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sábado, 4 de enero de 2020

Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está a nuestro lado


Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está a nuestro lado

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42
‘Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’. Así, sin más. Unas palabras bastaron para ponerse en camino. Grande tuvo que ser el impacto. Era una buena noticia que ellos recibieron, pero abrieron su corazón.
Algunas veces nos parece que no puede ser. Pero hay cosas que nos impactan. Una palabra, un acontecimiento, un detalle, algo que quizá para otros pasa desapercibido, una persona que pasa junto a nosotros en la vida, pero nos sentimos tocados. No solo llama la atención sino que nos hace poner toda nuestra atención, toda nuestra vida.
Por eso hoy quizás los medios de comunicación buscan impactarnos con las noticias; los que mueven los ejes de las campañas publicitarias buscan los mejores recursos para hacer que aquello que publicitan nos impacte y nos sintamos atraídos; los ideólogos ya se preocupan de tener gestos, darnos unos flashes impactantes para llevarnos por su camino. Y hasta se crean situaciones ficticias que nos llamen la atención y no digamos la maldad de las malas noticias como recurso para atraernos o para llevarnos según sus intereses por sus caminos o planteamientos. Por eso tenemos también que saber estar atentos para descubrir lo que es bueno y lo que no es tan bueno, alertas en la vida para no dejarnos engañar.
Pero lo que sucedió a Juan y Andrés, que nos cuenta el evangelio hoy, no eran noticias falsas. Era algo realmente importante y por eso ellos se pusieron a buscar. Querían conocer y conocer a fondo, querían que la experiencia no fuera el impacto de un momento sino una decisión firme y bien tomada que marcara para siempre sus vidas. ‘¿Qué buscáis? Maestro, ¿Dónde vives? Venid y lo veréis…’ son las breves palabras que resumen un diálogo que los ponía en camino. Se fueron con Jesús. Será algo que no olvidarán nunca. Hasta recordarán la hora en que fue aquel primer encuentro. De ello pronto comenzarán a hablar, a comunicar a los demás, como Andrés cuando se encuentra con su hermano Simón.
Y a todo esto, ¿nosotros, qué? Tendríamos quizá que renovar ese encuentro que un día tuvimos, es palabra que en una ocasión escuchamos, ese gesto o ese detalle que en un momento nos impactó, pero quizá se nos ha quedado en la penumbra del tiempo y ya lo vemos como algo pasado, tan pasado que quizás hasta de alguna manera hemos olvidado, o se ha enfriado en nosotros aquel impacto que entonces recibimos. Así somos los humanos, tan inconstantes, tan olvidadizos, con tantas rutinas en nosotros que pueden más que aquellas cosas o aquellos momentos que fueron verdaderamente importantes.
Tenemos que reavivar ese deseo de búsqueda, de ponernos en camino detrás de Jesús. Que no se nos enfríe el entusiasmo, que no se nos debilite la fe, que mantengamos el calor del corazón para que se mantenga viva la llama de nuestro amor. Por eso es bueno revivir esos buenos momentos vividos para que se aviven las llamas de esos rescoldos que aun nos quedan en el corazón.
Pero también tendríamos que darnos cuenta de una cosa. Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está a nuestro lado. Cuidemos que esa ráfaga de luz que nosotros podamos ofrecer sea verdaderamente brillante y no refleje otra luz sino la de Cristo. Que seamos un buen signo para los que nos rodean que lleve a los otros a seguir a Jesús.

viernes, 3 de enero de 2020

Reconozcamos en verdad lo que nos está diciendo Juan de Jesús, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo



Reconozcamos en verdad lo que nos está diciendo Juan de Jesús, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

