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sábado, 14 de octubre de 2017

Escuchando y plantando la Palabra en nuestro corazón queremos parecernos a María como los buenos hijos se parecen y son el orgullo de su madre

Escuchando y plantando la Palabra en nuestro corazón queremos parecernos a María como los buenos hijos se parecen y son el orgullo de su madre

Joel 4,12-21; Sal 96; Lucas 11,27-28

‘Qué orgullosa tiene que sentirse esa madre…’ habremos escuchado en más de una ocasión o quizá nosotros mismos hemos pensado o dicho como expresión de la admiración que sentimos por alguien a quien vemos entregado, generoso, siendo un modelo de rectitud y de bien hacer, como una persona integra, pero que además es bien humano y como solemos decir tiene un corazón de oro. Aunque la admiración es por una persona así, que quizás nos cautiva por su personalidad y por sus obras, nuestro pensamiento se dirige a la madre a la que de alguna manera queremos dar gracias por darnos un hijo así.
El orgullo de una madre es ver el bien hacer de su hijo y que todo aquello que ella quiso plantar en su corazón en la educación que fue dándole, ahora lo vemos con frutos abundantes. Es un gozo para una madre ver así la rectitud de su hijo y el amor y cariño que va despertando por todas partes. Es un gozo grande lo que siente en su corazón y que no hay manera de disimular cuando sabe lo que dicen de su hijo, cuánto se parece a su madre.
¿Qué sentiría María cuando oía hablar de las obras de Jesús? ¿Cuáles serían sus pensamientos cuando le contaban como la gente le seguía por todas partes y todos se hacían lenguas de admiración por lo que enseñaba y por lo que hacia? No podemos decir que no sintiera ese orgullo de madre, pero al mismo tiempo seguro que tendremos que contemplar la humildad de María que quería pasar desapercibida, quedarse en el anonimato, dejar que su hijo siguiera haciendo su obra siendo ella la primera discípula, la primera que iba plantando en su corazón todo aquello que Jesús enseñaba.
Reconocía María las obras grandes que Dios había realizado en ella y cantaba agradecida desde su corazón a Dios, pero todo era reconocer como se derramaba la misericordia del Señor sobre todos para hacer un mundo nuevo. No podía caber en su corazón el mínimo atisbo de orgullo o de soberbia porque ella sabía muy bien que los poderosos o los que se creyesen grandes iba a ser derribados de sus tronos o de sus pedestales de soberbia y que solo los humildes podían conocer y contemplar a Dios. Era así su corazón, era así como ella iba dejándose transformar por la Palabra de Dios que plantaba en su corazón no para encerrarla en si misma sino para que surgiera nueva vida.
Hoy en el evangelio vemos a una mujer que escuchando a Jesús se acuerda de la madre y para ella quiere tener lo que considera la mejor alabanza. Pero será Jesús el que nos dirá cual es la mejor alabanza para María como la mejor alabanza que nosotros podamos recibir. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en practica’.
Lo hizo María, por eso vemos todo ese ramillete de flores y de frutos que surge de su vida en todas sus virtudes, en todo su amor. Será lo que nosotros tenemos que hacer también, lo que nos merecerá la mejor alabanza del Señor. Si así lo hacemos un día podremos escuchar aquello de ‘venid benditos de mi Padre a heredar el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’.
Es la esperanza en la que queremos vivir. Es la esperanza que nos estimula y nos prepara para el amor y para la entrega en todo momento. Queremos así parecernos a María como los buenos hijos se parecen y son el orgullo de su madre.

viernes, 13 de octubre de 2017

Sepamos descubrir de verdad las obras de Dios en nuestra vida y como también se van manifestando en tantas cosas en nuestro mundo dejándonos inundar por el amor de Dios

Sepamos descubrir de verdad las obras de Dios en nuestra vida y como también se van manifestando en tantas cosas en nuestro mundo dejándonos inundar por el amor de Dios

