Nos
acercamos a Jesús sin protocolos ni barreras, siempre sintiéndonos indignos
pero siempre con la confianza en la Palabra de Jesús que nosotros hace
maravillas
Génesis 18,1-15; Sal.: Lc.1, 6-55; Mateo
8,5-17
Todos se acercan a Jesús. No hay
protocolos ni barreras. Cómo nos gusta poner nuestras barreras, crear nuestros
distanciamientos. ¿Con quién andamos? Con nuestros amigos, los que son de
nuestra honda, con los que tenemos una cierta sintonía; ¿a quién saludamos
cuando vamos por la calle? Reconozcamos que de alguna manera ponemos un velo en
nuestros ojos con lo que no llegamos a ver muchas veces a los que pasan a
nuestro lado, incluso rozándonos. Más de una vez nos habrán dicho, pasaste a mi
lado y ni adiós dijiste. Íbamos en nuestros pensamientos, en nuestras cosas, no
era la persona que pensábamos encontrar y por eso pusimos el paraguas alrededor
para no ver a nadie.
He querido comenzar el comentario del
evangelio de hoy con esta reflexión que parece que no viene a cuento, pero que
sí es importante y tiene relación con lo que sucede en el evangelio.
Recordamos, incluso, que cuando envía a sus discípulos a anunciar el Reino les
dice que solo vayan a las ovejas descarriadas de Israel; diríamos que de alguna
manera el círculo parece cerrarse.
Pero, ¿quién es el que se acerca ahora
a Jesús? Un centurión romano que tiene en casa un criado al que aprecia mucho y
que está muy enfermo. Sorprende el acercamiento de este gentil a Jesús.
Normalmente los judíos miraban con desconfianza a todo el que no fuera judío, y
más en esta situación en que era la expresión de la dominación romana; no solo
era un romano, un gentil, un pagano, sino además un centurión, quien estaba al
frente de aquella centuria de soldados que mantenían la opresión del pueblo
judío. Es cierto que como nos muestra otro evangelista en este mismo episodio
nos dirá que era bien considerado por los principales de la ciudad, porque
quizás se había preocupado de arreglarles la Sinagoga y otros aspectos de la
vida de su ciudad.
Se presenta a Jesús y presenta su
situación. No pide que Jesús vaya a curarlo, como un día pidiera Jairo el jefe
de la Sinagoga cuando tenía a su niña en las últimas. Es más, cuando Jesús dice
que quiere ir a su casa para curarlo, aparecerá la grandeza de este hombre. ‘No
soy digno…’ dirá. ¿Quién es él para que Jesús llegue a su casa? El tiene fe
en el poder de su Palabra. ‘Basta que lo digas de palabra’ y mi criado
quedará sano. Algo grande se estaba manifestando. Cuando otros le reclaman a
Jesús con qué autoridad realiza cuanto hace, este hombre tiene fe en la palabra
de Jesús; ahí está su autoridad. Y se pone por ejemplo un hombre acostumbrado a
mandar a sus criados y a los soldados. A su palabra todos tienen que obedecer;
a la Palabra de Jesús todo mal puede desaparecer.
Jesús reconocerá la fe de este hombre.
‘Vete, que te sucede conforme has creído’, le dirá finalmente. Pero
antes Jesús levantará la voz para que todo reconozca la fe de este hombre. Es
un pagano, es un gentil, pero ‘ni en todo Israel he encontrado tanta fe’,
dirá Jesús. Y quedará para nosotros como ejemplo para nuestra fe. Por su fe
este hombre se está convirtiendo en un signo para nosotros, un revulsivo para
nuestra fe.
¿Hasta donde llegamos en nuestra fe? Nos decimos tan creyentes y siempre estamos poniendo límites con nuestras desconfianzas. ¿Me escuchará o no me escuchará el Señor? nos preguntamos tantas veces. Y además queremos que nos escuche conforme a nuestros criterios, a nuestros deseos, a que se realicen las cosas como yo quiero, son los condicionamientos que ponemos tantas veces.
Pero qué sencillo es aquel hombre,
no pide, solo expone su situación, y luego aparece como en cascada todas esas
obras maravillosas, comenzando por la fe de aquel hombre. ¿Quién le ha dado ese
don de la fe? No olvidemos que es algo sobrenatural, es algo que nos viene de
Dios. Dios ha estado también obrando maravillas en él.