1Juan 2, 29-3, 6; Sal 97; Juan 1, 29-34
Le habían venido a preguntar a Juan, como escuchábamos ayer, ‘Tú ¿quién eres?’ ‘¿Por qué bautizas?’ El no era el Mesías ni se consideraba un profeta. Sólo sabía una cosa, era el que habían anunciado los profetas que saldría a preparar los caminos del Señor, ya puede afirmar que en medio de ellos está aunque no lo conocen. Los que habían venido a preguntar no encuentran respuestas satisfactorias.
Hoy vemos como de una forma concreta ya señala a Jesús, que viene hacia él como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Está señalando en Jesús que en El se cumplen las profecías, que es el enviado de Dios, que El sí es el verdadero cordero pascual. Hasta ahora habían comido el cordero de la pascua como un recuerdo de la pascua pasada. Ahora llegaba el verdadero cordero pascual que iba a ser inmolado, que nos traería el perdón, la vida, la salvación.
Y él puede dar testimonio, porque allá en su corazón había sentido la revelación de Dios. ‘Yo no lo conocía, les dice, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel’ y manifiesta claramente la revelación que él ha recibido. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’. Como comprendemos fácilmente estas palabras del bautista fueron pronunciadas después de aquella teofanía del Jordán cuando Jesús quiso ser bautizado por Juan.
Escuchamos hoy toda una revelación de quien es Jesús, aquel niño que hemos contemplado estos días recién nacido en Belén, envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Hemos contemplado toda la humanidad de Jesús, pero ahora estamos contemplando su gloria, ahora se nos está diciendo que es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo, que es el Hijo de Dios. Y Juan da testimonio de todo ello. Un momento propicio para renovar toda nuestra fe en Jesús.
Nos acostumbramos a las palabras, nos acostumbramos a lo que expresamos y decimos cuando hacemos una profesión de fe, pero no siempre somos totalmente conscientes de lo que decimos o expresamos; lo decimos y repetimos y el peligro está en que lo convirtamos en una rutina. Es necesario detenernos, reflexionar, motivamos bien cuando vamos a hacer una profesión de fe, abrirnos a la acción del Espíritu para dejarnos conducir por El y encontrarle todo su sentido a las palabras que decimos.
De tantas formas decimos en la liturgia y tantas veces repetimos que al final se puede quedar en palabras que decimos, pero que no es realmente algo que llevamos en el corazón. ‘Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo’, decimos muchas veces en una celebración de la eucaristía, así textualmente o con su sentido. Pero ¿somos conscientes de ello? Porque algunas veces quitamos ese concepto de pecado de nuestra vida; todo nos parece bueno, nada es pecado, nos parece una palabra o un concepto de otro tiempo que hoy no pueda tener sentido. Pero ahí está el pecado en nuestra vida de tantas maneras.
Y es la ausencia de Dios con que vivimos o es el orgullo de nosotros mismos creernos como dioses; no aceptamos lo que Dios nos propone como norma o plan para nuestra vida y queremos construirla por nuestro lado o a nuestra manera. Y entonces rechazamos sus mandamientos, no les hacemos caso, no les tenemos en cuenta, olvidándonos así del camino de Dios, dejando, entonces, que el mal se meta en nuestro corazón.
Vamos a reconocer hoy lo que nos está diciendo Juan de Jesús, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No solo viene a recordarnos Jesús lo que son los caminos de Dios – no ha venido a anular la ley de Dios, nos dirá en su momento – sino a sacarnos de ese pozo en el que nos metemos cuando olvidamos la ley de Dios, de ese pozo de nuestro pecado. Y El es nuestro único salvador.

jueves, 2 de enero de 2020

En la misión profética de Juan hemos de saber descubrir también cuál es nuestra misión profética en medio del mundo


En la misión profética de Juan hemos de saber descubrir también cuál es nuestra misión profética en medio del mundo

