Is. 60, 1-6;
Sal. 71;
Ef. 3, 2-3.5-6;
Mt. 2, 1-12
‘Hemos visto salir la estrella y venimos a adorarlo... Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando… ¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?’
Es la gran fiesta de la Epifanía, Solemnidad, que hoy estamos celebrando. Una fiesta equivalente a la Navidad, aunque en nuestras costumbres populares se nos quede en lo del ‘día de reyes’ con sus ilusiones y regalos. Pero sabemos que es algo más. Hemos de reconocer incluso que en la liturgia de la Iglesia tiene la Solemnidad de la Epifanía hasta mayor antigüedad que la propia fiesta de la Navidad, y para la Iglesia Oriental es como la gran fiesta de la Navidad.
Una estrella ha aparecido en el cielo, llega la luz, amanece la gloria del Señor, el resplandor de una nueva aurora nos anuncia la salvación, desaparecen las tinieblas de la noche, brilla el Sol que nace de lo alto, todos los pueblos verán la gloria del Señor. Es una gran fiesta de luz donde va a resplandecer la gloria del Señor para todos los pueblos.
Si en la noche de Belén la gloria del Señor resplandeció y se anunció por los ángeles a los pastores que les había nacido un Salvador, ahora brilla la estrella en lo alto para que sean todos los pueblos los que puedan iluminarse con su luz; a todos los pueblos se anuncia la salvación. Los Magos de Oriente, que vieron la estrella en lo alto y se dejaron guiar por su luz, son imagen de ese anuncio universal de salvación para todos los pueblos, para todos los hombres.
El camino seguido por los Magos para llegar hasta Jesús puede ser hermoso recorrido para nosotros del camino de búsqueda de Jesús y de encuentro con El. Los Magos se dejaron sorprender por aquella nueva estrella aparecida en el cielo. No les pasó desapercibida y averiguaron cuál sería su significado. No se quedaron quietos y estancados con lo que iban descubriendo sino que se pusieron en camino porque lo que ellos deseaban ya era encontrar a aquel niño que se les anunciaba. Sus vidas comenzaron a tomar nuevos rumbos que les desinstalaba de lo que hasta entonces era su vida para encontrar el origen de aquella luz que bien iba a iluminar sus vidas.
Aquella voz de Dios que les hablaba a través de las señales del cielo, de los acontecimientos de la naturaleza, se convirtió para ellos en una Palabra viva cuando al llegar a Jerusalén han de consultarse las Escrituras Santas, los Profetas para poder interpretar debidamente el anuncio del cielo que llegaba a su corazón. Así llegarían a Belén y de nuevo la estrella les guiaría hasta el lugar exacto. ‘Se llenaron de inmensa alegría… entraron en la casa y se encontraron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron…’
Ya hay muchas cosas que se nos están señalando para nuestra vida. La voz del Señor llega a nuestros corazones de muchas maneras y no podemos hacer oídos sordos a las llamadas del Señor. Es más, tenemos que saber dejarnos sorprender por esa voz del Señor que llega a nosotros en una inquietud, en un acontecimiento y a través de muchas señales. Hemos de recorrer los caminos admirables y sorprendentes del Señor, porque sólo así podremos llegar a encontrarnos con El. No fueron fáciles para los Magos pero supieron recorrerlos y al final encontraron la verdadera luz que señalaba la estrella.
Tenemos que saber llegar hasta Belén, el Belén donde nos vayamos a encontrar con Jesús, con las mismas actitudes de los Magos, con los mismos deseos de los Magos. No nos podemos quedar insensibles ni impasibles sino que tenemos que saber dejarnos guiar por esas estrellas luminosas que el Señor pone a nuestro lado.
Nos pedirá salir de nosotros mismos, tener deseos de búsqueda y de encuentro de la Buena Nueva que el Señor quiera trasmitirnos, profundizar y rumiar en nuestro corazón esa Palabra del Señor que llega a nosotros, dejarnos conducir por su Espíritu que es el que nos guiará para encontrar esa Luz verdadera que va a iluminarnos con la salvación de Dios.
Y cuando encontremos esa luz, cuando nos encontremos de verdad con el Señor no temamos caer de rodillas para postrarnos ante El. Nos cuesta ponernos de rodillas y no me refiero sólo al gesto físico de arrodillarnos, sino doblar nuestro corazón y nuestra vida delante del Señor para reconocerle como nuestro único Dios y Señor y para adorarle desde lo más hondo del corazón.
Los Magos, ‘abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’. Que sepamos abrir ese cofre tan cerrado a veces de nuestro corazón para ofrecerle lo mejor que tengamos dentro. No son cosas materiales lo que el Señor nos pide, aunque muchas veces también tengamos que desprendernos de esas cosas para compartir con los demás. Que seamos capaces de ofrecer la mejor ofrenda de nuestra fe, de nuestra obediencia a la voz del Señor, de nuestra humildad y de nuestra generosidad, de nuestra esperanza y de nuestro amor.
Nos queda un último detalle. La llegada a Belén supuso para los Magos emprender otros caminos distintos. ‘Avisados por el ángel se marcharon a su tierra por otro camino’. Belén nos abre a caminos nuevos. Ya para nosotros no debe haber tinieblas nunca más. Nuestros caminos tienen que ser luminosos porque serán para siempre caminos de amor y de nueva fraternidad. Hasta Belén llegamos siguiendo una estrella, pero de Belén tenemos que salir siendo estrellas para los que nos rodean.
Hasta ahora en estos días de Navidad hemos puesto luces de colores en nuestras puertas o ventanas o en nuestras casas para señalar a los demás que estábamos celebrando la Navidad; esas luces quizá las quitamos porque se acaban las fiestas, pero seremos nosotros esas luces de colores, esas lámparas luminosas que con nuestra vida señalemos a los demás el camino que lleva hasta Jesús. Recordemos que Jesús nos dirá que El es la Luz del mundo, pero que nosotros también tenemos que ser luz del mundo porque con nuestra vida, con nuestra fe, con nuestro amor, con nuestra esperanza y nuestro compromiso solidario tenemos que ser estrella que lleve hasta Jesús.
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