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sábado, 6 de junio de 2020

La vanidad lo echa todo a perder, pero un espíritu humilde manifiesta la verdadera grandeza de la persona y nos llena de mayor dignidad


La vanidad lo echa todo a perder, pero un espíritu humilde manifiesta la verdadera grandeza de la persona y nos llena de mayor dignidad

2Timoteo 4, 1-8; Sal 70; Marcos 12, 38-44
La vanidad lo echa todo a perder, pero un espíritu humilde manifiesta la verdadera grandeza de la persona y nos llena de mayor dignidad. Pero no lo terminamos de aprender. Nos sentimos engolosinados por unas alabanzas y reconocimientos. Decimos que no queremos aparentar, pero buscamos la forma de que las cosas sean reconocidas; nos halaga que digan cosas bonitas de nosotros y de alguna manera parece que queremos hacer saber a los demás lo bueno que somos, aunque mal lo disimulemos.
Primeros puestos o lugares de honor, puestos donde podamos tener nuestras influencias y cargos que eleven nuestro status, alcanzar aquello que signifique poder para que prevalezcan por encima de todo mis ideas, llegar al lugar donde yo pueda hacer y deshacer a mi antojo o en lo que pueda obtener unos beneficios. Lo estamos viendo continuamente en nuestra sociedad; gente que nos viene de redentora protestando o denunciando todo lo que los otros hacen y populismos de los que nos valemos para alcanzar esas cotas de poder y actuar ahora quizás con más despotismo de lo que antes anunciaban.
Lo estamos muchas veces sufriendo. Y sucede en lo que podríamos llamar las clases dirigentes de la sociedad, pero son también las pequeñas batallitas – o no tan pequeñas – que se dan en nuestra cercanía, en nuestros grupos sociales, también – hay que reconocerlo – en nuestras comunidades de orden religioso o cristiano. Muchas veces contemplamos guerras sordas también en esos grupos a los que pertenecemos o que nos rodean también en el ámbito de nuestras parroquias y comunidades cristianas. No siempre los diálogos de tipo pastoral que podamos tener en nuestras comunidades arrancan de ese deseo pastoral, sino pudieran aparecer intereses y hasta deseos de manipulación en ocasiones.
Nos es fácil tirar la piedra pensando en los grandes dirigentes de la sociedad, o quedándonos en retazos de la historia si ahora al leer el evangelio solo pensamos en aquellos letrados y fariseos de la época de Jesús, y no somos de darnos cuenta que eso sucede en nuestro entorno y también en la Iglesia. Tenemos que saber reconocer nuestras debilidades y nuestros fallos. Tenemos que ser claros y humildes.
En el evangelio que hoy escuchamos se contraponen, por así decirlo, las dos posturas. Previene Jesús ante la actitud y la manera de actuar de escribas y fariseos. Allí estaba Jesús frente a la entrada del templo y se podía contemplar la postura y manera de actuar de todos aquellos que iban entrando. ‘Cuidado, les dice, con los escribas. Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones’. No hacen falta más descripciones, no para verlos a ellos, sino para mirarnos a nosotros mismos.
Pero al mismo tiempo Jesús se ha fijado en quien nadie se fija. Una pobre viuda, anciana, con sus pobres ropas que trata de pasar desapercibida. Nadie se habría fijado en ella si no fuera por la indicación de Jesús. ‘Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante’. Así nos lo describe el evangelio. Y ahí está el comentario de Jesús. ‘En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Así, sin hacer ruido, sin llamar la atención aquella mujer echó cuanto tenía en el cepillo del templo. Merece la alabanza de Jesús. ‘Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos’, nos dirá en otro lugar. Pero es la actitud de los que están siempre dispuestos a servir, a hacer el bien, a contribuir a todo lo bueno desde sus valores o sus capacidades, pero también desde su pobreza y lo poco que son. Es la disponibilidad y la generosidad, es el desprenderse de uno mismo y ser capaz de gastarse por los demás. Porque lo importante es el bien, lo bueno que hagamos, aunque no nos llevemos medallas que colgarnos al cuello o diplomas que colgar de nuestras paredes.
Ahí está la verdadera grandeza del ser humano. Ahí se manifiesta la mayor dignidad que no está en unos ropajes o en unos bastones de mando. Mucho tendría que hacernos pensar todo esto. Mucho tenemos que verlo también ad intra de nuestras comunidades.