Joel 1,13-15; 2,1-2; Sal 9; Lucas 11,15-26

La desconfianza es destructiva. Siembra semillas de desconfianza en una relación y aunque esa relación sea fuerte y esté bien fundamentada va corroyendo esos cimientos y si no ponemos remedio puede terminar destruyendo esa relación. Lo experimentamos en nuestras relaciones de amistad que se ponen en peligro cuando van apareciendo esas faltas de confianza.
Muchos en su maldad se convierten en sembradores de desconfianza en medio de la sociedad para sutilmente ir creando animadversión entre los miembros de la comunidad que llevará a un alejamiento progresivo de unos y otros que pueden terminar en enfrentamientos, resentimientos, mirada con malos ojos todo lo que pueda hacer el otro, irá poniendo malicia en nosotros porque por descontado comenzamos a sospechar de la malicia de los demás y hasta el odio al contrario.
Es algo que tenemos que remediar, arrancar de nosotros en cuanto aparezca, porque al fin terminará destruyéndonos a nosotros mismos desde nuestro propio interior. Es una mala semilla contra la que tenemos que inmunizarnos poniendo autentico amor en nuestra vida que nos haga sencillos y humildes y capaces siempre de valorar todo lo que bueno que podamos ver en los demás. Es eso bueno lo que tenemos que amar en el otro y lo que tiene que estimularnos a nuestro propio crecimiento, lo contrario seria anularnos a nosotros mismos.
Eso que nos pasa en el ámbito de nuestras relaciones sociales, de nuestro trato y convivencia con los demás, es algo que tenemos que cuidar mucho en el ámbito de la fe. En fin de cuentas la fe es confianza, es saber confiar y fiarnos, en este caso nos fiamos de Dios aunque no seamos capaces siempre de abarcar todo su misterio, es saber reconocer todo lo bueno que nos viene de Dios, porque Dios es amor y lo que quiere es inundarnos de su amor, porque siempre Dios querrá el bien del hombre, nuestra felicidad.
Con esa confianza escuchamos su Palabra para dejarnos inundar de su Espíritu. Muchas veces no llegamos a comprender todo el misterio que se  nos revela, y también como María nos ponemos a rumiar en nuestro interior, pero hemos de saber dejarnos conducir por el Señor que va poniendo a nuestro lado profetas que con sus palabras o sus gestos nos ayuden a descifrar, por así decirlo, ese misterio de amor que se nos revela. Siempre en esa revelación de Dios se nos está manifestando su amor.
Pero de tener cuidado con quienes pretenden confundirnos. Nos los vamos a encontrar a cada paso. No podemos dejarnos apabullar por sus insinuaciones, por su malicia, por esas desconfianzas que quieren ir sembrando en nosotros.
En la época de Jesús se nos habla de aquellos que querían interpretar las obras de Jesús como obras instigadas por el maligno. Se necesita estar muy atentos para que nosotros no caigamos en las confusiones en que nos quieren hacer tropezar cuando quieren crearnos también desconfianzas en el ámbito de nuestra fe.
Nos hablaran de mitos o de incultura o falta de racionalismo, nos querrán hacer creer que sus verdades o sus palabras son absolutos que nosotros tenemos que aceptar así por que si, querrán materializar nuestra vida alejándonos de una autentica espiritualidad, querrán confundirnos con razonamientos falaces… muchos cosas que pretenden hacernos desconfiar, crear confusión en nuestra vida.
Pero nosotros queremos siempre fiarnos de Dios, confiar en El porque solamente en El podremos alcanzar la plenitud de nuestra vida. Sepamos descubrir de verdad las obras de Dios en nuestra vida y como también se van manifestando en tantas cosas en nuestro mundo. Sintámonos siempre inundados del amor de Dios y nada nos podrá hacer entrar en esa desconfianza y confusión. No dejemos que esas malicias ennegrezcan nuestro corazón y nuestra relación con Dios como tampoco pueden malear nuestras relaciones con los demás. La verdad de Dios es la que  no conduce a la verdadera libertad.