1Juan 2, 22-28; Sal 97; Juan 1, 19-28
‘Tú, ¿quién eres?’ fue la pregunta que vinieron a hacerle a Juan Bautista cuando estaba en el desierto junto al Jordán predicando y bautizando. Preguntaban por su identidad - ¿Era un profeta? ¿Era el Mesías? – y por las razones o motivos de lo que hacía. ¿Por qué haces lo que estás haciendo?
¿Quién eres tú para hacer o para decir lo que haces o lo que nos dices? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te ha dado autoridad, quien te ha dado velas para meterte en esto?  Son quizá preguntas y recriminaciones que nos hacemos los unos a los otros; cuando nos dicen lo que no nos gusta, cuando nos ponen el dedo en la llaga, cuando nos señalan que las cosas se pueden hacer de otra manera, cuando nos dicen que andamos equivocados porque ellos tienen otra manera de pensar o de plantearse las cosas, nos preguntamos por su autoridad, quién les ha dado velas en este entierro.
Nos sucede en muchos ámbitos. Hoy todos queremos tener razón, o que las cosas se hagan según nuestro parecer, y todo el que hace otra cosa porque tiene otros planteamientos o es un 'carca', o está loco y no sabe lo que hace, y nos inventamos no sé cuantas descalificaciones. Así andamos por la vida que nos cuesta buscar acuerdos porque las cosas se hacen como yo digo o no se hacen, y no terminamos de buscar puntos de entendimiento. Por grandes que sean los desacuerdos siempre puede haber algo en lo que nos podemos acercar si en verdad estamos buscando el bien, no un bien personal o particular, sino el bien común de nuestra sociedad.
Lo vemos en la vida social y lo vemos en la vida política y lo podemos ver en nuestros ámbitos comunitarios más cercanos incluso en la vida religiosa, o en nuestras comunidades cristianas. Y cuando creemos que tenemos la sartén por el mango vamos de avasalladores y destruimos todo lo bueno que otros hayan podido realizar, simplemente porque no fuimos nosotros los que tuvimos la iniciativa. Y esto es preocupante, porque no es ninguna forma de construir en positivo, sino solo lo hacemos desde un partidismo. Lástima es que no aprendamos de hechos pasados, de las lecciones de la historia, incluso de los fracasos que hayamos podido tener o que otros han tenido, siempre habría una lección que deducir, pero no lo hacemos. Es una tarea bien costosa pero que habría que intentarlo son sinceridad y por responsabilidad.
Cuando uno contempla la vida de cada día y queremos tener una visión nueva y distinta la Palabra de Dios que escuchamos nos abre a muchas reflexiones en todos los aspectos de la vida. Hoy hemos partido de aquellas suspicacias que tenían los dirigentes de Jerusalén ante la aparición de Juan junto al Jordán anunciando que los tiempos están ya cercanos y que hay que preparar la venida del Señor. Por eso viene a preguntarle por su autoridad y por su identidad. Y Juan les señala que ya en medio de ellos está al que no conocen pero que es la verdad el que viene a liberar a Israel.
Creo que esta misión profética de Juan tendríamos ver también cual es nuestra misión profética en medio del mundo. El venía a señalar al que había de venir y ya está en medio de ellos, y nosotros también tenemos esa misión. La misión del cristiano siempre es una misión profética de anuncio con la palabra y con el testimonio de nuestra vida. Nos cuesta entenderlo y asumirlo, porque en ocasiones nos llenamos quizá de miedos. Les cuesta al mundo que nos rodea aceptar nuestro testimonio y nuestra palabra y también nos preguntarán por nuestra autoridad; nuestras obras han de dar fe del testimonio que damos, y nuestra autoridad nos viene de nuestra unción bautismal que con Cristo nos hace sacerdotes, profetas y reyes. Gustará o no gustará, pero el testimonio de Jesús y del evangelio tenemos que darla frente al mundo.

miércoles, 1 de enero de 2020

Contemplamos hoy a Jesús y contemplamos a María, la madre de Dios, con el deseo de que Dios vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz


