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sábado, 7 de julio de 2018

Tenemos que expresar con el resplandor de nuestra vida la alegría de nuestra fe porque vivir el Reino de Dios es como participar en un banquete de bodas donde no hay tristeza


Tenemos que expresar con el resplandor de nuestra vida la alegría de nuestra fe porque vivir el Reino de Dios es como participar en un banquete de bodas donde no hay tristeza

Amós 9,11-15; Sal 84; Mateo 9,14-17

Tomarse en serio las cosas de la vida, las responsabilidades que asumimos, o el planteamiento de un plan de vida que nos mejore a nosotros y mejore nuestro mundo no significa que tengamos que ir por la vida con el ceño fruncido, con cara que algunas veces parece de amargura como si lleváramos siempre un dolor atravesado en la espalda.
Nos encontramos demasiadas caras serias que marcan distancias en las personas con las que nos cruzamos; faltan sonrisas en la vida que nos haría más agradable el deambular por la existencia porque una cara sonriente nos facilita la cercanía y la comunicación. Nos falta muchas veces una cierta espontaneidad y que se nos manifieste el gozo que sentimos por aquello que hacemos o que vivimos. La forma en que vamos muchas veces nos hace parecer que no sentimos satisfacción en el trabajo que realizamos.
Y esto que me digo en todas las facetas de la vida, de nuestras relaciones y nuestra convivencia nos lo encontramos demasiado también entre los cristianos. No terminamos de vivir la alegría de nuestra fe. Nos fijamos en ocasiones en muchas personas que son muy piadosas, que las vemos continuamente en la iglesia, no se pierden ningún acto religioso o piadoso que se realice en nuestros templos, que van de novena en novena y de promesa en promesa, pero si nos fijamos en sus rostros parecen siempre madres de los afligidos. Puedo parecer exagerado pero con demasiada frecuencia nos encontramos con esas personas que porque quieren ser buenas y religiosamente muy cumplidoras sin embargo parece que siempre están con las lagrimas asomando a sus ojos.
Creo, repito, que tenemos que vivir con más intensidad la alegría de nuestra fe y expresarlo y manifestarlo en nuestros rostros, en nuestros gestos en las posturas que vamos tomando en la vida. Creo que quien pone toda su fe en Jesús y quiere vivir siempre los valores del evangelio ha de saber sobreponerse por encima de dificultades o los problemas que nos van apareciendo en la vida para no perder nunca la paz y la serenidad. Sabemos de quien nos fiamos, sabemos con quien caminamos, sabemos quien esta no solo a nuestro lado sino en nuestro mismo interior. Es el espíritu de la paz y de la alegría que nos llena de esperanza y que en El sentimos la fuerza para enfrentarnos con energía y con confianza a las negruras que nos puedan aparecer en la vida.
No olvidemos que una de las imágenes mas repetidas para expresarnos lo que es el Reino de Dios es un banquete de bodas. Y ahí no puede haber ni llanto ni dolor, sino todo tiene que ser alegría y paz, porque se manifiesta la ternura y el amor, que nos lleva a sentirnos cercanos y gozosos de los hermanos que caminan a nuestro lado. Es un testimonio que tenemos que dar. Esa paz y esa alegría del espíritu que se manifiesta en la claridad y resplandor de nuestros rostros son los mejores signos para atraer a todos a los caminos del evangelio.
En el evangelio hoy vemos que le preguntan a Jesús por que sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de los fariseos o los discípulos de Juan. Y ya vemos la respuesta de Jesús. No pueden ayunar los amigos del novio cuando están participando del banquete de su boda. Decir ayuno entonces entrañaba luto y tristeza. Es lo que ya no quiere Jesús. El está con nosotros.
Son muchas las cosas y los estilos que tienen que cambiar en nuestra vida cuando nos vamos tomando en serio el evangelio. Por eso nos habla hoy en el evangelio que no es cuestión de remiendos, sino de vestidos nuevos para hombres nuevos, de odres nuevos para vino nuevo. Dejémonos renovar por el Espíritu. Que se manifieste claramente la alegría de nuestra fe.

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