jueves, 12 de octubre de 2017

Hoy queremos mirar a María, nuestra Madre la Virgen del Pilar y de ella queremos aprender a tener una mirada distinta al mundo que nos rodea, una mirada de amor

Hoy queremos mirar a María, nuestra Madre la Virgen del Pilar y de ella queremos aprender a tener una mirada distinta al mundo que nos rodea, una mirada de amor

1Crónicas 15,3-4. 15-16; 16,1-2; Sal 26; Lucas 11,27-28

Una piadosa y secular tradición nos habla de la presencia de María junto al apóstol Santiago en la predicación del evangelio en nuestras tierras hispanas. Es el sentido de la madre que está junto a sus hijos y que con su presencia mística y espiritual acompañaba a los discípulos de Jesús en los caminos de la evangelización del mundo. Como un signo de ello allí quedó el Pilar en las orillas del Ebro en aquella antigua ciudad de Cesaroaugusta que nos recordará para siempre esa presencia de María junto a sus hijos como Madre de la Iglesia y modelo de nuestro camino de fidelidad al evangelio.
Las puertas del templo que guarda ese sagrado signo del Pilar con la imagen de María están abiertas permanentemente para que todos como buenos hijos sepamos acudir a la Madre que es nuestro consuelo y alienta nuestra esperanza en los caminos de la vida y nos estimula al mismo tiempo en esa tarea evangelizadora de nuestro mundo.
Hoy celebramos su fiesta y nos alegramos como los hijos se alegran con la madre y se gozan en su amor; hoy la invocamos para que ella nos ayude a encontrar ese pilar en el que fortalecer nuestra fe, alentar nuestra esperanza y hacer crecer más y más nuestro amor. Hoy queremos sentir de manera especial esa protección de María, como las madres saben hacerlo siempre con sus hijos, para alejar de nosotros todos los peligros que puedan poner en riesgo nuestra vida pero sobre todo nuestra paz interior y la buena convivencia que siempre hemos de vivir con los demás a los que tenemos que sentir siempre como hermanos.
Son tiempos convulsos y de mucha confusión los que vivimos en muchos aspectos de la vida. Me fijaré en algunos aspectos; una cierta inestabilidad social pone en peligro nuestra convivencia en paz y hay el peligro de que surjan nuevos odios o antiguos resentimientos que como heridas quizá mal curadas siguen afectándonos allá en lo más hondo de nuestro corazón; los problemas parece que aumentan en nuestra sociedad cuando no siempre sabemos buscar el entendimiento, no promovemos como tendríamos que hacerlo el encuentro y el diálogo, y se producen rupturas en la sociedad y en las familias que no solo nos alejan los unos de los otros sino que además muchas veces nos lleva a enfrentamientos que no desearíamos. Tratemos de fijarnos en cosas concretas en este sentido que estamos viendo en el día a día de nuestra sociedad que nos lleva a la crispación, al miedo y la desconfianza sobre nuestro futuro, al enfrentamiento y a la falta de paz.
Hoy queremos mirar a María, nuestra Madre la Virgen del Pilar que como un faro de luz está ahí en el centro de nuestra sociedad y de nuestra tierra. De ella queremos aprender a tener una mirada distinta al mundo que nos rodea, para que sepamos como ella tener siempre una mirada de amor. Que aprendiendo de la humildad de María sepamos ir al encuentro de los demás para ser verdaderos constructores de paz, de fraternidad, de armonía y buena convivencia por encima de aquellas cosas que nos puedan diferenciar pero que no nos tienen por qué distanciar.
Que con la ayuda de María, la gracia que ella nos obtenga del Señor sepamos ser constructores de esa nueva sociedad que desde nuestros diferentes valores y carismas vayamos construyendo. Que cada uno con sus propias particularidades, con esos colores distintos con que cada uno miramos la vida, vayamos entretejiendo una sociedad bella en la que todos tengamos nuestro lugar y cada uno aportemos la belleza de nuestra vida y de aquello bueno en lo que creemos. Seguro que lograremos un bello mosaico en el que todos con una convivencia en paz y armonía podamos ser cada día más felices.
Que pongamos a María ahí en el centro de nuestro corazón para que sintamos en verdad el impulso de su amor de madre. Ella nos ayudará a hacer crecer nuestra fe en el Dios que nos ama y nos fortalece; ella nos ayudará a hacer crecer nuestra fe también en el hombre, nuestro hermano, porque nos hará descubrir cuanto de bueno hay en cada persona para que con ello vayamos logrando esa armonía y esa paz para la convivencia de toda nuestra sociedad. Que nos agarremos fuerte de ese Pilar que nos ofrece María que no es otro que apoyarnos fuertemente en el evangelio de Jesús que tenemos que plantar de verdad en nuestra vida.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Jesús nos enseña a orar para que aprendamos a entrar en un dialogo de amor con Dios y sintamos como desde nuestra oración nuestra vida se ve implicada y comprometida


