Si en aquella ocasión no se hubiera valorado el gesto de
aquel chiquillo que ofreció lo poco que tenía no se hubiera realizado el
milagro de la multiplicación de los panes
Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal
26; Juan 6, 1-15
¿Dónde estaba la
intendencia que supuestamente tenia que preocuparse de que a aquella
aglomeración de gente que se había reunido en torno a Jesús tuviera lo
suficiente para su subsistencia y para atender las necesidades o accidentes que
se pudiera producir ante tanta gente reunida? Si fuera hubiera sido hoy el hecho que nos narra el evangelio ya
estaríamos pidiendo responsabilidades de todo tipo, exigiendo o buscando
culpables de la no atención a esas contingencias que podrían surgir.
Hoy lo queremos tener
todo preparado y previsto, y está bien que tengamos responsables previsiones,
pero quizá habría que mirar también por otro lado en la responsabilidad de cada
uno y también hacer surgir los movimientos solidarios que ayuden a la buena
convivencia y a la paz que entre todos hemos de vivir, pero antes hemos de
construir.
No pretendo hacer
comparaciones entre unas situaciones y otras pero si es bueno reflexionar quizá
en lo que cada uno puede aportar, debe aportar para el bien común en todo
momento. El que confiemos unas responsabilidades a unos dirigentes no nos hace
desentendernos por nuestra parte y no solo es la crítica y condena de lo que
tenemos que preocuparnos sino también de todo lo que nosotros podemos aportar.
Pudiera parecer que
nos estamos alejando del evangelio que hoy se nos propone, pero ni mucho menos.
La gente con fe había acudido a Jesús. Le llevaban sus enfermos, acudían todos
los que sentían algún tipo de sufrimiento porque ya había corrido la noticia de
que en Jesús encontraban no solo cura para sus enfermedades, sino también la
paz de los espíritus que tanto necesitaban. ¿Esos poseídos de espíritus
inmundos de los que nos habla el evangelio no nos estarán queriendo hacer
referencia a todo ese sufrimiento en el espíritu que de una manera u otra
tantas veces padecemos?
Venían y querían
escuchar a Jesús, estar con Jesús, seguir sus pasos porque sus vidas se
llenaban de una esperanza nueva cuando estaban con El. No se terminaban de
aclarar quien era en verdad Jesús y hasta querrán hacerle rey, buscando quizá
un solucionador de problemas, pero podíamos decir que ciegamente seguían a Jesús
y hasta se olvidaban de sus necesidades más perentorias.
Ahora están allí en
lugares poco menos que desérticos, lejos de cualquier población y la
intendencia se ha acabado, lo que provisoriamente algunos quizás habían llevado
ya lo tenían agotado. Es Jesús el que pregunta, ¿dónde podremos comprar pan dar
de comer a tantos? Ni con doscientos denarios de pan, si hubiera donde
comprarlo, bastaría para dar de comer a tanta gente.
Hay algo que comienza
a surgir, la inquietud de los más cercanos a Jesús que seguramente se fue
contagiando a unos y otros, para tomar conciencia de la situación, para
encontrar solución a los problemas que se presentan, para hacer surgir buenos
sentimientos en aquellos que quizá en su despreocupación no habían pensado en
los problemas que se planteaban. Y es cuando aparece Andrés diciendo que por
allí hay un muchachos con unos cuantos panes y peces, pero, ¿qué es eso para
tantos como están allí reunidos?
No podemos resolver
los problemas y nos cuesta encontrar vías
de solución. Nos quejamos quizás que somos muchos, pero que no tenemos a mano
lo suficiente para llegar a todos, y decimos que no somos capaces o nuestro
mundo ya no está en condiciones para poder abarcar a las necesidades de todos,
y como siempre tenemos la tentación de las culpas porque cuando culpamos a los
otros nos las quitamos de encima como si no tuviéramos ninguna responsabilidad;
siempre miramos para atrás o miramos para otro lado, pero nos cuesta tanto
valorar lo poquito que otros han podido hacer o han podido ofrecer, pero
nosotros tampoco es que pongamos gran cosa. Que son cosas que nos están
sucediendo todos los días, que son cosas, actitudes, posturas que estamos
viendo ahora mismo con los problemas que tenemos.
Si en aquella ocasión
no se hubiera valorado el gesto de aquel chiquillo que ofreció lo poco que tenía
no se hubieran alimentado tantos ni hubiera sobrado tanto pan que podía
remediar situaciones semejantes en otra ocasión. Jesús quería que no se
desperdiciara nada. Y cuantos desperdicios producimos cada día en nuestra
sociedad.
Ahí está el hecho del
evangelio con tantas lecciones para lo que hoy nos sucede. Pero no olvidemos
que en medio de todo esto está Jesús. Habremos cerrado ahora las iglesias por
los peligros de contagios, pero Jesús sigue estando ahí, el poder y la gloria
del Señor se manifestarán. No olvidemos la intendencia que Jesús nos tiene
preparada. Tengamos fe y tengamos esperanza.
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