La fuerza del Espíritu hizo que las puertas del Cenáculo se
abrieran y ya no habían fronteras de distancias ni lenguajes para escuchar el
anuncio de la Buena Nueva de Jesús
Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios
12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
La costumbre hoy es
que andemos con las puertas cerradas. ¿Miedos? ¿Desconfianzas? ¿Prevención? ¿Una
forma de refugiarnos a causa de nuestras inseguridades? ¿Para sentirnos más
seguros lejos de molestias y de incomodidades? ¿Para poner barreras porque ese
umbral solo los traspasa quien nosotros queremos? Pero la puerta cerrada no
solo no deja entrar sino que tampoco deja salir. ¿Nos quedamos solo en la
comodidad de nuestro hogar o nuestras cosas?
Habrá quien haga su análisis
de estas costumbres que contrastan quizá con otros tiempos o lugares. Pero ya
es muy habitual que cuando vamos por la calle nos encontramos siempre las
puertas de las casas cerradas. Pero todo esto que nos pudiera parecer
intrascendente sin embargo pueden ser imágenes que nos quieran hablar mucho.
Es una imagen que nos
aparece tanto en el relato evangélico como en el de los Hechos de los
Apóstoles. En uno y en otro caso las puertas del cenáculo estaban cerradas. En
el evangelio se nos dice que era por el miedo de los discípulos a los judíos;
no era para menos después de lo que habían hecho con Jesús en aquellos días.
Pero luego en los Hechos nos encontramos también que los discípulos están
encerrados en el Cenáculo, quizá no fueran ya los miedos aunque cierta cobardía
sí que había, pero se puede justificar en aquella actitud de espera en la que
estaban esperando que su cumplieran las promesas de Jesús. Sus temores y
desconfianzas siempre rondaban por dentro, tenemos que reconocer.
Pero con la llegada de
Cristo resucitado y la presencia del don del Espíritu aquellas puertas se
abrirán porque ya no pueden contener el caudal de gracia que allí se ha
derramado. En esta fiesta de Pentecostés nos encontramos con dos textos que nos
hablan de esa efusión del Espíritu. Por una parte el evangelio de Juan nos dirá
que cuando Jesús resucitado se presenta ante ellos derramará su Espíritu sobre
ellos y ya los veremos con el don del perdón de los pecados. Puertas que se
abren, podemos decir, porque se acaban los miedos y las desconfianzas, se nos
arranca el pecado de nuestra vida con el perdón y el corazón se llena de
alegría con la presencia del Espíritu.
En el texto de los
Hechos de los Apóstoles esa efusión del Espíritu Santo se sitúa en otro momento
después de su Ascensión al cielo. Les ha pedido Jesús permanecer en Jerusalén
hasta que se cumpla la promesa del Padre y en el Cenáculo han quedado en
oración – con ellos está María la Madre de Jesús además de otras mujeres –
hasta que en medio de signos extraordinarios como el viento recio que parecía
que hacían temblar los cimientos de la casa y las llamaradas de fuego sobre sus
cabezas se manifiesta el don del Espíritu Santo prometido. Las puertas se
abren, volvemos a repetir, porque será entonces cuando los apóstoles salgan a
la calle al encuentro de la gente que se arremolina a su alrededor para hacer
el anuncio gozoso de la resurrección del Señor.
Es con la imagen que
me quiero quedar en este Pentecostés. Llegamos hoy a la culminación de las
celebraciones pascuales – hoy se termina el tiempo pascual – que hemos vivido este
año en especiales circunstancias. El confinamiento por la alerta sanitaria
decretada nos ha obligado a permanecer en nuestras casas y no nos ha permitido
celebrar todo el misterio de Cristo con el esplendor externo de otros años, es
más nos hemos visto limitados de manera que no hemos ni siquiera participar
presencialmente en las celebraciones litúrgicas.
¿Puerta cerradas o
puertas abiertas?, quizás aun nos preguntamos. Nos ha obligado cuando no hemos
querido dejar pasar este tiempo de gracia para nosotros a buscar una
interiorización que quizá necesitábamos. Yo quisiera verlo también como una moción
del Espíritu que es el que conduce a su Iglesia y el que nos conduce a nosotros
también. ¿No será una manera de decirnos el Señor que tenemos que abrirnos a
algo nuevo, quizás a un nuevo estilo y camino de evangelización para llegar no
solo a los que muchas veces con cierta comodidad nos encerramos en nuestros
templos y en nuestras celebraciones y nos quedamos tan contentos? pero que
necesitamos salirnos, emprender nuevos caminos y nuevos estilos, dar nuevas
señales para llegar a todo ese mundo que está fuera y ya no oye anunciar a Jesús,
o acaso de una manera muy diluida.
El Espíritu del Señor
que es nuestra Sabiduría y nuestra fortaleza nos está impulsando a algo nuevo.
Quizá el estar encerrados un cierto tiempo nos ha dado oportunidad para
reflexionar en nuestro interior, desde esa inquietud y esa zozobra de sentirnos
así confinados, de que hay cosas de mucho valor que habremos abandonado u
olvidado, pero que también hay gestos sencillos que podemos realizar de cercanía
a los demás y en especial a aquellos que siempre están más cercanos a nosotros,
pero que por eso no les prestamos tanta atención.
Son las puertas de
nuestras casas o de nuestras iglesias las que tenemos que abrir, pero son
también las puertas de nuestra vida porque somos los que ponemos fronteros,
barreras que no nos dejan acercarnos de verdad incluso a los que están más
cercanos a nosotros aunque nos parezca una incongruencia. Préstale más atención
a tu hermano o la hermana, a tu hijo, a tu padre o tu madre, a la esposa o al
esposa, al abuelo que algunas veces arrinconamos y nos detenemos junto a él
para escucharle una vez más sus historias, al vecino que pasa a tu puerta todos
los días y que muchas veces no pasamos de un hola en el saludo, a ese compañero
de trabajo que aparece arrinconado de todos porque nos parece más tímido o de
poca conversación.
La fuerza del Espíritu
hizo entonces que las puertas del Cenáculo se abrieran y ya no había fronteras
de distancias ni de lenguajes porque todos podían escuchar el anuncio. Sintamos
esa fuerza del Espíritu hoy en nosotros que abre también nuestras puertas y
derriba muchas murallas. Que la alegría que vivimos en Cristo resucitado nos
lleve a hacer ese anuncio gozoso a cuantos nos rodean.
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