Jesús nos enseña a orar para que aprendamos a entrar en un dialogo de amor con Dios y sintamos como desde nuestra oración nuestra vida se ve implicada y comprometida

 Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4

Solemos decir que hablando se entiende la gente. Muchas veces porque no hablamos, porque no entramos en diálogo con los demás quizá nos creamos prejuicios en nuestra mente, porque realmente no conocemos, no sabemos nada de aquella persona, porque no hemos tenido ese tú a tú en el que nos hemos intercambiado nuestro pensamiento, nuestra manera de ver las cosas, en fin de cuentas, no hemos penetrado en su yo, como tampoco hemos dejado que penetren en nuestro yo.
Cuando hablamos y lo hacemos con sinceridad muchos prejuicios se caen y desaparecen, comenzamos a entender al otro, y en fin de cuentas entramos en una nueva relación que nos puede llevar a la amistad y a un amor sincero. No amamos lo que no conocemos, solemos decir también.
Por eso esa relación y ese intercambio es el mejor comienzo para llegar a una amistad sincera, o al menos darnos cuenta del pensamiento del otro y ver cuanto en común hay entre ambos y cuanto podemos hacer no solo por nuestra vida sino también por ese mundo en el que vivimos. Esa comunicación, ese diálogo de alguna manera nos compromete, nos implica en algo nuevo para nuestra vida.
Me pregunto si no nos sucederá así en nuestra relación con Dios. Están quienes quieren negarlo sin haberse quizá preguntado seriamente sobre el sentido de Dios, sin querer conocerle. Pero están también los que aun diciendo que creen en Dios adolecen de un conocimiento verdadero de Dios, porque les falta una verdadera y autentica relación con El.
Pueden ser incluso personas que se dicen muy religiosas y que rezan o que participan en actos religiosos pero que su relación con Dios no va mucho más allá de ese formulismo de unos rezos, de unas oraciones aprendidas y repetidas, pero sin entrar esa profunda relación. Rezar es orar, es cierto, pero muchas veces nuestros rezos no llegan a ser verdadera oración porque no hay ese encuentro verdadero en el corazón con Dios. Su oración no llega a ser ese dialogo con Dios en ese encuentro de tú a tú en lo intimo del corazón.
Es por eso por lo que tenemos que revisarnos en nuestras prácticas religiosas para hacerlas de forma autentica y la oración sea ese verdadero diálogo con Dios. Entraremos entonces en ese conocimiento de Dios que nace del amor, comprenderemos mejor el misterio de Dios que se hace presente en nuestra vida, llegaremos a hacer que de verdad busquemos la gloria del Señor alabándole desde lo más profundo de nuestro corazón, y sintiendo como Dios nos pone en camino, no hace entrar en un compromiso nuevo por los demás.
La oración entonces no será un puro formulismo que realicemos porque repitamos quizá muy escrupulosamente unas oraciones aprendidas de memoria sino que será ese entrar en profunda comunión con ese Dios que nos ama y que nos enseña a amar. La oración será entonces ese dialogo de amor con Dios con el gozo de sentirnos amados y un amor profundo a Dios que renace en nuestro corazón para buscar su gloria, para descubrir su voluntad, para mantener el deseo de querer vivir siempre en esa unión con Dios y nada nos separe de El.
Nace así una oración comprometida, que se implica en nuestra vida y que nos implica en el bien de los demás. La verdadera oración nos compromete desde lo  más profundo de nosotros mismos. Es lo que Jesús quiere enseñarnos. Los discípulos le piden que les enseñe a orar y Jesús les da el sentido de la oración. Hemos cogido quizá literalmente las palabras de Jesús para aprendérnoslas – y eso está bien – y para repetirlas mecánicamente sin dejar que impliquen nuestra vida. No es lo que Jesús quiso enseñarnos. Nos estaba dando sobre todo un sentido, un modo de entrar en relación con Dios, que tenemos que aprender a vivir desde lo  más profundo del corazón y con toda nuestra vida.

