No
todos entienden que los milagros son signos de lo nuevo que Jesús nos ofrece,
esa transformación de nuestra vida, el perdón como auténtica liberación
interior
Amós 7, 10-17; Sal 18; Mateo 9, 1-8
¿Por qué
siempre tenemos que estar con la mosca detrás de la oreja, llenos de
desconfianza y de sospechas ante lo que hacen los demás? Siembra desconfianza y
harás que todo se vea con ojos torcidos, con ojos turbios. Ya puede ser la cosa
más buena del mundo lo que hace el otro, que siempre estarás viendo una segunda
intención, tu mirada estará llena de malicia, y no serás capaz de admirar lo
bueno y lo bello que puedan hacer los demás.
Así andaban
algunos con Jesús. Algunos no lo veían con buenos ojos. La gente sencilla
habitualmente se admiraba de las cosas que Jesús hacía y sabía descubrir las
maravillas de Dios, aunque también podían ser manipulables y un día a los que
ahora todo eran alabanzas podían volverlos en contra. Así andaban los
principales del pueblo en contra de Jesús; ¿podían ver en peligro los privilegios
que se habían arrogado para su dominio y manipulación de los demás? ¿Estaban
anquilosados en sus viejas rutinas y tradiciones y no eran capaces de descubrir
la novedad que Jesús les presentaba del sentido del Reino de Dios? Por eso,
mientras unos alaban y bendicen a Dios porque están contemplando su gloria en
las obras de Jesús, otros lo tienen por blasfemo y podríamos decir que iban
acumulando cosas para el día en que presentaran acusaciones contra El, porque
había que quitarlo de en medio.
Es lo que
sucede en este episodio que nos narra hoy el evangelio. Se están manifestando
los signos de que el Reino de Dios ha llegado y viene a hacerlo todo nuevo,
pero la postura de aquellos fariseos y letrados es ponerse como enfrente para
observar, para juzgar, para condenar. ¿Será lo que algunas veces nosotros
podemos hacer cuando estamos siempre en actitud crítica y no somos capaces de
reconocer lo bueno?
Unos hombres
vienen portando en una camilla a un paralítico para que Jesús lo cure. El
relato de los otros evangelistas nos hablará de las dificultades para llegar a
los pies de Jesús y las iniciativas que toman. Mateo simplemente nos dice que
lo pusieron a los pies de Jesús. Y Jesús vio la fe de aquellos hombres.
Descubrir la fe de los sencillos, como tenemos que saber hacerlo sin prejuicios
ni suposiciones. No era fanatismo, era la fe de aquellos hombres lo que Jesús
valora. Y allí se va a manifestar que llega el Reino de Dios. Jesús cura, pero
cura desde lo más hondo. Por eso sus palabras primeras son ‘tus pecados
quedan perdonados’.
Cuando
reconocemos en verdad que Jesús es el Señor estamos expresando nuestra fe en el
Reino de Dios; cuando reconocemos que Jesús es el Señor nuestras vida se
transforma, se liberan de todo el mal más hondo que pueda haber en ella. No
importa ya si nuestros miembros se ven liberados de sus limitaciones, si
nuestras piernas comienzan a caminar o caen las escamas de la ceguera de
nuestros ojos. Lo importante es esa liberación interior que nos trae la paz,
ese perdón de Dios que nos llena de nueva vida. Es la forma de decir que el
Reino de Dios está cerca. Esos signos externos manifestarán lo más hondo que se
produce en nosotros, ese perdón, esa liberación, esa vida nueva que comenzamos
a vivir.
No todos lo
entienden. No todos entienden que los milagros son signos de lo nuevo que Jesús
nos ofrece, esa transformación de nuestra vida; no todos entienden este tema
del perdón como auténtica liberación interior, y nos podemos quedar en un mero
rito, como se podían quedar aquellos hombres solo con lo externo de la curación.
Pero Jesús nos está manifestando esa auténtica liberación de nuestra vida con
su poder. No todos lo entienden, por allí andan los que dirán que está
blasfemando porque el perdón es solo cosa de Dios. Pero Jesús nos esta diciendo
que también el perdón es cosa nuestra, que podemos y tenemos que ofrecer perdón
para que los corazones se llenen de paz. Cuánto nos cuesta entenderlo también.
Ante los
pensamientos perversos de los que estaban allí acechando Jesús manifiesta que
sí tiene ese poder del perdón. ¿Quién puede dar la vida sino Dios? Y es lo que
Jesús nos ofrece, ha dado su vida para que nosotros tengamos vida. ‘¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es
más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y echa a
andar? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra
para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: Ponte en pie, coge tu
camilla y vete a tu casa. Y aquel
hombre cargó con su camilla y fue a su casa.
¿Qué hacemos o qué decimos nosotros?
¿Buscamos también esa liberación, ese perdón y esa paz que Jesús nos puede
ofrecer? ¿Andaremos también con nuestras desconfianzas y nuestra falta de fe?
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