viernes, 5 de junio de 2020

Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús y entonces reflejaremos en nuestra vida el espíritu y el sentido del evangelio



Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús y entonces reflejaremos en nuestra vida el espíritu y el sentido del evangelio

2 Timoteo 3, 10-17; Salmo 118; Marcos 12, 35-37
Hay gente con la que uno se siente a gusto escuchándola; se pasarían las horas y la conversación nunca decae, son historias, son anécdotas, son momentos también, ¿por qué no? de humor, pero al mismo tiempo sus palabras destilan sabiduría, hablan de lo vivido y de lo que lo ha enriquecido que uno quisiera también verse enriquecido con tales conversaciones.
Es la sabiduría del que trasmite también con su verbo agradable, pero es la atención que le prestamos, el interés que ponemos, lo cautivados que nos sentimos. Son personas con las que nos podemos pasar una tarde sentados al borde del camino, bajo la sombra de un árbol o en un patio familiar – lo de menos es el lugar – y de las que no quisiéramos separarnos.
También, hay que decirlo, puede haber personas a las que no gusten, porque hacen pensar, porque cada palabra lleva una carga de sabiduría que nos interroga por dentro y algunas veces parece que no estamos para esas tareas y tenemos la tentación de ponernos no al lado sino en la acera de enfrente. También depende de nosotros, lo que queramos escuchar, lo que buscamos o lo que pueda ser nuestro interés.
¿Por qué me hago esta consideración? ¿A qué me lleva esta introducción? Algo que nos puede pasar inadvertido en el evangelio de hoy. Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’. Claro que previamente nos ha dicho que todos querían escucharle, que por allí andaban judíos pertenecientes a distintos grupos que criticaban cuanto Jesús enseñaba, que estaban poniendo pegas siempre a las palabras y enseñanzas de Jesús y que no aceptaban lo que Jesús les enseñaba. Poco menos que le echaban en cara que Jesús perteneciera a ninguna de aquellas escuelas o corrientes de opinión que tanto proliferaban entonces. Pero ‘una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’.
Igual que hoy, podríamos decir, en lo que es la aceptación del mensaje del evangelio en la aceptación de la misma iglesia. Bien sabemos también cómo proliferan las opiniones; todo el mundo tiene derecho a opinar, lo que muchas veces hacemos sin embargo sin un conocimiento de causa, sin haber querido profundizar en ese mensaje del evangelio, sin hacer una apertura del corazón a la inspiración del Espíritu y nos queremos hacer también nuestras muy particulares interpretaciones.
Antes de llegar a estas situaciones de críticas, de expresar nuestras propias opiniones, creo que tendríamos que tratar de hacer una lectura seria del evangelio, quitando prejuicios e influencias. Tenemos que aprender a saborear el evangelio. ¿Qué hacemos cuando decimos que estamos saboreando una cosa, una comida, algo que nos dan a probar? Que nos detenemos a gustar y definir todos esos sabores; paladeamos, decimos, y le damos nuestro tiempo porque así nuestro paladar identifica ese sabor, saborea ese sabor, le toma gusto a esa comida o a ese manjar que nos están ofreciendo.
Es lo que tenemos que aprender a hacer con el evangelio. Nuestra escucha del evangelio ha de ser siempre ese paladear, ese saborear, ese tomarle el gusto porque le encontramos su sentido, le encontramos su valor. Nos sentiremos a gusto con la palabra de Dios, abriremos así nuestro corazón, nos dejaremos inundar por la fuerza de su Espíritu. Y entonces será cuando nuestra vida comienza a ser distinta porque eso que hemos saboreado de la presencia y de la vida de Jesús lo estamos haciendo nuestra vida, lo estaremos reflejando de verdad en nuestro vivir. Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús.  


jueves, 4 de junio de 2020

Miramos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no temiendo hacer la subida del monte Moria ni el paso por Getsemaní porque nos llega el perfume del huerto de la resurrección



Miramos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no temiendo hacer la subida del monte Moria ni el paso por Getsemaní porque nos llega el perfume del huerto de la resurrección

