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sábado, 27 de agosto de 2011

La fidelidad en lo pequeño nos hace entrar también en el banquete del Reino


1Tes. 4, 9-11;

Sal. 97;

Mt. 25, 14-30

‘Como has sido fiel en lo poco… pasa al banquete de tu señor…’ le decía el hombre de la parábola a aquellos servidores que habían sabido poner en juego los talentos que les había confiado.

¿En dónde están los merecimientos y las grandezas en el Reino de Dios del que nos habla Jesús? ¿Estarán en las grandes obras, en las cosas extraordinarias, en las manifestaciones de grandeza o de poder como solemos hacer los humanos en los reinos, en las cosas de este mundo?

En nuestros caminos humanos buscamos merecimientos o recomendaciones; queremos hacernos notar por las cosas espectaculares que podamos hacer, o por nuestros lucimientos y apariencias; nos manifestamos prepotentes, sabedores de todo, y los que brillan con cosas extraordinarias son los que aparecen… y los que parecen poca cosa, no tienen esos poderes y grandezas y no son tan ‘lucidos’, por así decirlo, pareciera que no tienen merecimientos o derechos y estén condenados a vivir en el silencio o la soledad.

Ese sentimiento acomplejado era el que tenía aquel tercer empleado de la parábola al que sólo se le había confiado un talento de plata. Pensaba quizá que era poca cosa lo que podía conseguir, en su sentirse incapaz pensaba que incluso podía perder el talento que le había confiado. Es un peligro de falsa humildad en el que podemos caer, en el que porque nos parece que somos pequeños o poco importantes nos echamos para detrás, y terminamos escondiendo esos valores que tenemos.

Lo que importa es la fidelidad sean grandes o pequeños los valores o las cualidades de que estemos dotados. Y en lo pequeño también tenemos que saber ser fieles. Porque el que no sabe ser fiel en lo pequeño tampoco sabrá ser fiel en lo importante. Cada uno ha de rendir en la vida, por supuesto, en relación o referencia a lo que son sus valores, pero eso no puede significar que nadie sea mayor ni menor que los demás. Porque nuestra dignidad o valor no se cuantifica en cantidades, sino que está en la misma persona por ser lo que ser lo que es, un ser humano y, decimos nosotros desde nuestra fe, un hijo de Dios.

Pero aquellos dones de los que Dios nos ha dotado es una responsabilidad nuestra el que tengamos que desarrollarlos y además, hemos de pensar, están también al servicio de los demás. Cuando nos encerramos en nosotros mismos relamiéndonos en los dones o cualidades que tengamos, terminamos haciéndonos egoístas y orgullosos y creamos ruptura a nuestro alrededor. Es el mundo duro e insolidario que nos creamos con nuestro egoísmo.

La parábola que nos propone Jesús y que hemos escuchado en el evangelio podemos decir que es una llamada a la responsabilidad y a la fidelidad. Con esa responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida, desarrollando nuestros valores, perfeccionándonos cada día más en lo que somos o valemos, buscando también el bien de los demás, de nuestra sociedad, del mundo en el que vivimos del que no somos ajenos, es una manera de glorificar al Señor, de reccorrer los caminos de santidad a los que nos llama el Señor.

‘Cinco talentos me dejaste; mira he ganado otros cinco… dos talentos me dejaste, mira he ganado otros dos…’ Y, nosotros, ¿habremos puesto en juego de verdad los talentos, las cualidades de las que Dios nos ha dotado? No seamos como aquel que escondió su talento. No olvidemos la responsabilidad que tenemos, empezando por nuestra propia vida que tenemos que cuidar y mejorar cada dia más. Seamos fieles en verdad hasta en lo más pequeño que pueda haber en nuestra vida. Que así le demos gloria al Señor. que podamos escuchar tambien nosotros: ‘Como has sido fiel en lo poco… pasa al banquete de tu señor…’

viernes, 26 de agosto de 2011

Que no se nos apaguen las lámparas con que hemos de salir a recibir al Señor


1Tes. 4, 1-8;

Sal. 96;

Mt. 25, 1-13

El Reino de Dios es esperanza y es luz. Cuánta esperanza suscitó la llegada del Reino; cuánta esperanza suscitaba Jesús en medio de las gentes con su predicación, con sus milagros, con su presencia, con su amor. Por algo el principio del evangelio de san Juan nos habla tanto de luz, la luz que viene a iluminar a todo hombre, la luz que disipa tinieblas, la luz que nos llena de esperanza de vida nueva, de luz nueva.

