No cerremos los ojos al testimonio de lo bueno que podamos encontrar a nuestro lado, ni nos hagamos oídos sordos a la llamada al bien y la rectitud
Amós 5,14-15.21-24; Sal. 49; Mateo 8,28-34
Hay ocasiones en que parece que nos sentimos incómodos ante la presencia
de otra persona; y no es por lo que de entrada podríamos estar pensando sino
todo lo contrario. No son personas desagradables, no son personas que nos
puedan dar mal ejemplo por su vida inmoral, no son esas personas quisquillosas
que siempre nos están hurgando para pincharnos o para molestarnos.
Es precisamente la rectitud de sus vidas, su ejemplaridad lo que nos
puede resultar incómodo porque su sola presencia o el recuerdo de su rectitud
son para nosotros como un espejo en que nos vemos, pero vemos quizá muy
claramente los claroscuros de nuestra vida, más bien las cosas oscuras que
puede haber en nosotros. Sin reprocharnos con sus palabras, su vida es un
reproche para nosotros porque nos hace pensar quizá en nuestro mal camino.
Y ya sabemos que en momentos así podemos tener la buena reacción de
hacernos pensar en nosotros mismos dándonos cuenta de lo que tendríamos que
superar y mejorar en nosotros siendo para nosotros un estimulo de superación,
pero también podríamos tener una actitud negativa de rechazo o incluso, y ahí
estaría más clara nuestra maldad, de arrojar sombras sobre ellos con criticas y
murmuraciones para desprestigiar.
No será algo que hacemos habitualmente o nos sucede pero testigos sin
embargo sí somos de posturas así en mucha gente. Tengo ganas de encontrarme con
alguien en la vida publica que sea capaz de valorar los aciertos y las cosas
buenas que hacen sus oponentes ideológicos; ya sabemos demasiado como se camina
por esos caminos.
Cuando escuchamos el evangelio de hoy nos puede producir extrañeza lo
que sucede en aquella región de los gerasenos a donde había acudido Jesús. Pero
¿no será algo semejante a lo que hacemos tantas veces, como veníamos
reflexionando?
Era una región mayoritariamente pagana. Si hubieran sido judíos no se
hubieran dedicado al cuidado de los cerdos, porque es un animal impuro para el judío
que ni siquiera podían tocar. Cuando Jesús desembarca allá se encuentra con un
hombre poseído por un espíritu que en cierto modo le reconoce, pero le rechaza.
‘¿Qué quieres de nosotros, Hijo
de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ es el grito
de rechazo con que le recibe.
Jesús que viene a liberarnos del mal, libera a aquel hombre de aquella
posesión diabólica, y luego ya lo veremos en calma y sin aquellos ataques de
locura que solía andar por aquellos parajes. Pero las gentes del pueblo al
enterarse de lo sucedido y como la piara de cerdos acantilado abajo a caído al
lago ahogándose, ahora le piden a Jesús que se vaya de allí. Podríamos pensar,
si ha liberado a aquel hombre del mal que con sus locuras atormentaba a todos
los vecinos, ¿cómo es que no quieren a Jesús, rechazan a Jesús?
Es el rechazo del bien, de lo bueno y de lo justo cuando quizá en la
vida privan nuestros intereses egoístas y ambiciosos. No queremos ver, ni
queremos que nos hagan ver. No queremos que nos digan ni nosotros escuchar, ni
ver tampoco delante de los ojos el testimonio de la bueno que nosotros tendríamos
que realizar. Cuántas veces cerramos los ojos; cuantas veces no queremos encontrarnos
con aquel amigo, con aquella persona que nos puede decir algo que nos haga
pensar. Cuantos rodeos damos en la vida para persistir en nuestros vicios o
malas costumbres. De cuántas maneras queremos acallar nuestra conciencia. Da
qué pensar.
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