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miércoles, 1 de julio de 2015

No rehusemos la oferta de gracia y de paz que Cristo siempre nos ofrece con su amor y su perdón

No rehusemos la oferta de gracia y de paz que Cristo siempre nos ofrece con su amor y su perdón

Génesis 21,5.8-20; Sal 33; Mateo 8,28-34
Jesús siempre llega a nosotros haciéndonos una oferta de vida y de paz; su presencia es presencia de gracia, porque es presencia de amor; quiere El arrancarnos de las garras del mal que nos acecha por doquier y que fácilmente se nos mete en el corazón, pero nosotros quizá no siempre aceptamos esa oferta de luz y de vida, rehusamos la gracia, preferimos quizá vivir en nuestras tinieblas.
Es lo que de alguna manera nos expresa hoy el mensaje del evangelio. Jesús fue a la región de los Gerasenos; era un lugar de paganos, no eran judíos lo que allí vivian; Jesús, como judío, era un extraño entre ellos y no era bienvenido, pero es que tampoco fue aceptado su mensaje de salvación.
El evangelista nos describe duramente la situación. Se encontraron con unos endemoniados, tan furiosos, nos dice el evangelista, que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Se enfrentan a Jesús. Es el rechazo del bien, de la luz. ‘¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ le gritan rechazándolo.
Cuando la luz se acerca a nuestra vida, algunas veces preferimos las tinieblas, pero no ver el mal que se oculta en nosotros. Nos cuesta en muchas ocasiones aceptar la Palabra de Dios, aceptar esa buena palabra o ese buen consejo que alguien pudiera darnos; nos cuesta estar cerca de los buenos cuando sabemos que nuestra vida no marcha bien y allá en el fondo de nosotros mismos tenemos la conciencia de que lo que hacemos no es bueno o que estamos haciendo mal. Rehuimos ir a la Iglesia porque allí quizá pudiera aflorar todo eso que pesa sobre nuestra conciencia y de lo que no queremos arrancarnos; nos cuesta acercarnos a los sacramentos, sobre todo al sacramento de la Penitencia y buscamos muchas disculpas, porque nos cuesta ser sinceros con nosotros mismos para reconocer ese mal que hay dentro de nosotros.
Es lo que de alguna manera nos está describiendo hoy el evangelio. Por una parte los endemoniados se resisten, no quieren abandonar aquel lugar, pero cuando se impone la gracia y la salvación del Señor liberando a aquellos hombres del mal que los atormenta, serán luego los del pueblo que, cuando se enteran de lo sucedido, vendrán y le pedirán a Jesús que marche a otro lugar.
Seamos humildes y sinceros delante del Señor para reconocer que estamos necesitados de su salvación. Seamos humildes y sinceros para reconocer nuestro pecado, ese mal que nos ata y esclaviza de tantas maneras. Vayamos con confianza hasta Jesús porque sabemos que en El vamos a encontrar la salvación, nos encontraremos con su amor y alcanzaremos esa paz que tanto necesitamos.

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