Camino
de esfuerzo y de superación, camino estrecho recorrido no con resignación sino
con esperanza y alegría, camino de verdadera felicidad
Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14
Nos habrá
pasado en alguna ocasión; estábamos realizando algo que estábamos haciendo con
mucho gusto e ilusión, las cosas nos iban saliendo bien y estábamos viendo el
resultado bello y bueno de lo que estábamos realizando, pero por un descuido,
por una distracción, por querer quizás probar algo nuevo con lo que pensábamos
que nos podría salir mejor, bajo la influencia de alguien que quiso atraernos a
su idea o lo que él pensaba a su manera que podría ser mejor, y de pronto todo
se nos echó a perder.
¿Circunstancias
adversas? ¿Egolatría que íbamos alimentando con aquello que estábamos
realizando? ¿Influencias externas que nos distrajeron de lo que era la idea
original? ¿Tentaciones de vanidad? ¿Superficialismo que nos separó de lo que haciéndolo
con profundidad nos hubiera llevado a cosas hermosas? Muchas cosas podríamos
pensar, pero al final echamos a la basura algo que podía ser realmente hermoso.
¿No nos
sucederá algo así, no en cosas externas o materiales que podamos hacer, sino
más bien en lo mejor del yo profundo de nuestra vida que malogramos por un
capricho, por una mala influencia? Podríamos pensar en muchas cosas; esa lucha
interior de superación que vamos realizando en nuestra vida con la que vamos
avanzando como personas, vamos dándole una profundidad y madurez a nuestra
vida, pero que en un momento determinado lo echamos todo a perder, cuando
perdemos la tensión del crecimiento, nos dejamos arrastrar por
superficialidades y vanidades, cuando nos entran las modorras y los cansancios
y ya no tenemos ganas de luchar, cuando contemplamos lo que hay a nuestro
alrededor y nos parecen felices los que viven en la superficialidad de la vida
y nos decimos que para qué tanto esfuerzo y tanta lucha.
Como nos dice
hoy Jesús en el evangelio, por un nada, tiramos a los pies de los cerdos la
perla preciosa que con tanto esfuerzo habíamos ido cultivando. Nos quiere
precaver Jesús, que tengamos cuidado, que no nos dejemos engatusar por caminos
que nos pueden parece fáciles, porque no queremos seguir en la misma lucha de superación.
Equivocamos el camino, nos queremos ir por la senda espaciosa y que nos parece
fácil pero que no nos va a llevar a alcanzar esas metas altas que de la otra
manera hubiéramos alcanzado.
No es que
tengamos que resignarnos a hacer esas cosas que nos cuestan esfuerzo, porque
pensamos que no nos queda otro remedio. No es precisamente la resignación un
valor demasiado evangélico, aunque tantas veces nos hayan aconsejado la resignación
cuando nos llegan los momentos de sacrificio. Cuando tenemos una meta grande en
la vida, cuando queremos alcanzar algo que en verdad merece la pena y sabemos
que es lo que nos va a dar la verdadera felicidad, aquellas cosas que tenemos
que hacer y que nos cuestan esfuerzo y sacrificio las realizamos con ganas, con
ilusión, con entusiasmo porque lo que estamos deseando es alcanzar aquella meta.
Y en ese
esfuerzo e incluso sacrificio sabemos ser felices, porque estamos pregustando
la gloria de la victoria final. El deportista que se entrena duramente preparándose
para una competición no lo hace de mala gana sino poniendo toda su ilusión en aquel
esfuerzo de entrenamiento, de superación que está realizando. Somos felices en
el camino de nuestra vida cristiana, no tenemos el esfuerzo, el sacrificio, no
rehuimos el camino estrecho, sabemos a donde vamos, que es lo que queremos
vivir, tenemos ya de antemano el gozo de la presencia del Señor que es nuestro
premio.
Es el camino
que nos conduce a la vida, es lo que da sentido al camino que vamos realizando,
es el gozo que sentimos en el espíritu que nos hace vivir la mejor felicidad.
No tiremos a los cerdos las perlas preciosas que Dios ha puesto en nuestra
vida.
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