Os confieso con sinceridad que todo esto que estoy compartiendo con vosotros es algo que quiero experimentar en mi mismo y es mi tarea y mi lucha diaria para que sea cada vez más autentica mi oración.

martes, 10 de octubre de 2017

El encuentro con la persona es un entrar en otra esfera o dimensión llegando a captar el misterio de la persona, descubriendo su grandeza que nos enriquece a nosotros también

El encuentro con la persona es un entrar en otra esfera o dimensión llegando a captar el misterio de la persona, descubriendo su grandeza que nos enriquece a nosotros también

Jonás 3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42

‘Ya hablaremos en otro momento, ahora tengo prisa, tengo tantas cosas que hacer…’ Es la conversación escueta y hasta cortante que muchas veces sostenemos cuando nos encontramos a alguien por la calle. Nos sucede en cuanto somos nosotros los que queremos saludar a la otra persona que tiene tanta prisa, o porque nosotros actuamos así también en más de una ocasión.
Las prisas de la vida, los quehaceres que no se pueden dejar para otro momento, un escudarse quizás en responsabilidades que tenemos y que nos ocupan todo el tiempo, pero no tenemos tiempo para algo importante, para el encuentro, para la relación de amistad, para interesarnos por los demás, para mantener vivo el calor del amor y la amistad.
No es que tengamos que desentendernos de las cosas que son nuestra responsabilidad, sino es saber hacer una buena escala de valores donde mantengamos nuestra humanidad por encima de todo, donde cuidemos que no nos convirtamos en unos autómatas que mecánicamente tienen que realizar una seria de actividades y que parece que eso fuera lo único importante.
Tenemos que aprender a valorar la relación, el cultivo de la amistad, el hacer que en verdad seamos humanos los unos con los otros. El mundo y la vida no es una máquina que ponemos a funcionar y que automáticamente van saliendo las cosas. Muchas veces nos faltan esas relaciones humanas, que le darían un calor y un color distinto a la vida.
No juzgamos ni criticamos a quienes cumplen con sus responsabilidades; es importante que seamos responsables, que sintamos toda la hondura de la responsabilidad, porque muchas veces también nos puede faltar. Simplemente hemos de descubrir la humanidad que hemos de darle a la vida cuidando nuestras relaciones, nuestro trato con los demás. Y cuando le damos importancia a las cosas, o mejor, a las personas más que a las cosas, sabremos tener tiempo, sabremos encontrar tiempo, porque además en el fondo estaremos deseando ese encuentro.
El encuentro con la persona supone un entrar en otra esfera o en otro dimensión cuando llegamos a captar el misterio de la persona, porque descubriremos sus valores, su grandeza; y en el encuentro aprendemos, en el encuentro nos enriquecemos, en el encuentro cuando es de verdad de corazón seguro que nos llevaremos mucho más de lo que ofrecemos.
Algo de todo esto podemos descubrir en el evangelio que hoy nos propone la liturgia. Jesús que al llegar a una aldea es recibido en la casa de unas hermanas; por los textos paralelos de los otro evangelistas sabemos que se está refiriendo a Betania, allí en las cercanías de Jerusalén en el camino que sube desde Jericó a la ciudad santa y que hacían los peregrinos que viniendo de Galilea bajaban por el valle del Jordán para subir desde Jericó hasta Jerusalén.
Allí es recibido por Marta y por María, las dos hermanas. Y mientras Marta seguía en las ocupaciones de la casa – había tanto que hacer, porque además habían de presentarle los signos de la hospitalidad en el agua y la comida que se preparaba – María se quedó a los pies de Jesús escuchándole. Para María lo importante era estar con su huésped, escucharle, sentir el gozo de su presencia, ofrecerle la hospitalidad de su corazón.
Ya conocemos por el texto del evangelio las quejas de Marta y la respuesta de Jesús. Jesús tampoco juzga ni condena, pero si nos hacer qué es lo importante cuando María ha escogido estar con Jesús para escucharle.
Esto nos daría pie para muchas consecuencias en las actitudes de nuestra vida. Como hemos venido reflexionando, el tiempo para el encuentro personal, para el diálogo, para la escucha del otro. Y eso tiene que ser pauta en muchas actitudes, posturas y acciones que realizamos en la vida. Queremos desde nuestro amor ir a ayudar al otro y ofrecemos todo tipo de asistencia, pero ¿habremos sido capaces de detenernos a hablar con él, escucharle, interesarnos de verdad por lo que al otro le preocupa? Mucho nos daría que pensar. Una forma nueva de acercarnos al otro quizás podríamos descubrir.

