Eclesiástico, 51, 17-27;
Sal. 18;
Mc. 11, 27-33
¿De dónde le viene la autoridad a Jesús? Eso es lo que le plantean los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos a Jesús.
El día anterior se había atrevido Jesús a expulsar a los vendedores del templo no queriendo consentir que el templo que tenía que ser casa de oración se convirtiera en una cueva de bandidos. Habían intentado enfrentarse con El pero habían tenido miedo porque veían que el pueblo estaba con Jesús. ‘Buscaban la manera de acabar con él’, había dicho el evangelista. Por eso ahora vienen a preguntarle o exigirle una respuesta.
Pero eran muchas cosas las que se habían ido acumulando por decirlo de alguna manera. El pueblo le había aclamado a su llegada a Jerusalén y también como desde lejos habían contemplado aquellas manifestaciones de júbilo por parte del pueblo. Pero su manera de enseñar con autoridad poniéndose por encima incluso de los doctores de la ley, los que habían estudiado y preparado en las escuelas rabínicas. Pero ellos no sabían de donde le venía a Jesús toda aquella sabiduría porque en dichas escuelas Jesús no había estudiado.
Por eso se acercan a Jesús y le preguntan: ‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ Jesús no les responde directamente sino que les plantea el enigma para ellos de quién era Juan y en virtud de qué bautizaba allá en el Jordán. No responden arrastrados por sus miedos y temores y Jesús tampoco les da respuesta.
¿De dónde le venía tal autoridad a Jesús? Nosotros sí podemos responder. Miremos su vida, miremos sus obras, miremos su amor y su misericordia. Un día un fariseo principal que había ido a ver a Jesús de noche, Nicodemo, había tenido que confesar que Jesús venía de Dios porque nadie podía hacer las obras que Jesús hacía si Dios no estaba con El.
En otra ocasión Jesús apelará a sus obras, para ver el actuar de Dios Padre en El a través de sus obras y de sus signos. Por eso tenemos que decir, miremos sus obras, miremos su amor. En el amor que se manifiesta en Jesús descubriremos su autoridad. La autoridad del amor, de la misericordia, de la compasión que es el rostro más hermoso de Dios que en Jesús se nos manifiesta.
¿Quién puede hacer los milagros que Jesús hace? ¿Quién podrá perdonar los pecados? Blasfemo lo habían llamado algunos porque se atribuía el poder de perdonar los pecados que solo a Dios compete. ‘Para que veáis que puedo perdonar pecados, le dijo al paralítico, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa’. Y decía el evangelista que se quedaron viendo visiones.
Así podremos ir repasando todas las páginas del Evangelio y en cada una de ellas descubriremos la autoridad de Jesús. Pero quizá fuera bueno detenernos en una página que no hace mucho hemos escuchado. Allá en lo alto del Tabor, en la montaña alta cuando se transfiguró el Señor en la presencia de sus discípulos, escuchamos la voz del Padre: ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadle’. Escuchemos la voz del cielo y escuchemos también a Jesús. escuchemos cómo el Padre lo llama su Hijo amado y contemplemos toda la gloria de la Divinidad de Jesús. Es el Hijo amado de Dios. Es la Palabra de Dios que nos habla y el maestro único y verdadero de nuestra vida. Es la Luz y es el Camino; es la Verdad y es la Vida.
Escuchemos a Jesús, contemplemos su amor y su entrega, su misericordia y su compasión. Pero contemplemos el momento culminante de su Pascua. Cuando parecía derrotado colgado del madero estamos contemplando su victoria. Porque Jesús es el Señor que vive. Jesús resucitado es nuestra vida y nuestra salvación.
¿Queremos más razones para descubrir cuál es la autoridad de Jesús?