Génesis 22, 9-18; Sal 39; Mateo 26, 36-42
Algunas veces en la vida nos puede parecer que se nos está exigiendo un sacrificio que supera nuestras fuerzas y capacidades y de alguna manera nos sentimos débiles, nos sentimos como zarandeados por esos bandazos y esas exigencias, nos sentimos incapaces de seguir adelante y realizar un esfuerzo más. problemas de superación personal, problemas de responsabilidades adquiridas, problemas de misiones que se nos han confiado y que nos parece que no tuvieron en cuenta hasta donde nosotros podríamos llegar… pero quizá encontramos allá dentro de nosotros mismos una fuerza que parece que no contábamos con ella y seguimos adelante asumiendo nuestras responsabilidades.
Hablo de una forma que parece genérica pero que cada uno puede ver traducida en situaciones personales por las que haya pasado en alguna ocasión en la vida. ¿Seguimos adelante? ¿Nos volvemos atrás y abandonamos responsabilidades? ¿Qué valentía interior podemos encontrar? ¿Habrá algún apoyo que nos llegue desde el exterior, una mirada de amigo, una mano con pulso firme pero cargada de ternura, un brazo sobre nuestro hombro? Lo necesitamos y no sé si siempre lo encontramos.
Hoy la Palabra del Señor nos ofrece dos hermosos textos en este sentido. Por una parte el sacrificio de Abrahán. Y digo bien, el sacrificio de Abrahán, porque el verdadero sacrificio era el que se estaba inmolando en su corazón. Es cierto le había pedido Dios el sacrificio de su hijo, pero era el sacrificio de su corazón el verdaderamente importante. Todo aquello que sentía, que sufría su corazón mientras iban subiendo al monte Moria. Era la negación de si mismo, de su yo, de su propia voluntad para aceptar confiado la voluntad de Dios. Y el sacrificio se realizará a la perfección aunque no se llegase al momento cruento del sacrificio y muerte de Isaac. Para Dios valía la disponibilidad y la confianza del corazón de Abrahán.
‘Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú. Es la oración de Jesús en Getsemaní. Había dicho que su alma estaba triste con una tristeza de muerte, pues Jesús sabía lo que le esperaba, la pasión que en aquellos momentos comenzaba. Es el ofertorio del sacrificio de Cristo que se está realizando allí en Getsemaní. Es el comienzo del camino de la pasión. Es la Pascua. Era el paso de Dios en medio de la vida de la humanidad, una humanidad también atormentada por el sufrimiento. Jesús está recogiendo todo ese sufrimiento y toda esa negrura de la humanidad. Había venido para realizar lo que era la voluntad del Padre, y qué difícil se le estaba poniendo en su corazón. Ahí vemos el lamento de su oración. Pero ahí vemos la confianza de su corazón. ‘Que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú’.
Estamos escuchando hoy estos dos textos que nos ofrece la liturgia en la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Es la ofrenda del Sacerdote, es el sacrificio que ofrece Cristo por la salvación de toda la humanidad, es la ofrenda de su mismo que terminará diciendo en lo alto de la Cruz ‘a tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Contemplamos el sacerdocio de Cristo, pontífice compasivo y fiel, como nos dirá la carta a los Hebreos, que conocía nuestras debilidades, que estaba de nuestro lado en nuestro camino de sufrimiento, que viene con su humanidad para mostrarnos la cercanía de Dios, que nos sostiene en la patena de su sacrificio cuando nosotros nos vemos débiles para que podamos sentir que hasta estamos por encima de nuestras flaquezas y debilidades, para que nos sintamos fortalecidos para seguir en ese camino de fidelidad que tanto nos cuesta en muchas ocasiones, para que nos demos cuenta que no estamos solos en ese levantarnos hacia lo alto.
Hoy queremos contemplar también a todos los sacerdotes que participan del sacerdocio ministerial de Cristo y queremos decirles también que no están solos aunque muchas veces tengan que vivir muchas soledades. Que detrás está toda la Iglesia, aunque quizá no siempre se sepa manifestar con esa compasión del Cristo sacerdote, pero es que estamos muy llenos de debilidades humanas. Que sepan contar siempre con la gracia de Cristo, porque aunque se sientan abandonados por los hombres, no faltará nunca la presencia y la fuerza del Espíritu del Señor que se manifestará de mil maneras y que llegará en la presencia quizás de quienes menos pensamos. Que no teman subir al monte Moria ni pasar por el huerto de Getsemaní, porque siempre se llegará al huerto perfumado de la pascua y de la resurrección. Lo dice quien lo siente de verdad en su corazón.

