Miramos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no temiendo
hacer la subida del monte Moria ni el paso por Getsemaní porque nos llega el
perfume del huerto de la resurrección
Génesis 22, 9-18; Sal 39; Mateo 26, 36-42
Algunas veces en la
vida nos puede parecer que se nos está exigiendo un sacrificio que supera
nuestras fuerzas y capacidades y de alguna manera nos sentimos débiles, nos
sentimos como zarandeados por esos bandazos y esas exigencias, nos sentimos
incapaces de seguir adelante y realizar un esfuerzo más. problemas de superación
personal, problemas de responsabilidades adquiridas, problemas de misiones que
se nos han confiado y que nos parece que no tuvieron en cuenta hasta donde
nosotros podríamos llegar… pero quizá encontramos allá dentro de nosotros
mismos una fuerza que parece que no contábamos con ella y seguimos adelante
asumiendo nuestras responsabilidades.
Hablo de una forma que
parece genérica pero que cada uno puede ver traducida en situaciones personales
por las que haya pasado en alguna ocasión en la vida. ¿Seguimos adelante? ¿Nos
volvemos atrás y abandonamos responsabilidades? ¿Qué valentía interior podemos
encontrar? ¿Habrá algún apoyo que nos llegue desde el exterior, una mirada de
amigo, una mano con pulso firme pero cargada de ternura, un brazo sobre nuestro
hombro? Lo necesitamos y no sé si siempre lo encontramos.
Hoy la Palabra del
Señor nos ofrece dos hermosos textos en este sentido. Por una parte el
sacrificio de Abrahán. Y digo bien, el sacrificio de Abrahán, porque el
verdadero sacrificio era el que se estaba inmolando en su corazón. Es cierto le
había pedido Dios el sacrificio de su hijo, pero era el sacrificio de su
corazón el verdaderamente importante. Todo aquello que sentía, que sufría su
corazón mientras iban subiendo al monte Moria. Era la negación de si mismo, de
su yo, de su propia voluntad para aceptar confiado la voluntad de Dios. Y el
sacrificio se realizará a la perfección aunque no se llegase al momento cruento
del sacrificio y muerte de Isaac. Para Dios valía la disponibilidad y la
confianza del corazón de Abrahán.
‘Padre
mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero,
sino como quieres tú’. Es la
oración de Jesús en Getsemaní. Había dicho que su alma estaba triste con una
tristeza de muerte, pues Jesús sabía lo que le esperaba, la pasión que en
aquellos momentos comenzaba. Es el ofertorio del sacrificio de Cristo que se
está realizando allí en Getsemaní. Es el comienzo del camino de la pasión. Es
la Pascua. Era el paso de Dios en medio de la vida de la humanidad, una
humanidad también atormentada por el sufrimiento. Jesús está recogiendo todo
ese sufrimiento y toda esa negrura de la humanidad. Había venido para realizar
lo que era la voluntad del Padre, y qué difícil se le estaba poniendo en su
corazón. Ahí vemos el lamento de su oración. Pero ahí vemos la confianza de su
corazón. ‘Que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú’.
Estamos escuchando hoy
estos dos textos que nos ofrece la liturgia en la fiesta de Jesucristo, Sumo y
Eterno Sacerdote. Es la ofrenda del Sacerdote, es el sacrificio que ofrece
Cristo por la salvación de toda la humanidad, es la ofrenda de su mismo que
terminará diciendo en lo alto de la Cruz ‘a tus manos, Padre, encomiendo mi
espíritu’.
Contemplamos el sacerdocio
de Cristo, pontífice compasivo y fiel, como nos dirá la carta a los Hebreos,
que conocía nuestras debilidades, que estaba de nuestro lado en nuestro camino
de sufrimiento, que viene con su humanidad para mostrarnos la cercanía de Dios,
que nos sostiene en la patena de su sacrificio cuando nosotros nos vemos
débiles para que podamos sentir que hasta estamos por encima de nuestras
flaquezas y debilidades, para que nos sintamos fortalecidos para seguir en ese
camino de fidelidad que tanto nos cuesta en muchas ocasiones, para que nos
demos cuenta que no estamos solos en ese levantarnos hacia lo alto.
Hoy queremos
contemplar también a todos los sacerdotes que participan del sacerdocio
ministerial de Cristo y queremos decirles también que no están solos aunque
muchas veces tengan que vivir muchas soledades. Que detrás está toda la
Iglesia, aunque quizá no siempre se sepa manifestar con esa compasión del
Cristo sacerdote, pero es que estamos muy llenos de debilidades humanas. Que
sepan contar siempre con la gracia de Cristo, porque aunque se sientan
abandonados por los hombres, no faltará nunca la presencia y la fuerza del
Espíritu del Señor que se manifestará de mil maneras y que llegará en la
presencia quizás de quienes menos pensamos. Que no teman subir al monte Moria
ni pasar por el huerto de Getsemaní, porque siempre se llegará al huerto
perfumado de la pascua y de la resurrección. Lo dice quien lo siente de verdad
en su corazón.
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