Mantengámonos en su amor, dejémonos enamorar de Dios pero
enamorémonos nosotros también de ese amor
Deuteronomio 7, 6-11; Sal 102; 1Juan 4,
7-16; Mateo
11, 25-30
Hoy vamos a hablar de
amor y de enamorados. No es nada extraño, es algo normal en la vida de las
personas; buscamos el amor de nuestra vida, aparece el amor, nos sentimos
enamorados, son cosas, podríamos decir, de todos los días. Como solemos decir,
son cosas del corazón. ¿Por qué nos enamoramos de esta persona y no de otra? ¿Qué
vemos o qué nos llama la atención? Los misterios del amor porque algunas veces
no sabemos responder, sino ahí está, apareció el amor, nos sentimos enamorados
y buscamos el conquistar a esa persona de la que estamos enamorados para
nosotros. ¿Encontraremos respuesta? Son los dramas del corazón que vienen en
consecuencia. Como decíamos, algo nos llama la atención, algo vemos en esa
persona, ¿la belleza física? ¿Un atractivo de la persona? ¿Su belleza interior?
Cada uno lo explica según sea su expresión, sus sentimientos, las emociones del
alma que vive.
Pero bueno no vamos a
hacer un tratado del tema. Es como una introducción, una imagen. Porque hoy el
evangelio, la fiesta que estamos celebrando sí que nos habla del amor, sí que
nos habla de un enamoramiento, pero ¿sabéis de quién? Fijémonos en esas
hermosas palabras que escuchamos en el libro del Deuteronomio. Le habla Moisés
al pueblo de cómo han sido elegidos por el Señor para ser su pueblo. Y es
entonces cuando les dice: ‘Si el Señor se enamoró
de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás,
pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor a vosotros…’ Es el Señor el que los eligió, el que se enamoró de ellos,
y no porque fueran un pueblo grande, no porque siempre hubieran sido un pueblo
fiel. ‘Reconoce, pues, que el Señor, tu Dios, es Dios; él es el Dios fiel
que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y observan sus
preceptos, por mil generaciones’. Una elección y una oferta a la que
ha de corresponder una respuesta.
Es la maravilla del
amor del Señor. Como nos dirá san Juan en su carta, ‘Dios es amor’. Ahí está
todo el misterio. Y como nos explicará muy bien ‘En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros
pecados’. Fue primero el amor que Dios nos
tiene. Siguiendo con la imagen con que hemos comenzado El se enamoró de
nosotros, no porque nosotros los mereciéramos sino por puro amor. Es la oferta
del amor de Dios que está esperando nuestra respuesta.
Hoy
estamos celebrando la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Es hablarnos, es
celebrar el amor infinito que Dios nos tiene. Podíamos recorrer muchas páginas
del evangelio. Bueno, tenemos que comenzar por decir que esa Buena Nueva,
evangelio, que hemos de creer, el anuncio que nos hace - una buena nueva es una buena noticia – es
que Dios nos ama, porque Dios es nuestro Padre. Y en Jesús se manifiesta ese
rostro misericordioso de Dios, ese amor que el Señor nos tiene. Fue la entrega
fiel de Jesús hasta la muerte, pero son los múltiples gestos que contemplamos
en Jesús a lo largo de todo el evangelio. Cuantas cosas, cuantos detalles de la
vida de Jesús tendríamos que subrayar. Con los niños, con los pobres, con los desheredados
de la sociedad, con los que son marginados y con los que nadie quiere, con los
pecadores cualesquiera que fuera su pecado, con los que se sienten solos y
abandonados…
‘Venid
a mi todos los que estáis cansados y agobiados, escuchamos que hoy nos dice, porque
en mi encontrareis vuestro descanso, aprended de mi que soy manso y humilde de
corazón’,
nos está repitiendo. Son las palabras que hoy le escuchamos, pero como decíamos
son esos múltiples gestos que le vemos realizar en todo momento con todos. El nos busca, nos llama, nos eligió y abre su
corazón para que vayamos a El.
Vayamos a
El y seamos como El; vayamos a El y correspondamos a su amor con nuestro amor;
vayamos a El porque sabemos que es nuestro descanso y nuestro consuelo y solo
en El encontraremos la paz; vayamos a El y aprendamos de su amor; vayamos a El
y nos hagamos nosotros también mansos y humildes de corazón; vayamos a El y
como El tengamos siempre nuestro corazón abierto a los demás; vayamos a El y
aprendamos a contar con los demás como El lo hace a pesar de los desaires que
podamos recibir. Mantengámonos en su amor, dejémonos enamorar de Dios pero
enamorémonos nosotros también de ese amor. El mantiene su favor con los que le
aman más que por mil generaciones.
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