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sábado, 14 de diciembre de 2019

Crezcamos interiormente, crezcamos en nuestra espiritualidad, démosle verdadera profundidad a nuestra vida dejándonos impregnar por el sentido del evangelio


Crezcamos interiormente, crezcamos en nuestra espiritualidad, démosle verdadera profundidad a nuestra vida dejándonos impregnar por el sentido del evangelio

Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo 17, 10-13
Hay ocasiones en que tenemos preguntas en nuestro interior a las que no sabemos dar respuesta o no encontramos a quien planteárselas o quizá no nos atrevemos. Nuestro espíritu parece un mar fluctuante que va y viene porque queremos buscar un rumbo, un sentido o un valor a lo que vivimos y a lo que hacemos pero las influencias que recibimos del exterior son muchas y contradictorias y dentro de nosotros mismos nos aparecen intereses, deseos algunas veces inconfesables, turbulencias que nos desestabilizan, nos hacen perder la orientación.
Cuando vislumbramos quizá que detrás de las respuestas que buscamos va a haber nuevas exigencias para nuestra vida de alguna manera nos acobardamos y en cierto modo huimos de esas respuestas. Pero tenemos que saber exigirnos a nosotros mismos para no dejarnos vencer por esa comodidad o esos egoísmos que nos aparecen interiormente y tendríamos que comprender que esas exigencias nos llevaran siempre a una vida más libre y mejor. Si el egoísmo o la comodidad nos dominan aunque nos creamos libres realmente no lo somos.
Humanamente nos sucede ante decisiones importantes que tenemos que dar y nos llenamos de miedos. Cuando en verdad queremos vivir una vida auténticamente espiritual para darle profundidad a la vida, nos aparecen también esas dudas y esos miedos que tenemos que aprender a superar si en verdad queremos crecer como personas en la vida. En la vivencia de lo valores cristianos, cuando queremos seguir el camino de Jesús nos vemos contraatacados por otros valores que nos presenta el mundo y nos sentimos como en la cuerda floja.
Tenemos que aprender a darle esa profundidad a nuestra vida, tenemos que mirar con ojos bien abiertos el camino que nos ofrece el evangelio que nos llevará siempre por derroteros de mayor plenitud aunque signifique también un esfuerzo por nuestra parte.
Tenemos que aprender a escuchar al Espíritu del Señor que nos habla en el corazón haciendo suficiente silencio en nosotros para poder escucharle, porque bien sabemos de cuantas voces nos gritan alrededor para tratar de atraernos y alejarnos de ese camino espiritual y con verdadero sentido evangélico.
Tenemos que clarificar esas dudas que se nos meten dentro de nosotros haciendo un profundo estudio del evangelio, al que muchas veces acudimos de una forma en cierto modo superficial. No hemos de tener miedo a hacernos preguntas y a planteárselas a quien nos pueda ayudar para poder abrirnos a esa nueva visión de la vida, de las cosas, de nosotros mismos que encontraremos en la Palabra del Evangelio.
Hoy escuchamos a los discípulos que bajaban del monte con Jesús cómo le hacen preguntas que no entienden porque quizá se ha creado confusión en su interior con lo anunciado por los profetas. Han tenido la experiencia de contemplar a Elías y Moisés que se han aparecido con Jesús en el monte de la Transfiguración y ahora brotan aquellas preguntas.
A nosotros hoy nos pueden parecer de menor importancia, pero eran las preocupaciones que había en sus corazones. Lo que pasa en el corazón del hombre siempre es importante para cada uno y hemos de saber escuchar y respetar, como nosotros también deseamos ser escuchados y comprendidos. Cuanto bueno podemos hacer cuando sabemos escuchar las preocupaciones que el otro lleva en su corazón. Algunas veces solo nuestra escucha puede ser una respuesta que esa persona está esperando.
Crezcamos interiormente, crezcamos en nuestra espiritualidad, démosle verdadera profundidad a nuestra vida dejándonos impregnar por el sentido del evangelio.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Despertemos el entusiasmo por nuestra fe y el evangelio desterrando toda indolencia y pasividad


Despertemos el entusiasmo por nuestra fe y el evangelio desterrando toda indolencia y pasividad

Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11, 16-19
Es cierto que con frecuencia vemos en medios de comunicación noticias de manifestaciones de todo tipo en que mucha gente se echa a la calle denunciando alguna situación, reclamando derechos, o expresando reivindicaciones sociales de todo tipo. Nos parecen numerosas que ya por un lado los medios tratan de magnificarlas según sus intereses quizá ideológicos o también los organizadores inflan los números de participantes. Pero ¿es toda la sociedad la que vemos en esas reivindicaciones? Algunas veces eso es lo que tratan de hacernos creer, pero bien sabemos que detrás hay una gran masa indolente que ni se manifiesta ni expresa cuales sean sus ideas o lo que les gustaría. ¿Quiénes son más, los que se manifiestan o los que quedan en silencio? Que cada uno se haga su apreciación.
Pero yo si creo que gran parte de la sociedad vive de una forma indolente, indiferente a todo y no se siente movida por nada. Me ha surgido casi de forma espontánea esta palabra ‘indolente’, pero creo que nos es verdaderamente válida. Indolente, es el que no sufre por nada, que no tiene dolor, según el significado desde su raíz latina. Indolente es, pues, el insensible, que no siente ni padece por nada, o al menos por nada que no le afecte a él en sus primarios intereses. Y ese puede ser un gran pecado de la sociedad, y me atrevo a decir un gran pecado de nosotros los cristianos.
Aparte de algunos fanatismos, que creo que no es ese el camino, y es cierto también de mucha gente comprometida como vemos, por ejemplo, en nuestras parroquias, sin embargo hemos de reconocer que a los cristianos normalmente nos falta entusiasmo por nuestra fe y por la vivencia de nuestra vida cristiana.
Vivimos un cristianismo y una religiosidad muchas veces muy pasivo, simplemente dejándonos llevar, dejándonos arrastrar, pero sin entusiasmo, sin iniciativas, sin coraje para lanzarnos a dar un testimonio o decir una palabra que ilumine. Nos dejamos ahogar por lo que nos rodea y como no es políticamente correcto manifestarnos como personas religiosas y como personas cristianas, nos guardamos, nos callamos, nos queremos quedar detrás sin hacernos notar.
Es necesario un despertar de nuestra fe y de nuestro entusiasmo por ser cristiano; nos hace falta despertar lo que es la alegría de la fe; no podemos seguir dejándolo todo pasar sea como sea y queriendo ponernos siempre a resguardo detrás de la barrera. No va ese estilo con el sentido de nuestra fe. No son apologetas quizás lo que se necesita pero si necesitamos cristianos valientes que den testimonio, que hagan anuncio, que hablen de su fe, que tomen opciones en la vida conforme a los valores del evangelio, que dejemos de una vez por todas de ponernos en segunda o en ultima fila, sino que valientemente tenemos que dar la cara.
Hoy Jesús en el evangelio que somos como los chicos de la plaza que amorfos nos quedamos sentados en nuestro muro para verlas venir, que ni hacemos fiesta con aquello que debería entusiasmarnos, no lloramos ante aquellos situaciones en las que deberíamos de llorar de una forma solidaria cuando vemos a otros sufrir. Vino Juan y aunque reconocieron que era alguien especial al final no le hicieron caso y lo dejaron matar, vino el Hijo del Hombre y aunque haya bonitos aplausos en unos momentos determinados, luego ante las influencias de los poderosos nos ponemos detrás y hasta pediremos la libertad del Barrabás ladrón y bandido.
Tendría que hacernos pensar esta reflexión que Jesús nos ofrece. Un buen pensamiento para despertar la esperanza en este camino de Adviento que vamos haciendo. Tenemos que despertar ese entusiasmo por nuestra fe y por el evangelio.

jueves, 12 de diciembre de 2019

El Adviento viene a poner esperanza en nuestros corazones para todas esas situaciones que vivimos o sufrimos porque esperamos al Emmanuel, Dios con nosotros


El Adviento viene a poner esperanza en nuestros corazones para todas esas situaciones que vivimos o sufrimos porque esperamos al Emmanuel, Dios con  nosotros

