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sábado, 7 de julio de 2018

Tenemos que expresar con el resplandor de nuestra vida la alegría de nuestra fe porque vivir el Reino de Dios es como participar en un banquete de bodas donde no hay tristeza


Tenemos que expresar con el resplandor de nuestra vida la alegría de nuestra fe porque vivir el Reino de Dios es como participar en un banquete de bodas donde no hay tristeza

Amós 9,11-15; Sal 84; Mateo 9,14-17

Tomarse en serio las cosas de la vida, las responsabilidades que asumimos, o el planteamiento de un plan de vida que nos mejore a nosotros y mejore nuestro mundo no significa que tengamos que ir por la vida con el ceño fruncido, con cara que algunas veces parece de amargura como si lleváramos siempre un dolor atravesado en la espalda.
Nos encontramos demasiadas caras serias que marcan distancias en las personas con las que nos cruzamos; faltan sonrisas en la vida que nos haría más agradable el deambular por la existencia porque una cara sonriente nos facilita la cercanía y la comunicación. Nos falta muchas veces una cierta espontaneidad y que se nos manifieste el gozo que sentimos por aquello que hacemos o que vivimos. La forma en que vamos muchas veces nos hace parecer que no sentimos satisfacción en el trabajo que realizamos.
Y esto que me digo en todas las facetas de la vida, de nuestras relaciones y nuestra convivencia nos lo encontramos demasiado también entre los cristianos. No terminamos de vivir la alegría de nuestra fe. Nos fijamos en ocasiones en muchas personas que son muy piadosas, que las vemos continuamente en la iglesia, no se pierden ningún acto religioso o piadoso que se realice en nuestros templos, que van de novena en novena y de promesa en promesa, pero si nos fijamos en sus rostros parecen siempre madres de los afligidos. Puedo parecer exagerado pero con demasiada frecuencia nos encontramos con esas personas que porque quieren ser buenas y religiosamente muy cumplidoras sin embargo parece que siempre están con las lagrimas asomando a sus ojos.
Creo, repito, que tenemos que vivir con más intensidad la alegría de nuestra fe y expresarlo y manifestarlo en nuestros rostros, en nuestros gestos en las posturas que vamos tomando en la vida. Creo que quien pone toda su fe en Jesús y quiere vivir siempre los valores del evangelio ha de saber sobreponerse por encima de dificultades o los problemas que nos van apareciendo en la vida para no perder nunca la paz y la serenidad. Sabemos de quien nos fiamos, sabemos con quien caminamos, sabemos quien esta no solo a nuestro lado sino en nuestro mismo interior. Es el espíritu de la paz y de la alegría que nos llena de esperanza y que en El sentimos la fuerza para enfrentarnos con energía y con confianza a las negruras que nos puedan aparecer en la vida.
No olvidemos que una de las imágenes mas repetidas para expresarnos lo que es el Reino de Dios es un banquete de bodas. Y ahí no puede haber ni llanto ni dolor, sino todo tiene que ser alegría y paz, porque se manifiesta la ternura y el amor, que nos lleva a sentirnos cercanos y gozosos de los hermanos que caminan a nuestro lado. Es un testimonio que tenemos que dar. Esa paz y esa alegría del espíritu que se manifiesta en la claridad y resplandor de nuestros rostros son los mejores signos para atraer a todos a los caminos del evangelio.
En el evangelio hoy vemos que le preguntan a Jesús por que sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de los fariseos o los discípulos de Juan. Y ya vemos la respuesta de Jesús. No pueden ayunar los amigos del novio cuando están participando del banquete de su boda. Decir ayuno entonces entrañaba luto y tristeza. Es lo que ya no quiere Jesús. El está con nosotros.
Son muchas las cosas y los estilos que tienen que cambiar en nuestra vida cuando nos vamos tomando en serio el evangelio. Por eso nos habla hoy en el evangelio que no es cuestión de remiendos, sino de vestidos nuevos para hombres nuevos, de odres nuevos para vino nuevo. Dejémonos renovar por el Espíritu. Que se manifieste claramente la alegría de nuestra fe.