lunes, 9 de octubre de 2017

Aquel samaritano que se arremangó para recoger del suelo al caído, para sanarle y ponerle en camino de una vida mejor nos está enseñando no solo lo que tenemos qué hacer sino qué ser

Aquel samaritano que se arremangó para recoger del suelo al caído, para sanarle y ponerle en camino de una vida mejor nos está enseñando no solo lo que tenemos qué hacer sino qué ser

Jonás 1,1–2,1.11; Sal.: Jon 2,3.4.5.8; Lucas 10,25-37


Es cierto que no todos somos iguales ni actuamos de la misma manera, pero sí descubrimos una tendencia o una tentación en la que fácilmente podemos caer muchos simplemente quizá por una cierta falta de sensibilidad o porque lo que hacemos es hacer lo que todo hacen.
Cuando queremos vamos con los ojos cerrados por la vida; no nos queremos enterar de los problemas que hay porque decimos que ya bastante tenemos con los nuestros, o porque, en una frase muy socorrida, no somos ‘unas hermanitas de la caridad’ que tenemos que ir atendiendo a todo el mundo, ya hacemos nuestras ‘obras de caridad’, y decimos que a quienes saben bien aprovecharlo. Si nos fijamos en actitudes así hay mucho de egoísmo e insolidaridad, demasiado endiosarnos con lo que hacemos, y también, por qué no verlo, mucho de discriminación.
Sin más preámbulos ni cuestiones previas ya estamos entrando en la reflexión que tenemos que hacernos con la parábola que hoy Jesús nos ofrece. Pero, cuidado, que la hemos escuchado tantas veces, que tenemos el peligro de decirnos que ya nos lo sabemos, porque bien nos la sabemos hasta de memoria. Y ésta es también una forma de dar un rodeo como aquellos de los que nos habla la parábola.
Un hombre que ha sido saqueado, robado, maltratado, malherido que allí está al borde del camino. Mucho ya se nos está diciendo con estos signos que nos ofrece la parábola. No es solo aquel a quien haya asaltado por el camino de un lugar oscuro o peligroso quizás.
Es el camino de la vida de cada día, el camino que vamos haciendo toda nuestra sociedad y en el que nosotros nos vemos inmersos. Ese camino de nuestro ancho mundo y podemos pensar en muchos lugares, pero es ese camino que pasa a las puertas de nuestra casa, en nuestro propio barrio, en las calles de nuestra ciudad, en los suburbios que nos rodean.
Y suburbios no son solo esos lugares marginales que nos encontramos en todos los sitios, sino son esas personas a las que marginamos o porque no son de los nuestros, porque han venido de otros lugares, o porque están enganchado en vicios o drogas que les han llevar una vida bien inhumana.
Cuidado que están ahí a la vera del camino y no los vemos, o no queremos verlos, o damos tantos rodeos para no mirarles a la cara, para no querer saber quienes son porque ahora no nos van a perturbar nuestra paz y nuestra tranquilidad.