Isaías 41, 13-20; Sal 144; Mateo 11, 11-15
Ayer en la tarde por las redes sociales que ahora son nuestro gran medio de comunicación un amigo me preguntaba ‘¿Qué tal el adviento?’ a lo que yo respondí con dos palabras ‘en esperanza’. No sé si realmente entendió mi respuesta – no sé si ustedes que me leen la entienden también -, pues inmediatamente me continuó hablando de una situación dolorosa de un familiar por razones de enfermedad.
Confieso que en principio pensé que o no había entendido la respuesta o era otra cosa lo que esperaba, pero me he quedado dándole vueltas al tema en la tarde y he terminado preguntándome a mi mismo si el Adviento que vivimos como preparación de la cercana Navidad lo hemos de espiritualizar tanto que lo desencarnemos de lo que es la vida y las preocupaciones que cada día vivimos. Creo que no lo hemos de vivir así, de una forma desencarnada, quiero decir, sin que estemos con los pies en el suelo de los problemas y preocupaciones que cada día vivimos, que vive la gente que está en nuestro entorno.
¿Qué es lo que vamos a celebrar en la Navidad? Que Dios se ha encarnado en el seno de Maria para nacer hecho que va a vivir también los problemas y las preocupaciones de los hombres y de las mujeres que pisamos la tierra cada día. Vamos a contemplar el Emmanuel, el Dios con nosotros, y está con nosotros porque ha tomado nuestra vida, nuestra naturaleza humana para ser verdadero hombre como nosotros viviendo nuestra misma vida.
Entonces esa vida concreta nuestra, con nuestros problemas, nuestras preocupaciones, nuestras enfermedades o nuestros sufrimientos, nuestras luchas y nuestros fracasos, con todo eso que vivimos cada día es en la que tenemos que vivir el Adviento, sí, la esperanza del Señor que viene y que va a vivir con nosotros esa misma vida nuestra y es ahí donde El nos va a iluminar para que lo vivamos de una forma distinta, para que le demos un sabor y un valor distinto, para que nos llenemos de trascendencia mientras nos vamos arrastrando por esta tierra nuestra. Es ahí donde tenemos que vivir con esperanza, es ahí donde necesitamos la esperanza, es ahí donde desde esa fe y esa esperanza tendremos que darle un sentido nuevo a lo que hacemos y a lo que vivimos.
Hoy comienza a presentársenos la figura del Bautista con esta alabanza que Jesús hace de él. En verdad os digo, nos dice Jesús, que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. Es el precursor que viene a abrir los caminos del Señor, como seguiremos escuchando en los próximos días. Y su grandeza está en su pequeñez, en su humildad, en la pobreza de su vida pero en la disponibilidad para anunciar la Palabra del Señor.
Y nos habla Jesús de la violencia y de la falta de paz que existe en el mundo, pero no se refiere solo a la violencia de la guerras, sino a la violencia que dejamos meter en nuestros corazones que se convierte en rechazo de tantas cosas buenas, como rechazo también de los demás y de Dios. ‘Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan’. Por eso podemos pensar en todas esas turbulencias que sufrimos en nuestro interior, en nuestro espíritu no solo por las luchas que cada día hemos de realizar por nuestra supervivencia, sino también por tantas inquietudes, interrogantes, angustias y agobios, preguntas muchas veces sin respuesta que nos van atormentando en nuestro interior en nuestro camino de vida.
Y el Adviento viene a poner esperanza en nuestros corazones para todas esas situaciones que vivimos o sufrimos. Es lo que vamos buscando, es lo que estamos ansiando que llegue a nosotros viviendo una verdadera navidad. No olvidemos, es el Emmanuel, Dios con nosotros, con nosotros en esa vida concreta que cada día vivimos.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Tomémonos en serio las palabras de Jesús y la invitación que El nos hace y escuchémosle porque sus palabras son camino de plenitud y en El encontraremos nuestro descanso


Tomémonos en serio las palabras de Jesús y la invitación que El nos hace y escuchémosle porque sus palabras son camino de plenitud y en El encontraremos nuestro descanso