viernes, 6 de julio de 2018

Jesús nos enseña a sentar a nuestra mesa, la mesa de nuestra vida, a algunos más que nuestros amigos o las personas cercanas a nosotros


Jesús nos enseña a sentar a nuestra mesa, la mesa de nuestra vida, a algunos más que nuestros amigos o las personas cercanas a nosotros

Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo 9,9-13

¿A quien sentamos a nuestra mesa? Lo normal es que sea alguien con quien sintonizamos, nuestra familia, nuestros amigos, las personas más cercanas a nosotros. Así lo vamos haciendo en la vida desde siempre con toda naturalidad y nadie nos puede decir nada porque escojamos a aquellas personas con las que compartimos mesa. Hacemos fiesta en casa porque celebramos algún acontecimiento personal o familiar, y allí estamos rodeados de nuestra familia, de nuestros amigos; un día nos encontramos con un amigo al que hace tiempo que no veíamos, un antiguo compañero de estudios, alguien que vivió a nuestro lado pero que las circunstancias de la vida quizás haya llevado lejos y entre las muestras de afecto que manifestamos nos decimos que vamos a tomar algo juntos. Invitamos a nuestros amigos y ellos nos invitan a nosotros y así entramos en un círculo del que parece difícil salir.
Pero ¿nos atreveríamos a romper ese círculo? Compartir una mesa es algo más que tomar un necesario alimento que nutra nuestro cuerpo. Sentarnos juntos alrededor de una mesa y compartiendo una comida es también dejar que se nutra nuestro espíritu; compartimos amistad y afectos, compartimos ilusiones y esperanzas, pero compartimos también nuestras preocupaciones, nuestros problemas, nuestras angustias. Es compartir una vida.
Pero ¿no habrá alguien cerca de nosotros que esté hambriento de tener con quien compartir? Vamos por la vida encerrados en nosotros mismos o solamente en los nuestros, esos que por afecto tenemos más cercanos, que se desenfoca nuestra visión para no ser capaz de ver quienes están cerca de nuestro camino y con quien también podríamos compartir. Nuestra insensibilidad parte algunas veces de ese ensimismamiento en que vamos por la vida quizá pensando solo en nuestras cosas, pero también hemos de reconocer que muchas veces hacemos consciente o inconscientemente discriminaciones con los que nos rodean.
Hay quien no nos cae bien y ya para siempre lo apartamos; alguien un día nos molestó por algo, y ya para nosotros como si no existiera; personas que por su aspecto o apariencia, porque son distintos o porque son quizá de otro lugar o color de piel, y con ellos no nos queremos mezclar. Y vamos haciendo prevenciones en nuestro interior con quien queremos andar y a quienes queremos dejar a un lado en la vida. Nos llenamos de prejuicios, aceptamos cualquier cosa que nos digan en contra de los demás y así vamos andando por la vida.
Pero ¿nos hemos parado a hablar alguna vez con esas personas? ¿Sabemos realmente lo que piensan o como son? ¿Qué conocemos de sus aspiraciones o de sus inquietudes? No los conocemos y los juzgamos y quizás tengan más nobleza en su corazón que nosotros. Decíamos antes que tenemos que romper el círculo que nos encierra para saber abrirnos a los demás y poder llegar a compartir con más gente no solo nuestra mesa sino nuestra amistad.
Alguien podría decirme quizá que a qué viene esta reflexión que no parece que tenga que ver con el evangelio que hoy se nos propone. Es cierto que habla de la vocación de Mateo, un publicano. Pero ya hemos visto que por allí había quien se preguntaba cómo era posible que Jesús metiera en el círculo de sus amigos a un publicano y se sentara a la mesa a comer con ellos. Es de lo que venimos hablando. Jesús rompe el círculo, y lleva consigo a un publicano, que tan despreciado era por la gente de su tiempo. Y aquel publicano de entonces es el que nos ha trasmitido el evangelio de Jesús, ‘el evangelio según san Mateo’.
Jesús viene a buscar a todos y a contar con todos. Jesús busca el corazón de las personas para que se dejen transformar por el amor. Es el medico que viene a curar a los enfermos, que viene a curar nuestros corazones. Y Jesús quiere contar también con nosotros, que también somos pecadores, enseñándonos como nosotros debemos saber contar con todos y ser capaces de sentar a nuestra mesa, a la mesa de nuestra vida, a muchos más que nuestros amigos o personas cercanas a nosotros.

