A la manera de Pedro se amase fuerte nuestro amor y nuestra fe en Jesús que sabemos que siempre nos ama y confía en nosotros
Hechos 12, 1-11; Sal
33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo
16, 13-19
‘El día de hoy es
sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y
Pablo. No nos referimos, ciertamente, a unos mártires desconocidos. A toda la
tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Estos
mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto y, con un
desinterés absoluto, dieron a conocer la verdad hasta morir por ella’.
Así comienza san Agustín uno de sus sermones en esta
fiesta de san Pedro y san Pablo que hoy celebramos. Con el mismo gozo nosotros
hoy también los celebramos y recogemos el testimonio de su vida y de su
predicación para alimentar y fortalecer nuestra fe. Es la misión que Jesús le
confiara a Pedro, confirmar en la fe a los hermanos.
Pedro el primero que proclamaría ante todos los judíos
el día de Pentecostés que Jesús, a quien habían crucificado, Dios lo había
constituido Señor y Mesías. El camino había sido largo desde aquel día que su
hermano Andrés le anunció que habían encontrado al Mesías allá en la orilla del
Jordán porque el Bautista lo había señalado como el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo y se había ido tras Jesús para conocerlo, para saber dónde,
cómo era su vida. Y Pedro aquel día se había dejado conducir por su hermano y
se encontró con la sorpresa que ya Jesús pensaba en él.
En las orillas del lago, entre pesca y pesca, había
escuchado al profeta de Nazaret que anunciaba la llegada del Reino e invitaba a
creer en su Buena Noticia. Y allí estando repasando las redes un día había
recibido la invitación explicita del Maestro. ‘Venid conmigo que os haré pescadores de hombres’.
Más tarde, en aquel mismo lago, cuando le había dejado
predicar desde su barca y luego había remado mar adentro para echar de nuevo
las redes aunque sabían que no habían pesca porque habían estado toda la noche
y no habían cogido nada, porque se había confiado de su palabra, quizá sin
saber bien por qué, habían cogido una redada tan grande que reventaban las
redes. Pero había sido Pedro el que, por así decirlo, había caído en aquella
redada, porque ahora de nuevo escuchaba su invitación cuando asombrado no sabía
ni que decir ni que hacer ante las maravillas que hacia Jesús. ‘Apártate de mi, le había dicho, que soy un
hombre pecador’, pero Jesús le había contestado que de ahora en adelante no
iba a ser pescador de aquellos lagos sino de otros mares, porque iba a ser
pescador de hombres.
Así poco a poco se había ido amasando su amor por
Jesús. Su fe en Jesús iba ya siendo absoluta, aunque mas tarde vinieran
momentos de debilidad. Pero ante la pregunta de Jesús si lo conocían bien, él
había confesado que era el Mesías el Hijo de Dios. Es cierto que no terminaba
de comprender en que consistía su mesianismo porque Jesús hablaba de pasión y
de muerte y él más bien quería quitarle esas ideas de la cabeza; otras ideas seguían
ronroneando aun en su cabeza. Pero poco a poco comprendería que la grandeza no
estaba en mandar sino en servir, y si Jesús la había dicho que sería Piedra de
su Iglesia, su misión sería siempre la de ser el ultimo y el servidor de todos.
Pero por Jesús estaba dispuesto hasta a dar su vida,
aunque cuando llegara la tentación, porque aunque podemos decir que somos
fuertes sin embargo somos débiles, había claudicado negando conocer a Jesús.
Había llorado amargamente aquella debilidad de la negación pero con la misma
intensidad con que siempre quería actuar se había lanzado al agua para ir al
encuentro con Jesús y porfiarle una y otra vez su amor. ‘Tú lo sabes todos, tú sabes bien que te amo’, le había
respondido a la triple pregunta de Jesús.
Muchas mas consideraciones podríamos hacernos
contemplando el testimonio de Pedro; testimonio que se vería rubricado con su
sangre en su martirio. Dispuesto estaba a ir con Cristo y dar su vida por El y
así se entregó a la misión que Jesús le había confiado. Cristo que lo había
elegido seguía confiando en El. ‘Pastorea
mis corderos, pastorea mis ovejas’ le había dicho.
Queremos aprender de Pedro a seguir a Cristo, queremos
conocerle y queremos vivirle. Caminamos tras Jesús también con nuestras dudas y
con nuestras debilidades. Queremos hacer una confesión de fe en Jesús como la
hizo Pedro con sus palabras y con su vida, a pesar de nuestras flaquezas y
debilidades, porque Cristo sigue amándonos, Cristo sigue confiando en nosotros.
Qué distinto es el amor de Cristo siempre fiel a pesar de que nosotros seamos
infieles. No es como el amor de los hombres que nos llenamos tan pronto de
desconfianzas.
Queremos seguir a Cristo en esa Iglesia que Jesús
confió al cuidado y al pastoreo de Pedro, aunque quizá podamos ver en ocasiones
cosas en esa Iglesia que no nos gusten, pero pensamos que detrás de todo está
la fuerza del Espíritu del Señor que es el que en verdad guía a la Iglesia a
pesar de los errores de los hombres. Y Cristo sigue confiando en nosotros,
porque Cristo sigue amándonos. Que nosotros seamos capaces de proclamar, gritar
nuestro amor a Cristo aunque los que nos rodean no nos crean, porque sabemos
bien de quien nos confiamos, como lo hizo Pedro.
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