Aquel samaritano que se arremangó para recoger del suelo al caído, para sanarle y ponerle en camino de una vida mejor nos está enseñando no solo lo que tenemos qué hacer sino qué ser
Jonás 1,1–2,1.11; Sal.: Jon 2,3.4.5.8; Lucas 10,25-37
Es cierto que no todos somos iguales ni actuamos de la misma manera,
pero sí descubrimos una tendencia o una tentación en la que fácilmente podemos
caer muchos simplemente quizá por una cierta falta de sensibilidad o porque lo
que hacemos es hacer lo que todo hacen.
Cuando queremos vamos con los ojos cerrados por la vida; no nos
queremos enterar de los problemas que hay porque decimos que ya bastante
tenemos con los nuestros, o porque, en una frase muy socorrida, no somos ‘unas
hermanitas de la caridad’ que tenemos que ir atendiendo a todo el mundo, ya
hacemos nuestras ‘obras de caridad’, y decimos que a quienes saben bien
aprovecharlo. Si nos fijamos en actitudes así hay mucho de egoísmo e
insolidaridad, demasiado endiosarnos con lo que hacemos, y también, por qué no
verlo, mucho de discriminación.
Sin más preámbulos ni cuestiones previas ya estamos entrando en la reflexión
que tenemos que hacernos con la parábola que hoy Jesús nos ofrece. Pero,
cuidado, que la hemos escuchado tantas veces, que tenemos el peligro de
decirnos que ya nos lo sabemos, porque bien nos la sabemos hasta de memoria. Y
ésta es también una forma de dar un rodeo como aquellos de los que nos habla la
parábola.
Un hombre que ha sido saqueado, robado, maltratado, malherido que allí
está al borde del camino. Mucho ya se nos está diciendo con estos signos que
nos ofrece la parábola. No es solo aquel a quien haya asaltado por el camino de
un lugar oscuro o peligroso quizás.
Es el camino de la vida de cada día, el camino que vamos haciendo toda
nuestra sociedad y en el que nosotros nos vemos inmersos. Ese camino de nuestro
ancho mundo y podemos pensar en muchos lugares, pero es ese camino que pasa a
las puertas de nuestra casa, en nuestro propio barrio, en las calles de nuestra
ciudad, en los suburbios que nos rodean.
Y suburbios no son solo esos lugares marginales que nos encontramos en
todos los sitios, sino son esas personas a las que marginamos o porque no son
de los nuestros, porque han venido de otros lugares, o porque están enganchado
en vicios o drogas que les han llevar una vida bien inhumana.
Cuidado que están ahí a la vera del camino y no los vemos, o no
queremos verlos, o damos tantos rodeos para no mirarles a la cara, para no
querer saber quienes son porque ahora no nos van a perturbar nuestra paz y
nuestra tranquilidad.
Claro que tendríamos que preguntarnos también quien son esos
saqueadores que van destruyendo vida cada día en nuestro entorno, quienes dejan
a tantos malheridos en los caminos de la vida. No solo hemos de preguntarnos si
nosotros somos los que pasamos de largo o si nosotros con nuestra desidia, con
nuestra manera de vivir, con nuestros orgullos de sentirnos personas de bien de
alguna manera estaremos creando ese submundo en nuestro entorno.
En nuestra sociedad decimos que las cosas se van poniendo cada vez más
difíciles, nos encontramos con gentes con las que no sabemos que hacer, con
aquellos hijos quizá que chicos difíciles y que no sabemos como tratar, con
aquella juventud que vemos rebelde e inadaptada o porque simplemente son jóvenes
que se reúnen en una esquina de la plaza ya los juzgamos, los condenamos, los
aislamos y vemos un germen ahí de no se cuentos males.
Pero ¿qué hacemos? ¿qué motivaciones damos? ¿qué imagen presentamos
que sea por así decir apetecible para quienes se encuentran sin rumbo en la
vida? ¿No los estaremos condenando a que busquen por caminos turbios y
equivocados porque no hemos sabido mostrarles en la sociedad unos valores que
les hagan mirar la vida de otra manera?
Quizá lo que les estamos mostrando es una carrera loca donde en
nuestro afán por llegar a ciertos poderes sean económicos o sociales andamos a
codazos, poniéndonos la zancadilla unos a otros, creando rivalidades, generando
violencias. No son esos valores apetecibles y dignos lo que estamos presentando
aunque pongamos carita de personas de bien, pero que ocultamos tantas
corruptelas detrás de nosotros. Somos los que creamos esos suburbios, somos los
que estamos dejando malheridos a tantos en el margen de la vida y de la
sociedad.
Hoy Jesús con el ejemplo de aquel samaritano que no se dedicó a hablar
y a decir muchas cosas bonitas, sino que se arremangó para recoger del suelo al
caído, para curarle y para sanarle, para ponerle en camino de una vida mejor
nos está enseñando lo que tenemos no solo qué hacer sino qué ser. Ese prójimo,
ese próximo, ese que se acerca y se pone al lado, ese que da señales de verdad
de unos valores nuevos que serán los que nuestra sociedad herida un día pueda
ser un mundo mejor.
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