jueves, 5 de julio de 2018

Necesitamos escuchar la palabra amiga de Jesús que nos tiende su mano y nos dice ¡Ponte en pie…! llevándonos a vivir con toda plenitud



Necesitamos escuchar la palabra amiga de Jesús que nos tiende su mano y nos dice ¡Ponte en pie…! llevándonos a vivir con toda plenitud

Amós 7,10-17; Sal. 18; Mateo 9, 1-8

Nos gustaría vivir la vida de manera alegre, con nuestras responsabilidades y trabajos sí, pero sin que hubiera sobresaltos o nos sobreviniesen problemas, dificultades o limitaciones que nos pusieran a prueba. Pero bien sabemos que en la vida vamos teniendo de todo; de alguna manera de nosotros depende cómo nos enfrentemos a esas situaciones para no perder el ánimo ni la paz, pero sabemos que no siempre lo conseguimos.
Nos aparecen problemas y contratiempos, llega una enfermedad que nos pone a prueba y muchas veces las limitaciones, incluso físicas, que nos pueden aparecer parece que nos superan y merman fuertemente nuestras capacidades, o el alcanzar quizá aquellas metas que nos habíamos propuesto. Como decíamos, de nosotros depende de cómo nos enfrentemos a ello, pero muchas veces parece que caemos un pozo, nos hundimos, nos deprimimos, no queremos sino quedarnos postrados lamiéndonos en nuestros lamentos.
Necesitamos una mano amiga que nos levante, saber descubrir que aun hay posibilidades en nuestra vida, que no tenemos por qué perder la paz. Puede aparecer el amigo o la persona buena que sepa estar a nuestro lado y nos dé ánimo. Muchas veces lo necesitamos porque por nosotros mismos no sabemos salir de ese pozo en que hemos caído. Hemos también de saber tener la humildad de reconocerlo y de pedir ayuda. Habrá una fuerza interior que nos impulse; podemos sentir la fuerza sobrenatural de la gracia que llega a nosotros por diferentes medios que nos levante. Hemos de saber abrirnos, aunque nos cueste, a algo que nos trasciende, que nos lleva más allá y nos levanta, porque no podemos quedarnos postrados en esa camilla de nuestros males o nuestras limitaciones.
Hoy el evangelio nos habla de un hombre postrado en su camilla. Las limitaciones físicas de su parálisis - ¿solo las limitaciones físicas? – le tenían allí postrado. Pero hay alguien que le ayuda, unos amigos, unos familiares, unas personas compasivas lo llevan hasta Jesús. El hombre anímicamente está dando pasos porque se deja conducir en busca de salud. Lo sorprendente es que Jesús la primera palabra que tiene para aquel hombre es ofrecerle el perdón. Ya sabemos todo lo surgió a su alrededor en los que decían que Jesús blasfemaba atribuyéndose un poder que no tenia. Pero, ¿cuál sería la reacción del paralítico? Había venido a que lo curaran. Allí seguía postrado.
Aparte de lo que Jesús quiere hacerles comprender a aquellas gentes de que tenia el poder del perdón de los pecados, dirigiéndose directamente al hombre de la camilla le dice: ‘Ponte en pie, levántate, coge tu camilla, vuelve a tu casa’.
‘Ponte en pie…’ no te quedes postrado. Aléjate ya para siempre de las sombras, las oscuridades hay que hacerlas desaparecer de la vida. Lo que pesaba en el corazón de aquel hombre Jesús ha querido curárselo, quiere que tenga paz en su corazón, que se sienta hombre nuevo y renovado. No es solo el movimiento de sus piernas lo que aquel hombre necesita. Eso lo puede hacer. Pero tiene que dejarse liberar de sus postraciones, de sus oscuridades y temores, de sus agobios y desesperanzas. Ha de saber poner luz en su vida. Y Jesús le cura, Jesús le trae la paz, Jesús lo levanta de su postración, Jesús le invita a que vuelva con los suyos con sus luchas y con sus alegrías, Jesús le invita a seguir viviendo la vida con intensidad, que ponga verdadera alegría en su vida.
¿Será lo que nosotros también necesitamos?