Claro que tendríamos que preguntarnos también quien son esos saqueadores que van destruyendo vida cada día en nuestro entorno, quienes dejan a tantos malheridos en los caminos de la vida. No solo hemos de preguntarnos si nosotros somos los que pasamos de largo o si nosotros con nuestra desidia, con nuestra manera de vivir, con nuestros orgullos de sentirnos personas de bien de alguna manera estaremos creando ese submundo en nuestro entorno.
En nuestra sociedad decimos que las cosas se van poniendo cada vez más difíciles, nos encontramos con gentes con las que no sabemos que hacer, con aquellos hijos quizá que chicos difíciles y que no sabemos como tratar, con aquella juventud que vemos rebelde e inadaptada o porque simplemente son jóvenes que se reúnen en una esquina de la plaza ya los juzgamos, los condenamos, los aislamos y vemos un germen ahí de no se cuentos males.
Pero ¿qué hacemos? ¿qué motivaciones damos? ¿qué imagen presentamos que sea por así decir apetecible para quienes se encuentran sin rumbo en la vida? ¿No los estaremos condenando a que busquen por caminos turbios y equivocados porque no hemos sabido mostrarles en la sociedad unos valores que les hagan mirar la vida de otra manera?
Quizá lo que les estamos mostrando es una carrera loca donde en nuestro afán por llegar a ciertos poderes sean económicos o sociales andamos a codazos, poniéndonos la zancadilla unos a otros, creando rivalidades, generando violencias. No son esos valores apetecibles y dignos lo que estamos presentando aunque pongamos carita de personas de bien, pero que ocultamos tantas corruptelas detrás de nosotros. Somos los que creamos esos suburbios, somos los que estamos dejando malheridos a tantos en el margen de la vida y de la sociedad.
Hoy Jesús con el ejemplo de aquel samaritano que no se dedicó a hablar y a decir muchas cosas bonitas, sino que se arremangó para recoger del suelo al caído, para curarle y para sanarle, para ponerle en camino de una vida mejor nos está enseñando lo que tenemos no solo qué hacer sino qué ser. Ese prójimo, ese próximo, ese que se acerca y se pone al lado, ese que da señales de verdad de unos valores nuevos que serán los que nuestra sociedad herida un día pueda ser un mundo mejor.

domingo, 8 de octubre de 2017

Que seamos capaces de dar un día los frutos de la viña nueva que se manifiesten en el mundo mejor que vayamos creando entre todos porque todos nos sentimos responsables


Que seamos capaces de dar un día los frutos de la viña nueva que se manifiesten en el mundo mejor que vayamos creando entre todos porque todos nos sentimos responsables