Hoy hemos escuchado a Jesús decirnos eso en la parábola al mismo tiempo que enseñarnos cómo hemos de vivir esa esperanza, que nunca será una esperanza pasiva. ‘El Reino de los cielos se parecerá a Dios doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo’. Bella y rica la parábola. ‘¡Que llega el Esposo, salir a recibirlo!’ es el grito que se va a escuchar. Y allí tenía que estar la luz que lo iluminara todo.

Es la esperanza del Señor que llega y lo ha de envolver todo con su luz. ‘¡Que llega el esposo…!’ Viene el Señor y nosotros aquí estamos en laboriosa espera. Fue la esperanza del pueblo de Israel en la venida del Mesías prometido. Cómo preparaban al pueblo y alentaban su esperanza los profetas invitándoles a cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne. Cómo alentaba al pueblo y lo preparaba Juan Bautista invitándoles a la conversión y a las obras buenas porque la llegada del Señor era inminente.

‘Ven, Señor Jesús’, gritamos también nosotros una y otra vez, porque queremos sentir se presencia, su gracia, su amor. Y cuando somos conscientes de esa presencia del Señor que viene a nuestra vida, nuestro corazón se enardece y buscamos la manera de tenerlo ardiente de amor porque sabemos que en el amor y amor es la mejor manera de encontrarnos con El.

‘¡Ven, Señor Jesús!’, sigue gritando la Iglesia con el grito del Apocalipsis mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo y queremos vernos libres de toda perturbación, purificados de todo pecado, inundados de amor para realizar también las obras del amor. En ese encuentro definitivo y final que nos conducirá a la plenitud de Dios con esas lámparas encendidas en nuestras manos queremos estar. Se nos dio como signo en nuestro bautismo para que con ellas en nuestras manos y con nuestras vestiduras blancas de la gracia saliéramos al encuentro del Señor.

Son las lámparas que hemos de tener encendidas. Es la señal de nuestra esperanza y nuestra preparación,. Es signo de que no nos dormimos sino que siempre estamos buscando el aceite de la gracia que nos fortalece, que nos previene de los peligros, que nos mueve a las cosas buenas que serán siempre expresión de que estamos esperando y nuestra esperanza es viva y por eso no queremos dejar que se nos apaguen nuestras lámparas. Nuestra esperanza nunca será una esperanza pasiva, porque esperamos pero procuramos mantenernos despiertos, atentos, vigilantes, procurando que la lámpara esté encendida y no le falte el aceite, preparando nuestro corazón y nuestra vida a esa llegada del Señor.

Que no se nos apaguen nunca esas lámparas. Que no se nos apague el amor. Que tengamos siempre muy abiertos los ojos de la fe. Que mantengamos siempre la esperanza. Que busquemos tener siempre con nosotros el aceite de la gracia. Que no se nos ahogue nuestro espíritu de oración. Que no abandonemos la práctica de los sacramentos. Que anhelemos siempre vivir en la gracia y la amistad del Señor. Que sepamos ponernos muchas veces de rodillas ante el Sagrario. Que abramos nuestro corazón a la Palabra del Señor. Que estemos atentos en todo momento a la llegada del Señor a nuestra vida. Que sepamos reconocerle también en el hermano que está a nuestro lado. Que no nos falte el amor en nuestro corazón.

jueves, 25 de agosto de 2011

Llega el Señor, llega su gracia


1Tes. 3, 7-13;

Sal. 89;

Mt. 24, 42-51

Al que se ha puesto de vigía en un puesto de vigilancia, como el centinela que tiene que hacer su guardia no se puede dormir ni desentender de la misión que se le ha confiado. En cualquier momento puede suceder algo, aparecer el enemigo, o llegar el personaje que estuviéramos esperando y la misión del vigía o centinela es dar aviso de lo que está por suceder, para prevenir el peligro a tiempo del enemigo que nos asalta, para alertar de la presencia del que llega, para tener todas las cosas a punto ante lo que pueda suceder.

Nos dice hoy Jesús, ‘estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. El discípulo, el cristiano ha de estar vigilante, ha de estar atento para la llegada de su Señor. Pero también la vigilancia del cristiano es para estar prevenidos y fortalecidos ante los peligros que nos acechan del enemigo malo que nos aparece con la tentación. No nos podemos dormir, no podemos desentendernos de esa vigilacia, nuestra espera no puede ser algo meramente pasivo.

