Repasemos
la vara que tenemos para medir, revisemos la suciedad de nuestros ojos, que
reconozcamos que muchas veces la maldad la tenemos en nuestro corazón
Génesis 12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5
Con qué facilidad acomodamos las varas
de medir, acrecentándolas o disminuyéndolas según sea lo que presuntuosamente
pensamos de nosotros o el juicio que queremos hacer de los demás. Siempre nos
consideraremos que valemos más o somos más importantes que lo que los demás
puedan ver en nosotros, y siempre usaremos una vara raquítica para valorar, y
este caso siempre por las mínimas, la importancia o el valor que puedan tener
las cosas que hacen los otros. Nos molesta que hablen de nosotros, que valoren
o no lo que hacemos, pero no nos importa ser duros en el juicio en contra
siempre de los que están a nuestro lado, porque no podemos permitir que nos
hagan sombra.
Así es nuestra miseria humana, así es
en muchas ocasiones la mezquindad de nuestro corazón, así es nuestro orgullo y
amor propio con el que nos endiosamos y nos subimos por encima de todos los
pedestales, así son esas malas raíces que parece que todo lo enredan y en todo
queremos hacer sombra, así es la soberbia de la vida que terminará por arrasar
cuanto de bueno pueda surgir en nuestro entorno, así andamos por la vida
revestidos de vanidad para aparentar unos brillos que no tenemos.
Desde que la serpiente maligna inoculó
en nosotros el veneno de la maldad, de la desconfianza, del orgullo no seremos
capaces de ver nuestros errores, pero entramos a saco en el juicio que nos
hacemos de los demás viendo por todos lados defectos e irregularidades.
¿Por qué no seremos capaces de
reconocer lo bueno que tienen o que puedan hacer los demás? ¿Por qué andaremos
por la vida siempre como contrincantes dándonos la batalla, queriendo destruir
todo lo bueno que puedan hacer los demás, queriendo echar nubes de sombras y de
cenizas sobre las obras de los otros para dar por inservible todo lo que puedan
hacer los otros? Es normal que haya disparidad de criterios y de opiniones en todos
los ámbitos y aspectos de la vida, ¿Por qué no podemos ver lo bueno que tiene
todo proyecto aunque no sea el nuestro, para sumar y para aunar esfuerzos,
ofreciendo cada uno lo bueno que tenemos en nuestras ideas o en nuestra manera
de hacer para lograr entre todos algo mejor que a todos a la larga nos
beneficie?
En nuestros egoísmos insolidarios, en
nuestros orgullos y ambiciones de querer quedar siempre por encima del otro,
nos destruimos, no somos capaces de ver las limitaciones y lagunas que puedan
tener nuestros proyectos y nuestras ideas, y siempre estaremos echando la culpa
a los demás del fracaso de la vida misma porque consideramos incapaces a los
otros poder hacer algo bueno.
Y esto lo estamos viendo todos los días
en nosotros mismos con nuestros juicios y nuestra falta de respeto a lo que
hacen los demás, esto lo estamos viendo en el desarrollo de nuestra vida social
en que todo lo convertimos en una lucha parece sin cuartel contra todo lo que
no salga de nuestras ideas, esto lo estamos viendo en la construcción y
desarrollo de nuestra sociedad donde nunca terminamos de colaborar porque nos
parecería que nos quitarían nuestros méritos de ser los únicos y los mejores.
Hoy Jesús nos habla de que cuidemos
nuestros juicios, porque esa medida que usamos contra los demás también la
usarán contra nosotros. Qué bonito sería un mundo sin prejuicios y sin condenas
a los que no piensan como nosotros. Nos dice Jesús que nos miremos a nosotros
mismos, que seamos reconocer la realidad de nuestra vida también tan llena de
limitaciones, tan llena de lagunas. Que no estemos mirando con terror la
pequeña mota que puede haber en el ojo del otro, mientras nuestros ojos están atravesados
por tantas vigas de maldad.
Que seamos capaces de tener limpio el
cristal de nuestros ojos para tener una mirada luminosa para que podamos
disfrutar de la belleza de la vida de los demás; pensemos si cuando estamos
viendo tanta maldad en los otros, acaso sea la suciedad y maldad de nuestro
corazón la que empaña nuestra vida para estar viendo siempre maldad a nuestro
alrededor. ‘Sácate primero la
viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu
hermano’. Qué distinta
sería nuestra mirada.
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