Hemos de ser el hombre nuevo de la gracia que se deja conducir por el Espíritu que todo lo renueva
Génesis
27, 1-5. 15-29; Sal
134; Mateo
9, 14-17
Cuántos propósitos nos hacemos casi cada día. Es cierto
que queremos ser mejores, corregirnos de ciertas cosas que nos damos cuenta que
no son tan buenas, desearíamos tener siempre buenas actitudes hacia los demás,
pero quizá nos damos cuenta que muchas veces las cosas se nos quedan en buenos
deseos y no avanzamos como nos gustaría. Esto que nos sucede en la vida de cada
día en su aspecto más humano y si queremos decir más terreno, nos sucede en
nuestra vida espiritual y en todo lo que compromete nuestra vida cristiana.
Quizá nos suceda que vamos poniendo parches o remiendos
en nuestra vida pero nos hemos planteado seriamente la radicalidad de lo que
significa ser cristiano, ser discípulo de Jesús, vivir el Reino de Dios
plenamente en nuestra vida. Es cierto que las batallas no las ganamos todas de
una vez y de alguna forma hemos de ir como planificando ese camino de
superación, de ascesis que hemos de ir haciendo en nuestra vida, pero hemos de
tener claras las metas hacia las que aspiramos, hemos de tener claro lo que
entraña querer vivir el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y nos propone que a
la larga es vivir nuestra vida cristiana.
Nos hemos de dar cuenta de que esas cosas que iremos
haciendo en ese camino de superación y de purificación interior no son metas en
si mismas, sino que todo eso ha de ayudarnos a alcanzar esa meta final de vivir
el Reino de Dios en toda su plenitud, que ahora en este vida lo iremos siempre
viviendo imperfectamente a causa de nuestras flaquezas y debilidades, pero que
tenemos la esperanza de que un día lo alcanzaremos en plenitud en Dios.
Los discípulos de Juan y los fariseos vienen a
plantearle a Jesús ‘cositas’ podemos decir cuando le preguntan si sus discípulos
ayunan o no ayunan; para ellos lo de ayunar se había convertido en algo así
como un reglamente que hay que cumplir y parecía que la meta estaba en ello.
Jesús quiere que le demos otro sentido a las cosas que hagamos incluso en ese
sentido penitencial. No es el ayuno o la penitencia la que nos salva, porque
quien nos salva es Jesús que es el único Salvador. Pero ese ayuno o esa
penitencia serán unos peldaños que nos tienen que ayudar a ir subiendo en esa
purificación interior, en ese camino de superación para alcanzar a vivir las
actitudes profundas del Reino de Dios.
No son remiendos los que hemos de poniendo en nuestra
vida con las cosas que hagamos, sino que hemos de buscar ser ese hombre nuevo
del que nos habla san Pablo, o esos odres nuevos de los que nos habla hoy Jesús
en el evangelio. No es vestirnos por fuera como si todo se quedara en
apariencia, sino que ha de ser el cambio interior, profundo que nos haga ser
hombres nuevos.
Por eso nos dice hoy que a vino nuevo, odres nuevos. Es
el vino nuevo del Reino de Dios que nos ha de hacer en verdad ese hombre nuevo
de la gracia. Y digo hombre nuevo de la gracia, porque no es solo cuestión de
voluntarismo por nuestra parte, sino que es cuestión de gracia, de dejarnos
conducir por el Espíritu de Dios que es quien lo transforma todo.