Árbol bueno, abonado en la gracia del Espíritu, que produce buenos frutos, edificio cimentado en la roca firme de la fe fortaleza frente a los temporales de la tentación
1 Timoteo 1,15-17; Sal 112; Lucas 6, 43-49
Queremos tener buenas frutas que poner en la mesa, queremos tener hermosas y olorosas manzanas que poder ofrecer a quienes llegan a nosotros, plantemos un árbol frutal, plantemos un manzano y cuidémoslo debidamente; nos podrá dar al final buenos frutos y hemos cuidado con esmero nuestro manzano. Lo habremos de plantar en buena tierra, atender a su cuidado y su poda todos los años, hemos de abonar a su tiempo para que sus raíces puedan extraer sus nutrientes de aquella tierra bien cuidada y abonada, para al final recoger una abundante cosecha. Esas raíces están hundidas en una tierra abonada quizás con el estiércol que hayamos conseguido por otra parte en el cuidado de los animales, y aunque el estiércol pudiera parecernos apestoso y desagradable, sin embargo de la tierra abonada con ese estiércol el manzano extraerá sus nutrientes que nos darán hermoso y oloroso fruto.
¿Sabremos dar fruto con nuestra vida? ¿Seremos ese árbol bueno que produce buenos frutos como nos está pidiendo hoy Jesús en el evangelio? Creo que nos estaremos dando cuenta de cómo hemos de cultivar el árbol de nuestra vida, enraizarlo debidamente en buena tierra, pero también darle los abonos necesarios y convenientes para que tenga esos nutrientes que nos lleven a dar esos frutos que tenemos que ofrecer. Seremos malos o buenos, quizás también reconocemos que hay cosas desagradables en nuestra vida por nuestra condición de pecadores, pero ahi está la tarea se superacion, de crecimiento espiritual, de maduración que hemos de realizar en nosotros, purificando, es cierto, esas cosas que muchas veces nos pueden desviar de nuestras metas con una poda tan necesaria que hemos de realizar continuamente en nosotros.
En esa tierra que somos nosotros, también con nuestros defectos y debilidades, con nuestros errores y tropiezos, porque esa es nuestra condición humana iremos avanzando en la vida porque sabemos buscar la fuente que alimenta nuestro espíritu, toda nuestra vida. No podemos descuidar esa tarea de ascesis que continuamente hemos de ir realizando en nuestra vida; es la forma de nuestro verdadero enraizamiento en la fuerza del Espíritu y de nuestro crecimiento espiritual para que un día esos frutos puedan madurar.
Hoy nos habla también el evangelio con otra imagen de cómo hemos de saber cimentar bien nuestra casa para que no se derrumbe ante el primer temporal que aparezca; y bien sabemos que serán muchos los temporales a los que tendremos que enfrentarnos a lo largo de la vida. Contratiempos y desviaciones del camino, cantos de sirena que nos atraen con muchas cosas pero que lo que pretenden es alejarnos de nuestra meta, malas tendencias e inclinaciones esclavizantes que pueden surgir de unas pasiones descontroladas, influencias que podemos recibir que nos invitan a una vida cómoda y a un dejarnos llevar y arrastrar por lo primero que nos salga al paso, orgullo y amor propio que nos tientan desde nuestro mismo interior, el materialismo de la vida y la vanidad que tan fácilmente nos ciega y nos esclaviza... muchos temporales a los que estamos sometidos continuamente.
Por eso nos está hablando Jesús de esa buena cimentación, no sobre una arena movediza de nuestros caprichos y vanidades, sino en la roca firme que fortalece nuestra fe y nos anima a caminar con paso firme. Desde esa casa bien cimentada y llena de fortaleza interior podremos incluso ser corazón de acogida para cuantos están a nuestro lado y ven como tantas veces se les derrumba su vida por no haberla bien fundamentado.
'El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien... porque de lo que rebosa del corazón lo habla la boca', nos dice hoy Jesus. ¿Cuál es ese buen tesoro que llevamos en el corazón?