Isaías 40, 25-31; Sal 102; Mateo 11, 28-30
Qué cansado estoy, escuchamos que nos dice un amigo. El ajetreo de la vida diaria, las responsabilidades asumidas en su trabajo, la tensión que se vive en momentos para que las cosas salgan, para resolver problemas y contratiempos, lo duro de la actividad quizá física que tengamos que realizar, los horarios exigentes y sin los necesarios descansos… hacen a veces que nos sintamos derrotados, cansados, con deseos de encontrar un tiempo en que nos olvidemos de todo para relajarnos y descansar.
Pero quizá no siempre vienen los cansancios pro esos caminos, porque está la tensión en que se vive en la sociedad, los problemas de convivencia que se acumulan por una parte en el hogar, o también en la relación con los otros; pero nos produce también cansancio y hastío en ocasiones el encontrarnos como desorientados, sin una ilusión en la vida, sin unas metas o unas ideas claras de lo que queremos o hacia donde vamos.
Y nos cansamos porque quizá hay un vacío interior por la superficialidad con que vivimos la vida, o porque no hemos sabido encontrar un sentido, una dirección, unas metas para lo que hacemos y por lo que luchemos. Y no hay peor agotamiento que ese no saber a donde vamos, qué es lo que queremos en la vida, el sentido o la meta final para lo que hacemos; cuando nos falta motivación, hacemos las cosas pero nos arrastramos; cuando no hay algo que nos despierte ilusión y ponga alegría en la vida todo se nos puede convertir en rutina o en una carga pesada. Y son tantos cansancios que nos aparecen en la vida.
Es necesario tener metas, ponernos objetivos que nos organicen incluso la vida, porque eso nos hará ir caminando con mayor serenidad y encontrar paz para nuestro espíritu. Maduramos en la medida en que vamos encontrando ese sentido, esa motivación, ese saber por qué y para qué que hemos de tener claro. Lo otro serian agobios, carreras, angustias que nos desestabilizan y nos hunden.
El hombre que quiere madurar en la vida busca, se interroga, se plantea cosas, dialoga con su mundo, con las personas que le rodean donde pueda encontrar ejemplo y estimulo, se cuestiona lo que le dicen y lo rumia en su interior hasta que le encuentra sentido o lo descarta, o se pregunta sobre el devenir de las cosas y lo que puede estar en el fondo de todo, no se queda nunca con los brazos cruzados para simplemente dejarse arrastrar por la vida.
Ante todo ese agobio y cansancio en que nos podemos ver envueltos hoy vemos que Jesús nos dice a los que estamos cansados y agobiados que vayamos hasta El porque en El encontraremos nuestro descanso, encontraremos la paz. Ahí están las palabras de Jesús, esa buena nueva que El quiere ofrecernos que se convierte para nosotros en camino de salvación, en camino de plenitud, en camino de vida eterna, como El nos enseña.
Pero cuidado que hayamos escuchado muchas veces estas palabras de Jesús y no le hayamos terminado de hacer caso. Eso sería lo terrible, que incluso aquellos que nos queremos llamar cristianos nos hagamos muchas veces oídos sordos a sus palabras, y sigamos cansados y agobiados por la vida. Es que si  nos tomamos en serio las palabras de Jesús nosotros tenemos que ser las personas más felices del mundo, porque sus palabras llenan de verdad nuestro corazón, nos hacen alcanzar la felicidad total, son en verdad camino de plenitud para nosotros. Ya no habrá vacío en nosotros y nada será superficial. Nunca nos sentiremos derrotados y la vida se llena de ilusión y de alegría. Todo tiene un sentido y sentiremos la paz en el corazón.
Creo que es momento, - ¿qué mejor momento que este camino de Adviento que estamos haciendo? – de tomarnos en serio a Jesús, su evangelio, de acudir a El y escucharle y convertirnos de verdad en sus discípulos porque sigamos su camino, sus huellas, sus pasos. Habrá entonces verdadera navidad en nuestro corazón y un poquito más será navidad para nuestro mundo.

martes, 10 de diciembre de 2019

Se escucha una voz fuerte desde lo alto o resuena estridente una trompeta pero puede ser en lo más pequeño y en lo más sencillo se nos anuncia que viene el Señor a nuestra vida


Se escucha una voz fuerte desde lo alto o resuena estridente una trompeta pero puede ser en lo más pequeño y en lo más sencillo se nos anuncia que viene el Señor a nuestra vida