miércoles, 3 de junio de 2020

El camino de plenitud que nos conduce a la vida eterna tenemos que aprenderlo a vivir ya desde ahora por el sentido y el valor que le damos a lo que hacemos cada día


El camino de plenitud que nos conduce a la vida eterna tenemos que aprenderlo a vivir ya desde ahora por el sentido y el valor que le damos a lo que hacemos cada día

2Timoteo 1, 1-3. 6-12; Sal 122; Marcos 12, 18-27
Hay contenidos fundamentales de nuestra fe que por más que los proclamemos en el Credo sin embargo son confusos para la mayoría de los cristianos, no tenemos muy claro que es lo que queremos expresar y al final de alguna manera aunque nos llamamos creyentes y cristianos un tanto los aparcamos a un lado de la vida y no les damos demasiada oportunidad para una reflexión. Es el tema de la resurrección final y de la vida eterna.
Hoy nos extrañamos – yo creo que un tanto ficticiamente – de que los saduceos negasen la resurrección de los muertos y en consecuencia los planteamientos que el hacen a Jesús. Nos pudiera parecer en cierto modo hasta de risa lo del matrimonio de aquella mujer con los siete hermanos que fueron falleciendo y como no le habían dejado descendencia tenían la obligación de casarse con la viuda de su hermano según la interpretación de la ley mosaica. Ponemos mucha imaginación en el tema como casi todo lo que son nuestros pensamientos a lo humano que vamos teniendo y por eso no nos cabe en la cabeza que acaso la vida eterna tiene que ser en cierto modo una repetición de la vida que ahora vivimos en el espacio temporal.
¿Quién no se ha encontrado imaginando en alguna ocasión donde habría lugar, por ejemplo, para que físicamente puedan estar todos los que han muerto? Y es que el espacio físico es algo que no podemos dejar de lado y hasta para el cielo queremos darle un espacio físico para estar junto a Dios. si nos sentimos constreñidos en el mundo físico en el que estamos donde la población va en aumento y decimos que al final el mundo no tendría capacidad para soportar tanto crecimiento de la población, que más podríamos pensar de ese mundo futuro donde estaremos todos lo que hemos vivido en esta vida, ¿dónde encontraremos ese lugar? Las imaginaciones humanas nos juegan una mala pasada y al final puede hacer que tampoco queramos creer en la resurrección y en la vida eterna como confesamos en el credo de nuestra fe.
Acaso quizá entra en nuestra mente el pensamiento de la vida eterna y de la resurrección cuando nos enfrentamos al desgarro de la muerte de un ser querido. Un poco a tientas muchas veces porque todo parece que se nos vuelve más oscuro en esos momentos de dolor no queremos perder la esperanza, dirigimos nuestra mirada a Dios para que por una parte sintamos la fortaleza del espíritu en ese momento doloroso, pero también para confiar a la bondad y a la misericordia del Señor el ser de aquel que ha muerto para nosotros, pero que tenemos la esperanza de que vive en Dios.
Decimos con mucha facilidad que todo eso entra en el misterio de Dios y ya nos parece que damos por solucionada toda la cuestión. Sí, en las manos de Dios nos ponemos y vivir su vida queremos, y pensar que en Dios alcanzaremos la plenitud de vida nos llena de esperanza y nos hace en verdad sentirnos caminantes hacia una meta que solo en Dios podemos encontrar. Pero alejemos de nosotros todo tipo de imaginación, como antes decíamos. Como nos dice hoy Jesús estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios… Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo’.
Y termina diciéndonos Jesús que Dios no es un Dios de muertos sino un Dios de vivos. Es el Dios de la vida, es el Dios que nos ofrece vida, es el Dios que quiere que vivamos la vida en plenitud no solo en el futuro de la vida eterna, sino también en el hoy de cada día cuando le damos un verdadero sentido y valor a nuestra existencia.
Miramos al cielo es cierto, ansiamos la vida eterna, pero el camino de plenitud tenemos que aprender a vivir ya desde ahora por el sentido y el valor que le damos a lo que hacemos cada día. Disfrutamos de la vida en todo lo bello y hermoso que tiene pero no nos quedamos en gozos efímeros, sino que buscamos todo aquello que le da hondura a nuestro ser y a nuestra relación con los demás.
Es desde ese amor compartido donde sentiremos la paz más profunda para nuestro espíritu, es donde encontraremos las satisfacciones mas hondas, es donde encontraremos esa felicidad que no tenemos muchas veces palabras con que expresar o explicar. Es lo que nos estará conduciendo a ese cielo de vivir en Dios y con Dios en la total plenitud de la vida. Qué distinta es la vida cuando tenemos hermosas metas.

