1Jn. 4, 11-18
Sal. 71
Mc. 6, 45-52
Sal. 71
Mc. 6, 45-52
‘Animo, soy yo, no tengáis miedo…’ les dice Jesús. Estaban atemorizados. Creían ver un fantasma. Atravesaban el lago y la travesía se les hacia difícil. Jesús se había quedado en la orilla, allá donde había multiplicado los panes y a ellos los había enviado en barca en dirección a Cafarnaún. Ahora habían visto a alguien que caminaba sobre las aguas. Jesús tiene que tranquilizarles.
Nos da pie para muchas reflexiones este texto y ya lo habremos meditado muchas veces. También muchas veces andamos llenos de temores. Queremos realizar el camino de nuestra fe y se nos hace difícil. No avanzamos lo que quisiéramos. Nos proponemos tantas cosas y al final terminamos, o al menos nos parece, donde mismo.
Nos llenamos de dudas, porque hay cosas que a veces nos cuesta entender. Como a los discípulos en aquella travesía del lago nos parece que el Señor nos ha dejado solos y las olas de las tentaciones y dificultades se crecen delante del barco de nuestra vida. ¿Está o no está el Señor con nosotros? ¿Por qué no lo vemos claro? ¿Por qué parece tantas veces que se nos oculta? El Señor está ahí y también nos dice: ‘Animo, no tengáis miedo, soy yo…’ aquí estoy.
Son las tentaciones de todo tipo que nos acechan; se nos desbordan las pasiones, el mundo se nos vuelve tan insinuante, el orgullo nos corroe por dentro con la falta de humildad, el egoísmo debilita nuestra generosidad y nuestro amor. ¿Dónde estás, Señor, que me siento sin fuerzas? Gritamos a veces. Otras veces nos cegamos de tal manera que ya ni gritamos, ni al final nos damos cuenta que el Señor está ahí. ‘Animo, no tengáis miedo…’
Hay tal confusión a nuestro alrededor. Cada uno nos ofrece sus salvaciones, la solución a los problemas a su manera, la forma de entender la vida y la sociedad según su propio estilo y nos quedamos tambaleantes porque quizá nuestra formación no es lo suficientemente fuerte, nuestro espíritu se nos ha debilitado, todo nos parece igual de bueno, y si las leyes dicen esto o lo otro es que las cosas tienen que ser así. Y andamos errantes de un lado para otro sin saber a qué carta quedarnos. Y el Señor está ahí y nos dice: ‘Animo, soy yo, no tengáis miedo…’ y quiere ser nuestra fortaleza y nuestra luz, pero nos encandilamos con cualquier luz que nos aparezca delante.
Tenemos que saber fortalecernos en el Señor. Tener una fe bien fundamentada para que nada ni nadie nos haga tambalear. Hemos de saber buscar la forma de formarnos debidamente. Tenemos que descubrir la presencia del Señor y de su amor a nuestro lado.
Hoy nos ha dicho san Juan en su carta. ‘No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor’. ¿Cómo llegar a esa plenitud del amor? ¿Cómo descubrirlo y vivirlo para sentirnos fuertes y no dejar que el temor se apodere de nuestra vida?
‘Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en El. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él’.
Hemos conocido el amor. Sabemos cuanto nos ama el Señor. Vemos su entrega de amor por nosotros. Tenemos que sentirnos seguros, porque somos unos amados de Dios. Y eso nos da seguridad y confianza. El Señor nos dice: ‘Animo, soy yo, no tengáis miedo…’ Dios nos ama.