En
esa sensibilidad de nuestro corazón por mitigar el sufrimiento del mundo
tendríamos que aprender a entrar en una sintonía especial, la riqueza de
nuestra espiritualidad
Deuteronomio 6, 4-13; Sal 17;
Mateo 17, 14-20
Un hombre se acerca a Jesús, se postra
ante El y le pide que tenga compasión; tiene un hijo enfermo que sufre mucho, y
hace sufrir mucho también a los que están en su entorno. El hombre pide para
sí, pero pide para su hijo que está enfermo; el hombre pide compasión porque
hay mucho sufrimiento en aquella enfermedad y nadie ha podido hacer nada por
él; ha pedido incluso a los discípulos de Jesús que lo curen pero no han sido
capaces.
Esta ausencia de Jesús, por lo que
aquel hombre es a los discípulos a los que les pide que curen a su hijo coincide
con la subida de Jesús al monte Tabor. Pero los discípulos, a los que un día
Jesús había dado autoridad sobre los espíritus inmundos para que fueran
anunciando el reino y curando a los enfermos, ahora no son capaces de hacerlo.
Por eso una vez que Jesús lo cura preguntarán por qué ellos no han podido realizar el milagro.
Muchas cosas a considerar. Está la
suplica de aquel hombre y está la realidad del sufrimiento y de la enfermedad.
¿Será acaso también nuestra súplica? Podíamos decir que la realidad coincide,
porque bien presente están en nuestras vidas tanto la enfermedad como el
sufrimiento. Digo enfermedad y sufrimiento porque aunque podemos unirlas dos
cosas, sin embargo el sufrimiento no siempre es por la enfermedad, o al menos
por la enfermedad de nuestros cuerpos. Cuántas angustias alrededor, cuánta
gente que se ve imposibilitada pero cuánta gente que tiene el corazón lleno de
amarguras. Acaso atisben también muchas veces en nuestro corazón.
Con sensibilidad hacemos nuestro
también el sufrimiento de los demás; quisiéramos hacer, y no somos capaces; nos
gustaría mitigar tantos sufrimientos y no terminamos de saber cómo hacerlo; nos
duele que la gente muera tras terribles sufrimientos en enfermedad que os
parecen crueles y aunque humanamente buscamos tantos remedios, ahí sigue
presente la muerte dolorosa en el mundo que nos rodea; vemos tantas soledades
que quisiéramos acompañar pero decimos que nos falta tiempo o a veces también
huimos porque no sabemos encontrar la palabra o el gesto apropiado.
¿Al final nos pareceremos a aquellos discípulos
que no supieron cómo responder a la petición de aquel padre lleno de angustia y
de dolor? ¿Por qué nosotros no pudimos?, se preguntaban los discípulos.
Y Jesús se queja de su falta de fe. Si tuvierais fe al menos con el tamaño
de un grano de mostaza… nada os sería imposible. Podríais hasta trasladar un
monte de un sitio a otro, les viene a decir.
En esa sensibilidad de la que
tendríamos que llenar nuestro corazón tendríamos que aprender a entrar en una sintonía
especial. A pesar de nuestras limitaciones y hasta de nuestros miedos, muchas
veces no nos falta buena voluntad y buenos deseos de querer que las cosas
cambien. Y queremos sacar todas nuestras capacidades y todos nuestros recursos
humanos; nos valemos incluso de lo que la ciencia médica o de la psicología
puede ofrecernos para tener las mejores técnicas y recursos con los que
afrontar esas situaciones.
Pero creo que nos falta algo más, un
crecimiento de nuestra vida interior, una maduración de nuestra fe, un
alimentarnos de Dios para llenarnos de su Espíritu que es donde vamos a
encontrar la verdadera sabiduría y la verdadera fuerza. Cuando queremos ir a
curar a nuestro mundo desde nuestra fe tenemos que sentir que no es solo a base
de recursos humanos – que por supuesto tenemos que emplear todos los mejores –
sino desde esa riqueza de nuestro espíritu lleno de Dios desde donde tenemos
que ir.
Hoy Jesús les decía a los discípulos
que solo con oración y penitencia se podían echar aquellos demonios. Es por lo
que nos es tan necesaria nuestra unión con el Señor, como el sarmiento a la vid,
para que corra por nuestro espíritu la savia divina que nos fortalezca y nos
ilumine. Como cristianos no nos reducimos a unos recursos que en lo humano
podamos conseguir, sino que sabemos que nuestro principal recurso lo
encontramos en Dios. Por eso, nuestra oración, nuestra unión con Dios, esa
ricas espiritualidad que dará un sabor y un sentido nuevo a cuanto queramos
realizar. Estamos seguros que así podremos hacer de verdad un mundo nuevo.