Es necesario tener muy presente en nuestra vida esa actitud de vigilancia. Como hemos expresado, el Señor llega a nuestra vida y hemos de saber acogerle en nuestro corazón. De cuántas maneras se nos manifiesta el Señor. Nos quiere hablar de esa venida al final del tiempo cuando el Señor el Señor nos llame a juicio en esa hora final de nuestra vida. Pero nos quiere hablar de esa presencia de gracia que en cada momento de nuestra vida podemos y hemos de saber sentir.

Los mismos acontecimientos que suceden a nuestro alrededor o nos suceden en la vida, sean gozosos o sean dolorosos, hemos de saber leerlos como llamadas del Señor, como llegadas de gracia de Dios a nosotros. Dios es un Padre providente que se hace presente en nuestra vida y nos hace llegar su gracia. Pero hemos de estar atentos. Como María hemos de saber guardar en nuestro corazón, rumiar en nuestro interior, reflexionar en lo más hondo de nosotros mismos para saber escuchar esa voz de Dios que nos habla.

Sean momentos gozosos, momentos grandes de cosas especiales, o sean momentos dolorosos en nuestros problemas o en nuestros sufrimientos. Ahí está siempre el Señor con su gracia. Siempre podremos descubrir la acción de Dios en nuestra vida, lo que el Señor nos dice, lo que el Señor nos pide y esa gracia que no nos faltará nunca en ese momento dificil porque el Señor no nos abandona. No tiene por qué el sufrimiento o los problemas apartarnos de Dios; son momentos de gracia en los que el Señor nos llama y desde esa situación dificil descubrir la riqueza de gracia que el Señor nos da.

Incluso pienso en algo más, que algunas veces tenemos el peligro que no saber aprovechar bien hasta las cosas buenas que hacemos o en las que particiopamos, como son, por ejemplo, nuestras propias celebraciones litúrgicas. Tenemos que saberle dar profundidad a cada momento, a cada signo de nuestra celebración. No nos vale simplemente estar. Es necesario estar, pero estar con hondura, conscientes de verdad de lo que vamos haciendo, de lo que vamos diciendo en nuestra oración, de lo que vamos escuchando o vamos sintiendo. Qué importante es que sepamos concentrarnos bien para no distraernos, para no perder ningun instante de gracia para nuestra vida. Es el Señor que viene a nosotros y hemos de abrirle la puerta de nuestro corazon.

Y es la vigilancia para no caer en la tentación, la vigilancia frente al peligro. ‘Comprended que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón no le dejaría abrir un boquete en su casa…’ Es la tentación que nos acecha, es el peligro de caer en el pecado. Muchas veces Jesús en el evangelio nos previene para que no nos durmamos. ‘Velad y orad para no caer en la tentación’, nos dice el Señor.

Nos dice hoy Jesús, ‘estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. Llega el Señor, llega su gracia.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Afianzar nuestra fe para vivirla sinceramente como san Bartolomé


Apoc, 21, 9-14;

Sal. 144;

Jn. 1, 45-51

En la oración litúrgica de esta fiesta hemos pedido que se afiance en nosotros aquella fe con la que San Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo’.

La celebración de las fiestas de los santos eso pretenden, ayudarnos a fortalecernos en la fe. Contemplamos su vida, su santidad, su entrega, su amor y nos sentimos estimulados a vivir una vida así. Pero si contemplamos en los santos ese amor y esa entrega, esa vida de santidad es por una cosa, por su fe en Cristo al que ellos querían seguir con toda fidelidad y por la que estaban dispuestos a dar su vida. Así contemplamos una vida santa, pero podemos contemplar una generosidad tan grande como para ser capaces de sacrificar su vida en el martirio.

La vida de los santos, en nuestro caso hoy de los apóstoles porque san Bartolomé formó parte del grupo de los doce escogidos y llamados por Jesús de una manena especial para hacerlos apóstoles, y la vida de los mártires son para nosotros unos testigos. Testigos por nos dan testimonio, nos enseñan un camino; testigos porque su ejemplo por así decirlo nos pone el listón muy alto a la hora de enseñarnos el camino de perfección al que hemos de tender.

Como decimos en el prefacio ‘has cimentado a tu Iglesia sobre la roca de los apóstoles para que permanezca en el mundo como signo de tu santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia ti’. Un testigo, un signo y una señal que nos señala caminos, siempre el camino que nos lleva hasta Jesús.

