Nos
falta alegría en la Iglesia, a los cristianos, todavía andamos con remiendos, o
con odres viejos, y tenemos que vestir y vivir el traje nuevo del hombre nuevo
del Evangelio
Amós 9, 11-15; Sal 84; Mateo 9, 14-17
A veces somos
más conservadores de lo que queremos reconocer. En los muchos sentidos de la
palabra. Queremos mantenernos en lo de siempre, si además siempre nos ha ido
bien, para qué vamos a cambiar nos decimos; miramos para detrás en la vida y en
la historia y a veces nos parece que fueron tiempos mejores, y ojalá pudiéramos
volver a aquellas cosas que eran tan bonitas; aunque nos decimos modernos y
queremos ser muy prácticos en lo que tenemos, en nuestra manera de vestir o de
plantearnos la imagen de la vida, soñamos con suntuosidades, volvemos a fórmulas
de antes porque nos parecen tan solemnes o tan fantasiosas, hasta cuando nos
queremos divertir en nuestras fiestas somos capaces de resucitar viejos estilos
y prendas que en verdad recuerdan otros tiempos pero que nos parecen tan
suntuosas; y estamos hablando de generalidades, de las cosas comunes que
tenemos o hacemos en la vida, pero no entremos en nuestros ritos y experiencias
de religiosidad donde seguimos tan cargados de tradiciones y de expresiones
solemnes que hasta nos hacen derramar alguna lágrima de emoción.
Cuánto nos
cuesta una renovación; cuánto nos cuesta llegar a encontrar una autenticidad en
aquello que hacemos o que vivimos y no quedarnos en la apariencia de lo
suntuoso; cuánto nos cuesta llegar a dar una profunda vitalidad a lo que
hacemos dejándonos en verdad conducir por la fuerza e inspiración del Espíritu.
Fue lo que le
costó a mucha gente de su tiempo el aceptar el mensaje de Jesús. Pero nos sigue
sucediendo hoy como en todos los tiempos. Hoy vemos que van reclamándo a Jesús
por qué sus discípulos no ayunan como lo hacían los discípulos de Juan o los discípulos
de los fariseos. Pero Jesús les responde que cómo van a andar vestidos de luto
los amigos del novio cuando están participando en su boda; si están en la
fiesta de la boda, todo tendrá que ser alegría, no tienen por qué estar
tristes.
¿Qué nos
quiere decir Jesús? El nos está enseñando el sentido nuevo que tiene la vida
desde la vivencia del Reino de Dios que nos anuncia y que se ha de instaurar;
la relación con Dios ha de tener un sentido nuevo; no podemos seguir viviendo
bajo los temores que se manifestaban en la religión en el Antiguo Testamento,
donde llegar a tener una experiencia de la visión de Dios parecía como que se
tenía que morir. No era la relación de los hijos con el padre, sino era la
relación desde el temor, por eso siempre había que estar haciendo cosas como
para aplacar a Dios.
Pero ha
venido quien nos ha redimido, quien ha derramado su sangre entregándose por
nosotros para que tengamos vida y salvación. Derramará su sangre Jesús, la
Sangre de la nueva Alianza, la Sangre de la Alianza nueva y eterna para que
obtengamos el perdón de nuestros pecados. No estaremos ahora haciendo méritos,
porque ya ha habido uno que nos ha merecido el perdón y la paz para nuestros
corazones. ¿Por qué envolver con colgaduras de tristeza todo lo que significa
religión, relación con Dios?
¿No andaremos
todavía nosotros en nuestras expresiones religiosas con ese tipo de colgaduras?
¿Vivimos en verdad la alegría de la fiesta en nuestras celebraciones cristianas
y en todo lo que es la vida del cristiano? ¿Seguiremos aun con las colgaduras
negras de la tristeza y del llanto? Os confieso algo que me llegó a lo hondo
del corazón y me llenó de satisfacción grande; fue tras la celebración de unas
primeras comuniones cuando un señor, que había sido invitado por una familia a
dicha celebración, se me acercó y me dijo para felicitarme, ‘la celebración
de la primera comunión de estos niños fue una verdadera fiesta, así lo estaban
viviendo los niños y así lo he estado viviendo yo’, me decía.
Tenemos que reavivar nuestra fe y la vivencia de nuestro ser cristiano para vivirla con alegría, para llenarnos de alegría y con ella contagiar a cuantos nos rodean. Tenemos que desterrar esas colgaduras con las que queremos a veces expresar nuestras suntuosidades, para darle auténtico sentido a aquello que vivimos y que celebramos.
Nos falta
alegría en la Iglesia, nos falta alegría a los cristianos. Todavía andamos con
remiendos, o con odres viejos, y tenemos que vestir y vivir el traje nuevo del
hombre nuevo del Evangelio, como termina diciéndonos hoy Jesús. ‘A vino
nuevo, odres nuevos’. Por algo tenemos el Espíritu de Jesús con nosotros;
dejémonos conducir por El.