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viernes, 6 de julio de 2018

Jesús nos enseña a sentar a nuestra mesa, la mesa de nuestra vida, a algunos más que nuestros amigos o las personas cercanas a nosotros


Jesús nos enseña a sentar a nuestra mesa, la mesa de nuestra vida, a algunos más que nuestros amigos o las personas cercanas a nosotros

Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo 9,9-13

¿A quien sentamos a nuestra mesa? Lo normal es que sea alguien con quien sintonizamos, nuestra familia, nuestros amigos, las personas más cercanas a nosotros. Así lo vamos haciendo en la vida desde siempre con toda naturalidad y nadie nos puede decir nada porque escojamos a aquellas personas con las que compartimos mesa. Hacemos fiesta en casa porque celebramos algún acontecimiento personal o familiar, y allí estamos rodeados de nuestra familia, de nuestros amigos; un día nos encontramos con un amigo al que hace tiempo que no veíamos, un antiguo compañero de estudios, alguien que vivió a nuestro lado pero que las circunstancias de la vida quizás haya llevado lejos y entre las muestras de afecto que manifestamos nos decimos que vamos a tomar algo juntos. Invitamos a nuestros amigos y ellos nos invitan a nosotros y así entramos en un círculo del que parece difícil salir.
Pero ¿nos atreveríamos a romper ese círculo? Compartir una mesa es algo más que tomar un necesario alimento que nutra nuestro cuerpo. Sentarnos juntos alrededor de una mesa y compartiendo una comida es también dejar que se nutra nuestro espíritu; compartimos amistad y afectos, compartimos ilusiones y esperanzas, pero compartimos también nuestras preocupaciones, nuestros problemas, nuestras angustias. Es compartir una vida.
Pero ¿no habrá alguien cerca de nosotros que esté hambriento de tener con quien compartir? Vamos por la vida encerrados en nosotros mismos o solamente en los nuestros, esos que por afecto tenemos más cercanos, que se desenfoca nuestra visión para no ser capaz de ver quienes están cerca de nuestro camino y con quien también podríamos compartir. Nuestra insensibilidad parte algunas veces de ese ensimismamiento en que vamos por la vida quizá pensando solo en nuestras cosas, pero también hemos de reconocer que muchas veces hacemos consciente o inconscientemente discriminaciones con los que nos rodean.
Hay quien no nos cae bien y ya para siempre lo apartamos; alguien un día nos molestó por algo, y ya para nosotros como si no existiera; personas que por su aspecto o apariencia, porque son distintos o porque son quizá de otro lugar o color de piel, y con ellos no nos queremos mezclar. Y vamos haciendo prevenciones en nuestro interior con quien queremos andar y a quienes queremos dejar a un lado en la vida. Nos llenamos de prejuicios, aceptamos cualquier cosa que nos digan en contra de los demás y así vamos andando por la vida.
Pero ¿nos hemos parado a hablar alguna vez con esas personas? ¿Sabemos realmente lo que piensan o como son? ¿Qué conocemos de sus aspiraciones o de sus inquietudes? No los conocemos y los juzgamos y quizás tengan más nobleza en su corazón que nosotros. Decíamos antes que tenemos que romper el círculo que nos encierra para saber abrirnos a los demás y poder llegar a compartir con más gente no solo nuestra mesa sino nuestra amistad.
Alguien podría decirme quizá que a qué viene esta reflexión que no parece que tenga que ver con el evangelio que hoy se nos propone. Es cierto que habla de la vocación de Mateo, un publicano. Pero ya hemos visto que por allí había quien se preguntaba cómo era posible que Jesús metiera en el círculo de sus amigos a un publicano y se sentara a la mesa a comer con ellos. Es de lo que venimos hablando. Jesús rompe el círculo, y lleva consigo a un publicano, que tan despreciado era por la gente de su tiempo. Y aquel publicano de entonces es el que nos ha trasmitido el evangelio de Jesús, ‘el evangelio según san Mateo’.
Jesús viene a buscar a todos y a contar con todos. Jesús busca el corazón de las personas para que se dejen transformar por el amor. Es el medico que viene a curar a los enfermos, que viene a curar nuestros corazones. Y Jesús quiere contar también con nosotros, que también somos pecadores, enseñándonos como nosotros debemos saber contar con todos y ser capaces de sentar a nuestra mesa, a la mesa de nuestra vida, a muchos más que nuestros amigos o personas cercanas a nosotros.

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