Isaías 40, 1-11; Sal 95; Mateo 18, 12-14
‘Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, álzala, no temas…’ Súbete a lo alto… para que se oiga clara la voz. Para llamar la atención cuando se quería dar un mensaje se salía a la calle al son de trompetas que con su estridente sonido hacía que se prestase atención a lo que se iba a comunicar. Como cuando sonaban las campanas de nuestros pueblos, para llamar la atención, para anunciar algo que estaba sucediendo o que iba a suceder. Hoy empleamos otros medios, aunque aún vayan por nuestras calles con altoparlantes haciendo sus anuncios, utilizamos medios más electrónicos, como las redes sociales en Internet o tantos otros medios de comunicación.
Hoy el anuncio que nos hace el profeta es importante aunque quizá no se repita demasiado en los medios de comunicación actuales. Es el anuncio del Adviento, es el anuncio de la venida del Señor, es lo que vamos a celebrar en la navidad que es mucho más que un recuerdo o días de añoranza, que para algunos se convierten hasta en días tristes. El anuncio es motivo de alegría, el anuncio nos quiere hacer despertar.
‘Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían…’
Palabras de consuelo y de esperanza; palabras que quieren despertar en nosotros sentimientos nuevos pero también actitudes renovadas; palabras que nos quieren poner en camino de búsqueda para ir al encuentro con el Señor; palabras que despiertan la fe, para ver la presencia del Señor aquí y ahora; palabras que abren nuestros ojos pero sobre todo quieren hacer que abramos nuestro corazón.
‘Aquí está vuestro Dios’. Sí, aquí, ahora, en estos momentos que para muchos pueden ser duros y de oscuridad en medio de sus sufrimientos, de sus carencias, de sus desesperanzas. Aquí y ahora cuando nos sentimos en ocasiones desilusionados por la vida, por tantas crisis que nos envuelven a unos en la pobreza y la miseria, otros en sus desilusiones y desesperanzas, a tantos en amarguras porque la vida se hace dura, porque están llenos de sufrimientos y dolores, porque les amarga el alma la soledad, o porque se han encerrado en si mismos envolviéndose en su yo egoísta e insolidario.
Aquí está nuestro Dios, que llega con poder’ nos repite el profeta. Y nos habla del pastor que cuida de sus ovejas, que lleva en sus brazos a las enfermas o a las heridas en el camino. Tenemos que abrir los ojos del alma para sentir esa acogida del Señor que nos llega quizá en el modo o por las personas que nosotros menos pensamos. Siempre hay a nuestro lado quien nos tiende su mano, quien nos ofrece un abrazo, quien nos dice palabras de consuelo, pero tantas veces nos hacemos ciegos y sordos que no vemos o no queremos reconocer porque vivimos quizá encerrados en nuestra autosuficiencia. Estemos atentos a esa llegada de Dios a nuestra vida, que quizá se acerca a nosotros en lo más pequeño y en lo más sencillo.
Así en esas cosas pequeñas tenemos que celebrar una verdadera navidad. Piensa en eso pequeño que vas a recibir de alguien y piensa en eso que saliendo de lo más hondo de ti tu vas a ofrecer a los demás. Ahí está el Señor.

lunes, 9 de diciembre de 2019

‘Toma la camilla’, llévatela contigo, no porque la vayas a necesitar de nuevo, es el recuerdo de lo vivido, de lo que ha sido tu vida, de la experiencia que te ha transformado


‘Toma la camilla’, llévatela contigo, no porque la vayas a necesitar de nuevo, es el recuerdo de lo vivido, de lo que ha sido tu vida, de la experiencia que te ha transformado

