Al mundo entero hemos de hacer el anuncio de la Buena Nueva
con nuestras palabras y las señales de nuestro amor para despertar esperanza en
un mundo que sufre sin la luz de la fe
1Pedro 5, 5b-14; Sal 88; Marcos 16, 15-20
Celebramos hoy la
fiesta del Evangelista san Marcos. Autor del evangelio que lleva su nombre y el
primero posiblemente de los evangelios escritos, aunque bien sabemos que tiene
como fuente otro evangelio perdido que se suele señalar como la fuente ‘Q’, del
que también como de una fuente bebieron Mateo y Lucas en la composición de sus
evangelios.
Marcos probablemente
fue aquel joven envuelto en una sábana y testigo del prendimiento de Jesús en
el huerto que cuando tratan de apresarlo abandona la sábana y huye desnudo.
Entra quizá entre aquellos parientes del Señor propietarios de la sala donde se
habían reunido para la cena pascual y con alguna relación también con la
propiedad de Getsemaní, el huerto y el molino de aceite, donde Jesús se
retiraba a orar y donde fue el prendimiento. Le veremos acompañando a Saulo y
Bernabé en el primer viaje apostólico hasta que se decidió no seguir y volver a
Jerusalén como más tarde Pablo hablará de él en sus cartas y también el apóstol
Pedro que le llama su hijo.
Pero centrémonos en el
mensaje que se nos ofrece en su fiesta desde la Palabra de Dios proclamada.
Precisamente el evangelio es el final del evangelio de Marcos en esa brevedad
que nos habla este evangelio de los acontecimientos de la resurrección de Jesús
y hoy en concreto es el envío que Jesús hace a sus discípulos para que vayan al
mundo entero a proclamar esta Buena Nueva, este evangelio de salvación. Y fijémonos
en el detalle que nos habla de que a los crean les acompañan distintos signos
como para corroborar el mensaje del evangelio.
‘ld al
mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea
bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les
acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les
hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos’.
Un mensaje
que sigue resonando hoy en nuestras conciencias recibiendo de Jesús el mandato
de proclamar el Evangelio en el mundo entero, a toda la creación. Hoy resuenan
fuertes estas palabras de Jesús porque nuestro mundo de hoy necesita también
escuchar esa Buena Nueva. Aunque vivamos en lugares que llamamos de vieja
cristiandad no podemos dar por sentado que el evangelio es conocido por todos.
Es más hemos de reconocer que incluso los bautizados necesitamos de una nueva
re-evangelización, porque esa luz del evangelio no está en verdad iluminando a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, aunque muchos hayamos sido bautizados
y llevemos el nombre de cristianos.
Y no es
tarea fácil sobre todo cuando nos encontramos a la gente que viene de vuelta en
esta era post-cristiana que vivimos. No hace falta ir muy lejos sino ahí en el
ambiente de nuestros pueblos, con la gente que nos rodea allí donde vivimos
vemos como nos les dice nada a una gran mayoría el mensaje del evangelio y es
más se hacen sus propias interpretaciones porque se creen conocerlo todo
mientras las actitudes, las posturas, los comportamientos, los compromisos de
vida están muy lejos de los valores del evangelio.
Nos
encontramos ya incluso que en una cultura que tendríamos que decir cristiana
por todos los elementos que dicha cultura tendrían como base un cristianismo
teóricamente anclado en el pueblo desde siglos, grandes desconocimientos no
solo de los textos del evangelio sino incluso de elementos de la Iglesia que tendrían
que ser conocidos por todos. Mucha gente que ha pasado por nuestras catequesis,
por la recepción de los sacramentos, por una pertenencia o cercanía de la
Iglesia, ahora viven alejados de todo lo que suene a religión o a cristiano o a
Iglesia cuando no en clara guerra y oposición. ¿Qué habremos hecho? ¿Dónde ha
estado de verdad ese anuncio del evangelio? ¿Ha impregnado el evangelio la vida
de nuestra sociedad? Es triste y duro reconocerlo.
Y como nos
decía el evangelio tendríamos que acompañar nuestra vida y nuestra predicación
con señales y señales que pueda ver y reconocer ese mundo donde tenemos que
hacer su anuncio. Señales que son algo más que unos ritos que realicemos;
señales que tienen que expresarse desde el compromiso de nuestras vidas en el
amor y en la solidaridad, en el trabajo por la justicia y por la paz de ese
mundo en el que vivimos.
Señales
claras que despierten la esperanza en un mundo lleno de dolor y de sufrimientos
de toda clase. Y pensemos en las circunstancias concretas que ahora mismo
estamos viviendo que para muchos es una nube muy negra de la que no se sabe
como salir. Nuestro mundo hoy necesita renovar la esperanza y todos tenemos un
evangelio que anunciar que siembra la verdadera esperanza en los corazones. Con
nuestro amor y con nuestro compromiso tenemos que ser en verdad sembradores de
esperanza, porque nuestra esperanza de salvación la tenemos puesta en Jesús,
nuestro único salvador. Es el anuncio claro y valiente que tenemos que hacer.