Una
palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros
podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está
a nuestro lado
1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42
‘Los dos discípulos oyeron sus
palabras y siguieron a Jesús’. Así,
sin más. Unas palabras bastaron para ponerse en camino. Grande tuvo que ser el
impacto. Era una buena noticia que ellos recibieron, pero abrieron su corazón.
Algunas veces nos parece que no puede
ser. Pero hay cosas que nos impactan. Una palabra, un acontecimiento, un
detalle, algo que quizá para otros pasa desapercibido, una persona que pasa
junto a nosotros en la vida, pero nos sentimos tocados. No solo llama la
atención sino que nos hace poner toda nuestra atención, toda nuestra vida.
Por eso hoy quizás los medios de
comunicación buscan impactarnos con las noticias; los que mueven los ejes de
las campañas publicitarias buscan los mejores recursos para hacer que aquello
que publicitan nos impacte y nos sintamos atraídos; los ideólogos ya se
preocupan de tener gestos, darnos unos flashes impactantes para llevarnos por
su camino. Y hasta se crean situaciones ficticias que nos llamen la atención y
no digamos la maldad de las malas noticias como recurso para atraernos o para
llevarnos según sus intereses por sus caminos o planteamientos. Por eso tenemos
también que saber estar atentos para descubrir lo que es bueno y lo que no es
tan bueno, alertas en la vida para no dejarnos engañar.
Pero lo que sucedió a Juan y Andrés,
que nos cuenta el evangelio hoy, no eran noticias falsas. Era algo realmente
importante y por eso ellos se pusieron a buscar. Querían conocer y conocer a
fondo, querían que la experiencia no fuera el impacto de un momento sino una
decisión firme y bien tomada que marcara para siempre sus vidas. ‘¿Qué
buscáis? Maestro, ¿Dónde vives? Venid y lo veréis…’ son las breves palabras
que resumen un diálogo que los ponía en camino. Se fueron con Jesús. Será algo
que no olvidarán nunca. Hasta recordarán la hora en que fue aquel primer
encuentro. De ello pronto comenzarán a hablar, a comunicar a los demás, como
Andrés cuando se encuentra con su hermano Simón.
Y a todo esto, ¿nosotros, qué?
Tendríamos quizá que renovar ese encuentro que un día tuvimos, es palabra que
en una ocasión escuchamos, ese gesto o ese detalle que en un momento nos
impactó, pero quizá se nos ha quedado en la penumbra del tiempo y ya lo vemos
como algo pasado, tan pasado que quizás hasta de alguna manera hemos olvidado,
o se ha enfriado en nosotros aquel impacto que entonces recibimos. Así somos
los humanos, tan inconstantes, tan olvidadizos, con tantas rutinas en nosotros
que pueden más que aquellas cosas o aquellos momentos que fueron verdaderamente
importantes.
Tenemos que reavivar ese deseo de
búsqueda, de ponernos en camino detrás de Jesús. Que no se nos enfríe el
entusiasmo, que no se nos debilite la fe, que mantengamos el calor del corazón
para que se mantenga viva la llama de nuestro amor. Por eso es bueno revivir
esos buenos momentos vividos para que se aviven las llamas de esos rescoldos
que aun nos quedan en el corazón.
Pero también tendríamos que darnos
cuenta de una cosa. Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un
testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada
para alguien que está a nuestro lado. Cuidemos que esa ráfaga de luz que
nosotros podamos ofrecer sea verdaderamente brillante y no refleje otra luz
sino la de Cristo. Que seamos un buen signo para los que nos rodean que lleve a
los otros a seguir a Jesús.