Contemplamos hoy a Jesús y contemplamos a María, la madre de Dios, con el deseo de que Dios vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21
Seguimos en fiesta y aunque en el ambiente aun se reconocen muchos signos de la navidad sin embargo para una gran mayoría de personas las fiestas ya de estos días tienen otro significado que en cierto modo les aleja del aquel ambiente religioso de navidad que vivimos hace una semana. Aparte de quienes ya quieren hasta hacer desaparecer el nombre de la navidad dándole otros significados y categorías, lo que ahora ya estamos celebrando tiene mucha más relación con la despedida del año y la llegada y acogida del año nuevo.
Con todo lo hermoso que pueda ser la alegría y acogida de un nuevo año, que incluso la despedida del año viejo pueda tener connotaciones de cambio a una vida nueva, que manifestamos en tan rebuscados en ocasiones deseos, sin embargo para el creyente sigue siendo la navidad. Realmente es la octava de la Navidad y que en nuestra liturgia es como una prolongación de la fiesta de aquel día primero que seguimos queriendo vivirlo con toda solemnidad. Ni olvidamos ni dejamos a un lado lo que en el ámbito civil celebra y vive la sociedad, pero no podemos olvidar ni dejar a un lado de ninguna manera este espíritu de navidad que todavía tiene que seguirnos impregnando.
Cuando venimos celebrando como lo hacemos en la navidad el nacimiento de Jesús, que es el Hijo de Dios que ha encarnado en el seno de María para ser Dios con nosotros, verdadero hombre y verdadero de Dios – no podemos olvidar lo que son los pilares de nuestra fe cristiana  - hoy la liturgia nos invita a mirar de manera especial a María, la Madre de Jesús, la Madre de Dios. Es el carácter especial que le damos a la celebración de este día de la octava de la Navidad y que nos coincide con el primero del año.
Así contemplamos hoy a María. Como nos decía san Pablo ‘cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial’. Envió Dios a su hijo nacido de mujer, nacido de María. Hoy la contemplamos a ella de manera especial, es la madre de Jesús, es la Madre de Dios. 
Los pastores al anuncio del ángel acudieron a Belén y allí encontraron las señales que les había dado el ángel. El niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Pero allí estaba María, la madre, que lo contemplaba todo, que cantaba a Dios en su corazón porque ella sabía muy bien, como se lo había revelado el ángel, el misterio de de Dios que estaba viviendo. Y por eso como termina diciéndonos hoy el evangelio ‘María guardaba todas estas cosas en su corazón’.
Creo que no es necesario ponernos a hacer demasiadas consideraciones. Es momento de contemplación en silencio para si nosotros llenarnos también del misterio de Dios. Aun mantenemos en nuestras casas la costumbre de hacernos el Belén pero que no nos hemos de quedar como un adorno más que pongamos en nuestros hogares, sino que tendríamos que saber encontrar el momento para detenernos delante del Belén para contemplar el misterio de Dios que allí hemos representado.
Estos días los hemos vivido quizá demasiados ajetreados con tantas cosas, celebraciones, comidas, fiestas, regalos, visitas, familias, amigos, y no digamos nada ahora con las fiestas de fin de año y año nuevo, y pudiera ser que hayamos perdido lo principal, que es sentir a Dios en nuestra vida, en nuestro corazón. Démonos cuenta de esa tentación que sufrimos y cómo pronto cambiamos y dejamos a un lado lo referente a navidad para pasar a otra cosa, a otras fiestas como ya estos días celebramos.
Por eso es bueno detenernos y hacer silencio, que es una manera de ponernos en sintonía de Dios, de dejar que Dios nos vaya hablando a través de esas sencillas imágenes que tenemos ante los ojos en lo más hondo de nuestro corazón, detenernos y dejar que en la contemplación vaya fluyendo de nuestro corazón los mejores sentimientos, los mejores deseos, detenernos en silencio para dejar sentir en nosotros el gozo de Dios, para sentir en nosotros esa paz de Dios que se anunció en la noche de Belén.
Claro que vamos a tener en cuenta los momentos que en el año civil coinciden con estas fiestas, un año que termina y otro año nuevo que comienza, que por supuesto es mucho más que el cambio de fecha en el calendario. Es el ritmo de la vida con el paso de los días y con el paso de los años; es el ritmo de la vida que también tienen sus preocupaciones y en el que aparecen los buenos deseos, como todos estos días tenemos de felicidad los unos para los otros. Pero es desde un sentido creyente que Dios en verdad es el Señor de la historia y no es ajeno a los ritmos de nuestra vida. Pero eso en medio de la alegría de la fiesta no nos puede faltar nuestra oración, por una parte de acción de gracias por lo vivido, pero también de súplica de su gracia y de su presencia para los nuevos pasos que vamos a emprender.
Y esa súplica está nuestra oración por la paz. Pablo VI instituyó esta jornada de oración por la paz que para nosotros los creyentes no puede pasar desapercibida en este comienzo de año.  Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz, como veíamos en la bendición que se nos ofrecía en la primera lectura. Que ese sea nuestro deseo, nuestra petición al Señor y la felicitación

martes, 31 de diciembre de 2019

Nos preguntamos cuál es la riqueza humana y espiritual que hemos acumulado en el año que termina y al mismo tiempo estamos dispuestos a compartir con los demás


