es que nosotros somos tan perfectos y tenemos tanta fuerza para que a la primera cambiemos del todo y nos podamos presentar de nuevo como santos? Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás.

Si entre nosotros no somos capaces de realizarlo, ¿como seremos capaces de verdad de contribuir a que la sociedad sea mejor y destierre de una vez por todas esas revanchas y esos odios renacidos que estamos viendo continuamente?

Los discípulos a todo esto que les planteaba Jesús terminaron pidiéndole que les aumentara la fe. Les parecía, es cierto, algo muy difícil. Pero Jesús nos habla del poder de la fe, de lo que podemos hacer si en verdad ponemos toda nuestra fe y toda nuestra confianza en Dios, de la fortaleza que nos va a acompañar. ‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza…’ nos dice.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Aprendamos a respetar y a valorar, a tener en cuenta lo pequeño y a saber colaborar desinteresadamente, a escuchar y a comenzar a activar la sintonía del amor

 


Aprendamos a respetar y a valorar, a tener en cuenta lo pequeño y a saber colaborar desinteresadamente, a escuchar y a comenzar a activar la sintonía del amor

1 Reyes 17, 10-16; Sal. 145; Hebreos 9, 24-28; Marcos 12, 38-44

En nuestra arrogancia cuantas veces nos sucede que minimizamos el valor de cosas o de personas que nos parecen poco importantes en la vida, sobre todo desde nuestros criterios de pensar que solo lo nuestro es lo que vale, que las cosas pequeñas pasan desapercibidas y sin valor y que hay que hacer cosas verdaderamente llamativas o que ser un poco más significativo en la vida para que lo que tengamos en cuenta.

Nos dejamos impresionar por la presentación pero no vamos al fondo; una persona nos parece muy pequeña y humilde y sin valor, mientras que quizás tenemos más en cuenta al que va avasallando a todo el mundo. Cuántas veces nos desentendemos de personas y no valoramos lo que hacen simplemente porque nos parecen que son insignificantes y nada nos pueden aportar. Cuántas veces decimos también, ¿eso lo dijo fulanito? ¿Qué sabe ése o qué puede opinar de estas cosas si no sabe hacer la o con un canuto de caña? Y esto nos puede suceder en muchos aspectos de la vida. Es lo que viene a denunciarnos hoy Jesús en el evangelio.

Estaba a la entrada del templo, quizás en aquellas explanadas a donde todos, incluso los gentiles, podían tener acceso; había otros lugares más interiores que se acercaban al lugar de los sacrificios, y era donde enseñaban los maestros de la ley o se proclamaban las Escrituras de la Ley y los Profetas. Fuera cual fuera la situación de Jesús, en el atrio de los gentiles o en el lugar más reservado para la oración y la escucha de la Palabra, estaba atento Jesús a cuanto sucedía. Comenta la postura de los que van avasallando con su superioridad llena de vanidad y orgullo, pero está atento a quienes al pasar junto al cepillo de las ofrendas van allí dejando sus limosnas o contribución al culto del templo.

Una viuda anciana ha dejado allí su minúscula ofrenda en comparación con las monedas que hacen resonar los que antes o después han pasado, pero para que todos escuchen y alaben su generosidad. Pero Jesús se ha fijado en aquella mujer y para ella tiene hermosas palabras que comenta con sus discípulos más cercanos. Ha echado unos cuartos pero ha sido de más valor que cuantos en su vanidad hacían sonar sus monedas, pero que era solamente de lo que les sobraba. Aquella pobre mujer ha echado cuanto tenía para vivir.

Podría parecer irrelevante lo que aquella mujer hacía. Quizás nosotros desde la barrera que nos creamos con nuestros juicios previos y todo ese montaje que nos armamos muchas veces en la cabeza y en el corazón, también podríamos ponernos a hacer nuestros juicios. Quizás hubiéramos ido corriendo a decirle a aquella mujer que no tenía por qué hacer esa ofrenda cuando ella estaba pasando tanta necesidad; y nos ponemos a hacer nuestros juicios sobre la religión y sus prácticas, sobre las cosas que hace la gente sencilla que a nosotros nos puede parecer incluso un sin sentido, pero ¿por qué tenemos que juzgar lo que hay en el corazón de la persona que actúa no solo con buena voluntad sino con todo su amor?

¿Qué sabemos lo que hay en el corazón de la otra persona? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y dejar de valorar lo que el otro en la rectitud de su conciencia está haciendo porque está pensando que es lo mejor? ¿Por qué tienen que prevalecer nuestros criterios sobre las decisiones que nacen del corazón entregado de amor de los demás?

Con que facilidad vamos en la vida descalificando, quitándole valor a lo que hacen los demás, condenando cuando no hacen las cosas como a nosotros nos gusta hacerlas, viendo torcidas intencionalidades en lo que hacen los demás, porque como decimos por algo hacen lo que están haciendo, no respetando la buena voluntad del que quiere hacer lo mejor según su conciencia.

Aprendamos a respetar y a valorar, a tener en cuenta el bien que están haciendo las otras personas y a saber colaborar desinteresadamente con todo lo bueno que se pueda hacer por los demás, a escuchar lo que los demás nos puedan ofrecer y a comenzar a sintonizar que para ello es necesaria tener activada la sintonía del amor, a saber acercarnos al que nos parece pequeño e insignificante descubriendo también toda la riqueza y sabiduría que puede llevar en su corazón  y en las cosas que hace. Finalmente pongamos también generosidad en nuestra propia vida; lo podemos hacer cuando nos hemos dejado envolver y empapar por el amor.