miércoles, 4 de julio de 2018

No cerremos los ojos al testimonio de lo bueno que podamos encontrar a nuestro lado, ni nos hagamos oídos sordos a la llamada al bien y la rectitud



No cerremos los ojos al testimonio de lo bueno que podamos encontrar a nuestro lado, ni nos hagamos oídos sordos a la llamada al bien y la rectitud

Amós 5,14-15.21-24; Sal. 49; Mateo 8,28-34

Hay ocasiones en que parece que nos sentimos incómodos ante la presencia de otra persona; y no es por lo que de entrada podríamos estar pensando sino todo lo contrario. No son personas desagradables, no son personas que nos puedan dar mal ejemplo por su vida inmoral, no son esas personas quisquillosas que siempre nos están hurgando para pincharnos o para molestarnos.
Es precisamente la rectitud de sus vidas, su ejemplaridad lo que nos puede resultar incómodo porque su sola presencia o el recuerdo de su rectitud son para nosotros como un espejo en que nos vemos, pero vemos quizá muy claramente los claroscuros de nuestra vida, más bien las cosas oscuras que puede haber en nosotros. Sin reprocharnos con sus palabras, su vida es un reproche para nosotros porque nos hace pensar quizá en nuestro mal camino.
Y ya sabemos que en momentos así podemos tener la buena reacción de hacernos pensar en nosotros mismos dándonos cuenta de lo que tendríamos que superar y mejorar en nosotros siendo para nosotros un estimulo de superación, pero también podríamos tener una actitud negativa de rechazo o incluso, y ahí estaría más clara nuestra maldad, de arrojar sombras sobre ellos con criticas y murmuraciones para desprestigiar.
No será algo que hacemos habitualmente o nos sucede pero testigos sin embargo sí somos de posturas así en mucha gente. Tengo ganas de encontrarme con alguien en la vida publica que sea capaz de valorar los aciertos y las cosas buenas que hacen sus oponentes ideológicos; ya sabemos demasiado como se camina por esos caminos.
Cuando escuchamos el evangelio de hoy nos puede producir extrañeza lo que sucede en aquella región de los gerasenos a donde había acudido Jesús. Pero ¿no será algo semejante a lo que hacemos tantas veces, como veníamos reflexionando?
Era una región mayoritariamente pagana. Si hubieran sido judíos no se hubieran dedicado al cuidado de los cerdos, porque es un animal impuro para el judío que ni siquiera podían tocar. Cuando Jesús desembarca allá se encuentra con un hombre poseído por un espíritu que en cierto modo le reconoce, pero le rechaza. ¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ es el grito de rechazo con que le recibe.
Jesús que viene a liberarnos del mal, libera a aquel hombre de aquella posesión diabólica, y luego ya lo veremos en calma y sin aquellos ataques de locura que solía andar por aquellos parajes. Pero las gentes del pueblo al enterarse de lo sucedido y como la piara de cerdos acantilado abajo a caído al lago ahogándose, ahora le piden a Jesús que se vaya de allí. Podríamos pensar, si ha liberado a aquel hombre del mal que con sus locuras atormentaba a todos los vecinos, ¿cómo es que no quieren a Jesús, rechazan a Jesús?
Es el rechazo del bien, de lo bueno y de lo justo cuando quizá en la vida privan nuestros intereses egoístas y ambiciosos. No queremos ver, ni queremos que nos hagan ver. No queremos que nos digan ni nosotros escuchar, ni ver tampoco delante de los ojos el testimonio de la bueno que nosotros tendríamos que realizar. Cuántas veces cerramos los ojos; cuantas veces no queremos encontrarnos con aquel amigo, con aquella persona que nos puede decir algo que nos haga pensar. Cuantos rodeos damos en la vida para persistir en nuestros vicios o malas costumbres. De cuántas maneras queremos acallar nuestra conciencia. Da qué pensar.