martes, 2 de junio de 2020

Con sinceridad y autenticidad vivimos la vida y nos manifestamos como creyentes ante el mundo desde el sentido de nuestra fe


Con sinceridad y autenticidad vivimos la vida y nos manifestamos como creyentes ante el mundo desde el sentido de nuestra fe

2Pedro 3, 12-15a. 17-18; Sal 89; Marcos 12, 13-17
Choque entre la sinceridad y la hipocresía. Irreconciliables. Por mucho que lo tratemos de disimular; la falsedad e hipocresía que llevemos en el corazón saldrá a flote, saldrá a la luz. Aunque nos presentemos con bonitas palabras, pero debajo se nota que no hay nada, o mejor, que lo que está ocultando es una hipocresía grande. Adulamos, adornamos con bonitos epítetos lo que le queramos decir al otro, pero se ven pronto las segundas intenciones.
Hay personas que son especialistas en estos disimulos e hipocresías, ponen una bonita sonrisa y quieren mostrarse agradables como si fuéramos amigos de siempre cuando hay tanta distancia quizá entre unos y otros, quieren quedar bien o quieren llevarse el ascua a su sardina, como se suele decir, porque querrán hacernos decir lo que no pensamos, lo que no entra en nuestros parámetros o principios. Personas así se las va encontrando uno mucho en la vida. Buscan manipularte, hacerte ver una realidad que no es, que solo está en su imaginación o que se han creado para conseguir lo que están buscando que aparezca como que te pones de su parte. Tiene que estar uno alerta y presentar con claridad lo que son tus principios, lo que son tus valores, diferenciando bien lo que el otro pretende hacernos decir y lo que realmente es nuestro pensamiento.
En el evangelio vemos en muchas ocasiones como los dirigentes sociales y culturales del pueblo acuden a Jesús con preguntas capciosas. Pretenden confundir a la gente y hacerle decir a Jesús lo que no es su mensaje. Empleando incluso textos de la Escritura quieren hacerle su propia interpretación y vienen con la pregunta a Jesús una y otra vez. Hoy son fariseos y herodianos, dos grupos bien diferenciados entre los judíos aunque algo tenían en común en un cierto nacionalismo judío de rebelión contra el pueblo invasor y de un puritanismo religioso que les hacía sentirse como en un estadio superior frente a todos los pueblos. Acuden a Jesús con halagos, alabando su integridad y sinceridad porque no se deja engañar por nadie.Maestro, sabemos que eres veraz y no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad’. Pero detrás viene la pregunta interesada.  ‘¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?’
‘¿Por qué me tentáis?’ les dice Jesús. Ha captado Jesús que bien conocía el corazón de los hombres la poca sinceridad y la hipocresía. Divide y vencerás, querían ellos que entre los que escuchaban a Jesús se crearan polémicas por sus palabras. Y aquí tenían una ocasión, pero Jesús no les sigue el juego. Ya conocemos la salida salomónica, que podríamos decir, de Jesús ante la pregunta. ¿La inscripción de la moneda de quién es? Si usamos las monedas del César paguemos al César lo que es del César.
Muchas veces a este texto evangélico y a la respuesta de Jesús se le ha querido dar también una interpretación interesada, que no es precisamente lo que Jesús quiere enseñarnos en el Evangelio. Como si el tema de la religión y de la fe lo pudiéramos convertir en algo tan angélico que no tuviera repercusión en los compromisos que como ciudadanos todos tenemos con el mundo en el que vivimos; y nosotros desde nuestra fe, desde el sentido de la vida que encontramos en Jesús y en el evangelio sí tenemos una palabra que decir sobre lo que queremos para nuestro mundo, pero no solo una palabra sino un compromiso serio de trabajar por la justicia de ese mundo, por hacer en verdad ese mundo mejor.
Alguna vez he escuchado frases como ésta, la religión está en ser buena persona. No negamos que tenemos que ser buenas personas pero es que además el verdadero seguidor de Jesús tiene una característica muy especial. Primero que ni el sentido religioso de la persona ni la fe la separamos de Jesús, porque El es nuestra único Señor y nuestro Salvador. Pero es que precisamente desde esa fe que tenemos en El no se trata solo de ser buena persona como los demás, sino que hay un sentido del amor, hay un sentido de la vida que se nos ilumina desde el evangelio y es en lo que de manera especial tenemos que resplandecer.
Y de ahí surgirá ese compromiso serio con la vida, con nuestro mundo, con la sociedad en la que estamos, con ese mundo que nos rodea y6 desde nuestro sentido cristiano de la vida nos sentimos comprometidos y contribuimos a crear esa mejor no nos desentendemos de nuestro mundo sino que con El nos sentimos más comprometidos desde el compromiso y el sentido de nuestra fe. Con qué sinceridad, con qué autenticidad hemos de vivir la vida y nos manifestamos ante el mundo.