San Bartolomé a quien hoy celebramos nos enseña a confesar nuestra fe. El Natanael del evangelio que la mayor parte de los comentaristas nos lo señalan como el mismo que Bartolomé, fue conducido hasta Jesús por otro de los primeros discípulos en seguir a Jesús. Felipe había sido invitado por Jesús a seguirle, pero vemos cómo inmediatamente se encuentra con nuestro Natanael y ya le está diciendo que se han encontrado aquel de quien hablan Moisés en la Ley y los profetas.

Pero Natanael no lo acepta todo así tan rápido por las buenas, porque tendrá que dejarse convencer por Felipe, porque de Nazaret no puede salir algo bueno. Es lo que se pregunta para manifestar su duda, pero podría ser también expresión la rivalidad entre las gentes de pueblos vecinos. Algunos nos lo sitúan como originario de Caná que era un pueblo que estaba bastante cercano de Nazaret. Y ya sabemos cómo se habla de los vecinos en esa rivalidad de pueblos cercanos.

Pero al encontrarse con Jesús y tener un breve diálogo con El, que le descubrirá algo que ha mantenido en el secreto de su corazón y nadie sabe – ‘cuando estabas debajo de la higuera yo te vi’ – pronto confesará firmemente su fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Reconoce muchas cosas de Jesús en tan breves palabras y en tan breve tiempo que conoce a Jesús.

Ya antes Jesús había hecho una alabanza de nuestro Bartolomé. ‘Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Nos habla, pues, de la rectitud de su vida, de la sinceridad con que vivía su fe y en consecuencia todos los actos de su vida. Con esa misma sinceridad realizará su seguimiento de Jesús. Será misma sinceridad con la que vivirá su fe que le llevará al martirio.

Es lo que pedíamos en la oración litúrgica. Que haya esa sinceridad en nuestra vida, esa rectitud y esa fidelidad en el seguimiento de Jesús; aunque nos cueste, aunque tengamos que llegar al sacrificio y hasta el martirio. Es que nosotros también tenemos que ser testigos, pero unos testigos convincentes porque vivamos de una manera congruente.

Y el mundo necesita testigos, testigos de Jesús resucitado. Cuando estos días hemos estado contemplando a tantos jóvenes venidos de todo el mundo para la Jornada Mundial de la Juventud una cosa que nos admira es el testimonio valiente que dan estos jóvenes de su fe en medio de nuestro mundo. No es fácil en los ambientes en que se mueven nuestros jóvenes, en las influencias de todo tipo que reciben de la sociedad, de la misma universidad, y de los malos testimonios que reciben de los mayores. Una cosa que se decía era que estos jóvenes más que palabras necesitan testimonios, testigos a su lado de una fe que les estimule más y más a ellos.

Que la confesión de nuestra fe que hacemos en la fiesta de este apóstol nos despierte a todos y nos haga esos testigos que necesita nuestro mundo.

martes, 23 de agosto de 2011

Veracidad, sinceridad, auténticidad signos de madurez humana y cristiana


1Tes. 2, 1-8;

Sal. 138;

Mt. 23, 23-26

La veracidad y la sinceridad nos dan señales de la autenticidad y madurez de una persona. Quien no es capaz de ser sincero y auténtico en su vida, dejando a un lado dobleces, fingimientos y apariencias, nos está manifestando la pobreza de su vida cuando necesita cubrirse con las apariencias para no dejar ver lo que auténticamente lleva por dentro. Nos manifiestan muchas carencias y nos están señalando la pobreza espiritual de una vida.

Es lo que Jesús denuncia en los fariseos cuando los llama hipócritas porque detrás de las apariencias de cumplimientos extrictos en cosas realmente nimias, luego dejan a un lado lo verdaderamente importante y lo que es más acepto a Dios. Cuando empleamos la palabra hipócrita lo primero que estamos queriendo decir que es una persona de doble cara; una la fachada, lo que quiere manifestar externamente, y otra lo que realmente es por dentro. Esa palabra hace referencia a las máscaras que usaban los actores en el teatro griego poniéndoselas delante de sus rostros para hacer la representación o el mimo. Seguimos usando la careta, y no ya en el teatro espectáculo, sino en el teatro que queremos hacer de nuestra vida cuando no somos auténticos sino que nos ocultamos tras una careta de apariencia que es realmente de falsedad.