martes, 3 de julio de 2018

Caminamos guiados por la fe sabiendo cual es nuestra meta y que Jesús mismo es nuestro camino



Caminamos guiados por la fe sabiendo cual es nuestra meta y que Jesús mismo es nuestro camino

Efesios 2,19-22; Sal. 116; Jn 20, 24-29

Vamos a caminar, nos invita un amigo; y lo primero que decimos es ¿a dónde vamos? Queremos saber a donde vamos, queremos saber la meta, así nos haremos una idea del camino o nos trazaremos una ruta; pero también nos confiamos de aquel que  nos invita y nos dejamos conducir por la confianza, aunque dentro de nosotros tengamos la incertidumbre, la duda, el interrogante.
El camino nos abre a otros horizontes, a conocer algo nuevo o a disfrutar de nuevo con mayor hondura de lo ya conocido; pero el camino en ocasiones se nos puede hacer costoso, no faltan dificultades, habrá momentos oscuros que parece que no sabemos si vamos errados o a donde realmente nos lleva aquel camino; pero si nos dejamos orientar, nos dejamos conducir, nos abrimos a esas nuevas posibilidades seguramente al final diremos que ha merecido la pena.
Muchas mas cosas podríamos reflexionar sobre lo que puede significar ponerse en camino porque ya no se trata solamente de que queramos a un lugar geográfico sino que con ello estamos queriendo expresar también lo que es la vida misma, un camino. Buscamos metas, queremos tener ideales, queremos tener un sentido, nos interrogamos sobre el sentido de la vida, nos vemos confundidos en ocasiones porque parece que perdemos el rumbo, nos hace entrar en soledad y en silencio porque el camino nos ayuda a pensar, a reflexionar, a revisar, a buscar.
Malo sería que perdiéramos el rumbo, pero peor es no tener una meta, horrible encontrarnos sin sentido de lo que hacemos o por que vivimos. Angustias en nuestro interior, momentos de serenidad y sosiego, satisfacciones honda cuando vamos consiguiente metas. Es todo lo que nos va apareciendo en la vida de cada día.
La liturgia hoy nos invita a celebrar a un apóstol que por los pocos retazos que nos da el evangelio estuvo en ese camino de búsqueda y que le costó encontrar lo que de verdad llenaría su corazón porque hasta el final seguía habiendo dudas en su corazón. Muchas veces lo maltratamos – es una forma de hablar – porque pensamos en Tomás el de las dudas, al que le costó creer, pero creo que es algo positivo en su vida.
Hay un momento en la cena pascual que exclama en medio de todo lo que Jesús les está diciendo. ‘No sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ Se encontraba confundido. Había seguido a Jesús, no sabemos cómo fueron sus comienzos pero en algún momento sintió la llamada del Señor, pero ahora en las vísperas de la pasión con todo aquello que Jesús está anunciando se encuentra confundido, desorientado. ‘Tanto tiempo con nosotros ¿y aun no me conoces?’, le dirá Jesús. ‘Quien me ve a mi ha visto al Padre’, dirá Jesús ante otra pregunta de otro de los discípulos, para terminar afirmando rotundamente ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’.
Pero Tomás seguirá confundido y haciéndose preguntas porque no termina de creer todo lo que le dicen. ‘Hemos visto al Señor’, le dirán los otros apóstoles a su vuelta al cenáculo porque cuando la primera aparición de Jesús él no está allí. ‘Si no veo… las llagas de su mano, la llaga del costado… si no meto mis dedos, si no meto mi mano’. Aun no cree, tiene que palpar por si mismo, como tantas veces a nosotros nos sucede. Como nos pasa en el camino que queremos verlo claro, que queremos saber por donde pisamos, como decíamos antes.
Pero ya sabemos el camino. O deberíamos saberlo. Es Jesús, no hay otro camino. Es quien nos conduce a la plenitud, es quien nos lleva hasta el Padre. Con Jesús todo está claro, todo es luz, todo es vida, aunque puedan aparecer sombrar, aunque pueda haber momentos que nos parezcan de muerte, aunque se nos haga difícil el camino. Pero tenemos que saber aprovechar todo lo que sea el poder estar con El. Que no sintamos el reproche ‘tanto tiempo con nosotros y aun no me conocéis’.
Que importante que estemos con Jesús y nos sintamos inundamos por su presencia; estar con Jesús y empaparnos de su verdad y de su sabiduría; estar con Jesús y sentirnos iluminados; estar con Jesús y llenarnos de su vida. Así podemos hacer el camino, sabemos a donde vamos, conocemos el camino, nos sentimos fuertes aun en los momentos de mayor dificultad y debilidad.
‘Dichosos los que crean sin haber visto’, dirá Jesús al final cuando de nuevo se manifiesta y le ofrece sus llagas a Tomas para que meta su dedo y su mano. ‘¡Señor mío y Dios mío!’, exclamará Tomas, tenemos que exclamar nosotros haciendo la más hermosa profesión de fe.