Isaías 35, 1-10; Sal 84; Lucas 5, 17-26
Esto lo quiero guardar como recuerdo. Vamos de viaje y nos traemos nuestros recuerdos. Vivimos un acontecimiento especial y queremos mantener el recuerdo de lo que entonces vivimos y nos guardamos cosas que nos lo recuerden. Hacemos fotografías de lugares que nos han gustado porque luego queremos de nuevo saborear la sensación que tuvimos cuando estuvimos en aquel lugar. Nuestra casa en ocasiones se nos llena de detalles de un regalo que recibimos, de una visita que hicimos, de cosas que nos traen a la memoria momentos vividos y que tuvieron un significado en nuestra vida.
¿Por qué me estoy haciendo estas consideraciones? Hay un detalle en el evangelio de hoy, que se repite en otros momentos, que nos puede pasar desapercibido pero que si nos detenemos un poco renglón a renglón del acontecimiento relato nos puede llamar la atención. ¿Por qué Jesús cuando curó al paralítico, le dice ‘levántate, toma la camilla y vete a tu casa’? Parecería que Jesús tiene el deseo de que se lleve la camilla. Claro, pensamos, tampoco la iba a dejar allí en medio con tanto jaleo de gente que había en la casa; parecería una razón normal, pero por tan natural no sería necesario que el evangelista lo pusiera con tanto detalle.
Ya conocemos todo el hecho. Un paralítico que unos hombres traen en una camilla con la que no pueden acceder hasta Jesús por la puerta porque hay mucha gente, y quitando algunas losetas del techo por allí lo descuelgan hasta los pies de Jesús. Como se fijará Jesús grande era la fe de aquellos hombres que se valen de lo que sea necesario para hacer llegar al paralítico hasta los pies de Jesús para que lo curara.
Pero ha sucedido algo más. La primera palabra de Jesús ante la llegada de aquel paralítico a sus pies es decirle ‘tus pecados están perdonados’. Aquello, como conocemos, arma un revuelo entre los presentes que no esperaban esa palabra de Jesús pero sobre todo de los escribas y fariseos que estaban allí al acecho. ‘Este hombre blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?’  Pero Jesús no se arredra sino que mantiene su palabra, porque si tiene poder para curar a aquel hombre, como todos esperan, ese poder de dar vida solo le corresponde a Dios. Y si puede curar al paralítico eso será signo de la curación más profunda que Jesús quiere realizar en el hombre, el perdón de los pecados.
Allí está manifestándose la misericordia de Dios, que cura, es cierto, nuestras dolencias y enfermedades, que se muestra compasivo con nuestro sufrimiento cuando se ha hecho uno como nosotros y El probará también lo que es el sufrimiento con su pasión y muerte en la cruz, pero allí se está manifestando la misericordia de Dios que nos sana desde lo más hondo de nosotros, que ha venido para dar su vida, para derramar su sangre por nosotros, por todos, para el perdón de los pecados. Es la vida más hermosa que Jesús nos ofrece, es la gracia, es el regalo de vida de Dios para el hombre, para nosotros, para todos.
Aquel hombre ha pasado por una experiencia fuerte; fuerte y dolorosa ha sido su incapacidad, su invalidez. Nos conviene recordar nuestra debilidad, una debilidad de la que no siempre nos podemos liberar por nosotros mismos, sino que hemos de saber contar con otros. Aquel hombre ha tenido la experiencia de unos buenos hombres que le han ayudado, que le han llevado hasta Jesús. Pero ha sido también una experiencia mucho más honda la que ha vivido, no solo porque se ha visto liberado de si invalidez, de su debilidad, sino que ha sentido que la gracia de Dios le ha transformado; es el perdón que ha recibido que ha sido la curación mas honda porque eso sí que le ha hecho entrar en una vida nueva.
¿No será algo todo esto que no podrá olvidar nunca? ‘Vete y no peques más’, les dice Jesús en ocasiones a aquellos a los que cura. Recordemos nuestra debilidad en la que podemos volver a caer; recordemos la gracia que nos ha hecho renacer; recordemos también las mediaciones que ha habido en nuestra vida que nos han ayudado a encontrar nueva vida. ‘Toma la camilla’, llévatela contigo, no porque la vayas a necesitar de nuevo, sino como el recuerdo de lo vivido, el recuerdo de lo que ha sido tu vida, el recuerdo de la experiencia que te ha transformado.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Hoy nos gozamos con María Inmaculada porque es ella como la aurora que nos anuncia el día que llega, el día de la salvación


Hoy nos gozamos con María Inmaculada porque es ella como la aurora que nos anuncia el día que llega, el día de la salvación