En la vida no podemos ir de esa manera, aunque quizá sea un pecado más frecuente quizá de lo que pensamos. En nuestro infantilismo queremos aparentar lo que no somos, porque a la larga nos cuesta reconocer delante de nosotros mismos lo que realmente somos, o las carencias que hay en nuestra vida. Ponemos la fachada, lo externo de bonita apariencia para ocultar la podredumbre que llevamos por dentro.

¿Será porque queremos ser más o mejores que los demás? Que queramos ser mejores no es malo, lo realmente malo y peligroso es que siempre nos estemos comparando con los demás y para tratar de superarlos llenemos nuestra vida de falsedades y mentiras. Porque incluso aquellos que se dan de muy sinceros y pregonan a los cuatro vientos su sinceridad, porque ellos dicen siempre lo que piensan o lo que creen que es su verdad, realmente están parapetándote detrás de esa apariencia de sinceridad para ocultar la mentira de su vida.

Como nos dice Jesús hoy en su denuncia que hace de los fariseos, limpiemos la copa por dentro que es lo más importante, porque si hay pureza y rectitud en nuestro corazón eso se manfestará espontaneamente en nuestro exterior. Al que es sincero de verdad, al que es auténtico en su vida no hace falta que nos haga gala de sus rectitudes porque en sus actitudes y en la manera de hacer las cosas notaremos la pureza de su corazón.

Como les dice Jesús a los fariseos ‘pagáis el diezmo de la menta, del anís y de la hierbabuena, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la compasión y la sinceridad…’ Caminos por caminos de bien y de justicia, seamos verdaderamente misericordiosos y compasivos en nuestro corazón, vivamos con autenticidad nuestra vida y seremos gratos a los ojos de Dios. Maduremos de verdad en nuestra vida y en nuestra fe, para que nos manifestemos verdaderamente como hombres rectos y de bien.

Llenemos nuestro corazón de misericordia, de amor, de generosidad, de compasión, porque ya sabemos que nuestro Padre Dios es compasivo y misericordioso y ya Jesús nos propone que seamos perfectos como nuesro Padre; pero es que además si miramos con sinceridad nuestra vida, nuestra historia personal seremos capaces de comprender cuán misericordioso y generoso en su amor y su perdón ha sido Dios con nosotros, que somos pecadores. No nos vayamos haciendo de justos y buenos, que somos pecadores y el Señor ha derramado su misericordia tantas veces con nosotros. actuemos nosotros en consecuencia siendo misericodiosos, pero con autenticidad, para con los demás.

lunes, 22 de agosto de 2011

María, eres nuestra Reina de amor


María, eres nuestra Reina de amor

¿Quién no ha escuchado a un enamorado piropear a su amada llamándola su reina? ¿no hemos escuchado a un hijo derritiéndose en la ternura y el cariño del amor filial llamar a su madre su reina? ¿Por qué entonces no podemos llamar nuestra reina a nuestra amada madre del cielo la Virgen María?

Como una culminación de la fiesta de la Asunción de María y su glorificación en el cielo, a los ocho días, celebrando de alguna manera su octava, la Iglesia quiere que hagamos memoria hoy de María llamándola también Reina. Son los efluvios de amor de un hijo enamorado de la madre que la exalta y la eleva y la pone por encima de todo. ¡Qué no hará un buen hijo por su madre! La queremos hoy llamar nuestra Reina y así normalmente en la tradición cristiana queremos tener siempre las imágenes de la Virgen con corona real.

‘El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo. Recordó que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Efeso proclama a la Virgen 'Madre de Dios', se comienza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero".

El Santo Padre explicó que "el título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. (...) Los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia".

"La Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. (...). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida"’.

Algunas veces nos puede chocar en nuestro espíritu el contemplar a María en sus imágenes adornada de ricos ropajes y coronas. Podríamos pensar que no nos termina de convencer el contemplar a la que se llamó a sí misma la humilde esclava del Señor con esos signos de esplendor y coronándola como reina. Por una parte es la devoción y el amor de los hijos para con la madre que algunas veces nos puede hacer que nos excedamos en esos signos externos con que acompañamos nuestro cariño de hijos y que quizá tendríamos que cuidar. Claro que siempre queremos poner como la más bella a la madre amada y así queremos hacerlo con la Virgen María.