lunes, 2 de julio de 2018

Hay impulsos que nos hacen tomar decisiones importantes y hacen florecer en nosotros los mejores valores para el servicio a los demás


Hay impulsos que nos hacen tomar decisiones importantes y hacen florecer en nosotros los mejores valores para el servicio a los demás

Amós 2,6-10.13-16; Sal. 49; Mateo 8, 18-22

En la vida vamos recibiendo como impulsos de aquellos acontecimientos que suceden a nuestro lado y nos impactan, del ejemplo y el testimonio quizá de una persona buena y entregada que camina a nuestro lado y que le vemos muy realizada y feliz en lo que hace, o en ocasiones de cosas que nos suceden que en principio nos hacen daño pero que en el fondo nos hacen pensar, de una palabra certera que escuchamos a alguien y que nos llamó la atención; esos impulsos nos hacen que tomemos decisiones, que quizá queramos darle un cambio de rumbo a nuestra vida, ponen ilusión y esperanza en nuestro corazón deseando cosas grandes y realizar también cosas semejantes a lo que vemos en esos testimonios que recibimos.
Así nacen las vocaciones, así descubrimos metas por las que luchar en la vida, así florecen quizá en nosotros valores que parecía que no teníamos pero que ahora vemos lo hermosa que nos pueden hacer la vida. Lo habremos experimentado en nosotros mismos, o vemos en nuestro entorno personas que cambian de un día a otro y viven una nueva entrega con mucho ánimo, con mucha ilusión.
Son buenos esos impulsos que de una forma podríamos decir primaria nos quieren poner en las sendas de nuevos caminos en la vida, pero en el fondo tienen que hacernos reflexionar seriamente porque decisiones importantes en las que se implica el rumbo de la vida no se pueden tomar a la ligera o solo desde esos impulsos. Somos seres racionales y desde la razón y con la razón además de con el corazón hemos de tomar las decisiones. Claro que quien se siente inundado por un amor superior que le invade y le supera envolviendo su vida, seguramente se dejará llevar por esa locura del amor.
En el evangelio hoy vemos como un letrado quizá entusiasmado por lo que está escuchando de Jesús o por el testimonio de las cosas que Jesús hace decide así de pronto seguir a Jesús. ‘Maestro, te seguiré adonde vayas’, le dice a Jesús. Había también contemplado como había discípulos más cercanos a Jesús que estaban siempre con El y le acompañaban a donde quiera que fuese. El quería formar parte de ese grupo, él quería estar con Jesús. Como cuando encontramos un amigo que nos ha llegado al corazón y le decimos que seremos amigos para siempre, o cuando alguien se ha sentido enamorado de alguien y ya desde el primer momento promete amor eterno.
Aunque como veremos luego Jesús nos exige radicalidad cuando hemos tomado la decisión de seguirle – porque no se puede poner la mano en el arado y volver la vista atrás ni dedicarnos solo a enterrar a nuestros muertos -, sin embargo nos pide que seamos reflexivos, que veamos hasta donde somos capaces de llegar, si seremos capaces de afrontar toda la entrega que se nos pide o tenemos claras cuales son las exigencias, hasta donde nos sentimos fuertes o hasta donde desde nuestra confianza pero también desde nuestra debilidad seremos capaces de ponernos en las manos del Espíritu que nos guíe.
‘Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza’, le dirá Jesús dándole a entender cual es la verdadera disponibilidad que tendría que haber en su vida. ¿Vamos buscando situarnos en la vida? ¿Vamos buscando una vida fácil? ¿Vamos buscando privilegios que nos hagan sentirnos por encima de los demás? ¿Vamos buscando satisfacer esas ansias de poder que en el fondo subyace siempre en nuestro corazón?
Sea cual sea la decisión que hayamos de tomar en la vida y que va a marcar su rumbo, nuestra entrega o nuestro servicio desde nuestros valores y desde nuestras capacidades, el espíritu ha de ser siempre el del servicio. Otras intencionalidades malean nuestro trabajo y cuando se trata de que lo hacemos por el Reino de los cielos serían cosas incompatibles. En eso tendrían que pensar quienes ejercieran una función en el servicio de la comunidad en cualquier ámbito social, y esto lo hemos de tener muy claro quieres queremos vivir una función pastoral, sea cual sea desde el Papa hasta el ultimo de los servidores dentro de la comunidad eclesial.

