Que seamos capaces de dar un día los frutos de la viña nueva que se manifiesten en el mundo mejor que vayamos creando entre todos porque todos nos sentimos responsables
Isaías 5, 1-7; Sal 79; Filipenses 4, 6-9; Mateo 21, 33-43
Se creen los dueños de todo. Así pensamos y así decimos cuando vemos
que alguien a quien se le ha confiado alguna responsabilidad en la vida social
hace y deshace a su capricho como si aquello fuera su finca particular. Vemos
con demasiada frecuencia situaciones así y vamos contemplando cómo casi en
cascada se van sucediendo casos y casos de corrupción donde aquello que han de
administrar como un bien publico y para bien de todos se convierte en un rió
inagotable de ganancias personales sin importarle el que un día han de rendir
cuentas de aquella responsabilidad. Casi nos hemos acostumbrado a esas cosas
que ya en una pérdida del sentido ético de la vida se van casi como naturales y
corrientes.
¿A dónde vamos con una sociedad así y con unos dirigentes corruptos
que solo buscan sus ganancias personales y su propio enriquecimiento? ¿Qué
sociedad estamos construyendo con esa tan terrible falta de responsabilidad? He
querido hacer una primera lectura de la parábola que nos propone el evangelio
en este sentido, porque siempre tenemos que hacer que esa Palabra ilumine
nuestra vida y los problemas y situaciones que en ella nos encontramos cada
día.
Jesús al proponer la parábola hablaba clara y directamente a lo que sucedía
en su época y lo que realmente había sido la historia de su pueblo. Ya nos
especifica muy concretamente el evangelista que ‘jesus les dijo a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo’. Estaba hablándoles a aquellas
personas en concreto que le estaban escuchando; estaba simplemente reflejando
lo que había sido la historia del pueblo de Israel.
Ya la imagen de la viña aparecía muy hermosa en el Antiguo Testamento
en ese canto de amor a la viña del amigo que nos ofrece el profeta. Calcada en
esas palabras del profeta es la parábola que Jesús les ofrece. ‘La viña del
Señor es la casa de Israel’, hemos repetido en el salmo haciéndonos eco de
las palabras del profeta y dándonos pauta para un entendimiento de la posterior
parábola.
Nos habla del amor de Dios por su pueblo – esa viña bien preparada y
cuidada – pero cómo ese pueblo a través de la historia a pesar de los avisos de
los profetas no escucharon la voz del Señor ni dieron los frutos de santidad
que de ellos se esperaba. Bien por aludidos se dieron los que ahora escuchan la
parábola de Jesús porque su reacción será la que también se propone en la
parábola, querrán quitar de en medio a quien les molesta con la voz de Dios y a
quien venia en el nombre del Señor.
Es la lectura que hacemos de la parábola para nuestra vida concreta
reconociendo que somos esa viña del Señor y tratando de analizar y ver cuales
son los frutos que nosotros damos. Lo miramos en nuestra vida personal concreta
recordando la infinita gracia del Señor que se nos ha regalado a lo largo de
nuestra vida, y viendo de forma concreta la acogida que hemos hecho de esa
gracia, la santidad que debería reflejarse en nosotros pero que sin embargo
seguimos envueltos en el pecado. Una llamada del amor del Señor a nuestra
conversión personal.
Pero hemos de leerlo también como pueblo de Dios, como Iglesia, como
comunidad con todo lo que es la historia de nuestra Iglesia o de esa comunidad
cristiana en concreto a la que pertenecemos. Dios sigue suscitando profetas en
medio de nosotros en la santidad de vida de tantos que son ejemplo y estimulo
para nuestro caminar como pueblo de Dios; profetas en esos grandes hombres de
Dios que nos ayudan en nuestro caminar y cuya palabra resuena fuerte en medio
de la Iglesia pero que no siempre sabemos escuchar como es debido.
Sin querer ir demasiado lejos en nuestros tiempos grandes han sido la
figuras de los Papas que han guiado a la Iglesia, o de tantos obispos y
sacerdotes – podemos recordar quizá a muchos cercanos a nosotros - con tantos
gestos, con tantos signos, con tan clara y valiente palabra que ha resonado en
medio de la Iglesia y en medio del mundo. Pero bien sabemos que no siempre han
sido escuchados, que muchas veces de forma soterrada o también con ciertos
clamores en muchas ocasiones han sido rechazados por tantos que se encierran en
sus inmovilismos o en sus conveniencias personales. También en la Iglesia
suceden cosas así, no nos escandalicemos que todos lo sabemos.
Y claro podemos pensar y reflexionar – y que esto sirva también de
denuncia de los males de nuestra sociedad – en lo que dio principio a esta reflexión
con tantas cosas que vemos en nuestro entorno o en nuestra sociedad y que de
ello saquemos buenas conclusiones.
Pero Dios sigue cantando ese canto de amor su viña, como recordábamos
con el profeta porque Dios sigue amando al hombre y sigue confiando y esperando
que en verdad cuidemos esa viña que es nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra
iglesia también. Que seamos capaces de dar un día los frutos que se manifiesten
en ese mundo mejor que vayamos creando entre todos porque todos sintamos esa
responsabilidad.
Que ‘todo lo que es
verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o
mérito, tenedlo en cuenta’,
como nos decía san Pablo en su carta.
Que brillen con fuerza todas esas características del Reino de Dios en ese
mundo nuevo, en esa tierra y en ese cielo nuevo que entre todos tenemos que
construir.
Buenas noches...
ResponderEliminarHe leído juiciosamente el comentario crítico, reflexivo y serio del Evangelio y lecturas d día de hoy. Considero, humildemente, que usted acierta al declarar, poniendo en contexto el texto, que Jesús habla en un mundo donde los poderes desvían la vista de los hombres, de los seres humanos, de Dios y entonces se desvirtúan sus miradas del verdadero sentido del Reino de los cielos. Sin embargo, humilde considero que sus palabras se muestran emocionalmente resentidas contra los políticos, y contra los que usan el poder, adoptando una postura absolutista y que genera resentimiento. Como salvedad, estoy de acuerdo con su "denuncia profética" en contra de los que actúan mal. Pero, creo que su interpretación del Evangelio me hace pensar en que deberíamos odiar a los poderosos, no creer en ninguno de nuestros líderes y entonces no pensar en la posibilidad de un amor socia llamemóslo, democrático, justo, humano y amoroso; pues por lo que leo de su comentario del Evangelio, hay que desconfiar de los poderosos en general.
De todos modos mil gracias por sus palabras y las mías las escribo con mucho respeto. Le seguiré leyendo y esperaré sus comentarios de otros textos de la Litúrgia de la Palabra de Dios.
Gentilmente,
Fabio Garcés
Bogotá DC