Pero en verdad que podemos llamarla nuestra reina y vestirla como tal, siguiendo incluso el espíritu del Evangelio. Jesús nos dice que serán grandes, importantes, los primeros en su reino los que se hagan los últimos, los que se hagan servidores y esclavos de los demás. ¿Qué es lo que hizo María? Ya vemos como se llama a sí misma la humilde esclava del Señor y siempre estará con sus ojos bien abiertos y sus pies dispuestos a caminar para ir allá donde se la necesite, donde pueda prestar su servicio de amor. Es grande María, importante, la primera en el Reino de los cielos desde su amor y desde su entrega. Con razón en nuestro amor la queremos contemplar como una reina y así hoy la celebramos.

Claro que todo este amor tendría que llevarnos a que cada día imitemos más a María, copiemos en nosotros su santidad, su entrega, su amor, su espíritu de servicio. Es el mejor regalo, el más precioso que le podamos ofrecer; es la verdadera corona de Reina con que podemos coronarla.

domingo, 21 de agosto de 2011

Una pregunta de Jesús también para nosotros hoy

Is. 22, 19-23;

Sal. 137;

Rom. 11, 33-36;

Mt. 16, 13-20

Seguían aun por las zonas fronterizas del norte de Palestina. El domingo pasado lo veíamos en la región de Tiro y Sidón con la cananea que llena de fe acudía a Jesús pidiendo la curación de su hija. Hoy está en la región de Cesarea de Filipo, allá muy cerca de las fuentes del Jordán.

Jesús aprovecha siempre estos momentos de mayor soledad e intimidad con el grupo de sus discípulos más cercanos para irlos instruyendo, vemos en otros lugares del evangelio, o como en este caso para entrar en un diálogo profundo de mayor intimidad. ¿Qué piensan de El? La opinión de la gente y también de sus propios discípulos. Es como una encuesta. ‘¿Qué dice la gente que es el Hijo del Hombre?’ Y tras la primera respuesta será más directo con ellos. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’

Las respuestas de la opinión de la gente es diversa. ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas’. No todos lo tendrán igualmente de claro aunque vean en El algo especial. Pero a la pregunta directa a ellos será Pedro el que se adelanta. Ya conocemos sus impulsos, pero en este caso van a ser sorprendentes. Adelantándose a la respuesta de los demás, ‘Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’.

Detengámonos aquí. ¿ No seguirá Jesús haciendo esa doble pregunta hoy? ¿No será la pregunta que está en el aire detrás de esta gran manifestación de la Jornada Mundial de la Juventud que se está celebrando en Madrid? Será, sí, la pregunta que se están haciendo y queriendo dar respuesta esos miles y miles de jóvenes que allí estos días se han congregado. Será la pregunta que les está haciendo Jesús a cada uno de ellos, como nos las hace a nosotros también, allá en lo profundo de su corazón en esos momentos especiales que cada uno de ellos está viviendo en los encuentros, en las catequesis, en las celebraciones, en la escucha de la Palabra del Papa.

Pero pienso también que es la pregunta que se les hace también a cuantos rodean estas jornadas, quizá como espectadores, quizá con curiosidad ante esta masiva afluencia, o quizá también a esos que se ponen a una cierta distancia o que se oponen y hasta luchan contra esta Jornada. Ahí está la pregunta. ‘¿Qué dice la gente que es el Hijo del Hombre?’ o la pregunta mas directa que se le hace a cada uno. ‘Y vosotros, y tú, ¿Quién dices que soy yo?’

Las respuestas en unos y otros pueden ser variadas también. Pero seguro que a la mayoría de esos jóvenes que han venido de tan diversos lugares allá en su corazón, como a Pedro que el Padre del cielo se lo revelaba, se les está revelando ese misterio de Jesús que hace que merece que lo dejemos todo por seguirle. Han venido esos jóvenes queriendo afirmar valientemente, y lo están haciendo, su fe en Jesús, queriendo sentirlo en lo hondo de su corazón; pero habrán venido también muchos en camino de búsqueda porque quieren encontrar esa respuesta que les haga conocer profundamente a Jesús para confesar también valientemente su fe en El. ¡Cuántas cosas suceden en el corazón por la fuerza de la gracia del Señor! Ojalá a todos llega la gracia de Dios y les mueva el corazón, también a esos que miran desde posturas bien distantes.