domingo, 1 de julio de 2018

Necesitamos llegar a atrevernos a tocar el manto de Jesús siquiera fuera por detrás, tomar la mano que nos tiende y escuchar la palabra que despierta nuestra fe




Necesitamos llegar a atrevernos a tocar el manto de Jesús siquiera fuera por detrás, tomar la mano que nos tiende y escuchar la palabra que despierta nuestra fe

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25; Sal. 29;  2Corintios 8, 7-9. 13-15; Marcos 5, 21-43

Si hiciéramos como una lluvia de ideas sobre aspectos, detalles, mensajes que podemos encontrar en el evangelio de hoy nos encontraríamos como un torrente inmenso de cosas que tendríamos que resaltar. Nos habla de sanar y de curar, nos habla de dar vida o de arrancar de la muerte, nos habla de miedos y desconfianzas mientras al mismo tiempo aparece la fe y el atrevimiento que se mueve desde esa fe y que provoca confianza, nos habla de lágrimas y sufrimientos como nos habla también de desencantos y de cosas que parece que ya no se van a resolver, pero  nos entra también en detalles que nos manifiestan la atención de Jesús para quien no pasa nada desapercibo pero de la escucha y atención que presta Jesús a quien lleva el sufrimiento en el corazón porque a cada persona la mira en su realidad, nos habla de esperanzas y de vida. Un torrente inmenso aunque no somos exhaustivos en lo que hemos mencionado.
Todo se desarrolla en el corto trayecto que Jesús va a realizar desde el lugar donde la gente se arremolinaba en torno a El hasta la casa de aquel hombre que con fe y confianza ha venido a decirle que su hija está en las ultimas y le pide que vaya e imponga su mano sobre ella. Van apareciendo como claroscuros porque unas veces parece que brilla fuerte la fe mientras van rondando las sombras de muerte de las que parece que no podemos salir.
Como nos sucede en la vida. Momentos brillantes y momentos de sombras, momentos de ver florecer la vida y momentos en que ronda el sufrimiento y la muerte, momentos brillantes de entusiasmo donde caminamos con ilusión, pero momentos en que nos vemos hundidos en la impotencia, en la sensación de fracaso, en la pérdida de confianza incluso en nosotros mismos.
Ante la petición angustiosa, pero llena de fe y confianza de aquel hombre Jesús se pone en camino. Habrá que llegar pronto, pero la gente sigue arremolinada en torno a Jesús y casi no lo dejan caminar, aprietan por todos lados. Es el momento que aprovechará aquella mujer de las incontenibles hemorragias. Ocultándose entre la multitud porque nadie ha de enterarse de lo que le pasa porque su misma enfermedad era causa de impureza legal pero con una fe grande en Jesús se acerca por detrás porque piensa que son solo rozarle el manto será suficiente para curarse.