lunes, 1 de junio de 2020

María, la madre que está en silencio junto a la Iglesia y nos ayuda a discernir los designios de Dios en estos concretos caminos de la historia



María, la madre que está en silencio junto a la Iglesia y nos ayuda a discernir los designios de Dios en estos concretos caminos de la historia

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 86; Juan 19, 25-34
Cuando nos piden hablar de la madre afloran en nuestro interior los más hermosos sentimientos y aunque rebusquemos las palabras, si no tenemos el don de la poesía, nos salen torpes y no sabemos expresar debidamente las emociones que fluyen de nuestro corazón. De la madre es la que aprendimos lo que es la ternura y el amor no porque nos repitiera muchas palabras para enseñárnoslo sino porque nos sentíamos envueltos en sus brazos llenos de ternura que ahí en el contacto de la piel nos hacían sentir lo más bello del amor.
Queremos hablar del amor de la madre y nos viene al pensamiento su entrega y su sacrificio y corren por nuestra mente las imágenes de la preocupación de la madre siempre afanada en darnos lo mejor aunque algunas veces por nuestra resistencia tuviera que fruncir el ceño pero del que se escapaba sin que ella pudiera evitarlo toda la ternura del corazón.
Pero no solo estamos contemplando esos grandes momentos de emoción o de vida sacrificada sino que descubrimos también el silencio de la madre que siempre estuvo a nuestro lado, en nuestro camino, aunque no comprendiera quizá lo que estábamos haciendo pero respetando siempre nuestros pasos y asintiendo en silencio para decirnos como siempre estaba a nuestro lado pasara lo que pasara, pero que somos nosotros los que tenemos que encontrar nuestro propio camino. No discurrieron ni grandes discursos ni muchas palabras, sino que la mirada en silencio nos bastaba para saber que ella estaba ahí, que su amor nunca nos faltaría.
Me estoy haciendo estas consideraciones en torno al corazón lleno de ternura de una madre en este día, lunes siguiente a Pentecostés, en que la Iglesia nos presenta a María, sin las grandes alharacas de las grandes o populares fiestas, casi como en el silencio en que sabe estar una madre que no busca cosas extraordinarias para sentir el amor de sus hijos, en esta fiesta en que la celebramos como Madre de la Iglesia. Así la quiso proclamar san Pablo VI en una de las sesiones finales del Concilio Vaticano II cuando fue aprobada precisamente la Constitución sobre la Iglesia.
Así contemplamos a María, junto a la Iglesia, en el silencio y en el amor de una madre, como lo había estado junto a su Hijo Jesús. Nos aparece la figura de María en el Evangelio sobre todo en torno al nacimiento de Jesús y su infancia, y luego aparecerá en momentos puntuales como cuando en medio del rebullicio de la gente ella estaba allí junto a Jesús, o como la vemos al pie de la cruz también en silencio, y más tarde en el cenáculo con los apóstoles en la espera del cumplimiento de la promesa del Padre en la venida del Espíritu Santo.
Habitualmente cuando hablamos de María destacamos esos momentos en que aparece en el evangelio y ya ahí la contemplamos llena de virtudes y rebosante de amor y de esperanza como un acicate y un estímulo para nuestro camino de fe, ella que fue llamada dichosa por su fe. Pero hay muchos momentos de la vida de María y en torno a Jesús que se quedan en silencio y parece como si de ellos no supiéramos qué decir. Pero son esos momentos hermosos y profundos del silencio de María junto a Jesús. Ella que había sabido discernir lo que era la Palabra del Señor que se le manifestaba y había sabido decir Sí, en esa misma actitud y postura tenemos que verla junto a Jesús, descubriendo en su palabra y en los signos que hacía lo que era el designio de Dios que se estaba manifestando en Jesús.
Cuanto nos enseña María en este sentido en el camino de la Iglesia, en el camino de nuestra vida creyente también. Ahí está María junto a la Iglesia, no solo porque hayamos levantado grandes santuarios en su honor a lo largo y ancho del mundo y de la historia, sino porque María está ahí, en ese camino de la Iglesia, en silencio también y de ella aprendemos a ese discernir los designios de Dios, los caminos de Dios que tenemos que ir trazando o recorriendo en este mundo concreto en que vivimos, con sus luces y con sus sombras.
¿Qué se nos pide hoy? ¿Qué se nos pide en el momento presente de nuestra historia? ¿Cuál es la Palabra, la respuesta que tenemos que saber dar a esos problemas de nuestra historia? ¿Cuál es el camino de la Iglesia hoy? ¿Cuál es el camino que como creyente yo he de recorrer? Aprendamos de María a discernirlo; que María nos alcance esa gracia del Señor.