Para eso y por eso hemos orado mucho en estos días por la Jornada Mundial de la Juventud, como ellos también lo hacen, porque no se han reunido simplemente para una fiesta o para escuchar a un cantante de moda. Han venido por Jesús en el que quieren creer, al que quieren buscar, al que quieren llevarse en su corazón. A muchos no les habrá sido fácil, pero ahí están en torno al sucesor de Pedro, en torno al Papa que con la misión que Cristo le confió ha venido a confirmar en la fe a sus hermanos, ha venido a alentarnos en nuestra fe y a ayudarnos a caminar y encontrarnos con Cristo.

Pero, repito, es la pregunta que también se nos está haciendo a cada uno de nosotros los que ahora estamos aquí reunidos en esta celebración. Muchas veces se nos puede enturbiar la mente y el corazón y podremos andar un tanto confundidos. Pero una cosa podemos hacer, como Pedro dejemos que el Padre nos hable al corazón, y nos revele allá en lo hondo del corazón todo ese misterio de Jesús en quien queremos creer, a quien queremos seguir, a quien queremos amar desde lo más profundo de nosotros mismos.

‘Tú eres el Cristo, tú eres el Mesias, Tú eres el Hijo de Dios vivo?’, queremos nosotros confesar también reafirmándonos firmemente en nuestra fe y en nuestro seguimiento de Jesús. La verdad, confieso, que la contemplación en estos días de algo tan maravilloso como ha sido esta Jornada Mundial de la Juventud, viendo a tantos y tantos jóvenes entusiasmados por su fe, es un aliento, un aliciente en nuestra vida para seguir buscando más y más a Jesús, para también con valentía confesar nuestra fe en El.

A la respuesta de fe de Pedro por la revelación del Padre en su corazón se sigue una revelación de Jesús y es la Iglesia que El quiere convocar en torno a Pedro de todos los que también confiesan su fe en El. Es una revelación, porque Jesús nos está dando a conocer lo que es su voluntad para nosotros. Nos quiere Iglesia, nos quiere convocados – eso significa la palabra Iglesia realmente – y por eso le dirá a Simón: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Y te daré las llaves del Reino de los cielos…’

Tú serás la piedra en torno a la cual serán convocados a todos los que crean en mi nombre, le viene a decir; y no temas, grandes serán las fuerzas del mal pero no podrán con ella, porque os doy mi Espíritu, y tú serás el servidor de todos esos convocados, de toda esa Iglesia, que para eso te doy las llaves del que administra y sirve, que siempre os he dicho que ser primero es ser el servidor de todos. Esa es tu misión, Pedro.

Esta eclesialidad universal la estamos viviendo en estos días con la Jornada Mundial de la Juventud. Ahí está Pedro en su sucesor el Papa convocándonos para hacernos sentir de verdad Iglesia e Iglesia universal. Esa universalidad de nuestra fe y de la salvación de Jesús se palpa fuertemente en encuentros como los que estos días se están celebrando, donde vemos en este caso jovenes venidos de todas partes del mundo. Han venido de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur para sentarse en la mesa del Reino, como había anunciado Jesús. Y qué hermoso el espectáculo de ese banquete, con la fiesta, la convivencia, el encuentro, la alegría, el amor de hermanos que se palpa en todos los convocados.

Vuelvo a decir, todo esto es un aliciente, un empuje grande para nuestra fe y para que vivamos hondamente nuestro sentido de Iglesia. ‘Creemos en la Iglesia, una, santa, católica, apostólica…’ como confesamos en el credo. Porque todos nos hemos sentido en estos días en verdadera comunión aunque fisicamente quizá hayamos estado lejos porque no todos hemos podido asistir pero seguro que en el corazón lo hemos sentido muy vivo y lo seguimos sintiendo.

Junto a esa afirmación de nuestra fe en Jesús, tenemos que hacer afirmación también de nuestra fe en la Iglesia, la que Jesús instituyó, la que se siente siempre asistida por el Espíritu Santo, la que formamos todos los que creemos en Jesús que a pesar de nuestras debilidades sin embargo queremos ser rostro de Jesús en medio del mundo, como estos días se ha manifestado. Ni nuestras debilidades, ni las fuerzas del mal que quieren luchar contra la Iglesia podrán hundirla, porque por encima de todo eso está asistida por el Espíritu Santo. ‘El poder del infierno no la derrotará’, nos ha prometido Jesús.

Proclamemos firme y valientemente nuestra fe. Merece estar con Jesús y seguirle y amarle.