Nos preguntamos cuál es la riqueza humana y espiritual que hemos acumulado en el año que termina y al mismo tiempo estamos dispuestos a compartir con los demás

1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18
Lo que hoy os voy a ofrecer en la semilla de cada día no es lo que habitualmente ofrecemos desde un comentario a la Palabra de Dios que cada día se nos ofrece pero en las circunstancias del fin de año en que estamos bien puede ser una semilla que también sembremos en nosotros.
Fin de año, hora de balances. La empresas cuadran sus cuentas, quieren contabilizar sus beneficios, pero que también aparezcan los aspectos negativos, las pérdidas quizás o los logros que no alcanzaron obtener que a la larga se convierten en negativos que mermaran unas ganancias que pudieron ser mejores. Baremos, fórmulas para hacer los cálculos, plantillas que ayuden al balance se ofrecen por doquier y expertos los hay para hacer dichas cuentas.
Pero creo que esos no son solo los balances importantes que tenemos que hacernos cuando llega la hora de un fin de año o cuando puede haber un cambio de etapa en la vida. Podemos circunscribirnos al ámbito de la familia o al ámbito social donde hacemos la vida. Creo que toda persona que quiere ser más en la vida o que quiere vivir la vida en una mayor plenitud dando lo mejor de sí, es algo que tiene que detenerse a hacer con cierta frecuencia. ¿Qué mejor oportunidad que este momento de fin de recorrido en un año que hemos vivido y cuando nos abrimos, quizá con incertidumbres, a un nuevo año?
La reflexión que aquí cada día nos hacemos creo que hoy podría ir por estos derroteros. Detenernos a pensar, mirarnos a nosotros mismos allá en lo más hondo con toda sinceridad para constatar el camino recorrido, puede ser una buena oportunidad.
Algunas veces los tiempos nos vienen demasiado convulsos, porque lo que sucede en nuestra sociedad, lo que son los problemas que podemos palpar a nivel social también nos tocan. Las inseguridades y en cierto modo desconciertos de la vida social y política también nos afectan y pudieran también desestabilizarnos cuando reina la confusión en la vida social y política.
Un punto para pensar sería cómo me he visto afectado por lo que sucede en nuestra sociedad pero también preguntarnos cual ha sido nuestra actitud. ¿Pasividad? ¿Conformismo? ¿Sólo palabras y criticas que se lleva el viento pero sin ningún tipo de compromiso? ¿O he sido capaz de aportar algo, de poner mi granito de arena implicándome más en la vida social de mi entorno?
Muchos serían los temas de los que hacer balance en el año que termina. Y tenemos que tomar también nuestras propias iniciativas. Pero entre creyentes y personas religiosas y de Iglesia nos movemos. ¿Cómo hemos vivido el momento actuar de la Iglesia en este año que termina? Problemas variados constatamos ciertamente en el camino de la Iglesia, aunque muchas veces los medios de comunicación incidan con mayor insistencia en algunos que más morbo puedan tener.
Algunas veces nos podemos sentir hastiados por las cosas que constatamos pero también por la forma en que son tratados en diferentes niveles. Habrá momentos en que podamos sentirnos inseguros o no terminamos de ver el rumbo que se va tomando según los diferentes medios por los que nos llegan las noticias o comentarios. Se habla de renovación y de autenticidad pero no siempre lo vemos o nos pueda parecer que algunas cosas no nos llevan a esa necesaria renovación.
¿Cómo nos sentimos en todo ese recorrido? ¿En qué medida yo en mi entorno ayudo a la Iglesia, a otros cristianos para que puedan encontrar lo que buscan o lo que necesitan? ¿Me estaré quedando en ser un miembro pasivo más que se pone en la barrer para verlas venir o para ver donde va a parar todo esto sin que yo me complique mucho?
Finalmente vamos a hacer un poco balance de lo que ha sido mi vida personal, aunque de alguna manera aspectos ya han ido saliendo. Cada uno tenemos nuestros objetivos, nuestros planes de vida, nuestras metas y es el momento de ver cómo lo hemos ido logrando. Cada uno piense en sus personales metas en la vida. No crecemos como personas ni somos más maduros simplemente porque vayamos dejando pasar los días. La intensidad con que vivimos cada momento es lo que nos hará crecer y madurar.
Y la intensidad viene dada por la responsabilidad con que vivimos la vida, por lo que sabemos disfrutar de cada momento no de una forma superficial sino por la hondura que le vamos dando aún en los momentos difíciles, por la apertura de nuestro yo y nuestro espíritu para acoger todo lo bueno que nos viene de los demás o la vida nos ofrece, por la sensibilidad con que vivimos nuestra relación con la naturaleza en la que estamos inmersos pero también sobre todo con los que convivimos cada día, en una palabra, por el amor que ponemos y que repartimos.
¿Cuál es la riqueza humana y espiritual que hemos acumulado y al mismo tiempo estamos dispuestos a compartir con los demás? Un buen balance para el año que termina, esperemos que sea positivo.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Abramos los ojos con una mirada nueva para ser capaces de descubrir en tantas personas sencillas a nuestro lado esos Ángeles de Dios que nos trasmiten hermosos mensajes


