María guardaba todo en su corazón y allí llegaba a comprender
el plan de Dios, aprendamos de María a meternos en nuestro interior para
escuchar la voz del Señor
2Crónicas 24, 17-25; Sal 88; Lucas 2, 41-51
¡Cuántas cosas caben
en el corazón de una madre! Es un corazón que se ensancha y se multiplica en el
amor. Por muchos que sean sus hijos ninguna va a ver mermada la intensidad del
amor de su madre. Cada uno tendrá su amor especial y concreto, aunque algunas
veces pareciera que alguno sea el preferido la realidad es bien distinta,
porque sobre cada uno se vuelva el corazón de madre amándolo con un amor
concreto y distinto, como distintos son cada uno de sus hijos pero para todos
tiene la misma intensidad del amor.
Decíamos que es un
corazón que se ensancha y parece que se multiplica porque el corazón de una
madre es eso como llamamos como un cajón de sastre donde todo lo metemos, donde
la madre va metiendo cada una de las cosas y circunstancias de la vida de los
hijos. En su corazón podemos encontrar lo que ya casi ni recuerdan sus hijos de
su propia vida porque en su corazón se van grabando cada una de esas cosas que
nunca se borrarán. Por eso para cada uno tendrá su estilo de amor, porque cada
uno necesitará algo especial que siempre en el corazón de la madre encontrará.
Cuantas alegrías y
cuantas lágrimas, cuantas historias de felicidad y cuantos momentos de amargura
y dolor como solo una madre los sabe sufrir vamos a encontrar en su corazón. La
madre podrá parecernos distraída en cualquier momento, pero siempre está
atenta, incluso cuando ella ya no pueda quizá valerse por si misma, para
recordar a su hijo, para decirle una palabra, para escucharle en silencio, para
guardar secretos que nadie nunca conocerá, para tener grabado en su corazón
incluso aquello que el hijo nunca se atrevió a contarle, pero que la madre sabía,
la madre conocía porque sus ojos llenos de amor saben descubrir también cuanto
hay en el corazón de aquellos a los que ella ama.
Hoy he querido hacer
como este canto al amor de una madre – todos recordamos y llevamos siempre el corazón
a la madre que nos crió aunque ya no esté con nosotros – en este día en que
también tenemos que fijarnos en un corazón, como es el corazón de María, la
madre de Jesús que es también nuestra madre. Si ayer la liturgia nos ofrecía
contemplar y celebrar el Corazón de Jesús para que consideráramos cuanto es su
amor por nosotros – enamorado de nosotros, decíamos ayer – hoy se nos invita a
mirar a María y su corazón de Madre. Lo que hemos dicho vale, sí, para nuestras
madres, pero también lo tenemos en cuenta para admirar y alabar el corazón de
madre de María, la madre de Jesús.
Precisamente el
evangelio nos recuerda hoy, algo que aparece varias veces en el evangelio de
Lucas en los momentos de la infancia de Jesús, que ‘María guardaba todas
estas cosas en su corazón’. Como lo hacen todas las madres que llevan
siempre en su corazón todo lo que hacen sus hijos amados.
El texto del evangelio
es uno de esos pasajes desconcertantes, como lo pudo ser para María y José
cuanto estaba en aquella ocasión sucediendo. Habían subido a Jerusalén por la
Pascua cuando ya Jesús tenía doce años. Era la edad en que los niños ya
comenzaban a participar en la vida de la comunidad con los adultos – casi como
una mayoría de edad – y al regreso de Jerusalén después de un día de marcha en
la caravana que se dirigía a Galilea, al final de la tarde Jesús no está entre
ellos. Aquel que había crecido en edad, sabiduría y gracia junto a Maria y José
en aquel hogar de Nazaret ahora parece
que hace una chiquillada. Han de volver de nuevo a Jerusalén en su búsqueda con
todos los trastornos que aquello suponía.
Una vuelta a Jerusalén
puede significar muchas cosas. No es solo la búsqueda del niño que se ha
perdido, sino quizá será otra búsqueda interior que han de realizar María y
José, como tantas veces nosotros tendremos que hacer ante cosas que nos
desconciertan y no entendemos, ante interrogantes que se nos plantean, ante
dudas que surgen en nuestro interior. ¿Habremos de volver atrás para encontrar
respuesta? ¿Habremos de meternos más en nuestro interior para escuchar la voz
que nos habla allá dentro de nosotros mismos? ¿Habremos de comenzar a estudiar
las cosas de nuevo, a leer de nuevo las Escrituras, a interrogar a aquellos que
nos pueden dar respuestas, a observar todo lo que sucede en nuestro derredor
hasta que encontremos la respuesta que siempre Dios nos dará?
Cuando encuentran a Jesús
en medio de los doctores el diálogo es desconcertante. ‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos
angustiados… ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo
debía estar en las cosas de mi Padre?’ Algo nuevo comenzaba y María y José tendrían que comenzar a descifrar.
Pero allí estaba la actitud de la madre, en silencio, como tantas veces las
madres cuando no terminan de comprender lo que les sucede a los hijos. Quien
estaba allí no era un hijo cualquiera. Ya está hablado del Padre del cielo del
que ha venido para hacer su voluntad. Y, María, ‘su madre conservaba todo esto en su corazón’.
Miremos nosotros el corazón de María
cuando hoy la celebramos. Aprendamos a guardar también en el corazón, porque
solo allí en el corazón podremos descifrar y aceptar el misterio, lo que Dios
quiere de nosotros. Que María nos enseñe.