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viernes, 15 de septiembre de 2023

María es el regalo que Jesús nos ha dado desde la cruz y es la señal de una senda nueva que hemos de asumir con responsabilidad



María es el regalo que Jesús nos ha dado desde la cruz y es la señal de una senda nueva que hemos de asumir con responsabilidad

1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal. 15; Juan 19,25-27

Una responsabilidad que es un regalo. No sé cómo expresarlo mejor, un regalo que se convierte en toda una responsabilidad. Cuando recibimos un regalo nos sentimos obligados hacia quien nos hizo el regalo; es lo que queremos expresar cuando decimos gracias, cuando mostramos nuestra gratitud. Es curioso como en el lenguaje portugués para manifestar su gratitud hacia aquel de quien se ha recibido algo, se emplea la expresión, obrigado, se sienten obligados.

Si ese regalo es un don (ya lo expresa la palabra regalo) que se nos confía, al recibirlo estamos aceptando una responsabilidad, de la que de alguna manera estamos llamados a dar cuenta. No podemos aceptar ese don que en cierto modo es una misión que se nos confía de manera irresponsable, lo asumimos, por así decirlo, todas sus consecuencias.

Hoy queremos hablar de un regalo, y muy preciado. Es el que Jesús le hizo a la Iglesia que estaba naciendo de su costado con su muerte en la cruz. De su costado, con la lanza del soldado que lo atravesó para confirmar la muerte del reo, brotó sangre y agua. Entendemos que fueron los últimos borbotones de sangre de un corazón que acababa de apagarse y pensamos también en esos últimos humores que brotaron de sus pulmones, al verse rasgados por la lanza del soldado. Pero son todo un signo de la entrega hasta el final de Jesus dando hasta lo último de su ser; era la vida nueva que brotaba de aquella muerte, era el renacer de nuevo en la resurrección y que se hace realidad en nosotros por el agua y el Espíritu como un día anunciara a Nicodemo, era la expresión suprema del amor más grande de quien nos amaba como nadie hasta entonces nos había amado, pero parece que aún le quedaba algo a Jesús que quería también regalarnos, su madre.

Al pie de la cruz estaba el discípulo amado, junto con su madre y la hermana de su madre y María Magdalena. Allí está la madre sola que perdía a su Hijo en momento supremo de amor, pero allí estaba quien de alguna manera nos representaba, beneficiario el primero de los efectos salvadores de aquella muerte, por algo lo llamamos el discípulo amado y como signo de todos los que también habían de beneficiarse de aquella muerte redentora. Y es a él a quien confía el cuidado de la madre que ya desde ahora va a ser también su madre. 'Ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu madre', les dice a ambos. 'Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa', la tuvo siempre consigo. La tradición incluso nos hablará de una casa de María allá junto a Efeso porque allí se sitúan también los últimos días de la vida de Juan, el evangelista, expresándose así la responsabilidad de quien desde aquel momento supremo de la cruz la tuvo siempre consigo en su casa.

Cuando este día conmemoramos y celebramos los Dolores de María al pie de la cruz de Jesús y hemos contemplado este regalo que Jesús nos hace, sentimos la alegría en el corazón y la responsabilidad de tenerla como madre. Nos sentimos obligados a recibirla en nuestra casa, en nuestro corazón. Es cierto que la presencia de María como madre siempre se ha hecho sentir en el seno de la Iglesia y de ahí tantos nombres como piropos con que queremos invocarla en cualquiera de los rincones de todo el orbe católico.

Será la madre cuya presencia podemos sentir en cada momento o circunstancia de la vida, en nuestros dolores y en nuestras alegrías, cuando caminamos agobiados por nuestras preocupaciones y problemas a ella siempre acudimos porque sabemos como madre estará a nuestro lado haciendo lo que hacen todas las madres, hacernos sentir la paz y la seguridad en el corazón, animando y fortaleciendo nuestro espíritu porque solo es suficiente la mano de una madre que se posa sobre nuestros hombros para sentir todo ese vigor interior que estamos necesitando para enfrentarnos a esos problemas de la vida.

A ella la invocamos, con ella caminamos, a ella queremos sentirla siempre en lo más hondo del corazón como los hijos saben llevar siempre a la madre; ella será faro de luz en nuestras oscuridades, rayo de esperanza en nuestras flaquezas, ojos que nos alientan posando su mirada en lo hondo de nuestros corazones, mano que nos lleva de camino para que siempre vayamos al encuentro de los hermanos, voz que nos susurra continuamente cómo tenemos que escuchar a su Hijo y hacer lo que Él nos diga.

No nos desprendamos de María, convirtamosla en reina de nuestros corazones, disfrutemos del gozo de su presencia, y preparemos para ella el mejor altar y el mejor nido de amor para que ella siempre derrame sobre nosotros las gracias del Señor. Es el regalo que Jesús nos ha dado desde la Cruz, es la señal de una senda nueva que tenemos que asumir con responsabilidad.


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