domingo, 31 de mayo de 2020

La fuerza del Espíritu hizo que las puertas del Cenáculo se abrieran y ya no habían fronteras de distancias ni lenguajes para escuchar el anuncio de la Buena Nueva de Jesús


La fuerza del Espíritu hizo que las puertas del Cenáculo se abrieran y ya no habían fronteras de distancias ni lenguajes para escuchar el anuncio de la Buena Nueva de Jesús

 Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
La costumbre hoy es que andemos con las puertas cerradas. ¿Miedos? ¿Desconfianzas? ¿Prevención? ¿Una forma de refugiarnos a causa de nuestras inseguridades? ¿Para sentirnos más seguros lejos de molestias y de incomodidades? ¿Para poner barreras porque ese umbral solo los traspasa quien nosotros queremos? Pero la puerta cerrada no solo no deja entrar sino que tampoco deja salir. ¿Nos quedamos solo en la comodidad de nuestro hogar o nuestras cosas?
Habrá quien haga su análisis de estas costumbres que contrastan quizá con otros tiempos o lugares. Pero ya es muy habitual que cuando vamos por la calle nos encontramos siempre las puertas de las casas cerradas. Pero todo esto que nos pudiera parecer intrascendente sin embargo pueden ser imágenes que nos quieran hablar mucho.
Es una imagen que nos aparece tanto en el relato evangélico como en el de los Hechos de los Apóstoles. En uno y en otro caso las puertas del cenáculo estaban cerradas. En el evangelio se nos dice que era por el miedo de los discípulos a los judíos; no era para menos después de lo que habían hecho con Jesús en aquellos días. Pero luego en los Hechos nos encontramos también que los discípulos están encerrados en el Cenáculo, quizá no fueran ya los miedos aunque cierta cobardía sí que había, pero se puede justificar en aquella actitud de espera en la que estaban esperando que su cumplieran las promesas de Jesús. Sus temores y desconfianzas siempre rondaban por dentro, tenemos que reconocer.
Pero con la llegada de Cristo resucitado y la presencia del don del Espíritu aquellas puertas se abrirán porque ya no pueden contener el caudal de gracia que allí se ha derramado. En esta fiesta de Pentecostés nos encontramos con dos textos que nos hablan de esa efusión del Espíritu. Por una parte el evangelio de Juan nos dirá que cuando Jesús resucitado se presenta ante ellos derramará su Espíritu sobre ellos y ya los veremos con el don del perdón de los pecados. Puertas que se abren, podemos decir, porque se acaban los miedos y las desconfianzas, se nos arranca el pecado de nuestra vida con el perdón y el corazón se llena de alegría con la presencia del Espíritu.
En el texto de los Hechos de los Apóstoles esa efusión del Espíritu Santo se sitúa en otro momento después de su Ascensión al cielo. Les ha pedido Jesús permanecer en Jerusalén hasta que se cumpla la promesa del Padre y en el Cenáculo han quedado en oración – con ellos está María la Madre de Jesús además de otras mujeres – hasta que en medio de signos extraordinarios como el viento recio que parecía que hacían temblar los cimientos de la casa y las llamaradas de fuego sobre sus cabezas se manifiesta el don del Espíritu Santo prometido. Las puertas se abren, volvemos a repetir, porque será entonces cuando los apóstoles salgan a la calle al encuentro de la gente que se arremolina a su alrededor para hacer el anuncio gozoso de la resurrección del Señor.
