Ojalá
aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que
hacemos oración porque estamos saboreando a Dios
3Juan 5-8; Salmo 111; Lucas 18, 1-8
Mientras algunos tienen a gala el tener
grandes amigos, poderosos e influyentes, a los que pueden acudir porque siempre
estarán dispuestos a mover los hilos que sea para que nosotros logremos
nuestras aspiraciones, o consigamos todo aquello que necesitamos, otros sin
embargo andarán resabiados por la vida porque no estarán dispuestos a pedirle
nada a nadie, o piensan que a determinadas personas nada le pedirán porque
siempre les van a dar largas o el no por respuesta. ¿Qué confianza podemos
tener para solicitar una ayuda o pedir algo perentorio que necesitamos? ¿Qué
vamos a encontrar? Claro que por detrás también tenemos que pensar cuales son
las respuestas que nosotros damos a quien nos pide. Algo muy complejo, que no
lo podemos delimitar tan fácilmente. ¿Qué encontramos o qué ofrecemos?
¿Es verdad que necesitamos de esas
influencias, o de esas instancias para ablandar el corazón de aquel a quien le
pedimos? Claro que también tendríamos que pensar que nuestras mutuas relaciones
no se reducen a un pedir o a un dar; alguna otra comunicación tendríamos que tener
entre unos y otros, porque de lo contrario eso significaría que son muy pobres
nuestras relaciones, que nos falta cordialidad y confianza, que nos falta
cercanía para compartir que no solo son cosas sino algo más de nuestra vida.
¿No tendríamos que pensar en algo de
todo esto en lo que es nuestra relación con Dios? Y es aquí donde tenemos que
plantearnos qué son y cómo son nuestras oraciones. Es cierto que muchas veces
parece que las convertimos solo en un reclamo o en pedir cosas. ¿No nos estará
faltando esa comunicación que tiene que ser comunión en todo lo que es nuestra relación
con Dios? Muchas veces también lo reducimos a algo formal, a lo ritual, y
porque hacemos unos ritos, muchas veces mecánicamente, ya parece que lo hemos
hecho todo, ya hemos hecho oración, pero quizá en lo hondo del corazón no hemos
terminado de llegar a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida. Qué pobreza
entonces, tenemos que reconocer, en nuestra oración.
El evangelista nos dice que para
enseñarnos Jesús cómo tenemos que ser perseverantes en nuestra oración nos
propone una parábola. No dice solo perseverantes en nuestras peticiones, que también,
sino perseverantes en la oración. Claro que el ejemplo nos habla de la viuda
que pedía justicia a aquel juez que se portaba de manera injusta y no la
escucha.
Pero me quiero quedar en unas palabras
que pueden tener su significado para lo que estamos diciendo; aquella mujer
quiere ser escuchada, aquel juez no la escucha, aunque al final terminará escuchándola.
¿No tendríamos que emplear esta expresión en lo que tiene que ser nuestra relación
con Dios? Una escucha mutua, que de Dios tenemos garantizada, pero una escucha
que nosotros también tenemos que saber hacer a lo que Dios nos dice o nos
ofrece. Y escucha es ese querer entrar en comunicación, es llegar a esa comunión
con Dios. Y no somos perseverantes, no es Dios el que se cansa de nuestras
peticiones, sino que somos nosotros los que nos cansamos de escuchar a Dios, no
nos ponemos en sintonía con Dios. Creo que es un aspecto muy importante que
hemos de tener en cuenta.
Por eso nos dirá Jesús en otro momento
cuando nos enseñe a orar que no tenemos que estar pensando en muchas cosas que
tenemos que pedirle a Dios, que Dios conoce nuestras necesidades; como nos dice
cuando nos enseña el padrenuestro como forma, que no fórmula, de oración nos
dice que no necesitamos muchas palabras. Claro que nosotros lo hemos convertido
en una fórmula que entonces nos parece que tenemos que repetir muchas veces
para que Dios nos escuche. Ojalá aprendamos a saborear el padre nuestro desde
la primera palabra de esa oración. Sí, digo saborear. Eso tiene que ser nuestra
oración, saborear el que estamos con Dios.