Isaías 5, 1-7; Sal 79; Filipenses 4, 6-9; Mateo 21, 33-43

Se creen los dueños de todo. Así pensamos y así decimos cuando vemos que alguien a quien se le ha confiado alguna responsabilidad en la vida social hace y deshace a su capricho como si aquello fuera su finca particular. Vemos con demasiada frecuencia situaciones así y vamos contemplando cómo casi en cascada se van sucediendo casos y casos de corrupción donde aquello que han de administrar como un bien publico y para bien de todos se convierte en un rió inagotable de ganancias personales sin importarle el que un día han de rendir cuentas de aquella responsabilidad. Casi nos hemos acostumbrado a esas cosas que ya en una pérdida del sentido ético de la vida se van casi como naturales y corrientes.
¿A dónde vamos con una sociedad así y con unos dirigentes corruptos que solo buscan sus ganancias personales y su propio enriquecimiento? ¿Qué sociedad estamos construyendo con esa tan terrible falta de responsabilidad? He querido hacer una primera lectura de la parábola que nos propone el evangelio en este sentido, porque siempre tenemos que hacer que esa Palabra ilumine nuestra vida y los problemas y situaciones que en ella nos encontramos cada día.
Jesús al proponer la parábola hablaba clara y directamente a lo que sucedía en su época y lo que realmente había sido la historia de su pueblo. Ya nos especifica muy concretamente el evangelista que ‘jesus les dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo’. Estaba hablándoles a aquellas personas en concreto que le estaban escuchando; estaba simplemente reflejando lo que había sido la historia del pueblo de Israel.
Ya la imagen de la viña aparecía muy hermosa en el Antiguo Testamento en ese canto de amor a la viña del amigo que nos ofrece el profeta. Calcada en esas palabras del profeta es la parábola que Jesús les ofrece. ‘La viña del Señor es la casa de Israel’, hemos repetido en el salmo haciéndonos eco de las palabras del profeta y dándonos pauta para un entendimiento de la posterior parábola.
Nos habla del amor de Dios por su pueblo – esa viña bien preparada y cuidada – pero cómo ese pueblo a través de la historia a pesar de los avisos de los profetas no escucharon la voz del Señor ni dieron los frutos de santidad que de ellos se esperaba. Bien por aludidos se dieron los que ahora escuchan la parábola de Jesús porque su reacción será la que también se propone en la parábola, querrán quitar de en medio a quien les molesta con la voz de Dios y a quien venia en el nombre del Señor.
Es la lectura que hacemos de la parábola para nuestra vida concreta reconociendo que somos esa viña del Señor y tratando de analizar y ver cuales son los frutos que nosotros damos. Lo miramos en nuestra vida personal concreta recordando la infinita gracia del Señor que se nos ha regalado a lo largo de nuestra vida, y viendo de forma concreta la acogida que hemos hecho de esa gracia, la santidad que debería reflejarse en nosotros pero que sin embargo seguimos envueltos en el pecado. Una llamada del amor del Señor a nuestra conversión personal.
Pero hemos de leerlo también como pueblo de Dios, como Iglesia, como comunidad con todo lo que es la historia de nuestra Iglesia o de esa comunidad cristiana en concreto a la que pertenecemos. Dios sigue suscitando profetas en medio de nosotros en la santidad de vida de tantos que son ejemplo y estimulo para nuestro caminar como pueblo de Dios; profetas en esos grandes hombres de Dios que nos ayudan en nuestro caminar y cuya palabra resuena fuerte en medio de la Iglesia pero que no siempre sabemos escuchar como es debido.
Sin querer ir demasiado lejos en nuestros tiempos grandes han sido la figuras de los Papas que han guiado a la Iglesia, o de tantos obispos y sacerdotes – podemos recordar quizá a muchos cercanos a nosotros - con tantos gestos, con tantos signos, con tan clara y valiente palabra que ha resonado en medio de la Iglesia y en medio del mundo. Pero bien sabemos que no siempre han sido escuchados, que muchas veces de forma soterrada o también con ciertos clamores en muchas ocasiones han sido rechazados por tantos que se encierran en sus inmovilismos o en sus conveniencias personales. También en la Iglesia suceden cosas así, no nos escandalicemos que todos lo sabemos.
Y claro podemos pensar y reflexionar – y que esto sirva también de denuncia de los males de nuestra sociedad – en lo que dio principio a esta reflexión con tantas cosas que vemos en nuestro entorno o en nuestra sociedad y que de ello saquemos buenas conclusiones.
Pero Dios sigue cantando ese canto de amor su viña, como recordábamos con el profeta porque Dios sigue amando al hombre y sigue confiando y esperando que en verdad cuidemos esa viña que es nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra iglesia también. Que seamos capaces de dar un día los frutos que se manifiesten en ese mundo mejor que vayamos creando entre todos porque todos sintamos esa responsabilidad.
Que todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta’, como  nos decía san Pablo en su carta. Que brillen con fuerza todas esas características del Reino de Dios en ese mundo nuevo, en esa tierra y en ese cielo nuevo que entre todos tenemos que construir.