Es con la imagen que me quiero quedar en este Pentecostés. Llegamos hoy a la culminación de las celebraciones pascuales – hoy se termina el tiempo pascual – que hemos vivido este año en especiales circunstancias. El confinamiento por la alerta sanitaria decretada nos ha obligado a permanecer en nuestras casas y no nos ha permitido celebrar todo el misterio de Cristo con el esplendor externo de otros años, es más nos hemos visto limitados de manera que no hemos ni siquiera participar presencialmente en las celebraciones litúrgicas.
¿Puerta cerradas o puertas abiertas?, quizás aun nos preguntamos. Nos ha obligado cuando no hemos querido dejar pasar este tiempo de gracia para nosotros a buscar una interiorización que quizá necesitábamos. Yo quisiera verlo también como una moción del Espíritu que es el que conduce a su Iglesia y el que nos conduce a nosotros también. ¿No será una manera de decirnos el Señor que tenemos que abrirnos a algo nuevo, quizás a un nuevo estilo y camino de evangelización para llegar no solo a los que muchas veces con cierta comodidad nos encerramos en nuestros templos y en nuestras celebraciones y nos quedamos tan contentos? pero que necesitamos salirnos, emprender nuevos caminos y nuevos estilos, dar nuevas señales para llegar a todo ese mundo que está fuera y ya no oye anunciar a Jesús, o acaso de una manera muy diluida.
El Espíritu del Señor que es nuestra Sabiduría y nuestra fortaleza nos está impulsando a algo nuevo. Quizá el estar encerrados un cierto tiempo nos ha dado oportunidad para reflexionar en nuestro interior, desde esa inquietud y esa zozobra de sentirnos así confinados, de que hay cosas de mucho valor que habremos abandonado u olvidado, pero que también hay gestos sencillos que podemos realizar de cercanía a los demás y en especial a aquellos que siempre están más cercanos a nosotros, pero que por eso no les prestamos tanta atención.
Son las puertas de nuestras casas o de nuestras iglesias las que tenemos que abrir, pero son también las puertas de nuestra vida porque somos los que ponemos fronteros, barreras que no nos dejan acercarnos de verdad incluso a los que están más cercanos a nosotros aunque nos parezca una incongruencia. Préstale más atención a tu hermano o la hermana, a tu hijo, a tu padre o tu madre, a la esposa o al esposa, al abuelo que algunas veces arrinconamos y nos detenemos junto a él para escucharle una vez más sus historias, al vecino que pasa a tu puerta todos los días y que muchas veces no pasamos de un hola en el saludo, a ese compañero de trabajo que aparece arrinconado de todos porque nos parece más tímido o de poca conversación.
La fuerza del Espíritu hizo entonces que las puertas del Cenáculo se abrieran y ya no había fronteras de distancias ni de lenguajes porque todos podían escuchar el anuncio. Sintamos esa fuerza del Espíritu hoy en nosotros que abre también nuestras puertas y derriba muchas murallas. Que la alegría que vivimos en Cristo resucitado nos lleve a hacer ese anuncio gozoso a cuantos nos rodean.