Miremos el termómetro de la medida del amor para ver hasta
donde llega o tiene que llegar la intensidad de su temperatura
1Reyes 21, 1-16; Sal 5; Mateo 5, 38-42
‘La medida del amor
es el amor sin medida’, decía san Agustín. Estamos de acuerdo. ¿O no? así a bote pronto nos
parece muy hermoso, una frase lapidaria que se puede convertir en un hermoso
lema de vida. Pero seguramente cuando tratamos de llevarlo a la vida, de hacer
que en verdad sea la manera de ser y de actuar comenzaremos a hacer rebajas.
Que si uno no es
correspondido… que si la gente no se lo merece que los amemos así… que a unas
personas que son buenas y te manifiestan su cariño es fácil hacerlo, pero que a
otros nos cuesta más… que si aquella persona un día hizo no sé qué cosa que no
me gustó… que no vamos a ser nosotros los 'bobos' que siempre estemos dándonos
y sin recibir nada a cambio… que tenemos que comenzar por amarnos a nosotros
mismos porque todo no va a ser darse por los demás… cuantas pegas aparecen,
cuantas excepciones queremos hacer. Total que al final no será un amor sin
medida, sino que estaremos poniéndole unos corsés al amor. En el fondo, cuidado
que no se salga de unos límites.
Todo esto viene a
cuento de lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Nos habla de cómo siempre
tenemos que perdonar y que nunca ni nos busquemos la justicia por nuestra mano,
ni respondamos de forma vengativa a lo que los demás puedan hacernos. Nos habla
de la delicadeza de nuestro trato con los demás de manera que nunca nuestras
palabras ni nuestros gestos puedan herir o molestar a los demás. Nos habla de
la generosidad con que hemos de dar, sin esperar nada a cambio, aunque los
demás no respondan a nuestros gestos de amor, o en ocasiones pudieran
respondernos negativamente. Nos habla de cómo hemos de saber estar al lado del
otro en todo momento sin poner límites ni cortapisas a la acogida generosa de
nuestro corazón.
Eso nos cuesta. De
alguna manera la frase de san Agustín con que hemos comenzado esta reflexión es
respuesta a esa pregunta que siempre nos hacemos ¿hasta dónde tenemos que amar?
Como preguntaría Pedro un día a Jesús ¿hasta cuánto tengo que perdonar? ¿Habrá
un límite? ¿No será ya suficiente que le perdone hasta siete veces? Y ya
sabemos la respuesta de Jesús ‘no siete, sino setenta veces siete’.
Por algo Jesús nos
deja como principal mandamiento el amor. Partiendo siempre del amor que Dios
nos tiene y que hemos de saber saborear en nuestra vida – quizá ese sea el gran
fallo nuestro, no haber sabido saborear el amor de Dios – le amamos con la
totalidad de nuestro ser. ‘Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Amarás
al prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley y los
Profetas’. El amor a Dios sobre todas las cosas, como resumimos muy bien en
los mandamientos aprendidos desde nuestra niñez, pero unido inseparablemente a
ese amor a Dios tiene que estar el amor al prójimo. No hay mandamiento mayor ni
más principal.
Pero hemos de tener cuidado, porque lo
damos por sabido y por cumplido. Hemos de detenernos a examinar nuestro amor, a
fijarnos en los detalles con que expresamos nuestro amor. No son solo palabras,
tiene que ser vida, una vida que se traduce en esos gestos de cercanía de cada día,
esos gestos que se traducen en el buen trato, en la generosidad que tenemos con
los demás, en la paciencia que tenemos ante las flaquezas del prójimo porque
nos damos cuenta lo débiles que nosotros somos también, esos gestos que son el
compartir o el saber caminar al lado del otro quizá muchas veces en silencio
pero haciéndole saber que tú estás ahí en todo momento para lo que haga falta.
Es la delicadeza y la intensidad de la
medida del amor verdadero. Miremos el termómetro de nuestro amor para ver hasta
donde llega la intensidad de su temperatura que por muy fuerte que sea nunca se
quemará ni se pasará.
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