Pero ahí está el detalle de lo que antes mencionábamos de cómo Jesús está atento a la necesidad concreta de cada persona. ‘¿Quién me ha tocado?’ exclama Jesús mirando a su alrededor. Parece una pregunta innecesaria cuando va apretujado entre tanta gente, como le quiere hacer ver uno de los discípulos. Pero la salud y la vida han de resplandecer, aquella fe tiene que aparecer como un faro de luz en medio de cuantos les rodean. Temerosa aquella mujer se adelante para reconocerlo, pero solo merecerá las alabanzas de Jesús. ‘No temas, has tenido fe y te has curado’, le dirá Jesús.
Pero las sombras siguen apareciendo; quizá los empujones de la gente que impedían ir más deprisa, el haberse detenido ante aquella mujer, ha hecho que ya se llegue tarde a la casa de Jairo. Llega la noticia de que la niña ha muerto; vienen las sombras de las desilusiones y de la sensación de fracaso que tantas veces nos invaden. ‘¿Para qué molestar al maestro?’, escucha que le dicen al jefe de la Sinagoga.
Ya se escucha el llanto de las plañideras y se siente el aire de duelo que se ha apoderado de todos e invadido aquella casa. Pero la luz no se puede apagar. Hay que mantener encendida la lámpara, la lámpara de la fe. Y allí está quien puede alimentarla. ‘Te he dicho que basta con que tengas fe’, anima Jesús al padre de la niña. Y al llegar a la casa dirá que la niña no está muerta sino dormida.
Jesús escucha a todos y para todos tiene una palabra de luz y de vida. Con su mano levantará a la niña, ‘talita qumí (niña, levántate)’ le dice. Y como comentará el evangelista se quedaron todos viendo visiones, para expresar el asombro que sentían ante lo que había sucedido.
¿Necesitaremos nosotros llegar hasta Jesús para atrevernos a tocar su manto siquiera fuera por detrás? ¿Necesitaremos esa mano tendida de Jesús que nos invita a levantarnos porque nos dice que seguimos teniendo vida a pesar de las sombras que nos puedan rodear? ¿Necesitaremos esas palabras de ánimo cuando no viene la desilusión y el desencanto, que nos llegan lo cansancios y los miedos, cuando nos aparecen los miedos y temores, cuando tantas veces cobardes nos encerramos en nosotros mismos y no queremos ver por ninguna parte destellos de luz?
Sigue habiendo sombras en nuestra vida. Siguen habiendo sombras en la vida de cuantos nos rodean pero quizá no sabemos tener el detalle de pararnos junto a esa persona para ofrecerle una palabra de luz, una mano tendida, una mirada de ánimo, un gesto o un detalle de confianza para quitar temores y miedos, un caminar a su lado para estimularles a que encuentren también la luz.
En muchas cosas concretas podríamos traducir el mensaje del evangelio para que lleguemos al encuentro con Jesús, pero también para que nosotros seamos signos de luz para cuantos nos rodean. Miremos con sinceridad cada uno de los que van haciendo esta reflexión qué nos pide el Señor en nuestra vida persona y qué es lo podremos hacer en medio de ese mundo en el que vivimos inmerso también en tantas sombras.