Eclesiástico, 36, 1-2.5-6.13-19;
Sal. 78;
Mc. 10, 32-45
Había hablado Jesús cuán difícil era a los que ponen su confianza en el dinero entrar en el Reino de Dios, a raíz de lo del joven que no había sido capaz de decidirse por seguir a Jesús cuando le había planteado lo de vender todo para darselo a los pobres y tener un tesoro en el cielo y Pedro había salido preguntando qué es lo que iban a recibir ellos porque lo habían dejado todo por seguirlo.
Ahora Jesús anuncia que suben a Jerusalén y que allí ‘el Hijo del Hombre iba a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados, lo condenarán a muerte … lo azotarán y lo matarán y a los tres días resucitará’, y vienen los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan a pedirle a Jesús que les ‘conceda sentarse en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda’.
Cuando Jesús habla de que el cáliz si lo beberán pero el sentarse a la derecha o izquierda está ya reservado, vienen los otros discípulos con su indignación o sus recelos y envidias contra Santiago y Juan por si Jesús les había concedido a ellos algo que no recibirían los demás.
Parece como que a cada paso que Jesús va dando poniendo las condiciones o las características del Reino de Dios que se está instaurando los discípulos, y son los más cercanos porque son el grupo de los doce, no terminan de entender lo que Jesús les está diciendo. Allá surgen una y otra vez sus recelos y ambiciones, siguen pensando en un Mesías rey poderoso que va a instaurar un reino donde ellos podrían alcanzar algun poder y lo de la pasión que Jesús les anuncia, o la entrega que habrán de tener dándolo todo por el Reino, no lo terminan de entender. ¿Nos pasará a nosotros también algo así?
Pacientemente Jesús una vez más se pone a enseñarles, a explicarles todo. Su reino no es de este mundo, como le diría también un día a Pilatos cuando le pregunta si es Rey. Su Reino no se basa en esos poderes y esos ejércitos que lo defiendan, como son los reinos de este mundo. Su Reino va por otros derroteros que son los del amor verdadero, los del servicio, los de la entrega, los de olvidarse de sí mismo y de la búsqueda de grandezas.
‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos’. Y nos da una razón muy importante. La razón es Jesús, es su vida, es su amor y su entrega. No hemos de hacer otra cosa que imitar a Jesús. ‘Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’.
¿Entenderán por fin los discípulos a Jesús? ¿Entenderemos nosotros también lo que nos quiere decir Jesús? ¿Sigue entendiendo la Iglesia hoy, los cristianos de hoy, con rotundidad estas palabras de Jesús?
Esto nos tiene que hacer pensar, reflexionar mucho sobre el estilo y el sentido de nuestra vida. Nos cuesta porque en nuestro corazón aparecen una y otra vez las tentaciones de la ambición, de las grandezas. Nos cuesta porque no siempre arrancamos a fondo esas raíces que se nos meten de egoísmo, de orgullo o de amor propio en nuestra vida.
Tenemos que pedirle una y otra vez al Señor que infunda en nosotros el Espíritu del amor, para que nuestros corazones sean siempre generosos, para que estemos inundados de amor y el amor brote, salga a flote, resuma continuamente de nuestra vida. Así seremos desprendidos con generosidad. Así buscaremos los tesoros que verdaderamente importan y que son los que guardamos en el cielo. Así nos amaremos cada día más y olvidaremos para siempre recelos, resentimientos, rencillas, desconfianzas. Así podremos tener una mirada limpia siempre hacia los demás, porque nuestro corazón está limpio de todo mal. Pidámoslo al Señor que sea así.
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