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Romanos 15, 4-9; Lucas 1, 26-38
En medio del camino del Adviento que iniciábamos el pasado domingo nos aparece hoy la figura de María en esta fiesta de su Inmaculada Concepción que siempre nos cae en este marco, pero que este año se hace coincidir con el segundo domingo de Adviento. Repetidamente aparecerá en la liturgia en este camino de preparación para la Navidad la figura de María. De mano de quien mejor podemos nosotros hacer este camino que de mano de María.
En la Palabra de Dios que para esta fiesta se nos propone aparece como en un contrapunto la figura de Eva y la figura de María. Nos aparece Eva en el relato del Génesis en esa página llamada precisamente el proto-evangelio, porque viene a convertirse en el primer anuncio, la primera Buena Nueva de la salvación que Dios nos ofrece para nuestro pecado.
Cuando nos acercamos al Génesis podemos ir llenos de prejuicios y de no tan correctas interpretaciones por lo que algunos casi lo descartan como fruto de leyendas y de mitos que dicen que se contraponen a conceptos que dicen científicos de lo que es el origen del universo y de la humanidad. Desde el sentido creyente de la vida con el que ponemos siempre a Dios en el centro y origen de nuestra existencia y de la vida misma, sabemos que nunca haremos de esas primeras páginas de la Biblia ninguna lectura literal ni por supuesto tampoco de signo científico.
Pero en esa lectura creyente que del Génesis hacemos podemos descubrir el sentido de Dios que gravita en el fondo de la existencia del universo mismo y que ahora mismo que tan dados somos a ecologías y cuidados del medio ambiente allí veremos también como Dios ha puesto su obra creadora en las manos del hombre para que la cuide y para que la desarrolle con las capacidades de las que está dotado. Que nunca la maldad que se introduce con tanta facilidad en el corazón del hombre destruya la vida ni destruya la obra creada de Dios.
Fijémonos como cuando dejamos introducir ese mal en el corazón del hombre, de la persona, en nuestros deseos de grandeza y de poder queremos ser como dioses que se sientan por encima de todo y de todos no importándole destruir lo que sea para no bajarse del pedestal en que ha querido subirse.
Lo que nos relata el Génesis del pecado de Adán y Eva lo podemos seguir leyendo, lo podemos seguir viendo en el corazón de la humanidad hoy donde seguimos con nuestros afanes y nuestros orgullos de grandeza y de poder que nos divide y nos destruye como destruye cuanto esté en nuestro derredor. Cuando se mete esa maldad en el corazón pronto aparece la discordia y el enfrentamiento porque nunca queremos reconocer que la culpa es nuestra sino del otro o de la circunstancia. Eva me dio de comer dirá Adán, la serpiente me engañó replicará Eva, pero nunca reconocemos cuando de ambición y de orgullo hay en nuestro corazón.
Es bueno detenernos un poquito a hacernos esta reflexión del pecado de la humanidad, porque no es un pequeño etéreo y en abstracto sino que tenemos que reconocer que sigue siendo nuestro pecado y ver ahí nuestra propia destrucción. Pero esta página es una página de esperanza porque para ese pecado que nos destruye hay una salvación. Es la promesa de Dios que escuchamos en esta página del Génesis. ‘Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón’.
Está el anuncio de la victoria sobre el mal ‘te aplastará la cabeza’, y aparece también en cierto modo la figura de María. Es la mujer cuya descendencia será nuestra salvación. Es por lo que escuchamos este texto en esta fiesta de Maria, porque ya María, en virtud de los méritos de su Hijo, nació liberada de la esclavitud del pecado. Por eso la llamado Inmaculada en su Concepción.
Hoy el ángel del Señor la llama la llena de gracia, porque es la que está llena de Dios cuando le anuncia que va a ser la Madre del Altísimo. Decíamos antes como en contrapunto aparecen Eva y María, porque si aquella primera mujer la vemos seducida por el maligno – no nos quedemos de manera simple en la prohibición o la tentación de una fruta cogida de un árbol y comida – puede ser esa figura o esa imagen de la humanidad manchada por el pecado porque desobedece el plan de Dios, en contrapunto aparece María, la Inmaculada, la llena de gracia y que se convierte por su obediencia de fe en el puente de nuestra salvación porque es la madre del que vino a traernos la salvación.
Hoy nos gozamos con Maria, como los hijos se gozan con la Madre, pero hoy nos gozamos con María porque ella es aurora que nos anuncia el día que llega, el día de la salvación. Como nos gozamos tras una noche oscura cuando al amanecer van apareciendo los primeros albores del nuevo día, así nos gozamos con María y de manera especial en este camino de Adviento que estamos haciendo y que nos conduce a la celebración del nacimiento del Salvador.
En los pasos que vamos dando en este camino tantas veces oscuro de la vida vayamos impregnándonos de esos albores de gracia que en Maria contemplamos para que vayamos desprendiéndonos de esas negruras de orgullo y de vanidad en que nos vemos envueltos tantas veces para que imitando a María nos revistamos de esas vestiduras de gracia del hombre nuevo con nuestra humildad y nuestra disponibilidad, con nuestra apertura a los designios de Dios y nuestra obediencia de fe, con la generosidad de un corazón desprendido y que se ha despojado del orgullo y de la vanidad que nos hacia creernos grandes y nuestro compromiso siempre renovado de hacer de este mundo lleno de violencia y de maldad un mundo nuevo de verdad y de paz.
De mano de María será un hermoso camino de Adviento que nos llevará a una autentica navidad de Dios que se hace más presente en nuestro mundo.