Abramos los ojos con una mirada nueva para ser capaces de descubrir en tantas personas sencillas a nuestro lado esos Ángeles de Dios que nos trasmiten hermosos mensajes

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40
A veces somos como muy especiales y selectivos en cuanto a los testimonios que podamos recibir de los demás; con mucha facilidad ponemos filtros. Hay personas que no nos gustas, que no las tragamos y hagan lo que hagan siempre para nosotros tendrán un ‘pero’; personas que por su apariencia o condición ya de antemano las catalogamos como de las que nada nos pueden dar, nada nos pueden ofrecer, porque quizá las consideramos unas personas incultas, de poco valor, o porque las vemos muy mayores las consideramos ‘pasadas de moda’ porque nos parece que tienen unos criterios que ya son anticuados para el mundo en el que hoy vivimos; claro nosotros los jóvenes vivimos en otro mundo, en otro estilo y qué nos pueden decir.
Son muchos los filtros en un sentido o en otro que ponemos en las personas, en sus opiniones o en la aportación que puedan hacer y así vamos descartando gente, testimonios porque nosotros somos los que ya nos lo sabemos todo. Creo que indica una pobreza de miras, una pobreza en nuestros planteamientos que los que tendríamos que ser descartados somos nosotros. Otra apertura tendría que haber en nuestra vida con una aceptación de todo lo que nos puedan ofrecer los demás que siempre va a enriquecer nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de unos ancianos humildes y piadosos que merodeaban cada día por el templo de Jerusalén. Con los criterios que antes andábamos ya los estaríamos catalogando como unos beatitos cuya vida solo se reducía a estar en el templo y a rezar, pero que ya eran unos ancianos que nada podían enseñarnos o aportar. Se trata del anciano Simeón y de la profetisa Ana. Realmente a Simeón en el texto de hoy no se le menciona, se hubiera mencionado en el día de ayer, pero que el texto que hoy se nos ofrece de la anciana Ana forma una unidad con todo lo que hace referencia al anciano Simeón.
Sin embargo fijémonos en la importancia que le da el evangelio al testimonio de estos dos ancianos, el respeto con que los trata y la hermosa aportación que nos hace en estos momentos en que escuchamos relatos de la infancia de Jesús. Claro que ayer en el día de la Sagrada Familia se hacia mucho hincapié en el respeto con que se han de tratar a los ancianos y como  han de ser honrados con nuestro cariño y con nuestra atención. Claro que tendríamos que pensar en la sabiduría que un anciano lleva en su corazón desde lo que ha sido su vida y desde su experiencia cuanto nos puede aportar, aunque hoy a los jóvenes quizá no nos gusta tanto.
Como decíamos hoy se centra más el evangelio en el testimonio de aquella viuda anciana que llevaba muchos años en el templo sirviendo a Dios. Aparece por allí poco menos que milagrosamente para hablar del niño a cuantos transitan por los atrios del templo y a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel con la llegada del Mesías, les hablaba de aquel niño que sus padre habían presentado en el templo y de quien el anciano Simeón había dicho también grandes cosas.
Es el testimonio de unas personas humildes y sencillas, con unas vidas desgastadas podíamos decir con el paso de los años, pero unas personas de fe grande que eran capaces de sentir la presencia del Espíritu del Señor en sus corazones y escuchar su inspiración. Si allí estaban era por su fe, era por ese dejarse conducir por el Espíritu, ese mirar la vida y lo que sucedía a su alrededor con una mirada distinta, con la mirada de la fe, con la mirada de Dios y así podían descubrir las maravillas de Dios para contárselo a los demás que hacían estos piadosos ancianos con espíritu profético.
¿Nos habremos encontrado nosotros alguna vez en nuestros caminos personas así, llenas de Dios, llenas del Espíritu del Señor que con sus sencillas palabras nos daban hermosos testimonios? Nos hace falta abrir los ojos nosotros con una mirada nueva y seremos capaces de descubrir esas almas de Dios, Ángeles de Dios a nuestro lado que nos trasmiten hermosos mensajes. 

