La presencia pascual del resucitado nos renueva en la fe y en
la esperanza, para encontrar la paz en el corazón y ser mensajeros de
misericordia y de paz para el mundo que sufre
Hechos de los apóstoles 2, 42-47; Sal 117;
1Pedro 1, 3-9; Juan 20, 19-31
Siempre hemos dicho
que la paz es el saludo pascual de Cristo resucitado pero que además a quienes
creemos en El nos convierte en mensajeros de paz. Hoy lo escuchamos
repetidamente en labios de Jesús en los dos momentos en que se encuentra con
los discípulos reunidos en el cenáculo. ‘Paz a vosotros’, les dice. Era
la experiencia que vivían todos los que se encontraban con Jesús. Lo vemos a lo
largo de todo el evangelio. Cuantas veces lo vemos llevando paz a los enfermos
y a los pecadores, a cuantos tenían su corazón y su cuerpo lleno de
sufrimientos, y quienes iban a escucharle. ‘Vete en paz y no peques más’.
Es la Buena Noticia
que nos trae la presencia de Jesús y el evangelio que tenemos que comunicar. No
temáis les dice Jesús a las mujeres en sus apariciones o era la sensación
espiritual que Vivian quienes se iban encontrando con Jesús, aunque hubiera
momentos en que casi no se daban cuenta de que era Jesús quien estaba con
ellos.
Hoy es especialmente
intensa esa vivencia de la paz con la presencia de Jesús. Ya nos dice el
evangelista que los apóstoles estaban reunidos en el cenáculo pero con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Había sido dura la experiencia vivida
con la pasión y la muerte de Jesús y de alguna manera temían por sus vidas pues
eran sus seguidores. Aún no habían sentido la presencia del Espíritu con ellos,
pues ya veremos como tras la experiencia de Pentecostés se lanzarán a la calle
para hablar sin ningún temor de Jesús.
Por eso la primera
palabra de Jesús resucitado en su encuentro con los discípulos es la paz. Y fue
suficiente esa palabra para que se llenaran de alegría y todos aquellos temores
y aquellas dudas que les habían llevado a no creer a los que les habían venido
a decir que había resucitado se disipan. Pero es que además ya se sienten
llenos del Espíritu de Jesús para la misericordia y para el perdón. Eran ya los
enviados con el anuncio de la misericordia, con el anuncio de la paz. ‘A
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados’. ¿Y puede haber
una paz más intensa en el corazón que la de sentirse perdonado? Son enviados,
pues, como mensajeros de paz, como portadores del perdón y de la misericordia
de Dios para con todos los hombres. Será una de sus bienaventuranzas, dichosos
los constructores de la paz.
Pero había alguien que
no estaba con el grupo en aquel momento. Por eso cuando los demás discípulos
llenos de alegría le anuncian que ha estado allí Jesús con ellos él sigue con
sus dudas y su búsqueda de pruebas. Aún no había llegado la paz a su corazón.
Cuando a los ocho días vuelva Jesús a encontrarse con ellos Tomás encuentra
aquella paz que le faltaba y ya no será necesario meter el dedo en las llagas
de sus manos ni la mano en el costado de Jesús abierto por la lanza. Bastó que
él estuviera allí con la comunidad de los discípulos cuando llegara Jesús. Y
saldrán de sus labios temblorosos por la emoción las palabras de una fe
profunda ‘¡Señor mío y Dios mío!’.
Aquella experiencia
pascual es la que nosotros tenemos hoy
que vivir. Nosotros seremos de aquellos de los que habla Jesús de que son
dichosos sin haber visto. No estábamos nosotros en el Cenáculo en aquella
tarde, pero creemos en la Palabra de los testigos que nos lo han trasmitido de
tal manera se hace experiencia en nosotros esa presencia de Cristo resucitado.
Es lo que vivimos por la fe y lo que estamos celebrando.
Y podríamos decir este
año con unas circunstancias muy especiales, por cuanto no hemos podido vivir en
vivo y en directo con nuestra presencia las celebraciones pascuales. Pero no
nos tiene que faltar la fe, tenemos que aprender a sentir también en estos
momentos y de esta manera esa presencia pascual de Cristo resucitado en
nosotros, en nuestra vida, y en la vida de la Iglesia. Y de una manera
espiritual muy intensa ser capaces de sentir esa experiencia de la paz que nos
trae Jesús, para nosotros y para nuestro mundo.
También nosotros
tenemos que convertirnos en mensajeros de paz, en constructores de paz. Cuánto
lo necesitamos y cuanto lo necesita nuestro mundo hoy. El momento que vivimos
puede agobiarnos, puede hacernos perder esa serenidad espiritual que
necesitamos para afrontarlo dignamente. Detrás de ese primer plano de los
contagiados, de los que han fallecido, del peligro de poder nosotros
contagiarnos también hay otro telón que oscurece nuestras esperanzas, nos llena
de miedos, nos interroga sobre muchas cosas, sobre el futuro, sobre la salida
de esta situación que tantos problemas de todo tipo ya comienzan a generarse en
nuestra sociedad. Y aparecen los miedos y nos podemos encerrar cobardes incluso
con posturas de insolidaridad porque pensemos solo en nosotros mismos. Hay
inquietud en los corazones y podemos perder la paz y serenidad del Espíritu.
Como los discípulos
encerrados en el cenáculo con sus miedos o como los que dispersos, como Tomás, querían
quizá buscar otros caminos por su cuenta. La presencia del Señor resucitado en
medio de los ellos los renovó, renovó fe y renovó su esperanza, les hizo
encontrarse con la paz en el corazón y se convirtieron en mensajeros de
misericordia y de paz con el envío de Jesús.
Es lo que sentimos que
tiene que ser para nosotros la celebración de esta pascua que queremos seguir
viviendo con toda intensidad. Tenemos que convertirnos en mensajeros de paz y
de serenidad en medio de nuestro mundo. Con nuestro testimonio convertirnos en
verdaderos constructores de esa paz, de ese mundo nuevo que tiene que surgir de
las ruinas en las que se está quedando nuestro viejo mundo.
Hay lucecitas hermosas
que van apareciendo en tantos gestos de responsabilidad y de solidaridad que
nosotros tenemos que avivar aun más. Podemos hacer que nuestro mundo sea mejor,
tenemos que hacer que nuestro mundo sea mejor del que desterremos tantas
violencias e injusticias, tantos egoísmos y tantos odios, tantas vanidades y
tantos orgullos que nos han llenado de vacío el corazón.
Creo que por ahí tiene
que ir nuestro compromiso pascual. Es así como con la fuerza de Cristo
resucitado transformaremos nuestro mundo. Es así como llegará a tener profundo
sentido la pascua que hemos celebrado.
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