domingo, 29 de diciembre de 2019

Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada Familia de Nazaret



Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada Familia de Nazaret

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15. 19-23
Seguimos celebrando la Navidad. No es solo el ambiente externo navideño que aún no ha abandonado nuestras calles y nuestros ambientes, aunque pronto se transformará en las fiestas de fin de año y año nuevo, sino que quienes hemos querido meternos hondamente en el misterio de la Navidad lo seguimos sintiendo hondamente y sigue impulsándonos a ese encuentro vivo con el Emmanuel, el Dios con nosotros que nos inunda de su amor y salvación.
Pasará todo este ambiente navideño que vivimos en lo exterior y como hojas que se lleva el viento o planta que no se riega y se cuida debidamente pronto poco a poco se irá acabando y lo sustituiremos por otras fiestas o acontecimientos de la sociedad que llevaran pronto al olvido cuando antes habíamos vivido hasta de una manera loca. Pero el sentido vivo de la navidad no pasará sino que irá dejando huella en nosotros y ojalá fuéramos capaces de ir marcando también con ello la vida de nuestra sociedad para acercarla más al evangelio. Es tarea que tenemos que realizar.
Este domingo siguiente a la navidad tiene un sabor especial. Queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret. En la sabiduría y providencia de Dios pudo encarnarse y hacerse hombre de mil maneras, podríamos decir. Pero quiso encarnarse en el seno de María y nacer en el seno de una familia y de un hogar, en el hogar de Nazaret. Nazaret es una gran lección todavía hoy para toda la humanidad. Y es que en Nazaret, un pequeño pueblo que había permanecido en el silencio y en el anonimato a lo largo de la historia, estaba aquel hogar humano, aquella familia en la que había de nacer y crecer nada menos que el Hijo de Dios, hecho hombre.
Nuestra mirada se dirige hoy a aquella familia, en los distintos avatares por los que tuvo que pasar que no fueron nada fáciles, para en ella encontrar ejemplo y estímulo para nuestras propias familias cuando queremos vivir esa realidad desde el sentido de la fe y desde el sentido del evangelio, un sentido cristiano.
Una familia es algo más que una pareja de un hombre y una mujer que porque se aman un día quieren contraer matrimonio. La urdimbre de esa pareja para ser una auténtica familia tiene que estar bien construida, bien conjuntada para crear lo que le va a dar una estabilidad y una hondura, una fortaleza al mismo tiempo que un calor humano y hasta divino que mantenga todas esas condiciones necesarias para ser una verdadera familia.
Allí donde todos van a ser los unos para los otros, porque cada uno va a sentir como propio cuanto le suceda a los demás miembros de la familia, allí donde mutuamente se van a sentir como entrelazados los unos con los otros para hacer un mismo camino aunque cada uno tenga sus características y dones particulares, pero donde siempre van a sentir ese apoyo mutuo que les fortalece y les enriquece y que les da una profunda estabilidad emocional y vital.
Hablando de esa urdimbre, de esa conjunción mutua y de ese sentirse entrelazados los unos con los otros para crear esa unidad familiar me vino a la mente aquellas traperas canarias realizadas en aquellos telares artesanales que hace años aun veíamos en nuestros pueblos y en nuestros campos. Recuerdo ver trabajar en uno de aquellos telares artesanales para realizar una de esas traperas que aun conservo en casa; cómo se preparaba debidamente la urdimbre que iba a ser la base de toda la tarea y por otra parte aquellas tiras con las que se elaboraba la trapera y que en la variedad de colores le daban su vistosidad y su belleza; pero del trabajo de tejer con todo cuidado con todos aquellos materiales y lanas surgía la fortaleza de la trapera elaborada pero también el abrigo que iba a dar para cubrirse de los malos tiempos.
Perdónenme la extensión de la comparación, pero de alguna manera así veo como se han de conjuntar los miembros de una familia entrelazándose mutuamente en el amor que le va a dar fortaleza y estabilidad a la institución familiar. Cada uno ponemos nuestro color que son nuestras cualidades y valores pero con los que mutuamente nos enriquecemos para darle colorido y belleza a la vida. Pero mutuamente nos apoyamos saliendo los unos por los otros en cualquiera de las dificultades que nos puedan ir apareciendo en la vida para en esa unidad sentirnos verdaderamente fuertes. Es el calor humano que nos ofrecemos los unos a los otros porque nunca entonces nos veríamos desamparados.
Es cierto que muchas veces nos aparecen grietas en la vida por donde nos puede entrar aquello que nos corroe y nos destruye, sobrevenidas de las mismas circunstancias de la vida, del carácter y peculiaridad de cada uno que no siempre hemos madurado lo suficiente y la vida se nos puede llenar de fríos que hacen mella en el corazón y nos pueden hacer olvidar aquellos buenos valores que tendríamos que saber cultivar.
Pero es entonces, como cristianos que queremos seguir a Jesús, cuando elevamos nuestra mirada y por una parte contemplamos a esta Sagrada Familia de Nazaret que hoy celebramos, pero también escuchamos en lo más hondo de nosotros la buena nueva del evangelio que una vez más viene a iluminar nuestras oscuridades.
Hoy contemplamos la fortaleza de José, el padre de familia de aquel hogar de Nazaret, para afrontar las dificultades y problemas que van surgiendo buscando siempre lo mejor. Pero es la fortaleza de un hombre creyente, del hombre que busca y quiere encontrar lo que son los caminos de Dios, lo que es la voluntad del Señor y se deja conducir. Cuánto tendríamos que decir en este sentido de esa madurez humana y espiritual que en José podemos contemplar.
Hoy por otra parte en la carta a los Colosenses se nos recuerda una serie de valores y virtudes que si las cultivamos debidamente van a ser como esa urdimbre base de lo que va a ser esa hermosa pieza de nuestra familia. Unos valores y unas virtudes que nos ayudan a entrelazarnos fuertemente los unos con los otros y que van a dar hondura y fortaleza a nuestras vidas y a nuestras familias.
Nos habla el apóstol de compasión entrañable, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; de sobrellevarnos mutuamente que significa aceptarnos y respetarnos, de ser capaces de perdonarnos, pero siempre de amarnos y amarnos sin límites buscando siempre la paz. Pero también algo muy importante, que la Palabra de Dios esté siempre plantada en lo hondo de nuestro corazón, para también saber dar gracias, alabar y bendecid al Señor, contar siempre con la fuerza y la gracia de su Espíritu.
Ojalá supiéramos tejer nuestra vida con todos estos valores que así nuestras familias cristianas tendrían otro brillo y otro colorido.